BAQUIANA – Año XXIV / Nº 127 – 128 / Julio – Diciembre 2023 (Reseña I)

SOBRE NIETZSCHE EN ESPAÑA, DE GONZALO SOBEJANO

 

 por

 

Guillermo Arango

 


Nietzshe en España - portada en color ajustada 250 X 430

 Editorial Gredos
Madrid, España
ISBN: 978-8-424936-08-2
708 páginas
(1967)

Uno de los tratados más eruditos e interesantes sobre las letras españolas del siglo XX, es el estudio de Gonzalo Sobejano Nietzsche en España, publicado por ediciones Gredos, en 1967, con una segunda edición, ampliada, en 1973. Es un sólido, robusto volumen de cerca de 700 páginas, y hasta no hace mucho, ambas ediciones, difíciles de conseguir y de conseguirlo, a un precio exorbitante.

     El tema del nietzscheísmo en España fue, por mucho tiempo, extraordinariamente difícil. Porque mayor dificultad que la virginidad de un tema lo es su frecuentación a medias, es decir su manoseo y su semiocultación por el tópico. Abundan así temas desfigurados a fuerza de idea fácil. El del influjo de Nietzsche no lo ha sido menos. Durante medio siglo largo se vinieron argumentando iguales esquemas, no todos falsos, sin embargo. El proyecto capital era cierto: el reconocimiento de su influjo. Lo que convirtió en lugar común esta verdad fue la falta de investigación, su admisión por traspaso, sin pararse a fijar límites y características. Pero dos tópicos paralelos se habían ido repitiendo sin base cierta: la que la influencia de Nietzsche había sido tardía, y el que las traducciones al español habían sido todas malas. Tengamos en cuenta que la primera traducción fue Así hablaba Zaratustra (Also Sprach Zarathustra) que data de 1900.

     El estudio de la influencia de un determinado autor puede hacerse desde varias posiciones: desde la zona influida o desde la obra que influye. A este último punto de vista correspondería un método temático. Al primero, uno cronológico. Este es el adoptado con rigor por el profesor Sobejano, que divide su estudio en tres partes: generación del 98, generación de 1914, y “generaciones posteriores” (1927 y 1939). A su vez, cada una de estas partes se compone de un triple estudio: el examen de la crítica del periodo correspondiente en torno a Nietzsche y de las traducciones de sus obras; la enumeración de testimonios y juicios, contemporáneos o posteriores, a cerca de dicha influencia, y la influencia probablemente dicha, con el análisis de aquellas obras.

     Sería tarea inútil comentar paso a paso los capítulos de este vigoroso estudio, como ligereza intentaremos ofrecer una impresión general de su contenido. Para lo primero, en detalle, basta con referirse al libro en cuestión. Para evitar caer en lo segundo es necesario recordar que esta historia de más de medio siglo de las letras españolas supera el interés erudito del estudio de una influencia, o de un ejercicio, por muy riguroso que sea, de literatura comparada. De lo que se trata, en definitiva, es del espíritu y de la letra, del alimento y de la circunstancia literaria, ideológica y aun política que ha mantenido, informado y hecho a los españoles de hoy, quiéranlo o no, guste o no guste. Es su herencia y, como todas las herencias, es dable el repudiarla. Pero hay que tener consciente de que al rechazarla no queda otra. Es en este sentido como cobra significación auténtica la postura de Giménez Caballero.

     A riesgo de incurrir en un esquematismo extremado, es necesario —aunque sólo sea para justificar estas líneas— esforzarnos en la búsqueda de un elemento último que represente el nexo entre el pensamiento nietzscheano y el de los hombres de letras. ¿Cuál es, en último grado, al alcaloide final, la cifra última de este influjo?

     No tendrá un sentido estético, desde luego. Aunque en determinados casos haya habido un influjo de las teorías estéticas del pensador de Sils-María, no puede hablarse de una influencia general. Tampoco, rigurosamente, de las ideas religiosas —o antirreligiosas— del filósofo alemán, salvo en contadas figuras como en Ángel Sánchez Rivero —que a propósito conocía el alemán— o, más vagamente, en Unamuno. Ni tampoco en los aspectos rigurosamente filosóficos recogidos, en todo caso, por un Ortega. Esta reducción nos limita a la esfera ética y, en especial, a la política.

     ¿Es lícita la oposición entre Nietzsche y Marx como entre dos posibles centros alrededor de los cuales ha gravitado el desarrollo político de nuestra era? Sobejano así lo acepta, para terminar afirmando que la juventud contemporánea ha adoptado al segundo, es decir, que el futuro pertenece a Marx —o sea a Hegel— y no a Nietzsche. Pero queda la sospecha de que, muy en el fondo de dicha alternativa, persiste la atribución a Nietzsche de una paternidad involuntaria y postiza: la del totalitarismo europeo de los años 30, nacionalsocialismo y fascismo. Aparte de la diferencia primordial del antihegelianismo de origen en Nietzsche, hay en ambos pensadores una postura final de repudiación del liberalismo, de antidemocracia, entendida la democracia en el sentido ochocentista y tradicional. Y es en este punto, en este residuo final, donde para Sobejano se aparece la conexión entre las teorías nietzscheanas y un abigarrado conjunto de posiciones políticas españolas, vigentes en un momento u otro rigurosamente coetáneas: anarquismo, tradicionalismo, falangismo.

     Desde un inicial panorama literario hemos ido a parar a la realidad política del siglo. Pocos libros como este demuestran cómo no sólo es absurdo, sino imposible, trazar límites entre “literatura” y “vida”, o “pensamiento” y “acción”. Así como toda posición estética puede traducirse, al fin, en una postura ética, igual puede reducirse a una política. Es posible que este libro haya indignado a unos y amargado a otros. Que a unos le irriten las frases anunciadoras de un cesarismo que preferirían olvidar y que a los de enfrente les disguste el tratamiento de tal o cual pensador.

     No es menester insistir en las circunstancias históricas en que se produjo el advenimiento de Nietzsche a España. No hubiera sido posible escoger momento más crítico, ocasión más propicia para el cultivo y propagación de los que muchos analistas consideran pacatamente como nocivos gérmenes, que los años inmediatamente posteriores a lo que se llamó “el Desastre”. Como con otros hechos históricos cuyos efectos y mitología son inconmensurables con su auténtica gravedad, la pérdida de los restos coloniales sirvió para cristalizar súbitamente bajo un signo negativo cuanto venía arrastrándose de lustros atrás: la rutina, la ineficacia y el adocenamiento de la Restauración. Ningún tónico mejor que la mezcla de aristocratismo y de anarquía, de rebeldía y de pureza, de exigencia y de voluntarismo que el pensamiento de Friedrich Nietzsche significaba. A esto había que añadir su carácter germánico, de siempre tan prestigioso entre los españoles, y aun un toque de demonismo y demencia, aunque fuese agregado ficticio o novedoso.

     Que la generación del 98 fuera la que recibiese más intensamente el deslumbramiento, o la iluminación nietzscheana, es un hecho de sobra conocido. Para ninguna otra generación posterior significó tanto Nietzsche ni para ninguna otra representó su pensamiento, abrevado de forma directa y fresca, tal iluminación y autodescubrimiento.

     En primer lugar, presente ya en Ganivet, el filósofo alemán ocupa una posición de desasosiego en el pensamiento de Unamuno como es patente en Civilización y cultura.  Junto a la patente influencia, tanto en el pensamiento como en la expresión, incluso formal —en Vida de Don Quijote y Sancho (1905), por ejemplo—, como el héroe manchego haciendo de ejemplar “superhombre”, coexiste su constante repudiación y censura del pensador alemán. Por otra parte, lo que más arrima los ensayos de Unamuno a los de Nietzsche es la manera, el estilo: un modo de pensar-escribir como si se estuviera hablando a un alma de tú, con arrebatos, rápidas explicaciones de suma lucidez, elipsis, bruscas transiciones, imágenes enérgicas y netas. Veamos estos textos:

               NIETZSCHE: «Aquí se pudren todos los grandes sentimientos (…) ¿No sientes

               ya el olor de los mataderos y de los bodegones del espíritu? (…) ¿No ves las almas

               cargadas como pingajos y sucios…?»

               UNAMUNO: «La ramplonería ambiente que por todas partes me acosa y aprieta (…)

               las salpicaduras del fango de mentira en que chapoteamos, (…) los arañazos de la

               cobardía que nos envuelve…»

     Pero tal vez el influjo más declaradamente hondo, más sentido, lo encuentra Sobejano en escritores como Ramiro de Maeztu, Baroja y especialmente Azorín, quienes expresan admiración sobre el heroísmo espiritual del filósofo.  De 1899 es Hacia otra España donde don Ramiro apunta, dentro del afán aforístico del filósofo: “Nietzsche no encuentra la limpieza del alma en el saber sino en la creación”. En Camino de perfección, Paradox, rey, Baroja incorpora aspectos del pensamiento de Nietzsche: «Vivamos hechos unos bárbaros. Vivamos la vida libre, sin trabas, sin escuelas, sin leyes, sin maestros, sin pedagogos, sin farsantes». Azorín, siempre de la mano de Nietzsche, defendiendo el influjo de vitalidad del arte, su interior concreción apolínea y la mutabilidad fecunda de las formas de expresión. Fue un hombre este de afectos y simpatías constantes —en lo personal, se entiende, no en lo político—, guardando una fidelidad fervorosa a la figura y la obra de Nietzsche; es decir, no sólo en los momentos de rebeldía y crítica del comienzo de su carrera, sino en aquellos otros, aparentemente más inocuos, estáticos y aun sibilinos, con que acabó su trayecto. Sobejano aduce, sin intensión exhaustiva, ejemplos de Azorín de hasta 1942, y no sería probablemente difícil encontrar menciones más tardías. Lo que en Azorín fue un rescoldo permanente en Maeztu tuvo el impacto de un incendio, y es sabido de sobra el entusiasmo de neófito nietzscheano —La crisis del humanismo, entre otros trabajosque al comienzo de su carrera le poseyó. Pero el influjo no acabó entonces, y en la llamada “teoría de la Hispanidad” (1934) siguen vivas y efectivas patentes huellas nietzscheanas.

     Debe mencionarse, de pasada, que Sobejano adopta ante el problema de la coexistencia de dos tendencias conexas, pero distintas, como son “98” y “Modernismo”, la opinión más sensata: la de que no se trata de dos movimientos opuestos, sino emparejados y aun emparentados, sincrónicos, pero no antagónicos. Piénsese en el número de autores cuya adscripción a uno u otro grupo ha permanecido insegura o confusa, tan pronto incluyéndolos en el 98 como en el Modernismo, con Valle-Inclán como el ejemplo más inmediato. La distinción entre una y otra tendencia se encuentra, más que en una oposición, en una disparidad de fines: una preocupación eminentemente ética, en los del 98; un predominio del interés estético, en los modernistas.

     La guerra de 1914-1918 —hecho histórico que sirve para agrupar y dar nombre a la generación literaria inmediata, la de Ortega, Gómez de la Serna, Pérez de Ayala, D’Ors, como generación de 1914—, produjo una alteración en la vida intelectual peninsular de efectos más sutiles y complejos que el propio 98. Es aparentemente de menor trascendencia, y, sin duda, de menor influencia notoria, ya que la conflagración europea se produjo periférica y ajena a España. Sin embargo, el hecho de la neutralidad española fue lamentado por más de uno de los intelectuales. Pero por periférica que fuera, los escritores españoles no podían permanecer ajenos a un conflicto cuyas llamas estaban, literalmente, lamiendo las fronteras. Se produjo, así, la división tajante entre aliadófilos y germanófilos. Es decir, mientras que un conflicto propio como el del 1898, había servido de aglutinante —y la razón, a parte de otras, de tipo psicológico o ético, es que en 1898 ni podía haber más que una postura: la de repulsa, crítica y sacrificio, sin alternativa posible—, un conflicto ajeno actúa como motivo de división. Es el primer contacto de una discordia, de una oposición absoluta que en aquel entonces no pasó del papel y de la tinta, pero que hoy podemos ver como anuncio de otra, mucho más grave y definitiva, veinte años después.

     Como puede suponerse, la figura de Nietzsche y su pensamiento no podían queda al margen entre germanófilos y aliadófilos. Pero su utilización por unos u otros es subsidiaria e imitativa: sirvió como un proyectil polémico más de los que se cruzaban de trinchera en trinchera. Como alemán y exaltador de la fuerza y de la voluntad de poder, por un lado, como crítico acerbo de lo germánico en su peor imagen, por otro, Nietzsche sufrió entonces entre los españoles, para Sobejano, una de tantas adulteraciones y aun prostituciones doctrinales como su pensamiento ha tenido que padecer después.

     Lo que se llamó en aquel momento la “Gran Guerra” vino también a alterar sutilmente la postura del hombre español ante Europa, a modificar la relación entre los dos. El famoso remedio del “mal de muchos” vino a atemperar las dudas del español a cerca de sí mismo y de su país. La suposición ingenua de que los “países avanzados”, con un sistema político efectivo y una poderosa economía, estaban por encima de cometer errores y locuras tales como aquella guerra insensata, quedaba comprobada como lo que era: una pura ingenuidad. Las voces de los profetas europeos no tenían por fuerza que ser infalibles. Y así como a Nietzsche se le había motejado incontables veces entre ellos de “falso profeta”, profetas mucho más falsos que él —como Spengler, no sólo por lo portentoso y fatuo de sus previsiones, sino por la debilidad y facilidad de ellas— iban a arrebatar, sino el genio, sí el brillo de novedad que hasta entonces había aureolado la figura del filósofo alemán.

     Ello no significa, por supuesto, que el influjo acabe. Sobejano rastrea huellas nietzscheanas en el Gómez de la Serna juvenil y en la obra central de Pérez de Ayala: Troteras y danzaderas y La pata de la raposa. Claro que más importante que los reflejos secundarios en estos autores dedicados a la pura creación literaria es la huella de Nietzsche en Ortega. Huella en el estilo, huella en más de una frase de corte aforístico y huellas en la base de la teoría de la razón vital. Es, sin embargo, el escritor de la generación de 1914 en quien la influencia del filósofo alemán es más extensa, intensa y trascendental. Ya en sus primeras publicaciones que datan de 1902, cita frases de Die Fröhliche Wissenschaft y Morgenröte, y añadiría en años posteriores aquello de que “Nietzsche nos fue necesario”.

     Un Leitmotiv en el pensamiento de Ortega consiste en la distinción entre la vida ascendente y la vida descendente que Nietzsche expresó en varios lugares. Así, muchas observaciones del alemán encuentran eco en el español, como al expresar su perspectivismo Ortega se refería al de Nietzsche en Der Willie zur Macht, diferenciándolo en cuanto pide una integración de las perspectivas y cree que “Dios es la perspectiva y la jerarquía”.

     Pero si en Ortega Nietzsche es una influencia, no es la influencia capital: la de Wilhelm Dilthey, otro filósofo alemán novecentista, sería más importante. Pero este Nietzsche a través de Ortega pudiera ser una de las concausas de la doctrina del fascismo español, en la que inciden reflejos nietzscheanos procedentes de otras fuentes directas, como el fascismo italiano y el nacionalsocialismo. Es indudable que sobre los miembros de la generación siguiente —que Sobejano, acudiendo a la determinación cronológica de otro cataclismo de la vida española, califica de “1936”—, planea, quiérase o no, la sombra de Ortega, por la simple razón de que la del filósofo madrileño fue la influencia absoluta que dominó la Universidad española en los años de la Dictadura, años de la formación de todos ellos. Sobre el influjo directo o indirecto de Ortega acerca de la doctrina del fascismo español nada se determina en este estudio de Sobejano, por ser materia aparte. Pero tal influjo pudiera ser de estilo y frase, más que nada porque el estilo y la frase orteguianas eran el vehículo en boga de aquellos años para toda expresión ideológica de cierta calidad, vehículo que, por cierto, nadie ha logrado, ni intentado siquiera superar hasta la fecha. Pues son estos universitarios de la generación de 1936 los primeros que, en conjunto, transitan por Europa, y muchos de ellos se forman en la Alemania de mil novecientos veintitantos, años de la fermentación del nacionalsocialismo.

     Para Sobejano en generaciones posteriores como la del 27 o la del 36, el reconocimiento exacto del influjo posible de Nietzsche se hace difícil por dos razones: primera, poque la obra de Nietzsche está ya incorporada al equipaje cultural de todos, directa o indirectamente, en grado mayor o menor; segunda, porque entre el filósofo alemán y esos individuos ha habido mediadores: los noventaiochistas, Ortega, las ideologías políticas de fuera. Por otra parte, estas generaciones de signo lírico dominante no fueron los poetas sino los prosistas quienes se manifestaron más abiertos a la memoria del pensador de Sils-María.

     El detalle y la erudición que revelan el estudio de Sobejano son admirables. En cuanto al contenido, vale citar que medio centenar de páginas le son adjudicadas a Unamuno; casi otro tanto a Baroja; un buen número a Azorín y a Ortega. Y téngase en cuenta que se ha ahorrado toda repetición de teorías o precisiones hechas anteriormente por otros estudiosos de la materia. Por otro lado, Sobejano, ha dado entrada en su estudio a lo que ha solido llamarse “infraliteratura”, y con ello demuestra estar de acuerdo con que no todo aquello que literaria o académicamente es despreciable, lo sea también desde el punto de vista sociológico. El pensamiento de Nietzsche, o sus imitaciones populares, a veces recibidas por simple transmisión oral —es decir, a través de peroraciones de tertulia o café—, dieron pábulo para los ejercicios manuales de gentes extrañas, de raros, de novelistas exacerbados por la “pasión de la carne” y por la exaltación de la vida y del amor, ideas que por misteriosas razones solían ser expresadas en el más pedestre de los estilos. Son estos los últimos vislumbres de la hoguera de Nietzsche, interesantes para comprobar qué extensión, sino profundidad, llegó a tener su influjo en el pueblo español.

     Entre los conocidos y los no dignos de recordarse median las figuras que no son ni lo uno ni lo otro y a ellas dedica Sobejano la debida atención. El libro acaba con la afirmación de que la influencia de Nietzsche ha dejado de ser efectiva, por lo menos para el inmediato y previsible futuro. Es cierto que hoy en el siglo XXI, Nietzsche se antoja para muchos muy enraizado en el XIX. Con frecuencia ocurre que las —en su tiempo— consideradas posturas de rebeldía contra determinados movimientos o estilos, vienen a representar a veces, con mayor vigor, las características que parecían repudiar. Es probable que, para muchos, el filósofo alemán aparezca hoy como un gran romántico, aquel que entrega a las generaciones futuras la esencia viable del romanticismo, por más que lo detestase y luchase contra él. Pero a esta imagen caprichosa le conviene un correctivo. Si la obra de Nietzsche no significase más que la culminación de un proceso cerrado sería justo y posible archivarla. Pero esto es precisamente lo que no es. Nietzsche no es el final, sino el principio, perdido quizá en una confusión de límites, de un proceso de reversión de valores, proceso que no sólo no ha terminado, sino que se encuentra en sus comienzos.

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GUILLERMO ARANGO

Nació en Cienfuegos, Cuba (1939). Es poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Cursó estudios de Arte, Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva (Cuba) y de Creación Literaria en la Universidad de Loyola (Chicago). Por muchos años se dedicó a la enseñanza universitaria. Ha ejercido por igual la crítica cinematográfica. Ha publicado siete libros de poesía, siendo el más reciente Ceremonias de amor y olvido (Linden Lane Press, 2013). Ha publicado tres libros de relatos bajo el sello de Ediciones Universal: Gatuperio (2011); El año de la pera ─ tradiciones, relatos y memorias de Cienfuegos (2012); y El ala oscura del recuerdo (2013). Ha publicado un libro de ensayos literarios Visiones y Revisiones (2020) y siete libros de obras teatrales bajo el sello de Ediciones Baquiana: Teatro ─ Todos los caminosNube de verano, La mejor solución (2016); Teatro II ─ Los viejos días perdidosEntre dosEncuentro, Ensayo de un crimen (2017); Teatro III ─ Retablillo del amor rey: Un testigo veraz y La petición de Rosina, Una proposición decente, Las dos muertes de Gumersindo el indiano, Romance de fantoches (2017); Teatro IV ─  Mañana el paraíso, Noche de ronda, La corbata roja, El uno para el otro, Mi hermana Vilma, Dos trenzas de oro, El plato del día, Espejismo, Coto de caza, Los pescadores (2018); Teatro V ─ AdagioUn lugar para vivirLa ruta de las mariposasEl parque de las palomasEl viento que pasa (2019); Teatro VI ─ Hoy es siempre todavía, La recepción, La familia de Adán, Propiedad en venta, A la luz de un relámpago; y Teatro VII ─ Un día de reyes, Esos juegos del amor, Una corona de flores  (tres comedias en tres actos). Ha sido becado en tres ocasiones por la National Endowment for the Humanities. Ha sido ganador de premios en las categorías de poesía y narrativa. En el 2008, su pieza dramática Todos los caminos, fue galardonada con el Premio Internacional de Teatro “Alberto Gutiérrez de la Solana”, auspiciado por el Círculo de Cultura Panamericano en Nueva Jersey. Ha publicado y presentado trabajos de investigación literaria en revistas y congresos nacionales e internacionales. Es miembro de diversas organizaciones literarias y profesionales. En octubre de 2016 le fue concedido el Premio Ohio Latino Award por su excelencia literaria. Reside desde hace varias décadas en el estado de Ohio, EE.UU.

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