BAQUIANA – Año XXIV / Nº 125 – 126 / Enero – Junio 2023 (Poesía III)

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ERICK RAMOS

Nació en Lima, Perú (1982). Poeta, docente, investigador y conferencista. Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Doctor en Filosofía (Doktor der Philosophie) por la Universidad de Hamburgo, Alemania. Ha publicado reseñas y artículos en revistas nacionales e internacionales como Casa de Citas, Iberoromaria y Revista Ibeoramericana, así como poemas en Estación Poesía, Carátula, Revista Almiar, Nagari Magazine y Livina. Ha sido investigador, docente y ponente sobre literatura y violencia en Perú, Brasil y Alemania. Fue antologado en Tránsito de Fuego. Antología de poesía joven Latinoamericana (Caracas, 2009), y ha publicado dos colecciones de poemas: Lengua de ciego (Lima, 2013) y Elogio del pájaro Lira (Lima, 2017), y una novela: Informe bajo tierra (La Habana, 2016). Ha sido becario del DAAD (2012 – 2016); con esa beca, llevó a cabo una investigación doctoral sobre el testimonio de violencia política en Perú, Guatemala y El Salvador. Actualmente es miembro del Consejo Editorial de Crisis & Crítica y trabaja como profesor de Español y Literatura Hispanoamericana para diversas instituciones universitarias de Hamburgo. 

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SOBRE LA SIEMBRA DE VIENTOS

 

Usted me pregunta cómo me preparé para la guerra.

Pues le diré: soñando con pájaros.

 

Enormes pájaros indios, follajes alados,

fulminantes estallidos de mar, de

océano y osezno, cuerpos erizados de anchas soledades.

 

Pájaros cruzando valles, piletas

de piedra como amatorios donde siempre

brotan crepúsculos y arenas.

 

Y agua del color de la carne, coronada

con minerales de cansada corrupción.

 

Pájaros como sables, con el vientre

lamparado de ceniza.

Semidesnudos, altivos, pendientes de un beso.

 

Soñé para defenderme, antes del ataque,

devorando el vuelo en su ansiosa curva.

 

Pájaros como mujer que reina.

¡Ave mujer de muerte y planeta!

 

Pájaros anunciantes, serenos, sonantes y de hielo.

Soñé con pájaros como oscuros portales, como

residencias vegetales o

sitios de salvaje selva boreal.

 

Pájaros imanes, pájaros entre

misiles, hechos misiles de luna,

reclamando territorios de perla sudoración.

 

Trincheras sobre la montaña

como ángeles homicidas.

Zanjas donde dormí

el cadáver aullante de la pasión.

 

Sueños como pesadas dillas, como

voladas criaturas de censo y pulsación delirante.

 

Le diré algo más.

 

Para que la guerra no se

provocase, para que no se incendiara la

semilla, para que no se

anunciase en el foro de una plaza, soñé el diámetro del sol

del dinosaurio cacareante.

Y todos fueron aves de salvación y

rapiña, de caza y espejismo,

de noventa grados norte, de marea

constante sobre un dolor.

¡Llagas aves de laberinto y corazón en el ala de un carburante!

 

Aves como naves, barcos

decorados por deliciosas presas,

armadas de neblinas, ensambladas

como arcos y hombres.

 

Soñé, pues, con la absoluta

convicción de que así sobreviviría al embate

de la artillería pesada, cañones

abandonados a la orilla de una playa que la lluvia hiere.

 

Y soñé además como si mi mismo

sueño acabara en pluma de magnánimo concierto.

Sueño de violín entre árboles

haciendo nido donde acaba el mundo.

 

Y así, cuando llegó la guerra, me vi en la escena de la

marcha, pájaro en mano, listo para matar.

 

Y lancé al enemigo versos y piedras.

 

 

CEMENTERIO SENTIMENTAL

Es ist noch eine Ruhe vorhanden dem Volke Gottes.

   Heb 4:9

 Inscripción del frontis del cementerio de Finkenwerder

 

Ay, mi cementerio sentimental.

Corazón acenizado.

Ahuyentado corazón que se copila

las retumbas puercas de mi tiempo.

Me siento cómodo cuando sobre tu mármol

me siento.

Me siento y me siento parte de este mudo.

De su pájaro pavo, su mar alunado,

su espada cruzada.

Sobre las olas de este cielo

crece el desierto de mi sien.

Ay, mi cementerio.

De niño vi morir a los vivos.

De viejo sueño el sueño de los

que van a.

 

Recuerdo, en toda su carne, la lejana

oveja, su soledad que pastaba

lo mismo que yo un campo de arena.

Su fiesta entre hombres bebidos y

cuarteados bajo el metal

de la noche, bajo su

flama planeta de lámpara pobre.

Ahí llegué tarde, como

todos, al banquete del sarcófago.

Ahí reconocí la magra

distancia del alma que huye, pues

nunca pude guardar

el domingo en su clavo humano.

Eran cortejos fúnebres de desierto.

Bulliciosas procesiones

de coronas, que la lluvia

había pintado

con la tierna mano parda de su

hacha.

 

Horror, el horror de saber que

antes de la muerte le toca

a uno vivir una vida.

Ay, mi cementerio; yo

atravieso tu jardín ensimismado,

como quien ata a la testa

duras lagunas de leopardo.

No veo entre tus árboles sogas

ni cuellos torcidos, sino

tiempo colgado

del mundo, a donde una

piedra llega como llamando

las ultratumbantes

marchas del ocaso.

 

Es el mismo mar, como una

forma de amor infinita

que cesa

donde los párpados se cierran.

 

Por todos esos hombres

de sótano y sotana; todos

aquello cadáveres errantes

que cargan una cruz

de diamante y se les encalva

el pecho de sínodo apestoso.

Ay, mi cementerio

súbito, mi carne ontana

lapidándose con besos de

aluminio, con el

pesado dolor que pone el cielo

sobre el hombro.

 

Yo te libero de tu campo,

de tu santo reposo; yo te

desato de tu amarga

cebolla, de tu plano

hemisferio, tu gotita de nada.

¡Qué sería de mí, oh, mi cementerio

arenal; qué sería yo sin ti,

sin tu pata garrienta

sobando la panza de esta tarde

cenicienta sobre el

mundillo el ojo!

 

Eugenio, Samuel tumbado bajo

las palmeras

humeantes de la piedra.

Clorinda entre cortinas y

Zoila detenida como neblina

en la boca y

mi hermana durmiendo, y mi

hijo saliendo del útero

de una bala.

Mis hermanos en las sillas

rodantes de la oficina,

muertos de siesta

babeante.

Muertos, como yo, en la distancia

de un instante, en que toco

con el dedo la malva espuma

de esta costa.

Mi muerto mañana; mi

muerto ayer entrando al día.

Todos ellos salvándose

del odio cruel del otoño

que punza el codo

de este corte, y

siembra siempre sombras.

 

Es la revancha del hombre, su

agitado ser que pía,

su tensado músculo absorto

en el vaivén de la sierpe.

 

De acuerdo con el cariño

del muerto, solo se bebe de noche

el trago temido.

Se hace serena la sala sola de

comensales abyectos; pero

nadie ha de levantarse

de la mesa, nadie ha

de irse volando, porque de

bacanales y espectros

su gama se hiela, como

tumba en la que todos entramos.

 

Como muerto que muerde

un amor de primavera y

le crece un mar hacia adentro.

 

A, mi cementerio, tú me conoces.

¡Ay, cómo me conoces!

 

 

MESTER DE HAMBRERÍA

 

Amo a la mujer.

Limpia, húmeda,

trenzada a la marea, a

la silueta tenue

de una luna.

 

Mujer que

aspira al dominio

del agua, en su

más doloro vertido

sobre los campos

azules de

la muerte.

 

La que, huyendo

de altares e iglesias,

donde falsa

reculea una trinidad de

cuervos, es benefactora

de la casa y

sus habitaciones, y

vive en el

carbón de

un cielo palpo.

 

La amo.

La amo cuidadosamente,

abriéndose

el vestido que la

atrapa.

Expuesta a lo humano

que diluye

por los canales

del universo.

 

Amo a la mujer,

canalla, tímidamente

asesino de una

sombra.

La mujer lámpara

en la

tormenta.

Lista para tumbarse en el suelo

como árbol que

habla.

 

La mujer en

dos mitades: una de

carne, la otra de

verso.

 

 

PADRE, EN TU NOMBRE…

 

Padre, en tu nombre

colmo el cosmos de

quemadura.

 

Es el agua viva de tu pandemonio lo

que me asedienta.

 

No es el mar lo que

tiembla, sino

tu carne sobrevolando.

 

Mar por donde caminaste,

demonio ciego.

 

Y yo queriendo siempre besar los funerales

de tu escenario.

 

¿Qué infierno se acuarela

en las playas negras de tu

amor?

 

 

POEMA DEL DOCENTE ERRANTE

I learnt the verbs of will…

       1. Thomas

 

Me llamo, no me llamo.

Versista soy de entierros.

Tumbas de la A a la Z moldearon mi infancia.

Tumbas como cunas de solfeo.

Tumbas y un largo etcétera.

Crecí entre matorrales de desierto.

Crecí y dejé la matria.

Me fui porque vivir es huir perpetuamente.

Huir perpetuamente de la muerte.

Y mi país es un gran muerto.

Un muerto que tiembla.

Abuelos tuve de montaña y de balneario.

Abuelas de puerto y malecón.

Viví jaranas alunadas por el peso de neblinas.

Y me acostumbré a cielo de gallinazos y mar de soledades.

 

* * *

 

Clases doy de Gramática a

muchachas de profundo corazón.

Los secretos de una lengua agria, cuyo

fabuloso timbre solo yo sé sacar de

su rancia bóveda, verban la mañana de mutilación

y batalla.

 

Lecciones son de clara flama inventiva, aunque

en la raíz de su dicha flemen saqueos de sotana

marcial, terribles hogueras de domingo y un

vasto sermón de esqueleto que pía.

 

¡Pero qué ligera es la voz de

la discípula, al generoso regazo

terrenal, enamorándose entre dos nubes!

La palabra “amor” cabe a la siniestra y

se pronuncia igual que su parcela, con la lengua

entre coronas y jardines.

 

Viajo por aldeas de ancho

arco medieval, pueblos

amurallados para mantener a raya la noche,

fantasmas colmados de recinto.

 

Hallo un claro en el bosque donde levanto

la pesada mesa del magisterio, y me siento a la sombra

de la patria ajena a perorar.

Y peroro sobre la piedra y el oro de la

lengua que nos pune, y, mientras subo la voz a

las penas, enseño la palabra que se cuece bajo el

hemisferio animal de un temblor.

 

Así empiezan a negar con el alma

la oración que traza de frente la emoción perdida.

 

Verbándose el labio de nieve

magma, reuniéndose alrededor del prurito

recuerdo de una playa, la muchacha aprende a decir

una verdad con la herramienta que da

la muerte.

 

Porque enseño vocablos y

cuchillos, hipogrifos enervados, obeliscos

de cabeza, largos enunciados donde

curruca la paloma.

Y el río que baja anuncia todavía que hay agua

suficiente para que lo cruce un corazón.

 

Llego a puertos donde hay, en

lugar de cielo, alboroto de gaviotas.

Veo riberas y neblinas, pensionistas

vitalistas, fresca vejentud de bombardeo.

Tomo nota de la vida rural y me atengo

a la orilla.

 

En villorrios donde nunca un papagayo

siestó, ardiente norte de fauna

glaciar, imparto la regla sumaria de mi lengua.

En el ejercicio ordinario del misil, veo partirse

el hielo y azuzo el idioma de dilema.

 

Con el vocabulario de desierto que

mamé de niño, lleno el vacío sideral de sus bocas.

 

Descubriendo arbóreas planicies

donde rompe una cripta, habito

sin pena ni gloria el recinto

natural de las granjas incendiadas por un beso de obrero.

 

Me alimento de pan y pescado, y

bebo agua del pecho de la lluvia.

Ningún dragón me ha ofrecido refugio, pero trabajo

arduamente en sellar su feo  tiempo

de ladrillo.

 

Con el empeño y la experticia

del sepulturero, gano la remuneración

del hombre que aplaca la tristeza entre dos túneles.

 

Debido a estas circunstancias del sol a

sol, recomiendo a las alumnas rechazar santo y

seña al conjugar el verbo.

 

Impartiendo afluentes y semas, recorro

los ríos que se levantan bajo tierra.

Ahí me enseña la muchacha el ala inquieta de su sueño,

me abre los ojos a su sombra y cuenta

la historia breve del fuego.

 

Todos los entierros que lloró, todas las antorchas

del espíritu de su mano celta.

 

Terminada la sesión, resumo la lumbre

del cuervo en el acta de la carne.

Aplauden el recuerdo floral de una cotorra

en la selva enciclopédica.

Marcho al amanecer solo hacia la noche, surcando

el amor de la ola con el espejo de la luna,

y la tierra no me traga.