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JESÚS ÁLVAREZ PEDRAZA
Nació en Matanzas, Cuba (1952). Poeta y narrador. Ha publicado los poemarios: Yo sé que la piedra sueña (Miami: Carta Lírica, 2004), Bosque de vidrio (Amazon: Publicaciones Entre Líneas, 2015), El otro bosque (Amazon: Publicaciones Entre Líneas, 2016) y Con la caligrafía de los árboles (Amazon: Publicaciones Entre Líneas, 2017). Sus textos aparecen en más de 50 antologías poéticas en Argentina, Chile, Cuba, España, Estados Unidos, México y Perú. Pertenece a los movimientos Poetas del Mundo y Poetas del siglo XXI. Ha obtenido premios nacionales e internacionales, entre los que cabe destacar el Premio Nacional de Poesía “José Jacinto Milanés” (Cuba), Premio de Poesía de la revista Carta Lírica (EE.UU.) y el Premio de Poesía del Círculo de Collegno (Italia). En la actualidad reside en Miami, Estados Unidos.
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¿SERÁ?
¿Será que el ayer estruja
la tempestad en el vaso
de recuerdos?¿Qué este paso
de la noche le dibuja
a mi soledad de aguja
otra redondez extrema?
¿Será que escribo el poema
y se diluye lo eterno?
¿O es qué el labio del invierno
es una sombra que rema?
¿Será que la luz me besa
con sus ojos tornasoles,
que está nevando en los soles
de otro tiempo que regresa?
¿Será tu boca de fresa
la que borda el sobresalto
de este diluvio tan alto
de las cenizas que invento?
¿Será que se quiebra el viento
en la canción del asfalto?
¿Será que de ayer se raja
un silencio con la acera?
¿Que la lluvia se hace hoguera
cuando el aire se le encaja?
¿Será qué en otra baraja
nos desorienta el destino
la voz del viejo molino?
¿O será que se sonroja
el verde mudo en la hoja
sobre el polvo peregrino?
¿Será que mudó las pieles
la cáscara de la nube?
¿Qué la tempestad que sube
relincha con los corceles?
¿Será qué los cascabeles
oscurecieron el ruido
de este verano dormido?
¿O es que de tantos celajes
han quedado sin vendajes
los barcos que se me han ido?
Y DESPUÉS
Y después. ¿En qué sonoro
ruidaje de luz marchita
volverás a la infinita
soledad dónde te lloro?
Y después. ¿En cuál tesoro,
hallazgo de ritmo lento
te harás guitarra en mi cuento?
Si cansado en los después
tengo ojeras en los pies
por los insomnios del viento.
LA NOCHE ES UNA DANZA DE RELOJES
Es hora. Regresa al lirio,
al perfume sin ropaje.
Úntame el otro tatuaje
que me sirva de colirio.
Pon las aguas en delirio
que la noche es una danza
de relojes. Otra lanza
en la divina tormenta
por donde el amor se inventa
adentro de una esperanza
que quema toda la nieve,
a los veranos que bebo,
trozos de luces que pruebo
cuando de la sangre llueve
algún relámpago breve
que da un salto en los añiles
entre tus muslos febriles
que saben de sol y vinos,
cintura de los caminos,
orgasmo de mis candiles
que crecen como alabastros
que te habitan en las piernas
mujer de cal. Hay eternas
marejadas en los astros
por donde van los hijastros
a dormirse entre tus senos,
estuche de los venenos
donde sueltan los ciclones
humos y constelaciones
sobre esta noche de truenos
que se enciende, que se apaga,
que se tambalea y grita.
Desde otra piel resucita
la penumbra que te embriaga.
Eres el centro. La daga,
la música que me engorda,
la terneza que se borda
casi al fondo de los pies.
Están cayendo las tres.
La noche ha quedado sorda.
EN UN TREN DEL RECUERDO
Estas calles heridas de palomas
con silencios más grandes que los gritos,
son eternas nostalgias de granitos
desnudas por el tiempo y sus maromas.
Estas calles sin puntos y sin comas
ocultan caras de trenzados mitos
en los roncos diluvios infinitos
que nos ladran en todos los idiomas.
Y en la espera que el sol se me desborde
en estas calles donde el alma llueve,
de Serrat, voy fumando algún acorde
en los ojos cansados de esta nieve
donde suda la luz por cada borde
en un tren del recuerdo de las nueve.
ABRE EL ASCENSOR
Primer piso. Va un carruaje
de ternura incandescente.
Descubro que falta un puente
al escalón del lenguaje.
Cambia la luz el tatuaje
por un pasado moderno.
Abre el ascensor. Cuaderno
que se embaraza y que sube.
Pájaro loco a la nube
donde se quema el invierno.
Segundo piso. Mi amada
cierra los ojos castaños,
nido de bosques. Extraños
van cantando una balada.
Se dobla otra carcajada.
Y la memoria se enluta
en un ave diminuta
que en el humo se corrompe
cuando la tarde se rompe
como si fuera una fruta.
Tercer piso. ¡Qué profundo
el eco del agua abajo!
Juega con el aire el gajo
más amarillo del mundo.
Niebla rota. ¿Qué segundo
de la noche va cayendo
hasta el último remiendo
de alguna nube escarlata?
Gime un suspiro de plata.
Y yo, viviendo, viviendo.
VOCES HUÉRFANAS
Medio siglo
coleccionando
las voces huérfanas
de los laureles.
Siempre
sobre mi sombra
solitaria y muda
por una calle sin dueño
en un domingo sin doce del día
en espera de la matiné
y de la muchacha
prodigiosa como la década,
con dos boletos
y una ilusión más grande
que sus ojos de almendra
con los que contemplaba
mi camisa de cuadros,
incoloro tablero de ajedrez,
nido oportuno
de habituales gorriones,
mensajeros de las melancolías
que tallaban las tardes
al fondo de la estación.
¿Cómo olvidar
el polvo soñoliento,
las bocas moribundas de los bancos
besándose eternas?