MORIR EN ISLA VISTA, DE VÍCTOR FUENTES
por
José Ardillo
Ahora que se reedita Morir en Isla Vista, publicada originalmente en 1999, no está de más que aprovechemos la ocasión para saludar dicha reedición y transmitir algunas de nuestras impresiones sobre este libro de Víctor Fuentes.
El libro fue presentado hace 23 años firmado con otro nombre, Floreal Hernández, que podía contribuir a borrar las pistas de una obra que ya venía envuelta en un cierto misterio. En efecto, ¿se trata de una autobiografía, un recuento memorístico o el testamento literario de un sujeto ficticio ?
A todas luces, el autor juega con su yo existencial convirtiéndolo en un yo narrativo, y de ahí su particular interés. Uno de los aspectos que más seducen de Morir en Isla Vista es que a través de sus páginas podemos acompañar a su autor en una revelación crucial, la de que su propia vida constituye el material de una novela que está, o estaba, por escribir. Esta revelación, en apariencia trivial, le lleva a obrar ese milagro que supone atravesar la superficie del espejo para encontrarse a él mismo, desnudo, indefenso y, sobre todo, desconocido. Que toda vida humana es susceptible de ser novelada es un lugar común, pero dar el paso para convertirse a sí mismo en personaje de su propia narración es otra cosa. Supone adentrarse en esa esquizofrenia o desdoblamiento que caracteriza buena parte de la escritura literaria de la modernidad.
En ese sentido, Fuentes se ha inventado una vida, su vida, y al hacerlo, ha conseguido introducir un cierto orden en el magma de su experiencia. Al dar un sentido narrativo a su existencia, tal vez sin ser totalmente consciente de ello, ha sacado de la nada un personaje que le ha suplantado. Después de leer Morir en Isla Vista ya nunca podremos considerar a su autor como un simple viviente : la ficción, que se alimenta de la confusión entre lo real y lo soñado, ha hecho explotar su yo, entregando su realidad más íntima al escrutinio y a la curiosidad de los lectores.
¿Por qué existe esta necesidad de inmolarse en la ficción ? Víctor Fuentes se ha perdido para siempre en la espesura de su propio mito pero, sin duda, la operación ha tenido sus virtudes curativas. El autor es hijo de una gran fractura histórica y social, y esa fractura se introdujo muy pronto en su espíritu. Hijo de la guerra y del fracaso de la República española, adquiriendo el estatuto de refugiado en Francia siendo todavía un niño, exiliado en los años cincuenta, arrancado de su vida y de su país para tener que construirse otra existencia en otro continente, cargando a cuestas con el peso simbólico de una derrota colectiva y a la vez teniendo que evolucionar en un período convulso, en el epicentro de ese terremoto cultural que fue la Norteamérica de los sesenta… ¿Cómo podía Fuentes salvar el abismo de la fractura que se abría en su propia vida ? En su caso, solo la escritura podía soldar el tiempo roto. Morir en Isla Vista puede ser leída pues como una simple autobiografía, o como el testimonio de un tiempo, pero eso sería encerrar el texto en una categoría tranquilizante. En Morir en Isla Vista hay una lucha del yo por salvarse de las consecuencias más aplastantes del olvido y la miseria. Eso es lo que lo convierte en fuente de reflexión y en atractiva materia literaria.
Es verdad que leyendo el libro se tiene la impresión de que su autor ha hecho esfuerzos para no escribirlo, para no encontrarse consigo mismo, es decir, con ese yo que a fuerza de destierros se le ha trocado en otro. Ese otro que le ha perseguido durante años en forma de escritura secreta, de ocultos proyectos de obras, novelas, diarios, fragmentos. El autor se debatía consigo mismo en la soledad de su espíritu. La paradoja quiere que la plasmación ficticia de sus fantasmas más temidos le haya proporcionado una cierta conciliación con la vida.
No es por azar que el libro se abra con la aparición de su propio cadáver rescatado de las aguas del mar, con una descripción buñuelesca o incluso daliniana del estado del cuerpo y su fusión con la fauna acuática. La policiaca ambientación del comienzo da paso a una autobiografía o confesión hecha a contrapelo. El libro se convierte en testamento de un autor que se suicida en sus páginas para poder seguir viviendo y asumir quien es. Resumen de una vida y de una experiencia pero narrado todo ello como particular ejercicio de self-mockering, donde el autor aborda su época y a sí mismo sin piedad ni sentimentalismos. En un momento dado, su implacable introductor le reprocha : « No le quise decir que, para su « Autobiografía », él había empezado al revés, pues lo esencial para un literato es hacer una obra de calidad, por virtud de la cual él luego podrá hacerse objeto digno de una autobiografía ».
Una primera impresión, tal vez superficial, podría acercar el libro a cierto textos autobiográficos de otro contemporáneo exiliado, Juan Goytisolo, pero cruzado con un estilo que a veces puede recordar la sincera crudeza de algunos autores norteamericanos de su época (Mailer, Updike o el Saul Bellow de Herzog). Pero comparaciones aparte, el libro, rescatado por el irónico compañero que se convierte en displicente albacea, se nos va revelando poco a poco, según las cuartillas emergen del cofrecillo del malogrado autor. Cada conjunto de cuartillas encierra una etapa de la vida de Fuentes pero también de su trayecto hacia el desengaño y la madurez. Recorrido fascinante desde el Londre y el Nueva York de los años cincuenta, en la época de los jóvenes airados y de los beats, hasta establecerse como profesor en la California de los sesenta. En esos años conocerá a los más granado de la intelectualidad española en el exilio. Sus ideas izquierdistas irán evolucionando al tiempo que la sociedad de consumo impone nuevas formas de alienación y de dimisión política, lo que constituirá un objeto de reflexión para el autor, sobre todo viviendo en la sociedad norteamericana. El intento de formar una familia más o menos tradicional chocará justamente con los vientos de cambio que se anuncian en los sesenta. Es el momento en que las instituciones heredadas del pasado se tambalean y es necesario recordar que la generación de Fuentes está todavía marcada con una educación a la antigua. Desde la distancia, nuestro autor describe no sin ironía la crisis de su pareja y de su familia. No hay lugar para el resentimiento ni la autocompasión, el autor sabe que es otro más buscando su realización en el amor y la sexualidad, en una década donde la libertad se vive como experimentación. El amor es para él otra desgarradura más en la que hay que debatirse. De nuevo, la sinceridad del narrador no oculta sus límites y su propia vulnerabilidad, en medio de tantas « experiencias inútiles y empresas inestables », como diría su querido Cernuda.
La escritura, como decíamos antes, será la forma de ir cerrando heridas, o al menos intentarlo. Fuentes, a través de su labor de crítica y de docencia, vive también en primera línea esta aventura de la escritura. Se mofa de sí mismo y de sus experimentos literarios. ¿Cómo encontrar un camino que no haya sido ya transitado ? ¿Lorca ? ¿Vallejo ? ¿Machado ? Su interlocutor, siempre paternal, le aconseja leer a los grandes autores del presente como Carlos Fuentes y Vargas Llosa. Pero nuestro autor sabe que los grandes escritores de hoy han descubierto una fórmula y se dedican a explotarla de manera demasiado cómoda. En un momento dado dice : « Yo he escrito comiéndome las entrañas ». Su interlocutor se burla de él. Es la noche eterna del autor y su demonio, que se burla de sus desmesuradas pretensiones. Y sin embargo…
A principios de los años setenta, el autor es todavía un hombre joven e idealista. Vive en el centro del Imperio y se declara comunista y anti-imperialista. Su búsqueda de una nueva vitalidad revolucionaria le llevarán a Colombia y a Chile, en una época en que América del Sur se convierte en el terreno de lucha entre un socialismo posible, aunque tal vez en exceso dogmatizado, y un capitalismo que no vacila en alzar dictaduras sangrientas para defender sus intereses.
También asistiremos a los retornos, o a los diferentes retornos y estancias en su añorado país. En algún momento se evoca La gallina ciega de Max Aub. Cierto, siempre existe el miedo de volver y ni reconocer ya el paisaje ni ser reconocido por los paisanos. El tiempo ha pasado y el país ha cambiado. Después de tantos años el destierro ha convertido al desterrado en una especie de extravagancia del tiempo y del espacio, alguien que vive entre dos lugares y dos tiempos. Muñoz Molina hablaba de destierro y destiempo a propósito de Aub y seguramente esto es aplicable al autor de Morir en Isla Vista.
El último tercio del libro nos proporciona algunas sorpresas de la vida del exiliado. El retorno a España, y concretamente a su Madrid natal, es la ocasión de tomar el pulso de la realidad política y cultural de la nación. Sus contactos con la izquierda serán más bien decepcionantes. Su pasado le persigue como una historia interrumpida, llena de ausencias y de momentos de nostalgia. Pero el recuerdo persiste y poco a poco el autor reconstruye su infancia y su juventud en el Madrid de posguerra. Después de 1975, una vez muerto el dictador y acabada la guerra del Vietnam, ¿qué queda ? Es el momento de enfrentarse a las agonías de un yo maduro, desengañado, pero hambriento aún de vida y de experiencia. De nuevo en California, el autor se encontrará en el centro mismo de su propia alienación. Atravesará una crisis personal de la que saldrá más reforzado, imbuido de propósitos de enmienda, dispuesto a inagurar una nueva etapa de su vida. Ni que decir que toda esta crisis es descrita de nuevo con humor y distanciamiento irónico, como si Sartre tuviera que rendir constante tributo a Groucho Marx…
No es por azar que los años ochenta fueran para Fuentes la época de su descubrimiento personal de Buñuel, llegando a conocerle personalmente. Más que Marx, la anti-psiquiatría, el post-estructuralismo o la psicodelia, es en el surrealismo baturro de Buñuel que Fuentes encuentra un aliado inesperado. Buñuel resume varias décadas de subversión y de disidencia, siendo a la vez tan universal como Goya o Chaplin. La muerte del cineasta le sorprenderá en Madrid. Podemos suponer que Buñuel permitió a Fuentes completar su original lectura del mundo y de la realidad.
Morir en Isla Vista es pues un buen ejemplo de búsqueda de una señas de identidad, pero con la conciencia clara de que dichas señas ya no es posible encontrarlas en un conjunto de datos que nos definen de una vez por todas. El presente y el pasado se construyen al mismo tiempo, los lugares se reflejan entre sí y como diría Octavio Paz, somos hijos de nuestras visiones, es decir, de esas iluminaciones profanas que ponen en contacto realidades en apariencia alejadas o inconnexas. Es el poder de la visión que reivindica Fuentes, hacia el final del libro, aunque, como siempre, con un toque de sarcasmo.
Hacia el final del libro, el autor duda del interés de lo escrito, admitiendo que su intento es el de trascender la anécdota personal para alcanzar eso que es común a todos nosotros. Y nos dice :
« En última instancia para mí la razón de escribir es aquella que destacara Deleuze : la de expresar la verguenza de ser hombre (…) »
En su caso, esta verguenza es el motor de sus memoria, del sentido de su narración y de su saludable ironía, que estamos felices de compartir con él. Su libro nos hace comprender mejor una época y las esperanzas y desesperanzas de una generación. Si el tono del libro es casi siempre despiadado, en sus páginas encontramos, como perlas, gotas de ternura y de humana solidaridad.
(sur de Francia, otoño 2022)
____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
JOSÉ ARDILLO
Nació en Madrid, (1969). Pseudónimo de José Antonio García, escritor y ensayista español, afincado en el sur de Francia. Es autor de libros de narrativa y ensayo. Ha colaborado con diversas revistas de pensamiento crítico en España y Francia: Cul de Sac, Ekintza Zuzena, Raíces, Argelaga, Al margen, L’Inventaire, Ecologie & Politique, Réfractions, Tierra y Libertad. Ha publicado los siguientes libros: Las ilusiones renovables, ensayo, Muturreko Burutazioak, 2007. (reeditado por El Salmón, 2022); El salario del gigante, novela (Pepitas de calabaza, 2011); La repoblación, novela (2013); Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil (Ediciones El Salmón, 2014); Buenos días, Sísifo, novela (La Vihuela, 2014); Los primeros navegantes, relatos (Ediciones El Salmón, 2018); Primera y última tierra, novela (Ediciones La Vihuela, 2020); Libros en tiempos de miseria. De la lectura como forma de resistencia (Editorial Milvus, 2022). Ha traducido, por primera vez al castellano, una selección de textos de André Prudhommeaux, publicado en 2021 por las editoriales Milvus & El Salmón: La tragedia de Espartaco. Hacia una ecología libertaria (1949-1958).
___________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________