GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA: PRIMERA ABOLICIONISTA Y FEMINISTA EN HISPANOAMÉRICA Y ESPAÑA
por
Raúl Marrero-Fente y María C. Albin
La escritora cubano-española Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, Cuba, 1814-Madrid, 1873) fue una destacada mujer adelantada a su tiempo: una autora pionera y polifacética que cultivó todos los géneros literarios con gran maestría y éxito. Al mismo tiempo, también fue una figura pública que utilizó sus escritos para abordar los principales temas de su siglo, en particular la emancipación de la mujer, la abolición de la esclavitud, la secularización y el papel de la religión en la sociedad. La escritora más destacada del siglo XIX y una de las más grandes poetas y dramaturgas de todos los tiempos, fue pionera de la novela abolicionista en América con su obra Sab, la primera novela contra la esclavitud, publicada once años antes que La cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe (1852). Gómez de Avellaneda fue una pionera del feminismo hispano moderno, como se ve en su “Capacidad de las mujeres para el gobierno” (1845), el primer gran manifiesto de la emancipación de la mujer en América y España. Además, su obra Guatimozín (1845–1846) fue la precursora de la novela indigenista en la literatura hispánica (Albin, 1-22; Bernal 85-111).
Gómez de Avellaneda es quizás la única escritora de la literatura hispana que cultivó todos los géneros literarios con gran éxito, produciendo obras maestras en casi todos ellos. Como escritora extraordinaria, estuvo a la vanguardia de la revisión y renovación de tradición literaria; y como innovadora, se anticipó con sus escritos a otras corrientes literarias. En cuanto al teatro y la poesía, revivió y transformó las obras bíblicas y fue la precursora del movimiento literario del Modernismo.
La amplia gama de sus temas y el gran volumen de su producción literaria incluyen dos volúmenes de poesía, el primero publicado en 1841 que contiene cincuenta y cuatro composiciones y el segundo una antología que comprende 129 poemas. Como famosa dramaturga, es autora de veinte obras dramáticas, entre ellas tragedias, comedias y obras de teatro bíblicas. A su vez, esta extensa y variada producción se puede dividir en dieciséis dramas de larga duración, de los cuales doce fueron escritos en forma de verso, tres obras de teatro breves y una traducción completa del francés (Harter 79). La mayoría de estas obras fueron puestas en escena y alcanzaron un éxito y una popularidad sin precedentes entre el público, convirtiendo a Gómez de Avellaneda en la única mujer que alcanzó celebridad como dramaturga en el romanticismo hispano, así como en una de las pocas dramaturgas reconocidas en la literatura occidental del siglo XIX.
Gómez de Avellaneda es también autora de seis novelas, dos de las cuales (Sab y Guatimozín) se consideran obras de ficción pioneras. Entre sus obras de ficción más breves hay nueve leyendas/cuentos populares, numerosos artículos de prensa, cartas privadas, biografías de figuras femeninas famosas, autobiografías y memorias de viajes. Sus obras han sido traducidas a diferentes idiomas, incluidos ruso, checo, italiano, francés, lituano e inglés. Además, la extraordinaria figura y vida de Gómez de Avellaneda ha inspirado varias obras de ficción. Entre ellas, cuatro novelas: Niña Tula (1998) y Tula (2001) de Mary Cruz, La hija de Cuba (2006) de María Elena Cruz Varela, y The Lightning Dreamer: Cuba’s Greatest Abolitionist de Margarita Engle (2013). También aparece como personaje de ficción en la novela El color del verano (1990) de Reinaldo Arenas. Finalmente, como icono cultural, la imagen de Gómez de Avellaneda ha aparecido en sellos, medallas y cuadros famosos, como el retrato de Federico Madrazo, conservado en el Museo Lázaro Galdeano de Madrid.
El importante papel de Gómez de Avellaneda como célebre dramaturga y asidua colaboradora de la prensa (tanto como editora de revistas femeninas como a través de sus propios artículos periodísticos) le permitió a la autora consolidar su posición como una figura pública influyente. El prestigio y la admiración que ganó entre el público y la crítica teatral le dieron a Gómez de Avellaneda un alto grado de visibilidad, poniendo sus obras al alcance de un público más amplio. Los periódicos de la época describieron las ovaciones y laureles que recibió durante los estrenos de sus obras, destacando también la asistencia de la familia real española y las principales figuras de la época (Harter 79). Además, con sus escritos (especialmente los artículos periodísticos), Gómez de Avellaneda participó activamente en la esfera pública donde pudo ejercer una influencia decisiva en la formación de la opinión pública para lograr cambios sociales.
Una reevaluación y un acercamiento más profundo a la obra de Gómez de Avellaneda es esencial si queremos captar toda la complejidad de una escritora tan talentosa, desafiante y versátil, que incluso hoy ha sido a menudo incomprendida por algunos académicos, incluidas las críticas feministas. Muchos críticos literarios tienden a trivializar o simplificar tanto la dimensión sociopolítica de sus escritos como sus contribuciones sustanciales al pensamiento social y feminista. Por ejemplo, la postura pionera contra la esclavitud de Gómez de Avellaneda a menudo ha sido minimizada (y en ciertas ocasiones incluso totalmente descartada) en favor de reducir y limitar el contenido social de sus escritos a la cuestión del estatus de las mujeres, aisladas de los derechos de la sociedad. Al mismo tiempo, algunos académicos no han reconocido plenamente su papel como precursora y fundadora del feminismo hispano moderno. Como mujer de letras adelantada a su tiempo, sus muchas contribuciones destacadas a la cultura siguen siendo relevantes para nosotros hoy, pero aún están por explorar.
Gómez de Avellaneda escribió dentro de la tradición literaria que heredó siguiendo sus convenciones y normas, pero simultáneamente se apartó de ellas revisando y transformando su herencia cultural para crear algo nuevo. En otras palabras, su escritura fue un acto de inauguración: un proceso creativo de constante revisión y renovación de la tradición literaria. Estuvo a la vanguardia de la literatura occidental, leyendo y respondiendo a sus predecesores como una innovadora. Respecto al teatro y la poesía, revivió viejas formas (al tiempo que experimentaba con nuevas tendencias, explorando así todas las posibilidades), transformó las obras sacras y fue también la precursora del Modernismo. El contenido, la forma, los temas y el estilo de sus composiciones poéticas estaban tanto dentro de la tradición romántica como más allá del romanticismo, anticipando corrientes literarias posteriores.
También se distinguió en el género del ensayo con una serie de artículos sobre la condición de la mujer titulada “La mujer” (1860). La cantidad de artículos periodísticos que escribió cubriendo los aspectos más relevantes sobre el tema de la mujer es exhaustiva y aún hoy no tiene precedentes en la cultura hispana. A través de sus colaboraciones con la prensa y su papel como primera editora y fundadora de revistas femeninas en el mundo hispano, llegó a un público más amplio de lectoras y pudo difundir sus ideas sobre la emancipación del sexo femenino en la esfera pública. Las condiciones de la comunicación política contemporáneas a Gómez de Avellaneda cambiaron tan pronto como la prensa abrió espacios para el libre intercambio de ideas y dio a los ciudadanos la oportunidad de expresar sus opiniones (Osterhammel 29, 32). La prensa pronto se convirtió en una esfera pública funcional y una fuerza política (31). Se convirtió en un “impulso transformador en todos los países, creando por primera vez algo así como un espacio público, donde los ciudadanos intercambiaban ideas y reivindicaban el derecho a estar informados” (29). Con sus escritos periodísticos abordando la condición de su sexo en la sociedad, Gómez de Avellaneda aprovechó la nueva fuerza de la prensa, colocándose en el centro del debate sobre la cuestión de la mujer.
Los artículos de prensa de Gómez de Avellaneda, escritos en defensa de su sexo, representan a las mujeres como agentes históricos, políticos y culturales. Constituyen textos pioneros sobre los derechos de las mujeres tanto en América como en España, y posicionan a la autora como precursora y fundadora del feminismo en todo el mundo hispánico. Sus artículos periodísticos deben analizarse como los textos fundacionales del pensamiento feminista en la cultura hispana porque los utilizó para comunicar un feminismo hispano sistemático y coherente, sentando las bases de las expresiones actuales del movimiento. Por lo tanto, los ensayos de Gómez de Avellaneda sobre el sexo femenino conviven con obras fundamentales de sus contemporáneas norteamericanas, así como de feministas británicas, como Vindicación de los derechos de la mujer (1792), de Mary Wollstonecraft; la primera obra feminista importante en los Estados Unidos, La mujer en el siglo XIX (1845), de Margaret Fuller; y La sujeción de la mujer (1869), de John Stuart Mill.
Otra contribución de Gómez de Avellaneda es su uso de las cartas como forma de expresión. Fue la primera autora de la literatura hispana en desarrollar y cultivar plenamente el arte de escribir cartas como género literario. Han sobrevivido un gran número de cartas de la autora, como la correspondencia que mantuvo con Cepeda durante un período de quince años, y que han sido muy influyentes en el desarrollo de este género literario. Carmen Bravo-Villasante reconoce el papel principal que desempeñó como escritora de letras prolífica y consumada. Concluye que Gómez de Avellaneda es la primera escritora de cartas en España, quizás sólo después de Santa Teresa de Ávila, y la llama la Madame de Sevigné del mundo hispánico del siglo XIX (Bravo-Villasante 12).
Gómez de Avellaneda fue también la primera mujer en conquistar el teatro dominado por los hombres del siglo XIX, ya que ninguna figura femenina había logrado antes el éxito como dramaturga. Se convirtió en la primera y más conocida dramaturga romántica de España y la más famosa de todas las dramaturgas del siglo XIX (Gies 193, 203). Fue la primera dramaturga en lograr un éxito constante y sin precedentes con la publicación y puesta en escena de sus obras. Sus incursiones en el escenario encontraron una recepción popular de sus obras (ya fueran dramas sagrados, comedias o tragedias) por parte del público teatral que a menudo superó a muchos de sus homólogos masculinos.
Además de su crítica al sometimiento de las mujeres en la sociedad del siglo XIX, Gómez de Avellaneda es abiertamente crítica hacia la institución de la esclavitud. Su crítica social de la injusticia y el sometimiento apareció temprano en su carrera literaria y se centró en cuatro figuras representativas: la esclava, la mujer india, el indio y las heroínas de sus novelas y obras de teatro.
Las obras en prosa de la autora que tratan sobre los desvalidos de la sociedad aparecieron durante la década de 1840. La primera fue la novela pionera contra la esclavitud Sab, escrita antes, pero publicada en 1841, seguida de Dos mujeres (1842-1843). En los años siguientes, Gómez de Avellaneda escribió dos artículos subversivos sobre la cuestión de la emancipación de la mujer: “La dama de gran tono” (1843) y “Capacidad de las mujeres para el gobierno” (1845), un documento histórico sobre los derechos de la mujer. Además, la novela indigenista e histórica Guatimozín, apareció por primera vez en forma de folletín en El Heraldo de Madrid en 1845 y posteriormente fue publicada como libro en 1846. En estas obras de ficción en prosa, Gómez de Avellaneda muestra no sólo una conciencia sobre las cuestiones de género, sino también una temprana conciencia social respecto a cuestiones específicas de América. En las dos novelas mencionadas anteriormente, la autora reescribe la historia oficial desde la perspectiva de los oprimidos y conquistados, a saber, la esclava y la india en Sab y los habitantes indígenas de México en Guatimozín.
Una poeta célebre “de todos los tiempos”
Gómez de Avellaneda se encuentra entre los escritores románticos más destacados de la literatura mundial y una de las principales poetas de todos los tiempos. Aclamada en vida como la mayor poeta femenina, ha sido considerada autora de dos de los mejores sonetos “jamás escritos en lengua española”: “Al partir” (1836) y “A Washington” (1841) (Bransby 12). Además, el poema “Amor y orgullo” (1860) fue seleccionado por Menéndez Pelayo como una de las mejores composiciones líricas de la lengua española (Las cien mejores 343). Fue una notable poeta lírica y cívica, pero también escribió poesía sacra con tintes místicos, precursora del Modernismo en la literatura hispánica. Entre sus obras maestras de poesía religiosa se encuentra la oda “La Cruz”, considerada por el crítico francés Villemain como la mejor composición jamás escrita sobre este tema.
La carrera literaria de Gómez de Avellaneda comenzó en Madrid a la temprana edad de veintiséis años con su debut en el Liceo de Madrid, donde la lectura de su poesía por parte de José Zorrilla en 1840 marcó la entrada de la precoz escritora en el mundo literario de su tiempo. A partir de ese momento, su aceptación por parte de los escritores más importantes de su época fue unánime. Entre esos escritores se encontraban: el Duque de Frías, Don Juan Nicasio Gallego, Don Manuel Quintana, Espronceda, García Tassara, Roca de Togores, Pastor Díaz, Bretón, Hartzenbusch, entre otros (Cotarelo y Mori 69). En Madrid estuvo en estrecho contacto con las principales figuras literarias de su tiempo, como Quintana, Lista, Espronceda, Zorrilla, Pastor Díaz, Nicasio Gallego o Juan Valera, entre otros. Muy elogiada por estos ilustres autores, Gómez de Avellaneda era considerada su igual creativo; se refieren a ella como “la poeta más grande de toda la literatura hispana” (Harter 50). Incluso se la consideraba superior a cualquiera de las escritoras del Siglo de Oro, así como a sus contemporáneas.
Gómez de Avellaneda alcanzó la excelencia poética tanto en la forma (métrica y rima) como en el contenido, así como en los mensajes sociales, religiosos y políticos de su poesía. Desempeñó un papel central en la evolución de la poesía hispana a través de su constante experimentación, innovación y aportaciones originales a la tradición poética. Siempre estaba experimentando con nuevas formas y contenidos, como se ve en su versatilidad y dominio únicos en la utilización de diferentes estilos en sus composiciones; su virtuosismo y experimentación en el uso de la métrica y la rima; las ricas imágenes empleadas en sus poemas; la impecable fusión de poesía y retórica como aspecto central del lenguaje poético; y en la dimensión espiritual y misticismo de su poesía religiosa. Su talento como poeta es evidente no sólo en su innegable dominio de la versificación en español y de las formas del verso técnicamente difíciles, sino también en la dimensión retórica inherente a su lenguaje poético. Cualquier acercamiento serio a sus obras debe tener en cuenta tanto la densidad retórica de su poesía como sus complejos significados.
En la poesía de Gómez de Avellaneda encontramos una síntesis de lo viejo y lo nuevo. Jonathan Culler nos recuerda “que los propios poetas, al leer y responder a sus predecesores, han creado una tradición lírica que persiste a través de períodos históricos y cambios radicales en las circunstancias de producción y transmisión” (3-4). Por ejemplo, la rica imaginería de sus poemas deriva tanto de la tradición clásica como del panteísmo de los románticos, mientras que al mismo tiempo anticipa el materialismo cromático y el misticismo de los modernistas (Vieira-Branco 13). La propensión de la autora hacia el modernismo fue examinada por Aurora Roselló quien concluyó que es una precursora de los modernistas. Gómez de Avellaneda fue la precursora poética femenina de Rubén Darío, a quien anticiparía en la métrica, la preferencia de color y en la interpretación de las fuerzas de la naturaleza y lo oculto (Vieira-Branco 12). Su poesía, en su conjunto, representa un compendio de los estilos de la poesía hispánica desde el neoclasicismo tardío hasta el romanticismo, demostrando así la versatilidad de su genio poético. La experimentación del poeta con las modas poéticas predominantes anticipó estilos, formas, motivos y temas de futuras corrientes literarias. Así, Gómez de Avellaneda fue una autora excepcional y adelantada a su tiempo que superó las expectativas literarias y de género de su propia generación como escritora y poeta.
A algunos estudiosos les resulta difícil clasificar la producción poética de Gómez de Avellaneda como plenamente romántica, precisamente por su uso de técnicas innovadoras. Su corpus poético está a la vez dentro de la tradición heredada de sus predecesores, que revisó y transformó, y se adelanta a esa tradición al anticipar las próximas corrientes literarias. Si bien la mayoría de los críticos literarios han reconocido su notable talento y genio como poeta y dramaturga, hay algunas excepciones: Raimundo Lazo, Ricardo Navas-Ruiz y Geoffrey Ribbans. La ceguera de estos críticos se revela en su inútil intento de relegar a la poeta más grande del siglo XIX a una posición menor en la historia de la poesía hispana.
El estudio de Raimundo Lazo sobre la poesía de Gómez de Avellaneda, La mujer y la poetisa lírica, se publicó un año antes del centenario de la muerte del escritor. El crítico relega su importancia a la posición menor de poetisa lírica débil, sin tener en cuenta que fue una de las poetas más célebres del romanticismo hispánico. Lazo pasa por alto superficialmente el genio de Gómez de Avellaneda como poeta lírico y cívico y sus muchas contribuciones al desarrollo y renovación del movimiento romántico y al surgimiento del Modernismo. La valoración superficial que hace este crítico sobre la obra de la autora desestima su dominio del contenido y la forma, incluido el aspecto retórico de su lenguaje, su virtuosismo técnico, junto con su versatilidad y experimentación poética, todo lo cual le permitió a Gómez de Avellaneda innovar a través de un proceso de constante revisión y renovación de la tradición poética. Lazo también omite el papel de la escritora como precursora de los modernistas por la originalidad e innovación en su uso poético, así como por los temas y la rica imaginería de sus poemas. Además, la ceguera crítica de Lazo respecto de la poesía de Gómez de Avellaneda se basa en una lectura literal de sus poemas, que no toma en cuenta la dimensión retórica de su lenguaje poético. El crítico muestra una falta de comprensión de la estructura intencional de las imágenes, tropos y metáforas empleadas por la poeta para transmitir la dimensión retórica del romanticismo.
El crítico literario Ricardo Navas-Ruiz, en El romanticismo español: Historia y crítica, también describe a Gómez de Avellaneda como una figura menor en la escena literaria del romanticismo del siglo XIX (53). En un intento por eliminar su nombre del canon de los principales escritores románticos, su ceguera crítica descarta el hecho de que la poeta fuera muy admirada por sus pares masculinos, quienes consideraban a Gómez de Avellaneda superior a sus contemporáneas, e incluso por encima de cualquier otro, o de las autoras del Siglo de Oro (Harter 50). Como señala lúcidamente Vieira-Branco, Navas-Ruiz “ni siquiera le concede la misma posición que los románticos dominantes. A causa de su llamado eclecticismo, relega su importancia a una posición menor” (12). Esto marca el comienzo de una estrategia para excluir del canon del romanticismo hispánico a una de las más grandes escritoras en lengua española del siglo XIX. Esta tendencia actual a desplazar a Gómez de Avellaneda de su posición como la escritora más destacada del período y reemplazarla con los nombres de otros autores románticos hispanos famosos parece persistir hasta el día de hoy.
Sin embargo, a pesar de las afirmaciones antes mencionadas, el fenómeno de la poetisa en la Europa del siglo XIX no se aplicó a Gómez de Avellaneda, ya que sus contemporáneos (críticos literarios masculinos y escritores famosos) no emplearon la etiqueta de poetisa para referirse al autor. Sus pares se refieren a Gómez de Avellaneda como poeta más que como poetisa, ya que creían firmemente que tenía un talento más allá de lo que la academia literaria masculina convencionalmente consideraba “normal” para su sexo. Por ejemplo, don Antonio Ferrer del Río, en su Galería de la literatura, declara que la célebre poeta no es una poetisa, sino una poeta (309). Tal juicio es reiterado por don Aurelio Fernández-Guerra en su reseña de Los oráculos de Talía (1855), en la que afirma que ella era más poeta que poetisa. Además, Hartzenbusch escribió una reseña de Egilona (1845) en la que concluye que la obra fue el acto creativo de un poeta, no de una autora. Don Nicasio Gallego describe su notable talento para la poesía como perteneciente a un genio masculino (180). Finalmente, Juan Valera afirma que Gómez de Avellaneda no tuvo parangón entre las poetas españolas y fue uno de los mejores poetas del siglo XIX (Cotarelo y Mori, La Avellaneda y sus obras 78). Como lo demuestran estos inusuales elogios de sus contemporáneos varones, Gómez de Avellaneda es sin lugar a duda una poeta fuerte que supo forjar una visión poética original, que garantizó su supervivencia en la posteridad y la consecución de la inmortalidad literaria entre los principales autores de la literatura occidental (Bloom 80). Como poeta fuerte, Gómez de Avellaneda estableció su autoridad revisando los poemas de sus precursores masculinos en su búsqueda por lograr una “autonomía asegurada” (Bloom 116, 139) y “convertirse en el propio Gran Original” (Bloom 64). Como una de las poetas románticas más fuertes, logra un estilo que captura y mantiene prioridad sobre sus precursores, dando la ilusión de que es ella quien ha sido imitada por sus antepasados (Bloom 141). Por ejemplo, en el proceso creativo de Gómez de Avellaneda algunos de sus poemas más famosos, como “A vista del Niágara”, “A él” y el soneto “Al partir”, constituyen un acto de revisión y alejamiento de su predecesor masculino: José María Heredia (1803–1839). Culler observa que una descripción exitosa de la lírica debe resaltar características que conectan los textos de la tradición poética entre sí, al mismo tiempo que hace “posibles descripciones de la evolución y transformación del género” (4). Al mismo tiempo, Gómez de Avellaneda se convierte en la precursora femenina del Modernismo en Hispanoamérica, en particular de dos grandes poetas: José Martí (1853–1895) y Rubén Darío (1867–1916) (Albin 1446-1454).
En un ejemplo similar, las traducciones de Gómez de Avellaneda de composiciones de poetas de renombre, a las que llamó “imitaciones”, dan fe de su increíble habilidad para transformar textos poéticos primarios con el fin de forjar una obra original propia. Quizás es por eso por lo que durante su vida sus compañeros masculinos la elogiaron proclamando “mucho hombre esa mujer” tras un conocido cumplido de Hartzenbush; una forma de elogio que demuestra aún más cómo sus contemporáneos masculinos, que se encontraban entre las figuras literarias más célebres de su tiempo, la consideraban una poeta y no una poetisa.
La excelencia poética de Gómez de Avellaneda también fue elogiada por Abel-François Villemain, el crítico literario francés más influyente del siglo XIX, quien se refirió a la autora como la “Safo española”, afirmando que su único rival era la poeta lírica griega, a quien ella es incluso superior en fuerza e intelectualidad. En concordancia con este elogio, Marcelino Menéndez Pelayo y Juan Valera han enfatizado la universalidad del diverso y prolífico corpus literario de Gómez de Avellaneda. Este último señala que sus escritos alcanzaron fama inmortal no sólo dentro de los límites de la lírica hispánica, sino también más allá de los confines de cualquier país o época concreta (M. Menéndez y Pelayo, Antología xxxix). Además, Juan Valera explicó que la sempiterna fama literaria de Gómez de Avellaneda traspasó todas las fronteras regionales para alcanzar el reconocimiento universal.
Por su parte, Nicomedes Pastor Díaz, en su reseña del primer volumen de poesía de la autora, Poesías (1841), comparó sus composiciones con las escritas por poetas varones y concluyó que Gómez de Avellaneda fue uno de los poetas más ilustres de su nación y de su siglo, así como la poeta más grande de todos los tiempos (“Juicio crítico”). Afirma que ningún escritor pudo superarla en imaginación, talento o genio, al tiempo que enfatiza que ella es superior a todos los demás en grandeza, elevación, originalidad, fuerza y audacia de expresión. Según Pastor Díaz, muy pocos autores masculinos se parecen a ella en la profundidad de sus conceptos filosóficos o en la amplitud y trascendencia de sus ideas (“Noticia biográfica” 16).
El prestigio mundial alcanzado por Gómez de Avellaneda se extendió a Estados Unidos, donde varios de sus poemas fueron traducidos al inglés junto con su obra bíblica Baltasar (1858). Las traducciones de sus obras literarias al inglés y otros idiomas revelan cómo pudo realizar sus mayores logros literarios, al tiempo que logró el reconocimiento internacional como una de las escritoras más destacadas de la época.
Según Edith Kelly, escritores de Estados Unidos hicieron traducciones al inglés del famoso soneto “Al partir”. La traducción del poema realizada por William Freeman Burbank en 1915 apareció en San Francisco, California, con el título “Adiós a Cuba”. El año anterior también había publicado Baltasar. Burbank estaba asociado con los principales autores y clubes de prensa del país, y entre sus amigos había muchos escritores de renombre que también estaban interesados en las traducciones al inglés de las obras literarias de Gómez de Avellaneda. La interpretación de Burbank del soneto “Al partir” fue publicada con una nota del traductor, indicando que la versión en inglés del poema estaba dirigida a estudiantes de lengua y literatura españolas, así como a autores y periodistas (Kelly, “The Centennial” 339–342). Además, hubo otras traducciones del aclamado soneto de Gómez de Avellaneda en Estados Unidos. Por ejemplo, la traducción de Alice Stone Blackwell del poema “Al partir” apareció bajo el título “On Leaving Cuba”. Esta traducción al inglés se publicó catorce años después de la de Burbank en la antología de poesía titulada Some Spanish American Poets, publicada en 1929 en Nueva York. Finalmente, además de las versiones en inglés de “Al partir”, Ernest S. Green, H. von Lowenfels y Thomas Walsh tradujeron varios de los poemas del autor al idioma inglés.
Los elogios a la poesía de Gómez de Avellaneda fueron amplios entre los estudiosos contemporáneos a la autora y continúan siéndolo en estudios recientes. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, ha habido múltiples intentos de socavar el papel clave que jugó Gómez de Avellaneda como figura central del romanticismo hispánico. Este esfuerzo conjunto de un grupo de especialistas revela una estrategia de exclusión dirigida a desplazar a la autora de su condición de escritora más destacada de la literatura hispana. Tales estrategias de eliminación y reemplazo han persistido hasta el día de hoy por parte de ciertos estudiosos, que quieren sustituir a Gómez de Avellaneda por los nombres de otras autoras.
La paradoja que rodea a la figura de Gómez de Avellaneda es que, si bien ha habido varios intentos de desplazarla de la posición indiscutible de una de las más grandes escritoras de lengua española, ha sido desatendida pero nunca olvidada del todo, como referencias veladas, o se hacen frecuentemente alusiones ocultas a su obra. El hecho de que haya sido excluida del canon y de los estudios literarios recientes para dar cabida a otros, pero que siempre regrese al espacio literario es otro testimonio de la influencia que Gómez de Avellaneda ejerció en otros escritores, tanto masculinos como femeninos, que vinieron después de ella, demostrando que tuvo un impacto profundo y duradero en las generaciones posteriores de escritores. Este legado puede evaluarse cuando abordamos su obra en interacción con su vida y los acontecimientos de su época, observando las diversas formas en que fue una figura literaria y pública femenina adelantada a su tiempo. Su singular versatilidad para cultivar con éxito los más diversos géneros literarios es prueba de su notable genio literario. Hasta el día de hoy, Gómez de Avellaneda sigue siendo quizás la escritora más importante de la literatura hispana, sin igual ninguna otra, y una de las autoras más importantes de la lengua española.
Una dramaturga de gran éxito público
Gómez de Avellaneda fue la dramaturga romántica más famosa de la literatura hispánica y quizás la mejor dramaturga de la literatura occidental del siglo XIX. La autora fue considerada “la mayor dramaturga que jamás haya producido su sexo” (Baralt 181). Fue la primera dramaturga en España en publicar y poner en escena sus obras con extraordinario éxito y la primera escritora en lengua española cuyos dramas fueron considerados dignos de ser colocados al lado de las mejores obras de los autores masculinos. Sus obras dramáticas fueron consideradas tan buenas o incluso superiores a las piezas escritas por los dramaturgos más conocidos de su época, como el Duque de Rivas, García Gutiérrez, Hartzenbush y Zorrilla (Harter 78). En su época, hubo muchas descripciones del extraordinario genio literario de Gómez de Avellaneda en términos masculinos, aplicadas a ella de manera admirativa, como el ya mencionado elogio de Hartzenbush de que era “mucho hombre”. Después de que Hartzenbush aplicara el término “varonil” para describir la obra de Gómez de Avellaneda, el adjetivo pasó a formar parte del discurso crítico español del siglo XIX “como una de las más altas formas de elogio a un dramaturgo” (Gies 326). Además, Zorrilla la recordaba como “una de esas lumíneas, poéticas y celestes apariciones” que supo desafiar el status quo teatral con obras originales y sin precedentes. Su descripción de ella en términos masculinos afirma que los poemas de Gómez de Avellaneda contenían “pensamientos varoniles”, que revelaban “algo viril y fuerte” en un espíritu encerrado en un cuerpo de mujer (Gies 193-194).
Así, la principal poeta del romanticismo hispánico también pasó a ser conocida como la mayor dramaturga en lengua española. Los logros dramáticos de Gómez de Avellaneda están indisolublemente relacionados con su excepcional talento como poeta lírica: escribió doce dramas en verso y la obra corta La hija de las Flores (1852). Emilio Cotarelo, haciéndose eco de casi todas las críticas a la comedia, sitúa a la autora “entre nuestros poetas de primera fila” (234). Los vínculos que existen entre sus poemas y obras dramáticas también son evidentes en los numerosos “pasajes de delicada y conmovedora belleza” (Harter 80-81) que aparecen en sus obras, que recuerdan las descripciones líricas de Lope de Vega de momentos de alegría, plenitud, y abundancia. Además, sus obras dramáticas también se relacionan con sus composiciones poéticas en la infinidad de temas, entre ellos: el amor, la muerte, el consuelo de la religión y la belleza de la naturaleza.
Gómez de Avellaneda fue la primera dramaturga de la cultura hispana del siglo XIX en desarrollar una carrera exitosa en una escena teatral dominada por hombres. En el mundo literario del romanticismo español y también en la mayor parte de Europa, las mujeres estaban generalmente excluidas del teatro, excepto como actrices. Hugh Harter observa, “la Avellaneda era una mujer que había invadido un campo profesional que se consideraba exclusivamente masculino” (79). Aunque algunas mujeres podrían haber hecho contribuciones significativas al género dramático, Harter concluye que es extremadamente difícil encontrar siquiera una breve mención de alguna de ellas, ya que sus obras dramáticas no han sobrevivido. Por ejemplo, en el caso de la famosa novelista francesa George Sand, aunque también escribió una veintena de obras de teatro, como autora nunca alcanzó el éxito como dramaturga que tuvo como escritora de ficción. Por tanto, es casi imposible encontrar alguna figura femenina en la historia del teatro “cuyos logros sean comparables a los de Gómez de Avellaneda” (Harter 78).
Gómez de Avellaneda pudo competir exitosamente con sus homólogos masculinos para que sus obras fueran publicadas y puestas en escena. Los críticos de teatro valoraron favorablemente sus obras y el público respondió con entusiasmo a sus obras. Se convirtió en la principal y más célebre de todas las dramaturgas del período romántico, comenzando su carrera como dramaturga en España en 1844 con la representación del drama histórico Munio Alfonso, que llamó la atención del teatro español sobre la autora. Salida al público en Madrid donde se representó por primera vez la obra. Leoncia, su primera obra, se representó en Sevilla en 1840, incluso antes de trasladarse a la capital española. Por aquel entonces ya había alcanzado prestigio como famosa poeta y novelista, y sus incursiones en los escenarios consolidaron aún más su reputación literaria (Gies 193). Sus obras tuvieron un impacto significativo en la actividad teatral en Madrid, donde cinco de sus obras originales se representaron sólo en 1852, tres años después del debut triunfal en octubre de 1849 de una de sus obras maestras dramáticas, la tragedia bíblica Saúl. El 21 de octubre de 1852 representó otro éxito muy aplaudido en el Teatro Príncipe, la comedia en verso en tres actos La hija de las Flores.
Gómez de Avellaneda no sólo fue la dramaturga más conocida de la literatura hispana, sino que también superó a los dramaturgos en términos de recepción popular obtenida por sus obras, que consistentemente recibieron los más altos elogios de la crítica local y extranjera. Por ejemplo, Nicomedes Pastor Díaz la elogió como “la Melpómene castellana” (Bransby 13). La prensa anunciaba los estrenos de sus dramas y sus exitosas puestas en escena, destacando habitualmente la asistencia de las principales figuras de la época y describiendo las ovaciones y laureles otorgados a la autora en cada producción.
Como autora prolífica de obras dramáticas, Gómez de Avellaneda también alcanzó un nivel inusualmente alto de productividad que no sólo era igual en volumen, sino en la mayoría de los casos de calidad superior, a los escritos de sus homólogos masculinos. Escribió un total de dieciséis obras de larga duración entre los años 1840 y 1858, así como varias piezas más breves. El rápido ritmo de su escritura se comparó a menudo con el de su predecesor masculino Lope de Vega (1562-1635), ya que ambos compusieron sus dramas en sólo dos o tres días durante oleadas de impulso creativo. Es bien conocida la rapidez del proceso compositivo de Gómez de Avellaneda: “Según su propio testimonio, escribió a Munio Alfonso en una semana y a Egilona en tres días” (Bransby 18).
La singular versatilidad de Gómez de Avellaneda se hace evidente en la edición completa de sus obras, donde incluyó trece obras que van desde la comedia ligera hasta el drama trágico, entre las que se encuentran dos escritas en prosa: El millonario y la maleta y Tres amores (1858), y el resto compuestos en verso. A lo largo de su carrera dramática, la autora demostró que podía alcanzar popularidad tanto con la comedia como con la tragedia, como fue el caso de las exitosas puestas en escena de las obras Saúl (1849) y La hija de las flores (1852). En su “Introducción” a su edición comentada en inglés de Baltasar, Carlos Bransby llama la atención del lector sobre la versatilidad de Gómez de Avellaneda como dramaturga (14). Finalmente, Bransby determina que los dramas trágicos e históricos evidencian obras trágicas notables: “En Munio Alfonso, El Príncipe de Viana, Saúl y Baltasar. . . Se han alcanzado las alturas de la verdadera tragedia” (Bransby 14).
En resumen, todas las obras dramáticas de Gómez de Avellaneda están excelentemente elaboradas en términos de trama, desarrollo de personajes, mensaje moral y religioso, así como en la belleza y perfección técnica alcanzadas en sus pasajes líricos. Sus obras se distinguen especialmente por sus intrincadas tramas, todas ellas hábilmente desarrolladas por la autora. Maneja con maestría las complicaciones de la trama, la intriga y los giros repentinos de la historia, ya sea en drama, comedia o tragedia (Harter 82). Sus obras, que se distinguen por su dicción y escenas poéticas, suelen basarse en modelos históricos, como su drama Munio Alfonso (1844), que recrea la vida de Alfonso X. Aunque las obras dramáticas de Gómez de Avellaneda derivan del drama español del Siglo de Oro y la autora incluye en sus obras imágenes y temas románticos, sus innovaciones teatrales y revisiones de la tradición literaria heredada ubican sus dramas dentro del “teatro posromántico al que sus obras pertenecen de alguna manera” (Harter 81). Como dramaturga, cultivó su voz original sin pasar por alto la tradición teatral del pasado, incorporando en sus obras varios aspectos de la tradición dramatúrgica española, mientras subvertía y se desviaba de los paradigmas románticos (Gies 196).
El talento dramático de Gómez de Avellaneda también se revela en las innovaciones que introdujo en el teatro como dramaturga. Entre ellos se encuentran los poderosos papeles asignados a sus personajes femeninos principales como heroínas fuertes. A diferencia de las heroínas románticas anteriores, las protagonistas femeninas que aparecían en sus obras eran mujeres decididas que controlaban sus propias vidas hasta que eran abrumadas por fuerzas más allá de su poder (Gies 202). Una segunda novedad introducida fue el desarrollo de una serie de obras de teatro que se enmarcan en el nuevo género del romanticismo religioso. En sus dramas religiosos, Gómez de Avellaneda renovó el drama sagrado de los tiempos bíblicos para incluir los conflictos que surgen cuando el individuo confronta las normas y exigencias de la sociedad contemporánea (Gies 194, 245). Así, este género de obras llenas de fervor religioso también contiene una profunda crítica de la decadencia moral y los fracasos de la sociedad moderna.
La obra maestra teatral de Gómez de Avellaneda y su obra de mayor éxito fue un drama religioso: Baltasar (1858), que narra la historia de la decadencia y caída del corrupto imperio babilónico, y la liberación y restauración del pueblo de Judá (Bransby 16).12 Aunque ella había comenzado esta composición en 1852, el drama bíblico no se representó hasta el 9 de abril de 1858. La popularidad de la obra no tuvo precedentes: tuvo más de cincuenta funciones y recibió elogios unánimes de la crítica, un triunfo inaudito para un drama trágico, y también logró un éxito similar en México (Gies 199).
OBRAS CITADAS
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RAÚL MARRERO-FENTE
Nació en Camagüey, Cuba. Es catedrático de literaturas hispánicas y derecho en la Universidad de Minnesota. Con anterioridad enseñó en la Universidad de Columbia, la Universidad de Massachusetts y Amherst College. Ha sido profesor visitante en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, la Universidad de Concepción (Chile) y la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Como especialista en literatura colonial hispanoamericana ha publicado una extensa obra entre la que destacan, Obra nuevamente compuesta... de Bartolomé de Flores (1571), Primer poema hispano de los Estados Unidos (IDEA/ANLE, 2021), y Poesía épica colonial del siglo XVI. Historia, teoría y práctica (Iberoamericana/Vervuert, 2017). Es Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española.
MARÍA C. ALBIN
Nació en San Juan, Puerto Rico. Recibió su licenciatura en Relaciones Internacionales por la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown y su Maestría y Doctorado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Yale. Ha enseñado en la Universidad de Columbia y la Universidad de Minnesota, entre otras instituciones. Ha sido investigadora visitante en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Es autora de Género, poesía y esfera pública: Gertrudis Gómez de Avellaneda y la tradición romántica (Trotta, 2002), y co-editora de Gertrudis Gómez de Avellaneda: Gender and the Politics of Literature (HIOL, 2017). Sus artículos sobre literatura latinoamericana han aparecido en las revistas América Sin Nombre, Anales de Literatura Hispanoamericana, Atenea, Cincinnati Romance Review, Crítica Hispánica, Epimelia. Revista de Estudios sobre la Tradición, Hispanófila, Latin American Research Review, Literatura Mexicana, Revista de Estudios Hispánicos, Romance Languages Annual y Romance Notes.
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