BAQUIANA – Año XXIV / Nº 125 – 126 / Enero – Junio 2023 (Reseña II)

POR UNA LITERATURA DE AVANZADA Y OTROS ESCRITOS, DE GERARDO PIÑA ROSALES

 

 por

 

Waldo González López

 


Por una literatura de avanzada - portada 252 X 430

Ediciones Baquiana
Colección: Senderos de la Narrativa
Miami, Estados Unidos.
ISBN: 978-1-936647-47-7
286 páginas
(2022)

     Recién publicado por Ediciones Baquiana, el libro cuyo título se lee arriba es una buena opción para ensayistas, críticos, profesores de literatura o inteligentes lectores que disfrutan el que denominara el cubano universal José Martí, «ejercicio del criterio»: valiosa reunión de textos, escritos por el ensayista y narrador Gerardo Piña-Rosales con su personal impronta en el idioma que nos nutre desde la infancia, por abroquelarnos con una necesaria tríada en el oficio de escritor: vivencias, vasta cultura y aguda ironía, cualidades no tan comunes en el maremágnum atiborrado de miles de libelos que hoy nos acechan desde las infinitas librerías virtuales, ubicadas en ese ámbito mágico que denominamos, así como si nada, Internet.

     Sin duda, acierto es el siguiente aserto: Por una literatura de avanzada y otros escritos constituye uno de esos volúmenes de rerum natura que, por su blindaje contra los maleficios de la aurea mediocritas, resulta, tal bien define en su «Prólogo», Maricel Mayor Marsán, «un magnífico libro que […] hará pensar, descubrir y conocer nuevos aspectos de nuestra cultura».

     Con su más que aguda, en ocasiones, cáustica prosa analítica, el director honorario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española entrega ensayos y artículos críticos sobre literatura y arte, por cuyo conocimiento de los temas abordados con hondura, constituyen ejemplos para no pocos «krítikos» ―neologismo con que suelo definir a los ¿críticos? de escasa visión― quienes, inmersos en su pobrecito e ignaro yo, solo pueden mirar/obnubilarse con su ombligo, olvidando, tal connotaba Petrarca, que «La vida pasa y no se detiene un instante», seleccionando y echando a un lado la inautenticidad y lo falso de la estulticia de las poses…

     El amplísimo muestrario temático regala al preclaro receptor «una lectura entretenida y sabia», para decirlo con Mayor Marsán, presidenta de la ANLE en La Florida y redactora jefa de la veinteañera revista especializada Baquiana.

     Nada más cierto, pues en los textos del prestigioso colega hispano se corroboran estas y otras ganancias, como igualmente nos donan la varia invención del atinado humor que le viene de su natal Andalucía (y bien lo conozco por ser cuna de mis abuelos maternos que, llegados muy jóvenes a Cuba, allí se asentarían y crearían/criarían doce hijos, entre ellos, mi ya fallecida madre).

     Igualmente, leemos en el volumen reseñas de libros, prólogos, artículos periodísticos, como discursos de contestación a los de investidura de miembros de la ANLE, secundados por su haz de magníficas fotos, que ―tal violín de Ingress del amante de la cultura en su máxima expresión― deviene otredad del multidisciplinario creador, infatigable intelectual, amante de la vida.

     Autor de dos nivolas que se emparientan con las novelas ejemplares cervantinas, y las unamunianas, por el soterrado humor: Desde esta cámara oscura (2006) y Los amores y desamores de Camila Candelaria (2014), como los relatos de El secreto de Artemisia y otras historias (2016), ha publicado, además, diversas antologías, estudios y ensayos sobre narradores, dramaturgos, críticos, cineastas y artistas plásticos de España, Latinoamérica y Estados Unidos de América.

     Tanto la praxis como la pupila crítica las corrobora aquí, al meter baza a fondo, entre otros, en sus reveladores análisis narrativos sobre: «El Quijote en la literatura norteamericana: Melville, Nabokov, Acker», «Mis lecturas del Quijote», «El 98 y el descubrimiento del paisaje español», «Rayuela desde el Observatorio Astronómico de Jaipur», «Arturo Pérez-Reverte visto por Milton M. Azevedo», «Perspectivismo lingüístico y ventriloquia en El corrido de Dante, de Eduardo González Viaña», «Mario Vargas Llosa o la realidad de la ficción», «Seis retratos de Ramón Gómez de la Serna», «Janet Pérez y las escritoras de la España peregrina», «Relectura de Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos», «Si el sueño no me vence. Revelaciones de un suicida, de Alister Ramírez Márquez», «A propósito de Ficciones de verdad, archivo y narrativas de vida, de Patricia López-Gay» y «Luis Leal, historiador y crítico de las literaturas hispánicas».

     Asimismo, vivisecciona el verso y su creación en «Dos poetas cubanas en Nueva York: Allina Galiano y Maya Islas», «La poesía existencial y visionaria de José Corrales» (también dramaturgo); «Carta a don Antonio Machado»; su prólogo a «En los mares de otoño, de Antonio Monclús», «Los sonetos de la muerte (trascendida)» y «El pensamiento ecologista de Odón Betanzos», «¿Que por qué nos importan los poetas muertos? ¡Pues porque siguen vivos!» (discurso de contestación al de investidura de la prestigiosa ensayista y poeta Noel Valis), «Penúltima intemperie, […] de Antonio Porpetta» y aun otro que me place sobremanera: «De los malos poetas, líbranos Señor», por su filo que descabeza a no pocos farsantes PEOTAS, para citar el delicioso neologismo del fallecido salvadoreño Roque Dalton, que suelo utilizar en mis ocasionales dardos a las ¿kreaciones? de tales personajillos de marras, quienes ―y cito a Piña-Rosales― «no solo cometen la torpeza de reincidir en el graforreico vicio de la seudopoesía, sino que publican sus patochadas en periódicos y revistas, que son el paroxismo del mal gusto y la necedad».

Mas, disfrutemos un poco más con la saeta del andaluz, quien añade:

Y como los mediocres solo se sienten a gusto entre mediocres, se asocian a algún club de «Amantes de la Poesía», se recitan y se publican los unos a los otros, se dan palmaditas, se autocongratulan. Y como ya se creen Neruda o García Lorca (cuando ni siquiera llegan a Campoamor), no tardan, sacrificando los últimos ahorrillos, en lanzarse a publicar su primer libro. Para publicar un libro de seudopoesía solo se necesitan dos cosas: dinero y desfachatez.

     Un rasgo sobresale en la atenta lectura de estos y otros ensayos, artículos y discursos de receptación a los de investidura de los nuevos miembros de la ANLE: el sesgo poético que revela este indeclinable amante de la poiesis (y no utilizo la palabra como un jeu de paroles, sino empleo el término griego en su significación primigenia de Creación).

     Y esta cualidad descubre su sensibilidad dotada por un peculiar apego al verso, como a algunos componentes: ritmo, síntesis, alusión vs. elusión… Ello se detecta, asimismo, en el antes mencionado «¿Que por qué nos importan los poetas muertos? ¡Pues porque siguen vivos!», donde revela/recuerda definiciones de valía como: «la gran poesía puede cambiar el mundo, no pienso solo en la poesía tradicional, vanguardista o no, sino también en la popular, desde el Romancero hasta el cante flamenco».

     O esta: «Los poetas no son distintos de los demás hombres. […] Los poetas son hombres y, como tales, están sujetos al mismo destino de los demás mortales».

     En «El pensamiento ecologista de Odón Betanzos», ofrece otra de las virtudes de la poesía, poseedora de «esa cualidad de metamorfosear la realidad, de atenuar el dolor o de sublimarlo en sentimiento compasivo».

     «Penúltima intemperie (…) de Antonio Porpetta» muestra otra verdad incanjeable del prestigioso colega que comparto: «[…] si el poema no suscita emoción ―ni cordial ni intelectual―, a mi modo de ver, no es más que un intento frustrado, un manotazo torpe, un silencioso grito».

     Igualmente acentúa su feraz y acuciosa mirada evaluativa en otras manifestaciones artísticas, como el teatro, la plástica, la fotografía, el cine y su inolvidable pasión de juventud: la música.

     Del primero, leemos con gusto sobre el enfant terrible de la escena española y universal en «El teatro de Fernando Arrabal», a quien justamente define como «delirante y abierto al azar, caracterizado por la farsa, el humor, la sátira y la ironía», revelando su anuencia con el creador, en el París de 1960, con otros colegas, del movimiento Teatro Pánico, a partir del canon: «La vida es la memoria y el ser humano es el azar.»

     Otro momento significativo es «La monja Alférez, de Domingo Miras, pieza basada en la insólita y picaresca Historia de la Monja Alférez, escrita por la muy singular Doña Catalina de Erauso, quien, durante más de veinte años, ya travestida como Pedro de Orive, Francisco de Loyola y Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, viviría entre hombres en España y América, sin que nadie se percatase de su verdadero sexo.

     Piña-Rosales, define «su intrépida actitud y obcecada determinación», como «protofeminista» a la ¿religiosa? nacida en la San Sebastián de 1585. Enclaustrada desde temprano en un «convento, logra escapar a los quince años […] dispuesta a vivir como varón»; servirá a diversos amos (a los que saquea) por varios ámbitos de España, hasta que decide partir al Nuevo Mundo, donde la transgresora Catalina deviene soldado y elimina en duelo a varios, entre ellos, sin saberlo, a su propio hermano.

     Rocambolesca vida —complicada por mil y una aventuras que la llevarán tras rejas—, por fin decide regresar a la madre patria, donde logra que el rey le otorgue, «por su arrojo y valor en las campañas americanas, el grado de alférez, y que hasta el mismo Papa le conceda el permiso para vestir de varón (lo que ya había hecho desde que salió del convento) y adoptar el nombre de Antonio de Erauso», para luego retornar a América, donde finalmente moriría en 1650…

     Obviamente, la atracción por su propio sexo en Catalina (o ¿Pedro de Orive, Francisco de Loyola o Alonso Díaz Ramírez de Guzmán?) lo deja entrever en sus memorias, como asimismo Alonso Castillo Solórzano en sus Aventuras del Bachiller Trapaza, rasgo oculto en otros narradores e historiadores de la época y posteriores.

     Este caso me remite a otro parecido: el de Enriqueta Favez (Lausana, Suiza, 1791), quien, casada con un militar, sigue a su marido en la guerra y luego, cuando éste muere en la batalla, ella ocupa su posición en la línea de combate. Aún vestida de hombre, estudia medicina en la Universidad de París, entonces una profesión solo para el sexo masculino, y sirve como doctor durante la campaña rusa de la guerra napoleónica, según la investigación para su novela Mujer en traje de batalla, del laureado narrador cubano, ya fallecido en Miami, Antonio Benítez Rojo. Cuando viaja a América se convierte en la primera mujer en ejercer la medicina no solo en Cuba, sino también en América Latina, incluso, antes que Elizabeth Blackwell, nacida en 1821, cuando ya la Favez consultaba y operaba a sus pacientes en Baracoa, ciudad al extremo oriental de Cuba.

     Atento a las artes plásticas, el crítico se enrola con uno de los decisivos poemarios del también dibujante mayor de la Generación del 27 en «Entre el pincel y la pluma: A la pintura, de Rafael Alberti», de quien afirma con justeza que «fue, antes que nada, pintor […], siempre vio al mundo a través de sus ojos de pintor. No es de extrañar, pues, que en su poesía predomine lo visual».

     De hecho, desde pequeño sus padres descubren y apoyan su amor por el dibujo y la pintura, a los que dedicará varios poemarios, desde el primero Marinero en tierra (1924) hasta el último Picasso, el rayo que no cesa (1975), en los que de una u otra forma —adicción y adopción, mediante— reaparece su preferencia por las artes plásticas.

     De tal suerte, entre otros, irá publicando La amante (1925), El alba del alhelí (1925-1926), Cal y canto (1926-1927), Sobre los ángeles (1927-1928), Sermones y moradas (1929-1930), Entre el clavel y la espada (Buenos Aires, 1940), Retornos a lo vivo lejano (Buenos Aires, 1948) y Los ocho nombres de Picasso (y no digo más que lo que no digo) (Buenos Aires, 1970), sin olvidar su extraordinario A la pintura. Cantata de la línea y del color (1945), donde reunirá textos dedicados a varios plásticos, como a los colores y materiales de estos artistas. Uno de los indudables méritos del volumen resulta un reto, tal lo subraya Piña-Rosales: «cada poema intenta imitar, con distintos recursos retóricos, el estilo del pintor escogido».

     La lectura de «Los espejos violados de Frida Kahlo» me evocó ―que «recordar es otra forma de vivir», tal sentenciara un inolvidable intelectual cubano: el poeta, narrador y Premio Nacional de Literatura, Félix Pita Rodríguez― la incambiable biografía Frida Kahlo, de Rauda Jamís (por cierto, hija francesa del también poeta cubano Fayad Jamís, nacido como Frida, en México y fallecido en La Habana, después de  haber sido agregado cultural en la embajada cubana de la capital azteca durante más de una década), cuya primera edición de 1995, se reimprimiría en diversas ocasiones. De la impresionante pintura de la gran artista mexicana y mundial diría André Breton, en El surrealismo y la pintura (Ed. Gallimard, 1938): «La obra de Frida Kahlo es una cinta de seda alrededor de una bomba.»

     No en vano, tal dije arriba, su lectura me evoca «la personalidad fantástica de Frida», según el propio Breton, quien asimismo la definiría como «una de las artistas más apasionantes de nuestro tiempo», certero juicio al que adjunto otro: es la artista latinoamericana más llevada al cine y la narrativa, como lo corrobora la novela Mi hermana Frida, fabulada con acierto por Bárbara Mujica, también crítica y profesora de Español en la Universidad de Georgetown, autora del ensayo «El objetivo del bilingüismo», publicado en el New York Times (1990) y seleccionado entre los cincuenta mejores de la década.

     «Víctor Quintanilla Raigón o la tenacidad de un escultor» le vale al crítico para justipreciar, en verdad, la «original visión del mundo, del hombre, de la vida» del artista andaluz. Y en verdad, su «Don Quijote y Sancho Panza», «Don Quijote leyendo el Amadís de Gaula», como su picassiana «La Guitarra», resultan impresionantes piezas en hierro y acero por sugerentes, que disfrutamos los lectores gracias a las fotos del autor que confirman sus elogiosas palabras, tal corresponden a sus piezas evocadoras, por su estilización y altura, a algunas del gran pintor y escultor suizo Alberto Giacometti (1901-1966), quien representara, mejor que muchos de sus colegas, la soledad y el aislamiento del ser humano en nuestra época. Sus reconocibles esculturas, definidas por su extrema delgadez son muy admiradas como un excelente (¿o necesario?) retorno al arte figurativo. Baste mencionar «El hombre que señala», de 1947, por su calidad definitoria, considerada la escultura más cara de la historia del arte, al ser subastada solo siete años atrás, en 2015, por 126 millones de dólares.

     Por último, subrayo, por su importancia para el mejor conocimiento de sendos temas del mayor interés para todos los lectores: «El cuento: anatomía de un género literario» y «Reflexiones sobre la fotografía», en los que el autor ha demostrado su alta calidad, como lo corroboran, entre otros, sus libros Desde esta cámara oscura (2006) ―del que quien escribe comentara y publicara un artículo― y Los amores y desamores de Camila Candelaria (2014), como los relatos de El secreto de Artemisia y otras historias (2016), así como su pasión y ejecutoria durante décadas en su amada fotografía, según se corrobora en la mayoría de sus obras, publicaciones de la ANLE y otros espacios.

     En fin, propongo este volumen que, sin duda, disfrutarán todos aquellos que prefieren el libro a la televisión u otro medio que no nos proporciona el placer que entraña la incomparable aventura de entrar a fondo en la trama de una novela, profundizar en un tema literario mediante un ensayo o gozar una pieza escénica, imaginando que estamos ante actores que escenifican en un teatro, cuya inédita magia siempre nos cautivará.

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WALDO GONZÁLEZ LÓPEZ

Nació en Las Tunas, Cuba (1946). Es poeta, ensayista, periodista cultural, crítico literario y teatral. Graduado de Teatro en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y Licenciado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Habana. Se desempeñó como profesor de Historia de la Literatura para niños y jóvenes y de Historia del Teatro Universal y Cubano. Además, creó el Archivo de Dramaturgia y fue asesor del Teatro Nacional de Cuba. Es autor de 20 poemarios, 6 libros de ensayo y crítica literaria, así como de varias antologías de poesía y teatro. Su poesía ha sido traducida a varias lenguas y publicados en distintos países: Argentina, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Jamaica, México y Puerto Rico. En Cuba, por su continua labor poética, critica y de periodismo cultural durante décadas, mereció numerosas distinciones, entre otras: «Diploma al Resultado Científico por su intensa Colaboración en el Capítulo sobre Literatura para Niños y Jóvenes», de la nueva Historia de la Literatura Cubana, en tres volúmenes, otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente; «El Laúd y la Medalla del Cucalambé», concedidos por su amplia labor como poeta y asesor de la Casa Iberoamericana de la Décima en su natal provincia Las Tunas; «Diploma por la Labor Realizada en Apoyo a la Décima», concedido por la Universidad de Matanzas; «Reconocimiento como Escritor y Crítico Literario», otorgado por la Presidencia del Instituto Cubano del Libro, y la «Distinción por la Cultura Nacional». En México, recibió una Mención del Concurso Plural por su poemario “Salvaje nostalgia” en 1990. Desde su llegada a los Estados Unidos, en julio de 2011, ha realizado una intensa labor como participante en eventos internacionales de teatro, jurado de eventos teatrales y literarios, crítico teatral y literario y asesor de grupos escénicos. En el año 2012, resultó ganador del 3rd lugar en el X Concurso de Poesía «Lincoln-Martí» en Miami, Florida, EE.UU. En la actualidad, colabora con diversas publicaciones en los Estados Unidos, tales como Baquiana (Florida), Boletín de la Academia Norteamericana de la Lengua Española/BANLE  (Nueva York), Palabra Abierta (California) y Teatro en Miami (Florida), así como en las revistas digitales extranjeras: Encuentro de la Cultura Cubana (España) y Otro Lunes (Alemania).

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