BAQUIANA – Año XXIII / Nº 121 – 122 / Enero – Junio 2022 (Poesía I)

FOTO SECCIÓN POETICA

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JESÚS ÁLVAREZ PEDRAZA

Nació en Matanzas, Cuba (1952). Poeta y narrador. Ha publicado los poemarios: Yo sé que la piedra sueña (Miami: Carta Lírica, 2004), Bosque de vidrio (Amazon: Publicaciones Entre Líneas, 2015), El otro bosque (Amazon: Publicaciones Entre Líneas, 2016) y Con la caligrafía de los árboles (Amazon: Publicaciones Entre Líneas, 2017). Sus textos aparecen en más de 50 antologías poéticas en Argentina, Chile, Cuba, España, Estados Unidos, México y Perú. Pertenece a los movimientos Poetas del Mundo y Poetas del siglo XXI. Ha obtenido premios nacionales e internacionales, entre los que cabe destacar el Premio Nacional de Poesía “José Jacinto Milanés” (Cuba), Premio de Poesía de la revista Carta Lírica (EE.UU.) y el Premio de Poesía del Círculo de Collegno (Italia). En la actualidad reside en Miami, Estados Unidos.

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¿SERÁ?

 

¿Será que el ayer estruja

la tempestad en el vaso

de recuerdos?¿Qué este paso

de la noche le dibuja

a mi soledad de aguja

otra redondez extrema?

¿Será que escribo el poema

y se diluye lo eterno?

¿O es qué el labio del invierno

es una sombra que rema?

¿Será que la luz me besa

con sus ojos tornasoles,

que está nevando en los soles

de otro tiempo que regresa?

¿Será tu boca de fresa

la que borda el sobresalto

de este diluvio tan alto

de las cenizas que invento?

¿Será que se quiebra el viento

en la canción del asfalto?

¿Será que de ayer se raja

un silencio con la acera?

¿Que la lluvia se hace hoguera

cuando el aire se le encaja?

¿Será qué en otra baraja

nos desorienta el destino

la voz del viejo molino?

¿O será que se sonroja

el verde mudo en la hoja

sobre el polvo peregrino?

¿Será que mudó las pieles

la cáscara de la nube?

¿Qué la tempestad que sube

relincha con los corceles?

¿Será qué los cascabeles

oscurecieron el ruido

de este verano dormido?

¿O es que de tantos celajes

han quedado sin vendajes

los barcos que se me han ido?

 

 

Y DESPUÉS

 

Y después. ¿En qué sonoro

ruidaje de luz marchita

volverás a la infinita

soledad dónde te lloro?

Y después. ¿En cuál tesoro,

hallazgo de ritmo lento

te harás guitarra en mi cuento?

Si cansado en los después

tengo ojeras en los pies

por los insomnios del viento.

 

 

LA NOCHE ES UNA DANZA DE RELOJES

 

Es hora. Regresa al lirio,

al perfume sin ropaje.

Úntame el otro tatuaje

que me sirva de colirio.

Pon las aguas en delirio

que la noche es una danza

de relojes. Otra lanza

en la divina tormenta

por donde el amor se inventa

adentro de una esperanza

 

que quema toda la nieve,

a los veranos que bebo,

trozos de luces que pruebo

cuando de la sangre llueve

algún relámpago breve

que da un salto en los añiles

entre tus muslos febriles

que saben de sol y vinos,

cintura de los caminos,

orgasmo de mis candiles

 

que crecen como alabastros

que te habitan en las piernas

mujer de cal. Hay eternas

marejadas en los astros

por donde van los hijastros

a dormirse entre tus senos,

estuche de los venenos

donde sueltan los ciclones

humos y constelaciones

sobre esta noche de truenos

 

que se enciende, que se apaga,

que se tambalea y grita.

Desde otra piel resucita

la penumbra que te embriaga.

Eres el centro. La daga,

la música que me engorda,

la terneza que se borda

casi al fondo de los pies.

Están cayendo las tres.

La noche ha quedado sorda.

 

 

EN UN TREN DEL RECUERDO

 

Estas calles heridas de palomas

con silencios más grandes que los gritos,

son eternas nostalgias de granitos

desnudas por el tiempo y sus maromas.

 

Estas calles sin puntos y sin comas

ocultan caras de trenzados mitos

en los roncos diluvios infinitos

que nos ladran en todos los idiomas.

 

Y en la espera que el sol se me desborde

en estas calles donde el alma llueve,

de Serrat, voy fumando algún acorde

 

en los ojos cansados de esta nieve

donde suda la luz por cada borde

en un tren del recuerdo de las nueve.

 

 

ABRE EL ASCENSOR

 

Primer piso. Va un carruaje

de ternura incandescente.

Descubro que falta un puente

al escalón del lenguaje.

Cambia la luz el tatuaje

por un pasado moderno.

Abre el ascensor. Cuaderno

que se embaraza y que sube.

Pájaro loco a la nube

donde se quema el invierno.

 

Segundo piso. Mi amada

cierra los ojos castaños,

nido de bosques. Extraños

van cantando una balada.

Se dobla otra carcajada.

Y la memoria se enluta

en un ave diminuta

que en el humo se corrompe

cuando la tarde se rompe

como si fuera una fruta.

 

Tercer piso. ¡Qué profundo

el eco del agua abajo!

Juega con el aire el gajo

más amarillo del mundo.

Niebla rota. ¿Qué segundo

de la noche va cayendo

hasta el último remiendo

de alguna nube escarlata?

Gime un suspiro de plata.

Y yo, viviendo, viviendo.

 

 

VOCES HUÉRFANAS

 

Medio siglo

coleccionando

las voces huérfanas

de los laureles.

Siempre

sobre mi sombra

solitaria y muda

por una calle sin dueño

en un domingo sin doce del día

en espera de la matiné

y de la muchacha

prodigiosa como la década,

con dos boletos

y una ilusión más grande

que sus ojos de almendra

con los que contemplaba

mi camisa de cuadros,

incoloro tablero de ajedrez,

nido oportuno

de habituales gorriones,

mensajeros de las melancolías

que tallaban las tardes

al fondo de la estación.

¿Cómo olvidar

el polvo soñoliento,

las bocas moribundas de los bancos

besándose eternas?