________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
JOAQUÍN BADAJOZ
Nació en Pinar del Río, Cuba (1972). Escritor, crítico de arte, editor y periodista cubanoamericano. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la American Comparative Literature Association (ACLA), de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP) y de la National Association of Hispanic Journalists (NAHJ). Es coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (Santillana/ Instituto Cervantes, 2008), Hablando bien se entiende la gente (Aguilar, 2010), Diccionario de Americanismos (Santillana/ASALE, 2010), y Diccionario de la Lengua Española (Trigésimo tercera edición, Espasa, 2014) entre otros. Es autor de los libros de poesía Passar Páxaros/ Casa obscura, aldea sumergida (Hypermedia/ANLE 2014) y Cántaro (Hypermedia Americas, 2022). Reside en Manhattan, Nueva York.
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
PASSAR PÁXAROS
Toda la noche estuvimos oyendo passar páxaros.
Cristóbal Colón. Diario.
Oyendo pasar sombras,
leves ventiscas de resurgimiento,
para ascender como la llama, leve,
para poder ser aire y ocupar los sitios
que pasarán inadvertidos.
Pájaros de trueno, si tuviera alas
disfrutaría el vértigo del ave que se cierne
soportando el peso del azul sobre la espalda.
Ahuyentado por el hueso del árbol,
por sus copiosos racimos de sangre,
me posaría sobre la eternidad
que es continuar volando.
Todo hombre ha descubierto mundos,
sabe lo que perdió
y lo que como un ave de cetrería se avecina.
Ha sentido dolor, esquirlas de obsidiana,
el fuego de las lenguas abrazándole las piernas.
Al cerrar los ojos solo recuerda el fogonazo,
el hilo del relámpago que corta como un látigo.
Para descubrir no basta levitar,
ser el ojo de furia
donde empasta el aceite
su contenido rancio,
es preciso quebrar los velados encierros
hacer profesión de su drama en la máscara.
Mientras en la manada humana comulgues,
siempre oirás pasar pájaros
rompiéndose como trombas sin música,
preludio de la nada que antecede
al hallazgo donde todo se pierde.
AMNESIA
En la pupila reflejada en la gota
otra gota más tenue y profunda,
otro ojo que a su vez se vacía en una lágrima.
Exprimido dolor que se evapora
para que no quiebre el corazón.
Si has mirado a través de los hombres,
bajo sus párpados transparentes,
estás contaminado de la misma epidemia.
Nada de lo que verás o te será dicho
podrás usarlo para alcanzar la eternidad.
La sabiduría es una coraza inútil
que no protege del olvido,
una corona que te hace vulnerable.
El ignorante escribe con una fiebre tenaz
que lo ciega.
Sacudido su cuerpo de músculos y huesos
sobre el que no tiene voluntad.
De su mente zarpan las conjeturas,
las palabras falsas se parecen tanto a la verdad.
Sobre ese mundo imaginario
se ha levantado esta casa.
Una estructura sólida, desolada,
como la primera ciudad que construyó Caín
sobre la tumba de su hijo Enoc.
Todos llevamos sangre adulterada.
Después de ver los ríos subterráneos,
las mentiras tan íntimas y absolutas
que ya no son mentiras,
uno se seca y enmudece.
Debe enterrarse la memoria,
ganarse como si fuera un premio el olvido.
La literatura y la política
pueden surgir con suerte de esa amnesia.
JUDAH LOEW DEFIENDE LA JUDERÍA DE JOSEFOV
Un hombre acorralado, armado solo de palabras,
puede engendrar un monstruo más grande que su miedo,
hilvanar los cuerpos de los que lo rodean,
atraer como un imán humano energías desconocidas
hasta tejer una masa compacta
inexpugnable como un muro de piedra.
Un hombre a punto de perderlo todo
suele recibir estas revelaciones.
Por ejemplo, que una clavija indómita toma forma en tu mano
cuando has llegado al hueso de la palabra.
Detrás se esconde un mundo de energías caóticas
a punto de estallar.
Un mundo que se abre,
una llave que te dieron desde la infancia
para que la pulieras hasta entrar en la cerradura.
La palabra hecha carne
tiene una fuerza muda que a todos nos aterra.
A LA MANERA DE MORDECHAI HIJO DE ABRAHAM
Para Daniela
Hija mía,
aunque los perseguidos sean otros,
el día llegará en que seamos nosotros
los atrapados en la jaula de la angustia,
animales desnudos corriendo
con la ropa envuelta bajo el brazo
mientras la húmeda respiración se vuelve
un látigo en la espalda.
La mordedura del áspid se replica
al besar la mano equivocada.
Por camino de arrieros
he visto pasar la procesión,
mujeres de perfil esquivando el dolor,
oteando dulces panoramas.
Hija mía, llave dentro del pan.
Segula, semilla que germina,
grano de trigo sarraceno.
Debajo de esa corteza suave
crece una mujer que puede ser el árbol Yggdrasill,
la columna que sostiene esta noche cerrada,
una hogaza caliente y definitiva como el asombro.
Entre avispas y abejas, labores y guerras,
te pensé.
Eras menuda y distante,
y el corazón se desbordaba por tus ojos.
Cinco siglos de sangre llegan a ti,
confluyen en la marea indómita que eres.
Niña mía, ovillo de mi ombligo,
vuelve sobre tus pasos,
aférrate a ese hilo de caprichosa gramática
que va construyendo rasgos,
laberintos de una estanza fugaz como un versículo:
muriendo cada muerte ajena es que te salvas.
FLAVIO JOSEFO FRENTE A LOS INCENDIOS
Ah, las destrucciones, me pregunto si es nuestra vida apenas
un catálogo de lo que vamos perdiendo.
Hemos heredado encrestas desolaciones, mandobles, alfanjes,
un daguerrotipo austero como una foto antigua,
en que los rostros de los muertos se difuminan.
Somos testigos de las catástrofes, de ese placer del hombre
por arrasarlo todo en nombre de un amor una idea un empeño
una locura críptica como el caparazón de un coleóptero.
José, el hijo de Matías, no duerme por las noches,
el insomnio, trepidante elefante sobre el pecho, le provoca arritmia.
Embalsamado, boca arriba sobre el heno del tálamo,
una piedra militar en la que cada día se siente más solo.
La lija del desierto, el sudor, la sed, lo mantenían
zurciendo palabras, excusas, descripciones,
insoportable letargo del que presencia un crimen.
(A esa manera suya de espantar demonios
veinte siglos después la llamamos historia).
¿El dato que oculta el ojo, sostiene la lengua
al vaciarse en el hielo, dejará de ser asombro,
contienda entre el testigo y su pavura?
Siempre miente el que escribe, siempre cae
del lado heroico del sobreviviente.
Salvo que se deje habitar, se vuelva infierno.
Desde las troneras de Siracusa, Yosef bar Mattityahu
vio llegar las máquinas de Arquímedes,
los escorpiones de Vitruvio, balistas, catapultas y arietes,
artefactos macabros de la guerra,
como otro Josef vería los panzer avanzar
sobre la judería de Varsovia.
El mismo final, las llamas se lo tragan todo.
El exilio y la muerte y el suicidio.
Cuando un hombre canta a una mujer,
una pequeña casa con su olor a sopa de vegetales,
la risa de sus hijos, son sueños tangibles
son más que palabras susurradas al oído.
Pero si el amor se torna llanto
y ese mundo de piedra se desvanece,
no habrá rama que endulce el agua amarga de tus ojos.
Sentados, como Josefo,
espejean tras las lágrimas hogueras reverberantes,
un único incendio que se replica, metafórico y fugaz,
nos persigue.
Josefo llora, no por la Jerusalén que sabe resucitará avefénica,
sino por la anónima casa,
el tranquilo huerto en el que no verá crecer sus hijos,
los fantasmas personales que no puede exorcizar entre sus crónicas.
EZRA POUND RECITA EN UNA JAULA
Out of all this beauty something must come.
Canto LXXXIV, The Pisan Cantos, Ezra Pound.
El mes más corto del año no es febrero, sino aquel de 25 días
en el que el poeta Ezra Pound vivió cautivo en una jaula a la intemperie.
El hombre que cantaba poemas económicos
viene a mí como la ninfa de Hagoromo,
como una corona de ángeles en la tarde nublada de Taishan.
Más loco que una cabra, con esa cordura de los locos de remate.
Hablando lenguas viene, legiones de poetas, difuminados en su Pentecostés.
Cuerpo que arde, percute la piel hinchada bajo el tambor solar,
Mitra encarnado, poeta encinto, lunático de tanta luz
que se le filtra por los párpados.
Canta el poeta los mundos que acompaña, desciende tenue a los infiernos,
resucita, otras voces le responden mientras calla.
Trueca paños por piaras de cerdos al cambio nominal,
habla de préstamos federales, bancos, miserias financieras
más duras que esa jaula reforzada de barrotes como clavículas,
de tendones de acero que se confunden con su cárcel natural.
Encierro que otras veces, alucinado, ha logrado el poeta evadir.
Ezra Pound parpadea, anochece, la fiebre del sol se desborda por los ojos.
En cada parpadeo pasa un día con su noche breve.
Es el escriba de los siglos, el escribano insomne.
Los demonios le susurran sinfonías, le destapan hormigueros,
le hacen el sexo ínclito contado por legiones.
“Para algo debe servir toda esta belleza”.
Un poeta común escribe alguien en una bitácora.
Un enojo, una crítica que se me antoja un halago.
¿Y es que hay algo más difícil que un poeta común y corriente,
un retozo mínimo de la palabra?
Ese mes fue todo un año: una vida.
Shavuot, fiesta de las semanas, glosolalia.