BAQUIANA – Año XXIII / Nº 121 – 122 / Enero – Junio 2022 (Opinión I)

REPASO: UNAS LECCIONES DE METAFÍSICA DE ORTEGA Y GASSET

 

por

 

Guillermo Arango

 


Las máximas figuras filosóficas españolas en la transición del siglo XIX al XX fueron Jorge Santayana (1863-1952, Ángel Amor Ruibal (1870-1930), Eugenio D’Ors (1882-1954) y José Ortega y Gasset (1883-1955). Este último, benjamín de la brillante y variopinta cuadriga, me parece que, como pensador —dando a esta voz su sentido lato—, es el más eminente. Ahí tenemos los principales libros filosóficos de aquel gran trabajador intelectual: El tema de nuestro tiempo (1923), ¿Qué es Filosofía? (1933), En torno a Galileo (1933) y La idea de principio de Leibniz (1947), y casi todos con ediciones posteriores; pero no llegó a escribir el gran tratado sistemático tantas veces prometido a sus discípulos. Como sociólogo produjo, en cambio, dos obras fundamentales: La rebelión de las masas (1930) y El hombre y la gente (1950). Unas lecciones de Metafísica (1966), no aparece hasta diez años largos después de su fallecimiento. En sus páginas se contiene el texto de catorce lecciones dictadas en la Universidad de Madrid durante el curso académico 1932-1933. En ellas Ortega, que contaba cuarenta y nueve años, se propuso exponer nada menos que su metafísica. Hora de plenitud biográfica y cuestión capital. El propio autor tenía conciencia de la importancia del momento: «yo intento, precisamente, tomar los problemas filosóficos en un estado más hondo de cómo han solido ser atacados». Pedía a sus oyentes que prestaran atención a sus «palabras que inician una Metafísica» y anunciaba «formidables averiguaciones» Intentaremos concentrar y ordenar la entraña afirmativa de tan crucial docencia.

     Sabido es que la Metafísica es la rama de la Filosofía que trata de conceptos fundamentales como son el ser y su esencia, tiempo y espacio. Pero el problema con las alegaciones metafísicas es que son generalmente inverificables, lo que para un empirista lógico no tienen sentido. La lógica simbólica es útil porque una cita puede desvirtuarse en forma de que el tratamiento habitual de la frase hace difícil determinar su significado. Así, en 1918, Ludwig Wittgenstein designó que toda la renovación de la filosofía tiene que empezar con el lenguaje, hacerlo lógico. Lo que los filósofos necesitan, decía, no es profundidad sino claridad. Desde comienzos del siglo XX la relatividad y la teoría cuántica redibujaron el mapa de la realidad en forma tal que puede ser verificada por experimentos, dándole la precisa expresión matemática. En una era de física triunfante cabe preguntarse si la filosofía todavía necesitaba hacer la barba con la metafísica.

     Pero volvamos a nuestro objetivo, Unas lecciones de Metafísica. El método que utiliza Ortega en su tratado es preferentemente fenomenológico: «no estoy haciendo una teoría sino describiendo». El problema propuesto es el más hondamente metafísico: “¿qué es el ser?” o, dicho con mayor prolijidad, ¿cuál es “la realidad radical de cuanto hay, lo que verdaderamente hay, o el ser de lo que hay?” Su respuesta es nítida: “esa realidad absoluta… ¿qué es sino vivir?”. La vida es, pues, el gran tema metafísico. Y la define como “lo que somos… lo que hacemos y lo que nos pasa”, como “lo más elemental y previo a todo lo demás”, en suma, como el “ser-yo-ahí”. Sus caracteres o atributos son cinco:

 

1.- Es “transparente” o “evidente para sí misma”.

2.- Es “circunstancial”, o sea se hace en “un aquí determinado… y una determinada fecha.”

3.- Se decide a sí misma”, consiste en un “hacer algo”.

4.- Es “esencial perplejidad” y “constante encrucijada”.

5.- Es “actual”, pero dirigida hacia el “futuro”: es “temporal” e “histórica”.

 

     ¿Cuáles son los componentes de la vida? El yo y su circunstancia, que son completamente heterogéneos entre sí: “yo no soy más que un ingrediente de mi vida, el otro en la circunstancia o mundo”; “mi vida, que es en realidad, se compone de mí y de las cosas”. Esta dualidad tiene matices trágicos: los humanos “hemos sido arrojados en nuestra vida”, somos “náufragos en un elemento extraño”, “el hombre es, por esencia, forastero, emigrado, desterrado”. Ese mundo en el que se encuentra colocado es un “antiparaíso”, lleno de incomodidades, incertidumbres, interrogaciones y quiebras. Esto obliga a inquirir sobre el ser de las cosas a fin de obtener seguridades: “la pregunta por el ser nace, pues, inspirada por haber perdido la confianza en nuestra circunstancia; es lo que hacemos cuando ante una cosa no sabemos qué hacer, cómo comportarnos”. Hay, por tanto, una conexión entre lo que existe y lo que nos falta, entre lo que hay y su privación: “me hago la pregunta… sobre el ser cuando la cosa habitual… se me hizo una nada”. Pero el ser es una “necesidad del hombre”, por eso “hacer Metafísica es un ingrediente ineludible de la vida humana… es lo que el hombre está haciendo siempre”, “el hombre es Metafísica”. Esta inquietud o “preocupación interrogativa por el ser” produce “angustia”, “cura, cuidados y cuitas”, y las “pesadumbres” o peso de la existencia, salvo que seamos “inauténticos” y nos entreguemos al “yo social”, “convencional”, “monstrenco, común y anónimo”, lo que equivale a sustituir nuestra personalidad por un “pseudo-yo”, y así “la vida toda sería ficticia”. Ortega concluye afirmando que su fórmula —la vida es coexistencia de un yo y su circunstancia— supera simultáneamente las dificultades del realismo y del idealismo.

En estas Lecciones se entremezclan dos clases de materiales bastantes difíciles de separar: las intuiciones básicas del racio-vitalismo orteguiano, y una paráfrasis y adaptación de la analítica existencial de Martin Heidegger. Respecto a los primeros, creo que las páginas de este libro, que fueron publicadas con carácter póstumo, no añaden nada fundamental al esquema o programa de sistema filosófico que cabe reconstruir mediante fragmentos de los anteriores escritos de Ortega. A mi juicio, la aclaración más explícita e interesante se reduce a sustituir la famosa paradójica fórmula “yo soy yo y mi circunstancia” acuñada en 1914, por esta otra más aceptable y coherente:

 

«Yo soy mi vida. Esta, que es la realidad, se compone de mi y de las cosas.

Las cosas no son yo, ni yo soy las cosas: no somos mutuamente trascendentes,

pero ambos somos inmanentes a esta coexistencia absoluta que es la vida.»

 

Este teorema, que es el centro del pensamiento orteguiano, se apoya en el axioma de que mi vida es la realidad radical. Sin embargo, la experiencia desmiente tan antropocéntrica afirmación. Somos seres para la muerte; pero el universo nos precede y nos sobrevive. Hay infinidad de cosas anteriores y posteriores a nuestra vida. No somos radicantes del mundo, sino radicados en él. Nuestra vida no es lo substantivo y permanente, sino lo adjetivo y pasajero; no es raíz sino floración. Para cada uno, su vida será todo lo importante que se quiera; pero en el contexto cósmico es un episodio microscópico. Ortega no supera el dilema: o cae en el idealismo solipsista o acepta una realidad trascendente y, en tal caso, su posición resulta insostenible.

     La mayor parte de los materiales de estas Lecciones proceden de Heidegger. Hay pocos tratados sobre las deudas del filósofo español al germano. Es una interrogante ingrata, que incluso los que han estudiado de modo global la obra de Ortega, han preferido soslayar. “Ortega es un artista de la meditación”, ha dicho Martínez Esrada en su libro Leer y escribir. Trataremos de exponer la cuestión que plantean estas Lecciones y el rotundo influjo heideggeriano. Trazaré un guión apresurado a esta decisiva cuestión crítica.

     El gran libro de Heidegger Ser y tiempo (Sein und Zeit) se publicó en 1927. Ya en febrero de 1928 Ortega anticipaba un agridulce juicio público: “finas verdades y finos errores”. Esto prueba que, desde el primer momento, se puso a estudiar el sistema heideggeriano. Pero luego, lo cita poco en sus publicaciones. Hay breves referencias en textos, de ordinario impresos con carácter póstumo, y que, por tanto, han sido generalmente conocidos con años de retraso.

     Reconstruyamos el diálogo zigzagueante y polémico. En julio de 1929 Ortega expresa su interés por el anunciado libro de Heidegger Kant y el problema de la Metafísica (Kant und das Problem der Metaphysik). No obstante, ese mismo año Heidegger, dentro del Círculo de Viena, publica su manifiesto ¿Qué es la Metafísica? (Was ist Metaphysik?) que fue una especie de sirena-aviso a los empiristas lógicos, ya que confesaba que la ciencia moderna no necesitaba de la metafísica: según la concepción científica del mundo, sólo las cosas de nuestra experiencia son reales. Así y todo, en mayo del mismo año 1929, Ortega, desde el Teatro Barceló, califica de genial a Ser y tiempo, pero reivindica “la prioridad cronológica” en el lanzamiento de las ideas de mundo, vivir, existencia, etc. En abril de 1932 entra más en el fondo del pleito y escribe: “necesito declarar que tengo con este autor una deuda muy escasa”, y aquel  mismo año lo cita  una vez al comienzo de su curso universitario. Y otra, junto a Dilthey, en sus conferencias de la catedra Valdecilla. En abril de 1946 lo llama “el melodramático señor Heidegger”. Y en 1947 declara que “admira su indiscutible genialidad, que reclama considerarlo como uno de los más grandes filósofos que ha habido”, pero discrepa de su pesimismo y patetismo y de su “exorbitación del concepto del ser”. La respuesta de Heidegger, publicada en castellano en 1956, dice así: “Ortega sentía cierto desasosiego por alguna parte de mi pensamiento que parecía amenazar su originalidad”.

     ¿Qué resultado arroja el cotejo de los dos pensadores? Los paralelos que existen entre Unas lecciones de Metafísica y Ser y tiempo son muy numerosos. El método es similar: la descripción fenomenológica. La incógnita central es la misma: “¿qué es el ser?”, dice Ortega, “was ist Sein?” escribe el filósofo alemán. Según Heidegger, “el existente humano se pregunta por el ser” (“die existierenden menschlichen Wunder über das Sein”; y Ortega lo repite: “el hombre es Metafísica”. Para el germano, la realidad radica en el “dasein”; para el español, que traduce casi literalmente, es el “ser-yo-ahí”. También en los caracteres coinciden: Heidegger “ser en el mundo” (“in der Welt sein”); Ortega: “ser un aquí determinado”. Heidegger: “ser en el mundo no es estar dentro en sentido espacial” (“in der Welt zu sein bedeutet nicht, räumlich im Inneren zu sein); Ortega: “este término espacial sólo puede tener aquí un sentido metafórico”. Heidegger: “somos arrojándonos hacia adelante, proyectándonos” (“wir werfen uns nach vorne und projizieren uns); Ortega: “decidir lo que vamos a ser, por tanto, el futuro”. Heidegger: “el sentido de la cura es la temporalidad” (“Die Bedeutung der Heilung ist Zeitlichkeit”); Ortega: “en la raíz  misma de nuestra vida hay un atributo temporal”. Heidegger: “somos poder ser, ser posibles, posibilidad” (“wir können möglich sein, möglich sein”); Ortega: “la vida es perplejidad” y elección de “posibilidades”. Heidegger: “estamos arrojados en el ser” (“wir werden ins Leben gerufen”); Ortega: “somos arrojados a la vida”. Heidegger: “descubrimos los entes intramundanos como utilizables o inutilizables, inservibles o servibles” (“Wir entdecken ibtramundane Entitäten als verwendbar oder unbrauchbar, nutzlos order verwendbar”); Ortega: “la circunstancia es un puro sistema de facilidades y dificultades”. El “propio” e “impropio” de Heidegger se corresponden exactamente con el “auténtico” e “inauténtico” de Ortega. La “angustia”, la “cura”, el “yo social”, la “verdad como revelación” (“Wahrheit als Offenbarung”), la conexión “ser y nada”, etc., son conceptos fundamentales comunes.

     Es evidente que el libro de Heidegger y su estudio produjeron en Ortega una conmoción intelectual intensísima. Las primeras huellas nítidas aparecen en el curso “¿Qué es Filosofía?” Y especialmente en las dos últimas conferencias pronunciadas en 1929. Pero el eco más fiel se encuentra en estas Lecciones que Ortega nunca quiso publicar y en las cuales el mediator alemán tiene una presencia trivializada y difusa, pero de muy considerable vastedad. Unas lecciones de Metafísica creo que no pueden ser explicadas al margen de la obra heideggeriana, a la cual, con tal motivo, Ortega vino a rendir el máximo tributo tácito del pensamiento español.

     De cuanto antecede hay que deducir tres conclusiones. La primera es que la gran fuente metafísica de Ortega es Heidegger. La segunda es que, no obstante, en el raciovitalismo hay elementos y reelaboraciones originales. La tercera es que en la oceánica obra de Ortega, la Metafísica, aunque sea por naturaleza la disciplina soberana, ocupa un espacio relativamente pequeño. En suma, el fuerte pasivo heideggeriano no es más que una partida dentro del complejo balance que exige la magna empresa intelectual de Ortega.

 

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GUILLERMO ARANGO

Nació en Cienfuegos, Cuba (1939). Es poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Cursó estudios de Arte, Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva (Cuba) y de Creación Literaria en la Universidad de Loyola (Chicago). Por muchos años se dedicó a la enseñanza universitaria. Ha ejercido por igual la crítica cinematográfica. Ha publicado seis libros de poesía, siendo el más reciente Ceremonias de amor y olvido (Linden Lane Press, 2013). Ha publicado tres libros de relatos bajo el sello de Ediciones Universal: Gatuperio (2011); El año de la pera tradiciones, relatos y memorias de Cienfuegos (2012); y El ala oscura del recuerdo (2013). Ha publicado un libro de ensayos literarios Visiones y Revisiones (2020) y seis libros de obras teatrales bajo el sello de Ediciones Baquiana: TeatroTodos los caminos, Nube de verano, La mejor solución (2016); Teatro IILos viejos días perdidos, Entre dos, Encuentro, Ensayo de un crimen (2017); Teatro III Retablillo del amor rey: Un testigo veraz y La petición de Rosina, Una proposición decente, Las dos muertes de Gumersindo el indiano, Romance de fantoches (2017); Teatro IV ─  Mañana el paraíso, Noche de ronda, La corbata roja, El uno para el otro, Mi hermana Vilma, Dos trenzas de oro, El plato del día, Espejismo, Coto de caza, Los pescadores (2018); Teatro VAdagio, Un lugar para vivir, La ruta de las mariposas, El parque de las palomas, El viento que pasa (2019); y Teatro VI ─ Hoy es siempre todavía, La recepción, La familia de Adán, Propiedad en venta, A la luz de un relámpago. Ha sido becado en tres ocasiones por la National Endowment for the Humanities. Ha sido ganador de premios en las categorías de poesía y narrativa. En el 2008, su pieza dramática Todos los caminos, fue galardonada con el Premio Internacional de Teatro “Alberto Gutiérrez de la Solana”, auspiciado por el Círculo de Cultura Panamericano en Nueva Jersey. Ha publicado y presentado trabajos de investigación literaria en revistas y congresos nacionales e internacionales. Es miembro de diversas organizaciones literarias y profesionales. En octubre de 2016 le fue concedido el Premio Ohio Latino Award por su excelencia literaria. Reside desde hace varias décadas en el estado de Ohio, EE.UU.

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