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ERICK RAMOS
Nació en Lima, Perú (1982). Poeta, docente, investigador y conferencista. Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Doctor en Filosofía (Doktor der Philosophie) por la Universidad de Hamburgo, Alemania. Ha publicado reseñas y artículos en revistas nacionales e internacionales como Casa de Citas, Iberoromaria y Revista Ibeoramericana, así como poemas en Estación Poesía, Carátula, Revista Almiar, Nagari Magazine y Livina. Ha sido investigador, docente y ponente sobre literatura y violencia en Perú, Brasil y Alemania. Fue antologado en Tránsito de Fuego. Antología de poesía joven Latinoamericana (Caracas, 2009), y ha publicado dos colecciones de poemas: Lengua de ciego (Lima, 2013) y Elogio del pájaro Lira (Lima, 2017), y una novela: Informe bajo tierra (La Habana, 2016). Ha sido becario del DAAD (2012 – 2016); con esa beca, llevó a cabo una investigación doctoral sobre el testimonio de violencia política en Perú, Guatemala y El Salvador. Actualmente es miembro del Consejo Editorial de Crisis & Crítica y trabaja como profesor de Español y Literatura Hispanoamericana para diversas instituciones universitarias de Hamburgo.
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SOBRE LA SIEMBRA DE VIENTOS
Usted me pregunta cómo me preparé para la guerra.
Pues le diré: soñando con pájaros.
Enormes pájaros indios, follajes alados,
fulminantes estallidos de mar, de
océano y osezno, cuerpos erizados de anchas soledades.
Pájaros cruzando valles, piletas
de piedra como amatorios donde siempre
brotan crepúsculos y arenas.
Y agua del color de la carne, coronada
con minerales de cansada corrupción.
Pájaros como sables, con el vientre
lamparado de ceniza.
Semidesnudos, altivos, pendientes de un beso.
Soñé para defenderme, antes del ataque,
devorando el vuelo en su ansiosa curva.
Pájaros como mujer que reina.
¡Ave mujer de muerte y planeta!
Pájaros anunciantes, serenos, sonantes y de hielo.
Soñé con pájaros como oscuros portales, como
residencias vegetales o
sitios de salvaje selva boreal.
Pájaros imanes, pájaros entre
misiles, hechos misiles de luna,
reclamando territorios de perla sudoración.
Trincheras sobre la montaña
como ángeles homicidas.
Zanjas donde dormí
el cadáver aullante de la pasión.
Sueños como pesadas dillas, como
voladas criaturas de censo y pulsación delirante.
Le diré algo más.
Para que la guerra no se
provocase, para que no se incendiara la
semilla, para que no se
anunciase en el foro de una plaza, soñé el diámetro del sol
del dinosaurio cacareante.
Y todos fueron aves de salvación y
rapiña, de caza y espejismo,
de noventa grados norte, de marea
constante sobre un dolor.
¡Llagas aves de laberinto y corazón en el ala de un carburante!
Aves como naves, barcos
decorados por deliciosas presas,
armadas de neblinas, ensambladas
como arcos y hombres.
Soñé, pues, con la absoluta
convicción de que así sobreviviría al embate
de la artillería pesada, cañones
abandonados a la orilla de una playa que la lluvia hiere.
Y soñé además como si mi mismo
sueño acabara en pluma de magnánimo concierto.
Sueño de violín entre árboles
haciendo nido donde acaba el mundo.
Y así, cuando llegó la guerra, me vi en la escena de la
marcha, pájaro en mano, listo para matar.
Y lancé al enemigo versos y piedras.
CEMENTERIO SENTIMENTAL
Es ist noch eine Ruhe vorhanden dem Volke Gottes.
Heb 4:9
Inscripción del frontis del cementerio de Finkenwerder
Ay, mi cementerio sentimental.
Corazón acenizado.
Ahuyentado corazón que se copila
las retumbas puercas de mi tiempo.
Me siento cómodo cuando sobre tu mármol
me siento.
Me siento y me siento parte de este mudo.
De su pájaro pavo, su mar alunado,
su espada cruzada.
Sobre las olas de este cielo
crece el desierto de mi sien.
Ay, mi cementerio.
De niño vi morir a los vivos.
De viejo sueño el sueño de los
que van a.
Recuerdo, en toda su carne, la lejana
oveja, su soledad que pastaba
lo mismo que yo un campo de arena.
Su fiesta entre hombres bebidos y
cuarteados bajo el metal
de la noche, bajo su
flama planeta de lámpara pobre.
Ahí llegué tarde, como
todos, al banquete del sarcófago.
Ahí reconocí la magra
distancia del alma que huye, pues
nunca pude guardar
el domingo en su clavo humano.
Eran cortejos fúnebres de desierto.
Bulliciosas procesiones
de coronas, que la lluvia
había pintado
con la tierna mano parda de su
hacha.
Horror, el horror de saber que
antes de la muerte le toca
a uno vivir una vida.
Ay, mi cementerio; yo
atravieso tu jardín ensimismado,
como quien ata a la testa
duras lagunas de leopardo.
No veo entre tus árboles sogas
ni cuellos torcidos, sino
tiempo colgado
del mundo, a donde una
piedra llega como llamando
las ultratumbantes
marchas del ocaso.
Es el mismo mar, como una
forma de amor infinita
que cesa
donde los párpados se cierran.
Por todos esos hombres
de sótano y sotana; todos
aquello cadáveres errantes
que cargan una cruz
de diamante y se les encalva
el pecho de sínodo apestoso.
Ay, mi cementerio
súbito, mi carne ontana
lapidándose con besos de
aluminio, con el
pesado dolor que pone el cielo
sobre el hombro.
Yo te libero de tu campo,
de tu santo reposo; yo te
desato de tu amarga
cebolla, de tu plano
hemisferio, tu gotita de nada.
¡Qué sería de mí, oh, mi cementerio
arenal; qué sería yo sin ti,
sin tu pata garrienta
sobando la panza de esta tarde
cenicienta sobre el
mundillo el ojo!
Eugenio, Samuel tumbado bajo
las palmeras
humeantes de la piedra.
Clorinda entre cortinas y
Zoila detenida como neblina
en la boca y
mi hermana durmiendo, y mi
hijo saliendo del útero
de una bala.
Mis hermanos en las sillas
rodantes de la oficina,
muertos de siesta
babeante.
Muertos, como yo, en la distancia
de un instante, en que toco
con el dedo la malva espuma
de esta costa.
Mi muerto mañana; mi
muerto ayer entrando al día.
Todos ellos salvándose
del odio cruel del otoño
que punza el codo
de este corte, y
siembra siempre sombras.
Es la revancha del hombre, su
agitado ser que pía,
su tensado músculo absorto
en el vaivén de la sierpe.
De acuerdo con el cariño
del muerto, solo se bebe de noche
el trago temido.
Se hace serena la sala sola de
comensales abyectos; pero
nadie ha de levantarse
de la mesa, nadie ha
de irse volando, porque de
bacanales y espectros
su gama se hiela, como
tumba en la que todos entramos.
Como muerto que muerde
un amor de primavera y
le crece un mar hacia adentro.
A, mi cementerio, tú me conoces.
¡Ay, cómo me conoces!
MESTER DE HAMBRERÍA
Amo a la mujer.
Limpia, húmeda,
trenzada a la marea, a
la silueta tenue
de una luna.
Mujer que
aspira al dominio
del agua, en su
más doloro vertido
sobre los campos
azules de
la muerte.
La que, huyendo
de altares e iglesias,
donde falsa
reculea una trinidad de
cuervos, es benefactora
de la casa y
sus habitaciones, y
vive en el
carbón de
un cielo palpo.
La amo.
La amo cuidadosamente,
abriéndose
el vestido que la
atrapa.
Expuesta a lo humano
que diluye
por los canales
del universo.
Amo a la mujer,
canalla, tímidamente
asesino de una
sombra.
La mujer lámpara
en la
tormenta.
Lista para tumbarse en el suelo
como árbol que
habla.
La mujer en
dos mitades: una de
carne, la otra de
verso.
PADRE, EN TU NOMBRE…
Padre, en tu nombre
colmo el cosmos de
quemadura.
Es el agua viva de tu pandemonio lo
que me asedienta.
No es el mar lo que
tiembla, sino
tu carne sobrevolando.
Mar por donde caminaste,
demonio ciego.
Y yo queriendo siempre besar los funerales
de tu escenario.
¿Qué infierno se acuarela
en las playas negras de tu
amor?
POEMA DEL DOCENTE ERRANTE
I learnt the verbs of will…
1. Thomas
Me llamo, no me llamo.
Versista soy de entierros.
Tumbas de la A a la Z moldearon mi infancia.
Tumbas como cunas de solfeo.
Tumbas y un largo etcétera.
Crecí entre matorrales de desierto.
Crecí y dejé la matria.
Me fui porque vivir es huir perpetuamente.
Huir perpetuamente de la muerte.
Y mi país es un gran muerto.
Un muerto que tiembla.
Abuelos tuve de montaña y de balneario.
Abuelas de puerto y malecón.
Viví jaranas alunadas por el peso de neblinas.
Y me acostumbré a cielo de gallinazos y mar de soledades.
* * *
Clases doy de Gramática a
muchachas de profundo corazón.
Los secretos de una lengua agria, cuyo
fabuloso timbre solo yo sé sacar de
su rancia bóveda, verban la mañana de mutilación
y batalla.
Lecciones son de clara flama inventiva, aunque
en la raíz de su dicha flemen saqueos de sotana
marcial, terribles hogueras de domingo y un
vasto sermón de esqueleto que pía.
¡Pero qué ligera es la voz de
la discípula, al generoso regazo
terrenal, enamorándose entre dos nubes!
La palabra “amor” cabe a la siniestra y
se pronuncia igual que su parcela, con la lengua
entre coronas y jardines.
Viajo por aldeas de ancho
arco medieval, pueblos
amurallados para mantener a raya la noche,
fantasmas colmados de recinto.
Hallo un claro en el bosque donde levanto
la pesada mesa del magisterio, y me siento a la sombra
de la patria ajena a perorar.
Y peroro sobre la piedra y el oro de la
lengua que nos pune, y, mientras subo la voz a
las penas, enseño la palabra que se cuece bajo el
hemisferio animal de un temblor.
Así empiezan a negar con el alma
la oración que traza de frente la emoción perdida.
Verbándose el labio de nieve
magma, reuniéndose alrededor del prurito
recuerdo de una playa, la muchacha aprende a decir
una verdad con la herramienta que da
la muerte.
Porque enseño vocablos y
cuchillos, hipogrifos enervados, obeliscos
de cabeza, largos enunciados donde
curruca la paloma.
Y el río que baja anuncia todavía que hay agua
suficiente para que lo cruce un corazón.
Llego a puertos donde hay, en
lugar de cielo, alboroto de gaviotas.
Veo riberas y neblinas, pensionistas
vitalistas, fresca vejentud de bombardeo.
Tomo nota de la vida rural y me atengo
a la orilla.
En villorrios donde nunca un papagayo
siestó, ardiente norte de fauna
glaciar, imparto la regla sumaria de mi lengua.
En el ejercicio ordinario del misil, veo partirse
el hielo y azuzo el idioma de dilema.
Con el vocabulario de desierto que
mamé de niño, lleno el vacío sideral de sus bocas.
Descubriendo arbóreas planicies
donde rompe una cripta, habito
sin pena ni gloria el recinto
natural de las granjas incendiadas por un beso de obrero.
Me alimento de pan y pescado, y
bebo agua del pecho de la lluvia.
Ningún dragón me ha ofrecido refugio, pero trabajo
arduamente en sellar su feo tiempo
de ladrillo.
Con el empeño y la experticia
del sepulturero, gano la remuneración
del hombre que aplaca la tristeza entre dos túneles.
Debido a estas circunstancias del sol a
sol, recomiendo a las alumnas rechazar santo y
seña al conjugar el verbo.
Impartiendo afluentes y semas, recorro
los ríos que se levantan bajo tierra.
Ahí me enseña la muchacha el ala inquieta de su sueño,
me abre los ojos a su sombra y cuenta
la historia breve del fuego.
Todos los entierros que lloró, todas las antorchas
del espíritu de su mano celta.
Terminada la sesión, resumo la lumbre
del cuervo en el acta de la carne.
Aplauden el recuerdo floral de una cotorra
en la selva enciclopédica.
Marcho al amanecer solo hacia la noche, surcando
el amor de la ola con el espejo de la luna,
y la tierra no me traga.