LA LEYENDA DILUIDA
por
Laura Linares Palacios
Benot abandona sus estudios debido a que se siente un prisionero en la escuela. Entonces encuentra un trabajo; consiste en pintar puentes. Pero, después de un tiempo, también renuncia a esta faena; es demasiado agotadora. A partir de esta dimisión, se dedica a leer y a pasar tiempo con los amigos (goza cantar y beber con ellos). Ante tanta disfunción, familia y sociedad acusan a Benot de perdedor. Como respuesta, él llena su mochila de conservas y parte; quiere huir del severo jurado y encontrar un poco de gloria. Con esta determinación camina y camina. Y, aunque recorre laberintos de rascacielos y pueblos blancos y azules, continúa sin nada relevante que contar a su gente. Pero una buena tarde, Benot, desde la cima de un cerro, avista una playa que se extiende hasta el horizonte con sus grandes olas. Sólo por vagar, decide recorrerla. Al alba, descubre, a la orilla del agua, un hermoso castillo de arena. Embelesado, el hombre, luego de examinarlo desde todos lo ángulos, anhela entrar a él, pero la profunda fosa que rodea al palacio se lo impide. En eso está cuando los húsares apostados a los costados del portón y en las almenas comienzan a gritar: ¡El rey! ¡Ha llegado el rey! En medio de estas voces, para admiración de Benot, cae el puente levadizo. Sin entender qué ocurre, lo cruza. Al llegar al umbral del castillo, algunos hombres de estado y aristócratas lo reciben con una elegante venia y un lacayo le alcanza una túnica con guarniciones de plata y unas zapatillas con cintas también de plata. Ya ataviado, a Benot, convertido en rey, lo conducen al torreón. Ahí lo espera el cocinero con algunos manjares. Mas en el transcurso de la comida los hombres de estado interpelan a Benot: “Señor, ¿qué haremos para impedir que, al crepúsculo, la marea derruya el castillo y vuestros dominios?” “Lo único que nos queda es dejar de pensar”, responde el rey. Los aristócratas, desconcertados, luego de intercambiar preocupadas miradas, mandan traer al bufón. Tras la excelsa comida, Benot, en lugar de asistir a su clase de retórica, ordena que venga a su presencia el juglar. Desea que escriba una canción sobre su reinado a fin de que su familia y sus conocidos allá en la ciudad, oigan hablar de que él fue un insigne rey. Así nadie volverá a referirse a él como un perdedor. En tanto llega el poeta y Benot contempla el mar, uno de los aristócratas pregunta de nuevo con todo tacto: “Excelencia, falta poco para que se ponga el sol, ¿qué haremos con la marea? Nos arruinará”. “Nada hay que podamos emprender”, responde el atribulado rey. Después de la siesta, en la víspera de la representación de teatro, arriba el juglar con una vasta pluma tornasol y algunos pergaminos. La función queda suspendida y, en presencia del rey, el poeta escribe la espléndida composición que tanto necesita Benot. No obstante, en el cielo, el sol ya está rojo, presto para irse a dormir y el oleaje ha comenzado a crecer. Frente a tal circunstancia, el rey, siempre cuidadoso con el pergamino en el que consta la historia de su monarquía, se dirige a una torre y remonta la larga escalinata hasta llegar a lo alto, donde se encuentra el ventanal. Desde ahí dirige a sus súbditos una breve arenga: “¡Salgamos del castillo ahora mismo o el mar nos ahogará! ¡Vayámonos ya!. Edificaremos otro palacio pero esta vez no de arena, sino de coral para que sea duradero”. A pesar de las palabras de Benot, sus súbditos permanecen inmóviles y silenciosos. Al fin un hombre de estado se atreve; “Nos quedamos señor. Lo del castillo de coral es tan solo una quimera y preferimos perecer antes que vivir en el orbe inhóspito del que noticias no nos faltan”. Sin alternativa y abatido, el rey se va tierra adentro. Al llegar a donde están los tamarindos, vuelve la vista atrás: el palacio se hunde. Entonces Benot se deja caer en la arena. Cuando todo ha desaparecido, el pensamiento de que no es un perdedor lo consuela. Pero, gracias a un destello de lucidez, en lugar de guardar el pergamino, lo estruja hasta volverlo una bola de papel que arroja al mar: su gente jamás entendería nada de aquel legendario día. Así, con sólo un recuerdo, inicia el regreso a casa.
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LAURA LINARES PALACIOS
Nació en la Ciudad de México, CDMX (1972). Narradora y dramaturga. Licenciada en Derecho y un Diplomado en Literatura de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Ha escrito los libros: Migajas, libro de cuentos poéticos (Editorial Praxis, 2004) y El silbido del pescador, libro de cuentos poéticos (2020). Ha publicado: una serie de cuentos breves para la sección cultural “Sábado” del periódico Uno más Uno (1998), cuentos breves para la revista Generación (1998), una serie de narrativa breve para la sección cultural del periódico Voz Pública (1998), El gato que imagina, cuento infantil ilustrado (Editorial Praxis, 1999), una obra de teatro para la revista Punto de Partida (UNAM, 2000), acreedora de mención honorífica por la Escuela de Teatro de la UNAM “Cuento en blanco”, la Antología Aliento de Sueños (Asociación de Escritores de México, 2001), reseñas literarias para la revista La Compañía, publicación oficial de la cadena de librerías Gandhi (2002), una serie de guiones infantiles para el Instituto Mexicano de la Radio (2002, 2009), una serie de cuentos breves para la sección cultural “La Furia del Pez” del periódico El Financiero (2011, 2012), y Cuentos breves para el suplemento cultural “La Jornada Semanal” del periódico La Jornada (2021).
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