BAQUIANA – Año XXIV / Nº 125 – 126 / Enero – Junio 2023 (Cuento III)

VIDA FELINA

 

por

 

Alberto Roblest

 


Uno de esos eventos excepcionales, por no decir asombrosos, que a veces suceden en la vida le había acontecido en Filadelfia.

     Resultó que su casera, la señora Robbins, amaba a los gatos locamente. Tenía en casa al menos quince mininos que llevaban los nombres de los apóstoles. Era posible que hubiera dos Pablos y dos Ezequieles, aunque Luis Carmona nunca llegó a comprender cómo era que los bautizaba. La habitación estaba en la parte baja de una vieja casa, propiedad de esta anciana singular quien afirmaba que los gatos eran seres de otro mundo, es decir, reencarnaciones de personas muertas o proyecciones de fantasmas. Ya saben, los viejos tienen sus ideas.

     Carmona rentaba una de las cuatro recámaras que la mujer tenía en el sótano para este propósito. Aunque nunca conoció a los otros inquilinos, a veces los oía salir, entrar. Rentaba por bastante buen precio, a decir verdad. La ubicación no estaba nada mal tampoco, y el lugar era silencioso el fin de semana. Un sitio un tanto húmedo de ventanas pegadas al techo, con moho en el baño, aunque un gran closet y una puerta trasera que daba a un jardín. Así que cuando quería evitar a la señora Robbins, o no se encontraba de humor para ser sociable con los animales, salía por ahí. Además, tenía permiso de la casera para en ocasiones sacar una silla ahí y admirar las plantas, las cuales le encantaban, pues de niño había seguido la ruta de las cosechas en Texas con su familia y apreciaba el olor a vida.

     En la actualidad, Carmona trabajaba en la construcción. Enviaba dinero a su mujer que se había quedado en Oklahoma. Había tenido que correr detrás del trabajo, como sus padres y tíos, y era empleado ya de cuatro años en aquella empresa tejana que iba construyendo oficinas en nuevos desarrollos en varias ciudades. La paga era decente, el trabajo no muy difícil, pues contaba con la experiencia y tenía bajo su mando a varios trabajadores. Creía en el trabajo duro, no en magias o esoterismos. Por eso cuando le pasó aquello, le entró miedo.

     Carmona era el tipo de persona que se ajustaba a las circunstancias, en este caso en forma de gatos, muchos de ellos, con diferentes personalidades. A uno que le pareció el menos querido por la dueña de la casa, y no muy capaz de defenderse de los gatos más abusivos, lo adoptó y lo bautizó “Leoncito” por su aspecto y color amarillo. Le empezó a comprar comida e incluso le permitió compartir la cama.

     La noche que sucedió “el evento”, como terminó por llamarle, los gatos fueron testigos. No recuerda qué pensaba. El caso es que de pronto comenzó a sentir un adormecimiento en las manos que se extendió a las extremidades y el torso. Cuando la pérdida de control sensorial de su cuerpo fue casi total, entró en pánico. ¿Es que era un ataque de apoplejía? Soy muy joven para eso, se respondió a sí mismo. ¿Qué otra cosa podía ser? ¿Es que me había envenenado con algo? ¿Quizá por mis años de infancia respirando abono hecho en laboratorio? ¿Quizá era la peste a orines de los amiguitos? Se preguntó muchas cosas mirando a los felinos. “Calma”, se repitió, en voz alta. Debía reaccionar con tranquilidad y salir del pánico que no era el mejor aliado y nunca lo ha sido.

     Cerró los ojos intentando controlar el terror y retomarse. El esfuerzo fue tal que escuchó un “crac” que venía de adentro de su cabeza; en sus oídos el silencio fue absoluto. A lo mejor he muerto . . . o estoy en el proceso. Abrió los ojos nuevamente, levitaba, estaba sobre las cosas, en el aire, como si quedara libre de la gravedad del centro de la tierra. No podía creer lo que estaba sucediendo. Flotaba elevado a metros de la cama horizontalmente, mirando por la ventana a la calle donde cosas pasaban. Reconoció a la mujer que caminaba mientras hablaba por teléfono, la vecina de dos casas calle abajo sacando a pasear al perro, un pastor alemán negro que seguramente sabía por el olfato que ahí había gatos, y por eso se orinaba en todas partes de la fachada de la casa. El animal vino a la ventana, lo vio flotando de forma horizontal cuan largo era. Lo miró sin importarle mucho, levantó la pata y se meó en el cristal de la ventana, para posteriormente correr detrás de su dueña. Pasó un automóvil en cámara lenta. Cruzó la calle el cartero, con su bolsa al hombro y desapareció en la puerta de los vecinos de enfrente. Dos hombres en bicicleta cruzaron también por su campo de visión.

     Los gatos le miraban curiosos. Sólo un par de ellos alcanzó a comprender que estaba levitando; el resto se lamían los bigotes, se chupaban la pata o la cola, miraban aburridos la escena, como si no pasara nada, sentados, echados de panza en diferentes posiciones. Al principio creyó que estaba alucinando. Le entró miedo. “Tranquilo”, se dijo así mismo una vez más. Por su abuela sabía que el miedo puede controlarse, e incluso encausarse. A base de no entrar en pánico, Carmona alcanzó a comprender que estaba flotando en el aire del cuarto sin precipitarse en contra de toda lógica. Giró la cabeza. Efectivamente estaba en el aire, libre de la gravedad como un astronauta, algo sorprendente. Una vez sin miedo, con una mano se empujó de una pared a la puerta del baño. Comenzó a moverse a discreción por el cuarto. Se sintió muy ligero, como si fuera una pluma. Entonces pudo ver las cosas de un modo cenital. Esto es, que estaba desde el techo viendo las cosas abajo. Libre del magnetismo terrestre, también perdió la rigidez. Giró en el espacio. Sin peso, se pasó unos minutos empujándose de una pared a otra, divirtiéndose por un rato hasta que se cansó.

     No recordaba cómo había regresado todo a la normalidad. Los gatos se largaron, y finalmente tuvo a bien meterse en cama. Se sintió exhausto, como si hubiera corrido varios kilómetros. Estos desprendimientos, como terminó por bautizarlos, volvieron a repetirse.

     Durante su última noche en aquel lugar, como a eso de las tres de la mañana, se sintió observado y cautelosamente abrió los ojos en la oscuridad. Flotaba, aunque no muy alto esta vez, apenas unos centímetros. Se percató de que los quince gatos le miraban con extrema atención, treinta pares de ojos brillando en la noche. Era una escena realmente extraña. Al principio se atemorizó del espectáculo de todos aquellos ojos brillando como si fueran de luz neón, pero pronto cayó en cuenta de que eran los mininos. Lo miraban sin parpadear, era como si supieran que se estaba yendo de la casa o algo. Quizá era que ya había llegado su turno en aquel lugar, donde ellos, los fantasmas, se quedarían a mandar y ser felices.

     Se cogió de la cabecera, lentamente se acomodó y tomó asiento en la cama. Se quedaron mirando mutuamente: él con ellos y ellos entre ellos, algún tipo de comunicación que no conocía, quizá una muestra de cariño entre animales. Carmona quedó fascinado.

     Los animales se encontraban sentados en partes de la cama, el chifonier, el escritorio y en la parte superior de la silla. Todos estaban distribuidos por el cuarto en diferentes posiciones. Lo rodeaban. Un par de ellos, los más atrevidos, se acercaron a Carmona y empezaron a ronronear suavemente, mientras él les pasaba la mano por el lomo, demostrándoles su amistad.

     Carmona entendió que habían venido a decirle adiós, a desearle buena suerte. No sabía si lo hacían cada vez que uno de los inquilinos temporales de la señora Robbins estaba saliendo del lugar o lo estaban haciendo sólo porque lo consideraban especial. Algunos gatos nunca se acercaron mucho, pero desde su sitio, se conectaron al ronroneo general que hizo vibrar los objetos del cuarto algo increíble. Un ronroneo rítmico y unísono.

     Ahora desde la distancia en otra ciudad y otro contexto, Carmona observa la escena. Los gatos de la casera le rodean, sus ojos brillan en las sombras de la recámara en aquella vieja casa. Todos aquellos ojos brillan a su derredor su última noche ahí.

     El que los gatos estuvieran en el cuarto, no sólo era una despedida, sino un presagio. Leoncito, el gato que había adoptado de entre todos por ser el más amable, le miraba a los ojos apenas a unos centímetros, como si quisiera ver dentro de su ser. Llegó un momento en que pudo comunicarse con los felinos desde donde estaban posicionados o, mejor dicho, aposentados, y le hicieron saber que querían compartir un sueño con él. En el sueño Carmona era un gato. Aquí es entonces que despierta.

     Va caminando por el bosque, todo es de un color azul brillante. Es un animal nocturno. Desde su posición en el suelo, brinca y sube a un árbol enterrando sus uñas en el tronco. Llega a la última rama que el árbol sostiene y desde ahí, abrazado a las hojas, puede ver todo. Al fondo se ve un poblado más allá de la muralla, luego un bosque. Camina por la rama del árbol y de ahí se impulsa. De un salto alcanza el próximo árbol y el próximo. Voltea hacia atrás, la distancia ha sido considerable. Eso le produce un gran orgullo, y es un incentivo para continuar saltando de árbol en árbol. Carmona es consciente del peligro, aunque le gustan los chispazos de adrenalina y testosterona que lo invaden. Vuelve a brincar, vuela en el vacío, retando a la gravedad de la tierra. Va a otro objetivo, cruza la oscuridad, puede ver en la noche, tiene la sorpresa a su favor, lo sabe.

 

     Flotando en el espacio se desplaza.

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ALBERTO ROBLEST

Nació en México. Es artista digital, escritor, profesor y cofundador de la organización Hola Cultura en Washington DC. Sus videos, instalaciones y arte digital han sido ampliamente exhibidos en festivales, museos, galerías y espacios de cultura. Como artista digital es autor de las compilaciones de video: La muerte de lo Analógico y El Arte de Existir que reúnen algo como 30 videos de arte. Como escritor es autor de los libros de cuentos: “Contra la Muralla”, e “Instantáneas Norteamericanas”. De la novela: “Collar de Orejas”, y de los libros de poesía: De la Ciudad y otras pequeñeces, Chicaneando, Del Silencio en las Ciudades, Ortografía para piromaníacos y De Entre los Signos el Diminutivo. Sus cuentos, reseñas y ensayos han sido publicados en revistas literarias y antologías. Como profesor universitario ha enseñado en las universidades: George Washington University, Catholic University of America; Emerson College, Massachusetts Bay Community College y Fisher Coller, entre otras universidades en los Estados Unidos, así como en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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