BAQUIANA – Año XXIV / Nº 125 – 126 / Enero – Junio 2023 (Opinión I)

UNA RELECTURA DE EL TUNGSTENO

 

por

 

Guillermo Arango

 


A setenta años largos de su publicación y de su tiempo nos plantamos la lectura de El tungsteno, la novela de César Vallejo. En la bibliografía sobre la vida y la obra del poeta puede decirse que es mínima la atención dedicada a la novela y, en general, a toda su prosa. Ello es justo en gran parte. La narrativa del escritor peruano no alcanzó a darnos la `profunda vibración que desprende su poesía. Pero tampoco es de una calidad deleznable y desmerecedora de atención. Sobre todo, corresponde plenamente a las condiciones de su tiempo, a la más avanzada postura literaria de aquel momento. Importante también en la vida y pensamiento de Vallejo, respondiendo a una fe, a unas teorías, a un compromiso, a una discusión interna, a un sincero reflejo de una toma de posesión.

     No sé, en primer lugar, si la novela se divulgó lo suficiente mientras se han repetido las ediciones de su obra poética. Lo que es evidente es que la mayoría de los manuales e incluso tratados de alguna especialización se conforman con una rápida mención o una sintética frase para situarla dentro de la narrativa indigenista. Después de su aparición en Madrid en 1931, en la Editorial Cenit, ha sido reeditada formando parte de sus obras completas.

     La primera conclusión que se saca de esta nueva lectura es que César Vallejo está más presente hoy como poeta que como novelista. La novela, por estar muy exactamente vinculada a su tiempo, ha pasado de actualidad en la misma medida en que ese tiempo ha transcurrido. Ardiente, apasionada, impulsora de la narrativa en un determinado sentido, verdadera vanguardia de unos deseos literarios inseparables de una fe política, el tiempo, que todo lo hace historia, se empeña en dejarla fija en aquellos años treinta tan prometedores para muchos espíritus como Vallejo de un profundo cambio estético, social y político.

     Porque El Tungsteno, por estar escrita deprisa —y quizá más por eso mismo—, se aparta poco de los problemas que acosaban al autor en aquel momento, inquietudes que torcían algún aspecto de su pensamiento sin dejar de afincarse en sus creencias profundas de siempre: el dolor humano, la falta de compasión, la justicia, el amor a los humildes, hasta entrañarse en ellos.

Cuando se produce una novela han influido en ella distintos móviles creativos, lejanos unos y próximos otros. Cuando Vallejo escribe El Tungsteno no hace más que dar salida a una idea que le viene trabajando hace algún tiempo, la de ensayar la novela como lo hizo con el teatro y la poesía. En esta última sabe hasta dónde llega y también que es menos adecuada —aunque el fondo de sus sentimientos permanezca inalterable a la reflexión— para dar expresión a sus presentes ideas sobre el arte y su intención de conseguir un cambio social mundial. Incluso sabemos que tiempo antes tenía escrito algún fragmento, con posible independencia en el momento de su creación, que incorpora a las páginas de la novela. Pero la entrega de su escritura a su narrativa, metiéndose en ella y desligándose en lo posible de toda otra preocupación, tiene lugar en una situación concreta de su vida, cuando tratando de vivir de su pluma y de contribuir con ello a la causa de la revolución mundial escribe obras dramáticas que no logra estrenar y aceptar el encargo de la Editorial Cenit para aportar un título a su colección de novelas, donde autores hispanoamericanos se unirían al catálogo de dicha casa, nutrido de novelas europeas de posguerra y de novelas soviéticas.

     Vallejo escribió El Tungsteno en tres semanas. Vivió durante este tiempo, en que le suponemos entregado exclusivamente a este trabajo, cerrado en un mundo alejado de sus preocupaciones vitales inmediatas, evocando y dando expresión literaria a experiencias de juventud, al tiempo en que trabajará en las minas de Quiruvilca, o en su contacto meses después con el personaje indio de la empresa azucarera próxima a Trujillo, donde ocupó el puesto de ayudante de cajero.

     Son sabidas las etapas del pensamiento de Vallejo en los tiempos anteriores y posteriores a la creación de su novela. De sus inquietudes y desolaciones ante una situación de injusticia que no parece permitir modificaciones ha ido pasando a una fe en una revolución mundial que llegue hasta los valles y altiplanos de su querida tierra. Su defensa de la integridad y la independencia de la poesía ceden en este momento a esta fe y a la obligación que el escritor tiene de participar, como tal, en tan alta misión. Sus postulados generales se apoyaban en los textos de Lenin sobre la literatura y el arte y en las normas de lo que se llamó realismo socialista. En la adhesión a esta postura no hay sino una elección de aquello más próximo a sus experiencias y anhelos de siempre. Desde su niñez había vivido la humillación de los pobres, la tajante separación de clases, había sufrido con la cárcel la injusticia de los caciques y vivía en un mundo que le golpeaba y del que su misión de poeta no había podido arrancarle. Era casi inevitable que buscara un camino que el Perú sólo le podía proporcionar: el ejemplo de la Revolución de Octubre, las predicaciones que se hacían de una sociedad sin clases, el internacionalismo proletario y la consideración del papel que al intelectual le toca representar, le empujan hacia el ejemplo de los escritores soviéticos o los escritores proletarios que encauzaban Barbusse y Romain Rolland.

     Nunca dogmático en sus ideas, aunque obediente a una praxis a la que se ciñe con calculada  disciplina, olvida reservas y diferencias que podrían parecer esenciales para entregarse a la acción del buen militante y acepta —nos lo dice en la novela por boca de uno de los personajes— que el papel del intelectual consiste en ponerse al servicio de la clase obrera. Su misión es difundir sus pensamientos entre los obreros. Predicar la buena nueva en las reuniones obreras hasta que sus actividades le hacen ser expulsado de París, pero también llevar la revolución al arte, a la literatura, a la novela. Presentar en ella la injusticia, la barbarie del patrón o del servidor del estado burgués mediante un relato que sirva para denunciar hechos tanto como para despertar las conciencias.

     Su propia vida le había asomado a la condición social del indio, al trato injusto del que se le hacía objeto, a la destrucción de una vida natural por la superposición de las industrias y los intereses de las empresas internacionales. En su novela tienen que estar los indios, esa capa social —tanto o más que racial— sufridora de todas las opresiones. Y los obreros, una de las dos masas polarizadas de la lucha que amenaza al mundo, cargados de humanidad y sufrimientos. El indio campesino se transforma en trabajador de las  minas. La sociedad modifica sus estructuras con quebranto para el hombre que trabaja, aún sin superar viejas y dolorosas mutaciones históricas. En el otro polo, la pandilla de los dueños de fábricas, las autoridades que los protegen. El clero que los sanciona y sus servidores inmediatos: burócratas, jueces, policías, ejército. Caracteres, se le reprochó ya entonces, un poco bidimensionales, de buenos y malos, de situados forzosamente a este o al otro lado de la raya. Defecto, si lo es, no de construcción, sino de concepto. No es lo mismo pintar retratos de corte que, digamos, los fusilamientos del tres de mayo. La pintura contemporánea de la literatura de Vallejo había elegido el cartel y el mural. Un elemento más en el que el escritor peruano se adelanta a la temática del relato indigenista es la presentación de las compañías extranjeras dominando desde una escala superior a los explotadores de siempre. Mucho antes de que Huasipungo, la trilogía bananera de Miguel Ángel Asturias, o Mamita Yunai se alzasen como hitos de una denuncia, capaces de construir un verdadero ciclo. En el mundo de ideas y consignas en que se movía Vallejo, la lucha contra el imperialismo era una de ellas, especialmente orientada hacia América Latina. Vallejo podía actuar en dos sentidos: mostrar a Europa las formas de explotación en un rincón de ese lejano techo del mundo que es el altiplano andino; hacer ver a esos mismos explotados la realidad de su situación y la forma única de salir de ella.

Estas precisiones generales nos dicen bien claro lo que es El Tungsteno. La puesta en práctica de estas ideas se confirma con la relectura de la novela. Puestos en elección, estilo y tema, ha de predominar lo que ofrece este último. A Vallejo le importan unos hechos,  que serán los episodios conductores de la narración. Narra con rapidez, como con prisa de llevarnos hasta el medio del relato, hasta las escenas atractivas y convincentes. Su prosa corre hacia los sucesos, no se entretiene en descripciones, parece despreocupada de cualquier recreo preciosista en el lenguaje o en las técnicas. Quiere contar, estremecer, compadecer, indagar. Apenas con los primeros renglones ya se advierte esta intención, esta prisa:

               «Dueña, por fin, la empresa norteamericana Mining Society, de las minas

               de tungsteno de  Quivilica, en el departamento del Cuzco, la gerencia de

               Nueva York  dispuso dar comienzo  inmediatamente  a la extracción  del

               mineral.»

     No hay, por tanto, que acusar a Vallejo de torpezas, descuidos o baja calidad de su prosa. Su atenuante —equivocado o no— es la asunción de un estilo y una escritura en función de aquello y aquellos a quienes va dirigida, despejar a la literatura de todo oropel que encubra las heridas o las contusiones de la realidad. Sus indios ya no tienen la altivez de los héroes románticos idealistas ni las bellezas arrancadas al color y brillo de su piel de los crepúsculos andinos de los modernistas.

     A veces nos sorprende El tungsteno con acercamientos al tono de la novela popular decimonónica de cualquier país hispánico. Así lo proclaman expresiones como “ahogados rugidos de bestia encerrada” que surgen más de una vez. También pudieran echarse a este parentesco la vivida descripción de hechos tremendos como la violación colectiva, la conducción de los indios “conscriptos” o las escenas de la represión en la plaza. Las explicaciones de hechos o situaciones en que el autor habla por sí mismo también podrían atribuirse a esta relación.

     Curioso dato a notar es la utilización en varios pasajes de grupo de frases interrogativas cuyas respuestas por el propio autor de la pregunta, o sea, el narrador, nos da un original modo de describir y adelantar la acción. Me refiero a preguntas como “¿Quién era, pues, este hombre?” No sé si este procedimiento puede tener su origen en formas populares de la novela, así como desconozco la formación del escritor en este sentido, sus lecturas de niño y joven, etc. El que quiera buscar tres pies al gato podría notar la coincidencia con el empleo, más deliberado, continuado y técnico de este sistema, tan propio de los libros escolares de fin de siglo, con el capitulillo inescapable del Ulises en que Bloom y Dedalus dialogan charlando por las calles de Dublin.

     La novela de César Vallejo se inserta en el relato indigenista y la novela proletaria. El título alude al tungsteno y a la mina donde los obreros extraen el mineral, pero la mina está enclavada en la zona andina y los operarios, llevados a ella a la fuerza en ocasiones, son indios. Algunos de estos, los que ocupaban el lugar antes de la llegada de la empresa industrial, ofrecen el contraste de su inocencia y bondad con la fría y egoísta actitud de los explotadores e incluso los otros indios contaminados ya por la sociedad capitalista. Episodios que prolongan la esta del bon savage desde Cristóbal Colón a los románticos pasando por Clorinda Matto de Rurner y el padre Las Casas. No es extraño que Vallejo acentúe el estado de inocencia de los indios hasta extremos que le quitan verosimilitud, aunque puedan ser ciertos. Le ayudaban su ternura, su sentido de lo ingenuo que alienta en buena parte de su poesía y hasta la teoría marxista del comunismo primitivo. Lejos está todavía la actitud que luego encontramos en Alegría y Arguedas.

     No podría llamarse esta novela “novela de la mina” como el título y desarrollo argumental de los primeros capítulos podrían hacer suponer. El tungsteno, en su existencia metalífera unida a la tierra, provoca todas las situaciones de la narración: la degradación de los indios, las violencias, el moverse de los personajes. Pero la acción concluye cuando parece que algo importante va a pasar. La novela queda abierta en un bello final, pero también podría pensarse que Vallejo descubrió este final cortando los sucesos de la lucha final que se anuncia. ¿Era este su plan inicial o le dio un corte al ver que era plausible y le permitía cumplir su compromiso con Cenit? No hay respuesta por ahora. Sus borradores y papeles, si hablan de ello, podrían decirlo.

     Concluyamos con lo dicho al principio: El tungsteno no alcanza en la literatura hispanoamericana los niveles en que se halla inspirada su poesía. Pero también que la relación de esta novela con la prosa en que se inserta tiene mucho de común con su individual creación poética, alejándose de los moldes establecidos.

________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

GUILLERMO ARANGO

Nació en Cienfuegos, Cuba (1939). Es poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Cursó estudios de Arte, Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva (Cuba) y de Creación Literaria en la Universidad de Loyola (Chicago). Por muchos años se dedicó a la enseñanza universitaria. Ha ejercido por igual la crítica cinematográfica. Ha publicado siete libros de poesía, siendo el más reciente Ceremonias de amor y olvido (Linden Lane Press, 2013). Ha publicado tres libros de relatos bajo el sello de Ediciones Universal: Gatuperio (2011); El año de la pera tradiciones, relatos y memorias de Cienfuegos (2012); y El ala oscura del recuerdo (2013). Ha publicado un libro de ensayos literarios Visiones y Revisiones (2020) y siete libros de obras teatrales bajo el sello de Ediciones Baquiana: TeatroTodos los caminos, Nube de verano, La mejor solución (2016); Teatro IILos viejos días perdidos, Entre dos, Encuentro, Ensayo de un crimen (2017); Teatro III Retablillo del amor rey: Un testigo veraz y La petición de Rosina, Una proposición decente, Las dos muertes de Gumersindo el indiano, Romance de fantoches (2017); Teatro IV ─  Mañana el paraíso, Noche de ronda, La corbata roja, El uno para el otro, Mi hermana Vilma, Dos trenzas de oro, El plato del día, Espejismo, Coto de caza, Los pescadores (2018); Teatro VAdagio, Un lugar para vivir, La ruta de las mariposas, El parque de las palomas, El viento que pasa (2019); Teatro VI ─ Hoy es siempre todavía, La recepción, La familia de Adán, Propiedad en venta, A la luz de un relámpago; y Teatro VII ─ Un día de reyes, Esos juegos del amor, Una corona de flores  (tres comedias en tres actos). Ha sido becado en tres ocasiones por la National Endowment for the Humanities. Ha sido ganador de premios en las categorías de poesía y narrativa. En el 2008, su pieza dramática Todos los caminos, fue galardonada con el Premio Internacional de Teatro “Alberto Gutiérrez de la Solana”, auspiciado por el Círculo de Cultura Panamericano en Nueva Jersey. Ha publicado y presentado trabajos de investigación literaria en revistas y congresos nacionales e internacionales. Es miembro de diversas organizaciones literarias y profesionales. En octubre de 2016 le fue concedido el Premio Ohio Latino Award por su excelencia literaria. Reside desde hace varias décadas en el estado de Ohio, EE.UU.

________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________