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SONIA ESCOLANO
Nació en Alicante, España (1980). Poeta, escritora, guionista y directora de cine. En 1996 se trasladó a Alcalá de Henares para estudiar humanidades. Desde esa época comenzó a interesarse por el mundo de la interpretación y el cine. Finalmente, estudió dirección y empezó a hacer cortometrajes con su amigo, el también cineasta Sadrac González-Perellón. En 2009, juntos dirigieron Myna se va, un largometraje experimental a bajo costo. En ella cuenta la historia de una joven rusa, sin papeles y los problemas por los que pasa en España. La pelı́cula obtuvo la mención de honor del jurado a la mejor interpretación en el Festival de Cine de Austin, Texas. También participó en la sección oficial de festivales como Athensfest (Grecia), Les Rencontres des Cinémas d’Europe (Francia) y el Festival Internacional de Cine del Bronx de Nueva York (EE.UU.), entre otros festivales de cine. Entre 2008 y 2011 dirigió el grupo teatral “Rotos y descosidos”, especializada en representaciones de Federico Garcı́a Lorca. En marzo de 2015 publicó su primera novela de Ficción, titulada El Rey Lombriz y basada en un guión de cine. En 2018 escribió y dirigió su nuevo largometraje Casa de Sudor y Lágrimas. La pelı́cula se presentó en Frontières del Festival de Cine de Cannes. Posteriormente fue seleccionada para participar en la sección oficial del Fantastic Fest, en Austin, Texas, EE.UU. Ha publicado cortometrajes y largometrajes: El Señor Cuello-Largo (2006), Julietas (2007), Cédric (2007), El Rapto de Ganímedes (2009), Second Blood (2009), Invisible Old People (2009), Myna se va (2010), The Vampire in the Hole (2018), Casa de Sudor y Lágrimas (2018). Ha publicado: en prosa El Rey Lombriz (2015), y en poesía Criaturas de Asfalto (2020).
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LOS HOMBRES
El hombre le dijo al hombre,
Ven que yo te quiero.
El hombre resbaló,
Y las palomas cayeron.
El hombre le dijo al hombre,
Ven que yo te venero.
El hombre empezó a caminar,
Y se rompió su cielo.
El hombre le dijo al hombre,
Ven que yo te espero.
El hombre cayó al mar,
entre cuerdas de marinero.
El hombre le dijo al hombre
Ven, que yo te guardo.
El hombre nació de pie
con abismos en los párpados.
El hombre le dijo al hombre,
Ven, que yo te siento.
El hombre fue cristal
en las entrañas del firmamento.
El hombre le dijo al hombre,
Ven, que sin ti me muero.
El hombre rompió a llorar
pues atado tenía el pecho.
El hombre le dijo al hombre,
Ven, que yo te puedo.
El hombre gimió al altar
con cascabeles en los senos.
El hombre le dijo al hombre,
Vete, que sin ti ni contigo puedo.
El hombre camisa blanca
mordió con palas y arena.
El frío suelo.
EXPOSICIÓN
Trescientas cincuenta y seis personas se han detenido una media de cinco minutos a observar a
la mujer que está prisionera en el cuadro.
Trescientas cincuenta y seis personas de algún modo, han sentido algo.
“La Cautiva” Anónimo. 1626.
-¿No es raro que para la época tenga el cabello verde?
-Quizá no sea de este mundo. Quizá sea solo un fantasma que atormentaba al autor.
-O a la autora.
-Creo que es autor.
-Sea lo que sea, me encantaría besarla. Tocarla, y depositarle uvas suavemente en su boca.
-Vámonos.
Trescientas cincuenta y seis personas se han estremecido al ver a la fémina.
No hay rasgos incas, ni caucásicos, ni orientales.
Es un rostro quimérico.
-Mamá, ¿Por qué esta mujer tiene el pelo verde?
-Porque es una ninfa, cariño.
-¿De las que viven en los bosques?
-Eso es.
-¿Entonces por qué la tienen encerrada en el cuadro?
-No lo sé. Para que la veamos.
-Quizá ella no quiere que la vean.
-Bueno, cariño, claro que quiere que la vean, es la estrella del museo.
-No sé, a mí no me gustaría estar todo el día ahí de pie y que muchos desconocidos me mirasen.
-Bueno, sigamos que nos espera tu padre.
Trescientas cincuenta y seis personas han soñado con ella.
De algún modo, sus curvas kilométricas, su cabellera desafiante, la falta de júbilo en sus ojos, su
medio sonrisa pícara y deslumbrante, la lágrima que le resbala por la mejilla izquierda, todo son
pinceladas, al fin y al cabo. Pinceladas.
-Tuvo que ser una mujer impresionante.
-O una tortura para quien osara amarla.
-Yo diría que esta mujer jamás existió.
-¿Por qué?
-Porque nadie que sea de este mundo puede reír y llorar al mismo tiempo de esa manera tan…
-Tan atroz.
-Sí, tan atroz.
-Prefiero que pasemos a la siguiente sala.
-Vamos.
Trescientas cincuenta y seis personas han llorado por verla.
Por la sala diáfana pasan los curiosos, los ávidos de obras, o los que no son capaces de amar a
nada ni a nadie.
Buscan tras lo pictórico un motivo para su existencia. Suena bien. Soy amante del arte.
-Espléndida. Me voy a acercar más.
-Claro, sabía que te iba a fascinar.
-Es más que eso, es como si la conociera.
-Todos hemos querido conocer alguna vez a una mujer así.
-No, no, pero esto es distinto.
-¿Distinto?
-Sí, hice una sesión de espiritismo y me dijo el ánima que pronto conocería al amor de mi vida.
-Por Dios, no es más que un cuadro. Venga, sigamos.
-Sí, perdona. Tienes razón. No es más que un cuadro.
Trescientas cincuenta y seis personas se han marchado a su casa.
El museo es un mausoleo de mármol y granito.
Las luces se apagan.
La oscuridad embriaga a los personajes de los cuadros.
Les da miedo quedarse solos.
Menos a ella.
A la cautiva.
Se balancea sobre sí misma llorando amargamente.
Y grita. Y estremece a todos los demás seres coloridos.
La cautiva vomita pena.
Se siente sola a pesar de las trescientas cincuenta y seis miradas que la han observado.
Ella solo quisiera que la miraran como lo que es.
Una mujer de carne y hueso.
MANIQUÍ
Maquillaje metalizado, peluca oscura,
sujeta está la muñeca de
los pies de plástico.
Imponente en el escaparate, mujer eres,
bella, eterna, intocable, majestuosa.
Un vestido de seda rojo,
cubre tu desnudez incorpórea.
Las chicas de la tienda, te llaman Afrodita, pero
no eres más que una diosa de
clavos y manos frías.
Para saber lo que se siente, tienes que tener en el
pecho una algarabía,
eternamente en los labios,
una sonrisa fría.
La muchedumbre te observa y casi parece
que les devuelves la mirada, las niñas sueñan
ser como tú. Sueñan contigo cada mañana.
Cuando la lluvia golpea los cristales,
son tus lágrimas que tropiezan en tu rostro dúctil,
nadie viene a observarte, nadie viene a venerarte.
Pobre muñeca en su palacio de paja, que no
tiene quien la vea.
Nadie la ha vestido hoy,
en un sótano frío y mohoso se muere de pena.
La chica de dentro del maniquí, inmóvil,
espera a que el sol salga y la traten como a una princesa.
La chica de dentro del maniquí lleva ahí tres semanas.
No puede ir al baño, ni comer, ni hacer nada.
Pero decidió meterse dentro, para sentir que merecía
la pena ser observada.
Invisible se sentía, profundamente sola.
Ahora todo el mundo la mira, le sonríen y la señalan.
“Que chica tan increíble, es asombrosamente guapa”
La chica de dentro del maniquí, no puede llamar por teléfono, ni
salir al cine, o pasear por la playa.
Sus ojos se mueven de un lado a otro, siguiendo a la gente,
bajo el armatoste de plástico su cuerpo se adormece.
No importa. Ahora sí soy alguien, repite en su mente.
“Soy una chica de verdad”.
La chica de dentro del maniquí oye su estómago rugir.
La chica de dentro del maniquí no deja de sonreír.
La chica de dentro del maniquí lleva ahí tres semanas.
La chica de dentro del maniquí va a dormir bajo el manto de la noche estrellada.
Nadie conoce a la chica de adentro del maniquí.
LA SANGRE DE LORCA
La sangre. La sangre hierve,
La sangre mata, la sangre llora
y la sangre calma, la sangre roja
cuando levantamos las espadas.
La sangre, siempre la sangre, de madrugada.
Cantando a la luna, gimiendo al alba, la sangre,
La sangre corre, en ríos de paja,
la sangre verde, en tu piel esmeralda.
La sangre come. La sangre tiene hambre,
la sangre grita canciones en la hierba alta. La sangre,
a sangre se acurruca en
tu nuca argentada.
La sangre tiene fauces que te arrancan el hueco de tus nudillos,
Y la sangre se los traga. Te cose con hilo fino, fino, y te ahoga
en ríos de crines negras y amapolas amargas.
La sangre.
Porque mi sangre bebió la tuya, y corrieron a la plaza
Los mozos con el pico.
Los mozos con la pala.
La sangre que juntamos, se mezcla con la navaja.
La sangre.
Porque mi sangre brotó, de tus yemas atrapadas,
En un nido de dolor, ay mi sangre acabada. Sin ti
no soy yo, contigo no soy nada, pero mi sangre es tuya
díselo a tu sombra congelada.
La sangre, maldigo mil veces la sangre, que te trajo
como un ruiseñor, a mi lengua amoratada, la maldigo sí,
la maldigo en tu cara, hombre de mi amor,
hombre de la nada.
La sangre de Lorca.
LA ENFERMEDAD DEL OLVIDO
Los viejos mastican huesos de oliva, y lo escupen furiosamente contra la calzada.
Ésa que ningún hijo recorre para verles.
Abren cartas e intentan calmar la melancolía.
Son del banco.
La enfermedad del olvido.
Se callan y duermen. Se tapan con cristales que del revés, construyen un mecanismo,
de sombras pintadas con sangre, de colchones amarillos y ásperos.
Tienen las rodillas juntas, hacia adentro. Hacia lo más profundo.
La enfermedad del olvido.
Es imposible contar todas las arrugas de los ojos en un solo día, cuesta más levantar
el yunque de los párpados.
Ya casi todo el tiempo dormitan, soñando que aún sus glúteos y sus pechos, sus pezones,
sus lenguas y sus dedos, son jóvenes.
El influjo de la luna llena las habitaciones para que sepan a qué o quién deben seguir.
Los viejos calman sus encías con huevos pasados por agua y el tintineo de las cucharillas.
La enfermedad del olvido.
Qué pena de viejos. Tan solos, tan sólo seres que habitan en un nido de buitres, de jabalíes
y de gatos.
Gatos que acabarán enterrando a sus amos.
Si contamos a los viejos que quedan en los edificios, en los bares, cerca de la puerta, mirando a la gente que ríe, que juntan sus manos a modo de saludo, los que se mimetizan con el cementerio, reyes de los sepulcros, los que van a la pescadería contando las monedas, los viejos de los parques, esos que sonríen a las embarazadas y éstas huyen despavoridas de unos cuantos esqueletos que se mueren por un beso.
La enfermedad del olvido.
Jose, ponme un cafelito.
Cada vez que uno se marcha, otro enferma. Y si uno muere, otro se calla para siempre.
Nadie imaginaba llegar hasta la casilla final de la partida.
Crees que eres carne sonrosada para siempre, y no eres más que un juguete del tiempo, del tiempo
que tardas en decir una palabra, una palabra que compones mil veces, que ensayas mientras
miras por la ventana, para ver si aquel ser que cabía en la palma de tu mano se digna a mirarte a
la cara.
No lo va a hacer. No va a venir.
Saca pecho, viejo. No puedes detenerte. Ni que nadie te detenga. Aunque llores, esas lágrimas son
de aceite, y en una sartén a fuego lento, son poderosas.
La enfermedad del olvido es sub yaciente, está escrita en las paredes, está escrita en los codos,
detrás de las rodillas, en el temblor de ave que emerge, cada vez que bebes tu propia saliva de
amarga hiel.
Qué amarga.
Has visto jugar a los niños mil veces.
Cómo has deseado acariciar el flequillo de un nieto, y peinarlo, peinarlo mil veces con peines de
corales y elixir de algas.
Te queda el musgo, viejo.
La enfermedad del olvido.
Lo hiciste bien como padre, ahora no deberían dejar de quererte, pero como ya sabes, eres un
fantasma, transparente, no has podido curarte de la soledad.
Lo siento, viejo.
La enfermedad del olvido.
DENTRO DE MÍ VIVEN MIL PERSONAS
Tengo los ojos de mi madre, el pelo
de mi abuelo, tengo la piel cortada,
igual que el carnicero.
Dentro de mí viven mil personas.
Todas las que por las calles veo, no puedo evitar
meterlas en mis adentros.
La anciana que cruza el semáforo y desespera a los conductores, el niño,
el niño que rompe cristales, y se cubre con su chubasquero de colores.
Dentro de mí viven mil personas.
Las chicas que hacen el amor, y los chicos que comen palomitas, los
testigos de Jehová que
corren detrás de la gente despavorida.
Porque todos buscamos a Dios, o a hay quien le llama energía,
estamos más solos y perdidos que un matrimonio de toda la vida.
Dentro de mí viven mil personas.
El demonio, el ángel que lo persigue, la dama en apuros, el príncipe
sin caballo, lo que levantan los puños con ímpetu, los que se van a la guerra,
los socios, los empresarios y los poetas.
Tengo tanta gente dentro de mí que no sé quién soy,
tengo hasta diez marionetas.
Quiero ser como Pinocho, dejar de ser de madera.
Dentro de mí viven mil personas.
Si le doy de comer a las palomas, me picotean
las manos, si acaricio a un perro vagabundo,
me muerde el brazo.
Si intento dejar de pensarte, poco a poco me voy matando.
Si te intento besar, me arden los labios.
Tengo tanta gente dentro que es para tapar tu hueco.
Casi no me acuerdo de tu sonrisa, ni de tu espalda ni de tu pelo, solo sé
que no estás, y por eso
llevo mil personas dentro.