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ANA DIZ
Nació en Buenos Aires, Argentina (1942). Es poeta, ensayista, articulista, crítica literaria y catedrática de literatura medieval, historia de la lengua, retórica y teoría literaria en universidades norteamericanas desde los inicios de su carrera. Como medievalista es autora de dos libros y una treintena de ensayos sobre textos castellanos medievales publicados en revistas de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos y México. Ha participado en numerosos congresos y conferencias internacionales. Graduada con un doctorado de la Universidad de Maryland, ha recibido múltiples becas y premios profesionales. Inició su trayectoria poética con un libro en inglés, Long Island Notebook (Pigmy Forest Press, 2009), seguido por Sin cazador los ciervos, publicado por la Universidad de Barcelona (2012); Y así las cosas, publicado por la Revista de la ANLE (RANLE, 2015), donde también han visto la luz muchos de sus poemas en español. Sus últimos cuatro poemarios recibieron premios internacionales de poesía: en 2016, La almendra hermética (Círculo de Arte de Palma de Mallorca); en 2017, Piedras rosadas (ed. Vitruvio); en 2019, Cuando no sé tu nombre ni tú el mío (Madrid, Torremozas, Premio Carmen Conde); y en 2022, De vidrio la manzana (Ateneo Mercantil de Valencia). En 2018, fue una de cinco poetas invitados a leer su poesía en el acto de clausura del prestigioso Festival de Poesía de Barcelona (el más antiguo de Europa), celebrado en el Palau de la Música. En la actualidad es miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y correspondiente de la Real Academia Española (RAE).
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LA NOCHE Y LA MAÑANA
Los pies, los únicos que saben,
regresan restaurados
como si no hubieran pasado
la noche caminando
por calles suspendidas donde el tigre
alumbra miedos blancos,
donde calmo y ecuánime
parece que gobierna más visible el azar.
Se orienta el día,
ascienden verticales.
Corta la luz perfiles, les asigna
alturas y medidas, espesores,
entrevera los colores el sol,
desparrama amarillos y rosados,
violetas atrevidos, pentagramas.
Me invita a aparecer, me prende
los afanes, me farfulla al oído
un nombre que la noche había olvidado.
BAILARÍN PATINADOR EN CENTRAL PARK
El torso desnudo y apolíneo
avanza y gira lento.
Los zancos de metal
alargan las babuchas de toalla.
Con las piernas hace cuatros, y ochos
cuando apura y ondea el cuerpo vivo
en un como silbido titilante.
Se asoman unas nubes
rosadas de cerezos
posando horizontales contra el cielo.
ENCALLADO
Se niega a navegar el barco.
Le pesa en todas partes la carcoma.
No puedo persuadirlo a ondear los muros
espumosos y líquidos de escamas.
Se niega a navegar.
Se ha olvidado de sus ligeras
felices singladuras,
del blanco de la sal,
se ha olvidado
del gris tirabuzón de las tormentas,
del limpio amanecer y de la bruma.
CALENDARIO
Los días se desplazan
de cuadrado en cuadrado,
ricos en confusiones y destinos.
Unos días trastabillan mareados,
otros andan en pena,
otros con la cabeza erguida,
algunos abren surcos,
resbalan, se desnucan.
Algunos días poderosos,
partidos por el rayo, se desploman
lentos como los robles.
Llegará un día que se duerma
entre sus cuatro bordes designados,
y en el tablero no quedarán rastros
de robles ni tormentas.
ARENA
Decía Plinio el Viejo
que el fuego toma arena
y devuelve cristal.
No quiero el polvo fino prisionero
en la clepsidra, pero amo
la arena que es punzada desde adentro
por la almeja, allí donde
el caminar dibuja pies descalzos
y el mar olas.
En la playa, escurriendo arena fina
entre los dedos, aprendí a dejar
que algo se me vaya de las manos.
DEJO LA GRAVEDAD EN CASA
Ando primero por las ramas, brinco
de techo en azotea, de Viamonte
a Suipacha, de Diagonal al Norte,
de manzana a jazmines,
de invierno a mandarinas.
Me voy del piano a la mano, de alto
a fondón, del libro a la nube,
de la página blanca
a dura borradura que recorta
papeles y pinceles, nubarrones,
techos, calamidades, rascacielos.
Regreso al punto blanco y recomienzo
mi terca celestísima rayuela.
De Viamonte a Suipacha,
de Diagonal al Norte,
de invierno a mandarinas…