BAQUIANA – Año XXV / Nº 129 – 130 / Enero – Junio 2024 (Opinión II)

ARMONÍA, MÚSICA Y TRASCENDENCIA EN PRESO EL ANTÍLOPE DE IRAIDA ITURRALDE

 

por

 

Octavio de la Suarée

 


Una lectura del nuevo poemario de Iraida Iturralde, Preso el antílope (Madrid: Editorial Verbum, 2022, 88 páginas), nos trae a colación una frase del multifacético y hoy día poco conocido pensador croata austriaco Rudolf Steiner (1861 – 1925), cuando señalaba con aguda perspicacia: “En un peldaño superior de conciencia, lo que el hombre logra espiritualmente, lo vive a través de un simbolismo, no irreal, sino verdaderamente real” (1). Haciendo suyas estas palabras del ya casi olvidado escritor, reformador, inventor de métodos didácticos, de la euritmia y hasta precursor de la comida orgánica, entre otras actividades en las que sobresalía, nuestra rapsoda cubana da a conocer uno de los cimientos de su expresión poética desde su primera obra, Hubo la viola (Hoboken, N.J.: Ediciones Contra Viento y Marea, 1979), libro primerizo que pasó casi desapercibido por la crítica del momento.

     De tal manera pasó por alto, que, en las observaciones citadas al dorso de la portada, no aparece siquiera el nombre del destacado crítico José Olivio Jiménez, quien escribiera ese reconocimiento. La fortuita omisión fue desafortunada, en especial cuando el lector descubre su contenido, ya  que en esa presentación su autor demuestra manejar sus ideas no solo con conocimiento sino a la vez con inusitada destreza. Así nos señalaba las cuatro partes y una pausa o cesura en que han sido divididas las contribuciones del libro, todas acompañadas por un lema que las sostiene: los nombres de Carl G. Jung, La Biblia, Roland Barthes, el ya citado Steiner y el Apóstol José Martí. Más adelante observamos el siguiente comentario en el dorso de la portada de la colección de versos: “Esta rica y multívoca pluralidad de planos –arquetípico, histórico, mítico, sensorial–, actúa como impulso que remite a la teoría órfica de la imagen” (2). En la creencia órfica, recordemos, se describe a la humanidad como poseedora de una noble naturaleza, el cuerpo, heredado de los titanes y una chispa o alma divina, heredada del infortunado Dionisio. Y ese doble concepto, sin duda alguna, es el factor que la poeta reuniera y fusionara en aquellas composiciones originales de su lírica.

     Iraida Iturralde, por supuesto, no necesita introducción, pues son bien conocidas y estudiadas sus aportaciones a la lírica castellana de este inusitado exilio de ya más de seis décadas de extensión. A Hubo la viola, de 1979, le siguen El libro de Josafat (edición bilingüe), en 1983; Tropel de espejos, 1989; Discurso de las infantas, 1997; La isla rota, 2002; Like Love’s Lament, 2021, y este Preso el antílope, el año siguiente. Asimismo, tiene inéditos Pasaje de la niña muda, de próxima entrada, y entendemos que Fides y Si de repente me asomo al gato continúan en estado de gestación. A través de todos ellos la poeta ha mantenido fidelidad a su credo juvenil mientras ampliaba las características de su estética y exploraba nuevas inclinaciones artísticas.

     Nos interesa destacar en estas páginas que la mención de Rudolf Steiner es muy llamativa ya que fue uno de esos individuos excepcionales que no solo se interesó en múltiples campos de estudio, sino que a la vez descollaba en un sinnúmero de actividades que acometió en su carrera. Discípulo de Johann Wolfgang von Goethe, Steiner es quizás mejor conocido como filósofo (La filosofía de la libertad, Cómo comprender mundos superiores), pedagogo (La educación del niño, Pedagogía Waldorf), fundador de escuelas para el desarrollo de la potencialidad humana, arquitecto y creador de un centro de medios de comunicación artística, combinados e infundidos con significado espiritual, e iniciador de su singular currículo orientado hacia un crecimiento moral y la adquisición de una conciencia social y ciudadana.

     Que la poesía de Iraida Iturralde demuestre su adhesión a la constante búsqueda filosófica de un mundo espiritual superior, que trascienda la burda realidad en que nos desenvolvemos a diario, es algo que ya ha sido señalado en su interés por la escuela trascendental norteamericana, el llamado Club Trascendental (1836), nacido en Boston en la tercera década del siglo XIX como protesta contra la religión unitaria y su base tradicional y materialista. Es de esta forma que el conjunto de sus ideas ilustradas, religiosas y políticas, reflejadas en el legado de los pensadores William Ellery Channing, Theodore Parker, Ralph Waldo Emerson y nuestro José Martí, se muestran de continuo en sus escritos. Es más, Theodore Parker advertía la necesidad vital de sus miembros de saber resguardarse firmemente contra los destellos de todo lo que deslumbraba como terrenal, todo lo inferior y toda la materia, ya que “se hallan sometidos al poder de la razón, superior al entendimiento y compendio de cuanto caracteriza al espíritu, desde el saber teórico hasta la creación poética y la voluntad moral” (3).

     Por consiguiente, no es de extrañar que la lírica de Iraida Iturralde haga constante énfasis en la superioridad del espíritu sobre la materia y en la necesidad de compartir “el origen inmediatamente evidente de las verdades religiosas con todos los seres humanos… ya que la verdad superior se encuentra en el alma y puede ser descubierta a través de la luz interna” (4) que todos poseemos. Y esa “luz interna”, esa dimensión espiritual hacia todo lo humano y todo lo que existe, y que abarca el uso del cuerpo, el alma y el espíritu, se puede alcanzar por medio de la euritmia, o sea, la combinación armónica y el equilibrio de proporciones, líneas, colores y sonidos que sirve para expresar estados de ánimo y que corresponden a las resonancias del habla y a los tonos musicales. Por ello, se convierte en un medio de comunicación ideal para ser revelada, por lo común, en la música y la danza.  Obsérvese, por ejemplo, cómo se manifiesta esa euritmia en dos de los poemas de Preso el antílope, dedicados a su madre. En el primero, “Hay verdor y exuberancia”, percibimos cómo se funden las fragancias y el color de la naturaleza con la comunión espiritual y humana:

 

Hay verdor y exuberancia, hay maravillas
que mi madre supo entretejer en la tiniebla
y decirme, por ejemplo, que este pétalo fragante
que es la vida, se riega a diario y con desvelo,
como una permanencia jubilosa, alejando
a las aves rapiñas de este reino.

Hay días de un amor tan misterioso
que la alegría viste mi alma de dorado
y su risa me acompaña en la espesura,
su caracol desenredando ovillos
y yo peinándome en su espejo (5).

 

     Y luego cómo se funde la resonancia musical y gestual con la plasticidad de la imagen en “La danza que nos mueve”, una clara referencia al ballet, pasión que compartía con su madre:

 

La música hechizante de la danza que nos mueve
acaricia imperceptible cada poro,
es la chispa que va de lo invisible
a la flor, de la flor al gesto:

el brazo que fue un lienzo
los pies que fueron alas
el deseo vuelto imagen
el cauce del delirio

Todo anima al corazón goloso
todo lo eleva (6).

 

     Se observan por igual en este libro las relaciones de Iraida Iturralde con esa antroposofía que fuera tan difundida en su momento por Steiner es decir, el conocimiento basado en la premisa que el intelecto humano tiene la habilidad de ponerse en contacto con mundos psíquicos y de percibir fenómenos invisibles de carácter anímico que conectan dos mundos, el terrenal y el espiritual, más allá de las manifestaciones visibles. Veamos cómo la poeta plasma esa conexión en “Las Montañas Rocosas se aproximan”:

 

Sesgadas por las aguas, las montañas se aproximan.
El paisaje fluye de un manantial divino,
un púrpura violeta ensimismado.

Las miradas se vuelven rimas, los dedos
conmovidos, dibujan nubes doradas en los árboles
y las palabras se confunden deseosas
con el néctar de las flores.

Allí se presume de todo en un instante
somos liebres de blancura, también venados
de un espeso tricolor manchado.

Es pura y gélida la noche, un lecho majestuoso
de calor cobija la tarde.

Ebrio el corazón, paseamos a caballo
por el jardín de los dioses (7).

 

     Recordemos que la antroposofía es, a la vez, un sistema formal de creación terapéutica y educacional que se basa en gran medida en los medios de comunicación entre los seres humanos, y las palabras, la danza y la música van a ser entonces algunas de las maneras en que esa luz espiritual que mencionábamos se va a plasmar en lo que pudiéramos referirnos como los poemas musicales o sinfónicos de nuestra escritora. Estos recientes aportes que encontramos en Preso el antílope, debemos apuntar, también muestran un énfasis de sufrimiento que excede el interés ontológico de la autora por abarcar un tema literario, como se detecta en las secciones en que está dividida la primera parte del libro, y que son Cogito, Vita Morque y sum. Al referirse a ellos, sucintamente, Iturralde alude a “la pérdida monumental que he sufrido y que ha afectado y afinado profundamente mi concepción de nuestro paso por la vida y, por ende, mi percepción de la muerte. Y lo digo no de una manera mórbida, sino más bien metafísica” (8). En efecto, el fallecimiento del compañero de toda la vida va a estar presente en las aportaciones reunidas en una variedad de cantos, entre los cuales escogemos “El revés de la sequía”, que ya exhibe el interés metafísico por la “luz interna” del trascendentalismo en el vocabulario (amor, soplo, transparentes, cima de un monte, alumbrabas, cocuyo, luz azul); y el cocuyo— tengamos presente— está a la vez asociado con la muerte, una muerte, dicho sea de paso, aceptada con resignación estoica. En esta composición nótese por igual la corriente musical con el uso de la anáfora, las aliteraciones, las repeticiones, la rima asonante (a-a) y a veces consonante, la rima interna y el tiempo verbal:

 

Tú bajabas por un monte
en tonos de cocuyo alucinado
alumbrabas feliz el horizonte de la explanada.

Las lombrices se perdían
en los surcos del sembrado,
las hortalizas se secaban
y tú bajabas y bajabas.

Con tus pies planos y casi transparentes
pisabas la tierra,
descalzo me abrazabas.

Así es la vida, me decías
con un gran soplo de amor ya basta. (9)

 

     Una de las primeras aportaciones de la poeta que ya reflejaba muchos de estos conocimientos apuntados es la llamada “Goetheanum” (Hubo la viola, p. 37), llamada así en alusión homónima al centro fundado por Steiner en honor del multifacético escritor y científico, Johann Wolfgang von Goethe, donde le rinde tributo a la música, al arte de combinar los sonidos de la voz humana junto con los instrumentos, conmoviendo a todo tipo de sensaciones, entre las que se caracteriza la sensibilidad de la poesía. Esto se observa, en primer lugar, en el selecto vocabulario empleado por la escritora en aquel poema, donde descuellan frases, oraciones e imágenes relacionadas con los sonidos, como los siguientes:

 

                                                             [… en el
cetro quemado de la arcada, alza el coro
las voces en estruendo,
extraño alambre de sonidos
que desata en la orilla un gran silencio,
la noche iluminada, el misterio.
El silbido de tu aire ya no tiembla, róseo el sueño
del alambre se enreda en el gorjeo…]. (10)

 

     De modo similar se percibe en los siguientes versos donde sobresale el tono melódico y la cadencia musical de la estructura poética:

 

danza el alma en un lento culebreo, y hasta dónde
tu mirada se conmueve en el reflejo, tan de prisa
—así, en la música del viento.
[… canta
tenue el murmullo de la lana, y luego se le olvida
un verso en el revuelo”]. (11)

 

     Nos hallamos aquí, por supuesto, con un poema moderno en verso libre que no cuenta ni con rima ni con medida, pero sí con mucho ritmo, tono, cadencia y música, logrado por la repetición de sonidos en determinado intervalo de tiempo. Así vemos, pues, empleo de aliteración en los siguientes versos con el énfasis en la vocal “e”, que por igual tiene función de asonante rima interna:

 

Hasta dónde tu semblante, tu placer
devuelven a la muerte sus licores
[…]
Roe el verbo entonces su visión
con fogosa e incesante fuerza
[…]
los veinte y ocho filamentos de la espina
se desprenden. (12)

 

 La idea se percibe aún mejor en estos dísticos con la repetición periódica asonante de las vocales “e” y “a”, y, en menor grado, la “o”:

 

Ahora abierto este ciclo de entresueño, la baranda
hasta dónde se sostiene: larga y blanca se estremece.

 

     También en estos otros versos de encabalgamiento con la “e” y la “o”:

 

Ese eco, ese bostezo (hoja críptica
del tiempo) se sofoca en el espacio. (13)

 

     Cuatro décadas después de su “Goethanum”, Iraida Iturralde nos ofrece en Preso el antílope otro poema clave para una mejor comprensión de su estética: la composición “Notas diáfanas”, tributo de la poeta a las Canciones transparentes de Aurelio de la Vega, basadas en poemas de José Martí. Es ahí donde nuestra creadora encuentra un alma gemela de la expresión representada en la unión de la filosofía, la poesía y la música de ambos, como consecuencia directa de la comprensión de la naturaleza musical del universo -aunque cabe enfatizar que es el Apóstol cubano quien aquí sirve de hilo conductor.

     En su ya clásica obra, Manuel Gayol Mecías estudia las relaciones presentes entre la obra del conocido escritor y fundador de la revista Orígenes, José Lezama Lima, y el renombrado compositor Aurelio de la Vega. Aunque ambos nunca llegaron a conocerse personalmente, uno sufriendo su insilio en la isla, el otro viviendo en Estados Unidos, Gayol Mecías encuentra y desarrolla un sinfín de paralelos, en sus respectivas artes, por el interés de ambos de renovar y a la vez darle un nuevo rumbo al status quo de la poesía y de la música en Cuba, las dos sumergidas en un limitado localismo y nacionalismo de masas.  Así elabora el crítico:

 

Este proceso emocional y conceptual entre la música y la poesía,
de profunda intuición en la lucidez y el sentimiento, confluye a modo
de percepciones en nuestra conciencia, y ya sean las vibraciones del
sonido
(acordes, arpegios, pasajes rítmicos, frases melódicas, notas,
silencios, efectos o el sentir de las imágenes), o la sonoridad,
figuración y percepción de un poema
(en los distintos ritmos de
versos, su clasificación en sílabas, su estructura sintáctica, la esencia
sonora como fonética de esos versos, la atmósfera dada por el léxico,
y fundamentalmente, las imágenes surgidas de la propia connotación
metafórica del lenguaje, entre otras tantas características de una
existencia sensible”)… (14).

 

     Es por medio de esta relación entre ambas artes que no nos sorprende ver que el autor de Paradiso alabe las originales composiciones musicales de Aurelio de la Vega, ya que comparten similar concepción estética. Así especifica refiriéndose a dos músicos contemporáneos suyos: “Leonardo Acosta y Aurelio de la Vega son los músicos que más se acercan conceptualmente a la Revista Orígenes” (15).

     En la sección de su ensayo “Aurelio de la Vega y la música de las esferas”, Manuel Gayol Mecías explica que, según el compositor, “la descomunal inteligencia que se oculta en toda la estructura de nuestro universo de alguna manera proyecta, en nuestra psicometría mental, la necesidad de reflejar determinados rasgos de la naturaleza del cosmos, y es por eso que el ser humano puede contar con los dones y talentos diversos de muchos compositores de música clásica…ejemplificando así la identificación de la biología humana, fundamentalmente de la parte sonora que registra y desarrolla el cerebro, con la naturaleza del universo, sacada directamente de la infinita vibración de las cuerdas cósmicas que enlaza el sonido a la luz misma” (16).

     Es así como tiempo, sonido y poesía forman parte profunda e integral de las ideas que bullen en la mente del compositor y, por lo tanto, no es nada extraño enfrentarnos con un vocabulario específico relacionado con el sonido, la luz, la danza y el movimiento, los colores, las líneas y proporciones, todos ellos elementos esenciales de la combinación armónica y del equilibrio que es la ya mencionada euritmia. De ahí que en la ecléctica colección que es Preso el  antílope, debamos resaltar “Ontología de la luz o el apetito del alma”, “El sonido del shofar”, “Qué maga fibra en el violín” y “Baruj revuelto en nubes siderales”, poemas donde se confirma la trascendencia de esta armonía en el estrecho vínculo que la poeta establece entre la palabra (el verso), el movimiento del color, el sonido de la luz, la conciencia del alma y la cadencia del universo.

     En “Notas diáfanas”, específicamente, un breve poema de arte menor con cinco estrofas, descubrimos, asociado con el sonido, las notas musicales ‘altas, medias y bajas, notas lejanas y finas notas, el punto guajiro, en coro’, etc. También se observan variados giros y expresiones vinculados con la luz, como ‘diáfanas, transparentes, claridad, latente, el alma, la esfera, la magia, el poeta, y el abanico oculto’. Por igual, relacionados con un acorde de danza y movimiento, se deben destacar los siguientes vocablos: ‘merecer, girar, acercarse, aparecer, temblar’, y asociados con el empleo de colores hallamos ‘un clavel sonrosado, la flor, el pétalo’, etc.

     Asimismo, se perciben ritmos y cadencias en varias aliteraciones que se manifiestan con frecuencia, verbi gracia ‘se acerca y canta’. / ‘Callado el amor / la escucha…’, ‘se abre el abanico, / solo / y en par’. De similar forma abundan los ejemplos de rima asonante: ‘con un beso / le roba el velo’, ‘sobre una nota lejana/ como una flor que desancla’, ‘El niño ufano / se monta / el niño sopla \ una nota’. Y hasta resaltan instancias de rima consonante en ocasiones que refuerzan más aún la musicalidad de las composiciones: ‘que gira y gira al azar / la nota alta / y en par’, en la primera estrofa; ‘se acerca y canta / la espanta’, en la segunda; ‘un clavel sonrosado / el poeta soldado’, ‘La isla muda se mece / en coro se alza y perece’, en la tercera; ‘y el rey león / el corazón, en la cuarta; y ‘Notas / en son / y un giro: / el punto guajiro / arranca’ y ‘Notas altas / y bajas / arranca’, en la última estrofa.

     He aquí la lograda y hermosa sinfonía poética:

 

N o t a s    d I á f a n a s  

                                               Para Aurelio de la Vega, en tributo
a sus “Canciones transparentes”

 

                  I

                  Latente el mago
en la esfera
que gira y gira al azar
cuando la batuta
empina
la nota alta:
se abre el abanico,
solo
y en par.

II

La muerte incauta
aparece
vestida de novia:
se acerca y canta.
Callado el amor
la escucha:

con un beso
le roba el velo
(en fina nota
la espanta).
III

En luto el alma se mece
sobre un clavel sonrosado.
Se abre la mano y tiembla:
arrima un pétalo al pecho
como el poeta soldado.

La isla muda se mece
sobre una nota lejana.
Huye el poeta a la niebla:
en coro se alza y perece
como una flor que desancla.              

IV

El niño ufano
se monta
y el rey león
se despierta.
Si llueve
o se seca el río,
el niño
sopla una nota:
el corazón,
halado,
se enhiesta.
V

Altas,
medias
y bajas.
Notas
En son
y un giro,
el punto guajiro
arranca. (17)

 

     En conclusión, la recién publicada joya literaria de Iraida Iturralde que estudiamos, Preso el antílope (2022), continúa similar derrotero que el ya establecido por el original Hubo la viola, junto con Tropel de espejos y Discurso de las infantas, cuando pone de manifiesto su conexión con la filosofía trascendental de Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman y José Martí, así como por igual el lugar señero que posee la música en su concepción de la vida y la muerte. Asimismo, insiste en su identificación existencial con la naturaleza y con la armonía de la poesía.

     De su relación con el Apóstol de la independencia de Cuba y de su espléndida colección, Ismaelillo (1882), ya teníamos sobrada evidencia en su entrañable tributo a sus hijas en Discurso de las infantas (1997), pero no había sido estudiada de la misma manera la repercusión que Rudolf Steiner ejerció en la autora cubana desde su primera aportación a nuestras letras hace ya más de cuatro décadas.

     La música, en fin, y todo lo relacionado con la misma, se muestra siempre en primera fila en todas sus obras, como por igual la completa dedicación de Iraida Iturralde a la expresión poética de la imagen, ya destacada por el crítico José Olivio Jiménez en el dorso de la portada de su primer poemario.

     Por último, el excelente y sólido estudio de Manuel Gayol Mecías sobre la obra de Aurelio de la Vega y la opinión que tenía de él José Lezama Lima y su acercamiento a Orígenes, refuerza la conexión existente entre todas las artes, tal como se evidencia en el repertorio que nos ocupa, Preso el antílope, en el que la autora nos brinda agudas perspectivas sobre los referidos enlaces.

     Esperamos ansiosos, pues, la próxima entrega de Iraida Iturralde.

 

 

N O T A S

 

[1]   Rudolf Steiner, citado por Iraida Iturralde, Hubo la viola (Hoboken, NJ: Ediciones Contra Viento y Marea, 1979), página 31. Ver también Steiner, Rudolf, Knowledge of the Higher Worlds and Its Attainment, Thinking as a Spiritual Path, The Spiritual Hierarchies and the Physical World, etc.

 

[2]   José Olivio Jiménez, dorso de la portada de Hubo la viola, por Iraida Iturralde. Ibid.

[3]   Theodore Parker, citado por José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, 2 vols. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1971, vol. II, páginas 836-37. Ver a la vez Octavio de la Suarée, “Crecimiento y transformación: Claves para el arte poético de Alina Galliano e Iraida Iturralde”, en Entre Islas. Estudios sobre escritoras cubanas de Nueva York (Editado por Elena M. Martínez y Francisco Soto). Valencia, España: Aduana Vieja Editorial, 2018, páginas 166-190.

[4]    Ídem.

[5]    “Hay verdor y exuberancia”, Iraida Iturralde. Preso el antílope. Madrid: Verbum, 2022, página 18.

[6]     “La danza que nos mueve”, Iraida Iturralde. Preso el antílope…, página 19.

[7]     “Las Montañas Rocosas se aproximan”, Iraida Iturralde. Preso del antílope…, página 34.

[8]     “Entrevista con Iraida Iturralde”, Octavio de la Suarée, West New      York, N.J., 24 de julio de 2023.

[9]    “El revés de la sequía”, Iraida Iturralde, Preso el antílope…, página 35.

[10]    “Goetheanum”, Iraida Iturralde, Hubo la viola…, página 37.

[11]   Ídem.

[12]    Ídem.

[13]    Ídem.

[14]   Manuel Gayol Mecías, Aurelio de la Vega, Impresiones desde la        distancia / Impressions from Afar. Eastvale, Ca.: Palabra Abierta Ediciones,       2020, páginas 74-75.

[15]    Manuel Gayol Mecías, Ibid, página 87.

 

[16]    Manuel Gayol Mecías, Ibid, páginas 56-57.

[17]   “Notas diáfanas”, Iraida Iturralde, Preso el antílope…, páginas 62-64.

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OCTAVIO DE LA SUARÉE

Nació en La Habana, Cuba. Profesor y ensayista. Reside en los EE.UU. desde 1960. Se graduó con una licenciatura de la Universidad de Miami en 1966 y de un doctorado en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) en 1976. En la actualidad es profesor emérito de la Universidad William Paterson en Nueva Jersey, donde enseñó literatura, humanidades e idiomas desde 1973 hasta 2021. Su área de investigaciones literarias es la poesía. Es autor de una docena de obras (La familia Borrero; Ensayos sobre poesía cubana de Nueva York, 1978 1 2018; La obra literaria de Regino E. Boti, entre otros) y más de un centenar de estudios en publicaciones periódicas. Es miembro del PEN Club y en la actualidad es presidente de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.

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