BAQUIANA – Año XXV / Nº 129 – 130 / Enero – Junio 2024 (Narrativa)

VIAJEROS DEL TIEMPO

 

 por

 

Luis Alfaro Vega

 


Equilibrado en mis facultades físicas y mentales, actor y espectador, aquí yazgo, flotando en una aeronave, a diez mil metros de altura sobre el nivel del mar, polvo húmedo con consciencia, surcando el nevado espinazo de la cordillera de Los Andes.

     Callado y mínimo me disuado de estar vivo, al lado de una miríada de sórdidos seres embebidos frente a las pantallas de los televisores, tumulto que ríe las volubles contingencias de los actores.  Rumorosa osadía de cráneos en hilera, uno muy familiar, el mío, timorato intervalo de ser humano que derrocha todas mis fuerzas.

     La película refiere a la historia humana. ¡Somos cósmicos cazadores de aventuras, lumínicas reseñas colonizando el espacio, dándole unidad y congruencia a la materia sideral! ¡Somos volutas de fina arena cruzando imperecederos la infinita plaza cósmica, y la madura cosecha del tiempo, que se decanta como única unidad, barruntada humanamente de pasado, presente y futuro!

     Vamos y venimos en la historia como quien recorre un sendero que se sabe de memoria, pero en el que no está cómodo en ninguno de sus tramos. La contradicción de comportamiento nos deviene inherente. ¿cómo no dudar del designio superior que nos auto endilgamos, si el intrincado laberinto que somos, se cuece obnubilándonos?

     Ingresamos al estrado de la vida por un palpitante ahogo de curiosidad que nos condujo de microscópicas insinuaciones gelatinosas a erguidos y ególatras homo sapiens sapiens. Pávidos traspasamos el telón de la entrada: el recinto estaba envuelto en una neblina oscura, convertido en una descomunal cueva, apaciguada, húmeda y fría. A tientas, golpeando sombras encontramos un espacio apropiado para instalarnos, y con ímpetu colonizamos la esfera.

     Sumido en la suavidad de una resonancia monótona el avión gana el sueño, pero de pronto un parpadeo súbito se encabrita, y los pasajeros percibimos el miedo en el estómago. Entre los presentes se forja un crudo rumor, luego un medroso silencio, esperando contingencias. En soplo repentino se encendieron mínimas lamparitas ambarinas en los pasillos, y aparecieron las hileras de perfiles humanos, ignoto agrupamiento de individuos que con pánico abrió las órbitas de los ojos, expectante. Pero la nave enderezó la ruta y continuó rompiendo con equilibrio la resistencia de los vientos andinos, sobre los blancos picos de espejo.

     Se reanudó el azaroso entretenimiento de una película que relata la historia humana. Reagrupamos los músculos y la imaginación en la trama de la evolución en un planeta que flota en el espacio, constituido mayoritariamente por agua. Nave hogareña como un escenario amplio y benigno en el que cabemos siete mil millones de almas que sueñan, más la incontable cifra de flora y fauna que igual respira y sueña. Nave cósmica que surca los tempestuosos océanos de luz alrededor del sol. A diez mil metros de altura, un mínimo juguete de aluminio se desplaza siguiendo una línea imaginaria con trescientos pasajeros a bordo. Con impulso bravío avanza el cerrado artefacto, soportando los huesos y las ilusiones de los sorprendidos viajeros.

     Tras un extenso minuto de andar a la deriva, dispersos por descampados, montañas y desiertos, incubando entre las tripas un indefinible miedo a lo cercano, al son de un desafío musical los seres humanos nos fuimos reuniendo, y desencadenamos, gente anónima recogida de intenciones, temerosa, pero impulsada por un ansia de trascendencia, en cadencia y sobresalto de un enigma, el inicio de la Historia. Antropológica trama en la que estamos de cuerpo presente.

     La cinta cinematográfica avanza: una pareja se arropó de abrazos a los cuatro vientos y nueve lunas después una nueva forma de vida, homóloga, saturó el aire de gritos que le brotaron desde la íntima desazón de no comprender quién era, adónde había arribado, y lo más cardinal, con qué propósito.

     Los seres humanos nos lanzamos a la inconmensurable tarea de multiplicarnos con vertiginosidad aritmética, y fueron apareciendo, como reflejo de las luces espaciales, colonias de emprendedores individuos pululando en los cinco continentes, sin importar la fiebre bajo cero en los congelados polos, o los espejismos de las calcinantes arenas del desierto.

     En continuado brío fuimos apropiándonos conscientemente de la ostentación y esplendor de los magnánimos sentidos físicos, y con ese rico módulo de inteligencias, más los vientos metafísicos que también concebimos, inflamos el globo de las utopías, entre las que sobresale la de rondar los espacios abiertos alrededor de la Tierra, y de otros planetas en continuada precesión expansiva, sometiendo las multifacéticas formas que en los distantes confines haya asumido la materia.

     La historia tomó curso y los seres humanos nos solazamos como dueños de una esfera que desde el espacio sideral se visualiza como una confitura azul en su invariable elíptica alrededor de un astro luminoso que brilla con una intensidad lumínica cegadora.

     La historia sobre el suelo de esta canica espacial, es la constante batalla entre individuos de todas las filiaciones políticas, raciales y religiosas, auto conceptualizados como la consciencia activa de todo lo que se mueve, dueños de los elementos inertes y orgánicos. Con la disciplina de las colmenas cada grupo se organiza con el mayor arrojo para la arremetida contra otros colectivos que también se organizan para entrar en el juego bélico de ataque y defensa.

     La historia registra que el homo sapiens se ha empeñado sobre todo en perfeccionar las armas: de la quijada de burro, a la honda, a la lanza, a la catapulta, al cañón, a la ametralladora, a la bomba atómica, al internet, pasos evolutivos en el ascenso ególatra de alcanzar formas más sofisticadas de matarnos unos a otros.

     Y en el pasillo de las últimas décadas forjamos la utopía de trascender lo pretérito en perspectiva de colonizar las esferas espaciales próximas, escalón desde el cual se concrete el ancestral sueño de encontrarnos cara a cara con los esquivos extraterrestres, y más allá, interponiendo la fe, con el omnipresente rostro sonriente de Dios.

     Las pantallas de los televisores se apagaron y surcó la reducida atmósfera del avión la modulada voz del piloto dando gracias por la preferencia de la línea aérea e indicando que en unos minutos iniciaremos el descenso.

     Yo, un pasajero anónimo, voluta de humo en la intangible espiral humana, le di mentalmente las gracias al desconocido de la modulada voz, y, repasando mentalmente la película sobre el convulsivo devenir de la vida en el planeta, me dispuse a desabrocharme el cinturón de seguridad para bajar a ras de suelo, donde, sin otro albur, tendré que continuar con el ajetreo de alternar defensa y ataque en la lucha de la vida.

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LUIS ALFARO VEGA

Nació en Santa Bárbara de Heredia, Costa Rica (1961). Poeta y narrador. Es licenciado en sociología por la Universidad de Costa Rica (UCR). Ejerció por muchos años su profesión de sociólogo en diversas instituciones. Ha publicado en poesía: Poética de la muerte (Editorial Oro y Barro – ECR, 1998); Libo (Ediciones Colección Acosta – CR, 2000); Cabálicas (Ediciones del Valle – CR, 2006); y Luces y sombras de otro tiempo (Corporación Educativa para el Desarrollo Costarricense, 2009). Ha publicado en narrativa las novelas: Los tristes pájaros del parque (Ediciones Oblicuas – Barcelona, 2018) y El Legado (Editorial Montemira – Sistema de Información Cultural de Costa Rica, 2019). Ha recibido menciones en diversos certámenes internacionales de literatura, como el Concurso de Poesía Literarte en Argentina.

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