BAQUIANA – Año XXIV / Nº 127 – 128 / Julio – Diciembre 2023 (Cuento III)

UN CAFÉ FRÍO, EN UNA MAÑANA FRÍA

 

por

 

Antonio Raymondi Cárdenas

 


     Un café frío, en una mañana fría. Los pies fríos, una sopa sin sal, una tarde insípida y un olor fatal. Las manos vacías. No hay azúcar, no hay condimentos, no hay consomé. ¿Cuándo se terminó el buen olor? Olía a aceites, a perfumes, a caricias, no existía rutina ni sudor que aplaque el buen olor, el buen sabor. Los pies suaves, tiernos, lampiños, eran tibios y tenían una miel que parecía eterna. Una risa, una sonrisa, un aliento fresco, un diminutivo de su boca rosada. Las uñas siempre blancas, el pelo siempre negro, la piel siempre canela, ¿cuándo cambió el color? Era imposible esperar una curiosidad inoportuna, una mirada fisgona, una idea malintencionada, una desconfianza, una lisura, una maquinación. Era imposible.

     Después de 730 días todo parece oscuro, vacío, negro. Solo tu presencia suple, solo tu existencia ocupa. La esencia pequeña de ella, también ilumina el cielo ennegrecido. Cuando tomaba sus manos párvulas y nos echábamos a andar por un malecón, por una playa o por un balneario. Sus palabras, sus gestos, su voz, su vida dependiente yo la supe cargar. La tomé con una palma y entendí que hay vidas por encima de las nuestras, por encima de nuestro tiempo, de nuestro espacio, de nuestro universo. Si las heridas aún abiertas te indican que debiste morir hace mucho e injustamente el destino te mantuvo vivo, entonces entiendes que nadie más merece ser herido, ni vivir esperando la muerte o morir despreciando la vida. Su felicidad, en su cuerpo pequeño, dependía de uno grande, su sueño, su risa, sus ilusiones, su personalidad, todo de sí aún es dependiente. Es injusto. Pero la vida tristemente funciona así. No lo dudé. Desde el primer día mi palma sigue abierta, cargando ahora 2920 días, sin cansancio, sin arrepentimiento, sin dolor, sin amargura, porque lo merece, porque no tiene culpa, porque no pidió adquirir vida, porque nada debe ser injusto para ella, pequeña.

     Después de 730 días, aunque el día sea frío, la tarde sea gris y la noche sea negra, tú lo sustituyes todo. Absolutamente todo. Contigo es diferente, porque tu felicidad depende solo de mí. Es injusto, lo sé, pero la vida funciona así. Somos frágiles al nacer. Somos emocionales, somos alma, somos espíritu, y tu vida, tus años, tu cuerpo, tu barba, tu voz, tu espalda, solo será dura como un tronco y bella como una rosa, por mí. Pero, ¿acaso soy la mejor fuente de vida para tu destino? Aún, creo que no. Solo sé que, si río, ríes, si bailo, bailas, si corro, corres, si leo, lees, si escribo, escribes, si pateo un balón de fútbol, pateas un balón de fútbol, si canto, cantas, si aplaudo, aplaudes, si no lloro, no lloras, si no insulto, no insultas, si no golpeo, no golpeas, si no caigo, no caes.

     No sé si la felicidad se enseña solo con felicidad. Pero si acaso puedo inventar un mundo de alegría, solo para que no mires el mundo de heridas, quizá sea, por ahora, mejor. Heridas como las que aún guardo, que no cierran, que me arden día a día, que me queman, que me golpean como cada noche cuando nací, cuando crecí, cuando lo vi morirse, cuando me pidió agua por última vez, cuando me vi morir cada instante. No cicatrizan. Pero no quiero que observes aquello que puedes ver mañana, con barba, con canas, con arrugas. Quizá lo malo tiene su tiempo, y aún no es tiempo que lo veas. ¿Cómo ser noble, sin ser tonto? ¿cómo ser bueno, sin ser débil? ¿cómo ser amable, sin ser ingenuo? No lo sé, aún. Solo sé que, tal vez, sea correcto mostrar en mi pecho, en mi rostro, en mis manos, la práctica del lado blanco, noble, bueno y amable, y con la teoría de mi boca, contarte lo tonto, lo débil y lo ingenuo de la gente.

     No estoy solo, siempre he cargado con un rostro que no es el mío, una conducta, un perfil, una mente, una idea, que no es la mía. Me fue impuesta con sangre y manoseada con pesadillas. No soy yo, soy quien forzaron ser. Soy quien tomaron del cuello y lo arrastraron por kilómetros sobre una áspera calzada, hasta arrancarle la piel. ¡Vamos a endurecerlo!, decían sus puños inconscientes y sus oscuridades instintivas, pero no pudieron. ¿Hubiera sido mejor entonces haber endurecido y creer que todo fue correcto? Hubiera sido mejor. No existirían nostalgias ni penas, ni consciencia de la realidad, ni del resultado superpuesto. Hubiera golpeado, reaccionado, insultado, enfrentado, hubiera seguido mi instinto y, quizá, sería un bastardo feliz.

     Pero nada de eso importa hoy. Ahora cargo, en mi palma callosa (conscientemente callosa), como una flor, como un conejillo pequeño, como una cáscara de huevo, dos vidas más: una es mía y la otra casi mía.

     Después de 730 días, sigo pensando cómo hacer para no ser yo. Mi yo me estorba, me impide, me persigue, me hiere. Mientras la mitad de mí camufla heridas injustas, la otra mitad inventa el yo que debí ser. Ese segundo yo se muestra como un cantante, un bailarín, un bongonero, un pintor, un escritor, un científico, un hijo, un espíritu fuerte, un alma amorosa. Y ese yo, ese segundo yo, que reviste una gruesa capa de valor, moral y ética, es para ti y para ella pequeña. Hoy, me debo a ti. Los doce, me debo a ella pequeña.

     Me debo a ti, aunque ayer haya visto la muerte. No lo sabes, pero la vi. La había visto de niño, sentado en un rincón muriendo solo. La había visto de adolescente, parado en un rincón agonizando solo. La había visto de joven, asolapado en un rincón reviviendo solo. Pero esta vez la vi mucho más cerca. ¡Perdón! Mi primer yo la vio de cerca. La besé, entre neblinas, lluvias, vientos y noche, en un desierto existente, la besé. No fue agradable. Esa noche lloré pensando en ti y me culpé desgarrándome los ojos. Me culpé y no sé si aún me he perdonado, no sé hasta cuando pueda durar mi reflexión para seguir construyendo ese yo que mereces seguir, reconocer, replicar. No lo sé. Siento que he caído, nuevamente. Ese café frío, ese mal olor, esa sopa sin sal, ese mal sabor, no me ayuda. Quizá no esté siendo justo.

     Un cigarrillo que tal vez me espere, en una madrugada fría. Los pies fríos. Un vaso con agua fría en una madrugada fría. Las manos frías. No hay azúcar, no hay condimentos, no hay consomé. ¿Importa? Probablemente mi primer yo me esté dominando y me esté conduciendo hacia una nostalgia inventada. Un corte de cabello que solo ella no puede ver, un olor a perfume que solo ella no conoce, un pasatiempo que solo ella mira con indiferencia, un juego, un disfrute, un compartir, que solo ella percibe con apatía sobre la mesa, quizá con enojo. Probablemente mi primer yo me esté dominando y me esté cegando para manejar esta interpretación. Probablemente. No tengo herramientas para manejar esto, pero sí las tengo para intuir sobre ti. Ver tu mirada, tu cabeza, tus brazos, tus piernas, tu cuerpo pequeño, verte dormir, verte jugar, oírte reír, oírte llorar, son acaso el todo antagónico de lo oscuro, vacío, negro y frío de mis días en soledad interna, en nostalgias nocturnas, en luchas eternas.

________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

ANTONIO RAYMONDI CÁRDENAS

Nació en Lima, (1991). Escritor y arqueólogo peruano, egresado de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Publicaciones literarias en Letralia, tierra de letras (Venezuela, 2017, 2019, 2020); en Limeña introvertida (Perú, 2018); en La experiencia de la libertad (México, 2020); en Revista Maquina Combinatoria (Ecuador, 2020); en Revista Pluma y tintero (España, 2020) y en la Editorial Autómata: Peruano invencible, Antología (Perú, 2020) y Mes de Las Letras 3 (Perú, 2021).

_________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________