LA HIJA DE LA LLORONA
(Obra en tres actos)
por
Teresa Dovalpage
Personajes:
CARIDAD
29 años, cubana. Esposa de MichaeI. Maestra de escuela secundaria en Cuba, ama de casa en Albuquerque
RITA
64 años, ama de casa. Madre de Michael y de Angélica
ANGÉLICA
13 años, hija de Rita
MICHAEL
31 años, ingeniero, nuevo mexicano, hijo de Rita y esposo de Caridad.
MARGARITA
30 años, puertorriqueña. Amiga de Caridad
Lugar:
Albuquerque, Nuevo México. La época actual.
Acto I
Escena 1
Las diez de la mañana de un sábado dos de noviembre, Día de los Muertos. La acción transcurre en la casa de la familia Gallegos.
Una habitación de bebé: cuna, sillón, sillita alta y una mesa donde aparecen en desorden varios pañales, un biberón con leche y un frasco de medicina. En la pared hay pósters con personajes de Disney y se ven algunos juguetes por el suelo. Del respaldo de la sillita cuelga un vestido de mujer. Hay una puerta que da a la sala de la casa.
Caridad permanece en pie frente a la cuna, de pésimo humor. Lleva puesta una bata de dormir con manchas de café y está despeinada.
CARIDAD: ¡Coño, mira que los muchachos joden! ¡Me estás desbaratando la existencia, chico! Anoche no me dejaste dormir con tu gritería, ¿sabes? Me levanté más de diez veces para darte jarabe. ¡Y nada! (Toma el frasco de medicina, lo observa por un momento y lo vuelve a dejar en la mesa violentamente) Seguiste tosiendo como una puñetera locomotora y chillando cada media hora y no me dejaste pegar un ojo. El fresco de tu padre roncaba como un puerco así que la que se fastidió fui yo, como siempre. ¡Como siempre, carajo, como siempre! (Patea la cuna con rabia) A ver, ¿por qué no toses ahora, eh? ¿Por qué no chillas? Hazlo, desgraciao, para que veas lo que te pasa. ¡Tose, anda! ¡Chilla, anda! ¡Llora! (Se ha ido exaltando a medida que habla hasta llegar a un paroxismo de furor. Agarra la sillita y la lanza sobre la cuna, golpeándola con salvajismo. Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer) ¡Muérete de una vez, chiquillo de mierda! (Se detiene, resoplando. Con deliberación devuelve la silla a su lugar) ¡Mala hora en que te parí!
(Se recuesta a la cuna murmurando maldiciones. Entra Angélica, vestida de blanco y con un traje vaporoso, quizás de muselina. Angélica se acerca a la cuna, le echa un vistazo y se encoge de hombros. Su presencia, excepto cuando se indique lo contrario, es invisible para el resto de los personajes que deben, si es necesario, mirar “a través” de ella.)
Voz de RITA (fuera de escena): ¡Caridad! ¿Dónde estás?
CARIDAD (cansadamente): En el cuarto del chiquito…
(Entra Rita, trayendo en brazos a un bebé que llora. Rita usa espejuelos y tiene el pelo recogido en un moño. Parece más vieja de lo que es. Pasa junto a Angélica, que le sonríe al bebé.)
RITA: Mike no hace más llorar. Yo creo que tiene hambre.
CARIDAD: Hambre no puede tener porque le di la leche hace una hora.
RITA: Pero algo le pasa. Los babies no lloran por gusto.
CARIDAD (seca): Éste sí. Póngalo en la cuna y déjelo que se desgañite si le da la gana.
RITA: Ay, qué maneras… ¿Ansina es cómo lo hacen en Cuba?
CARIDAD: Así lo hago yo. Ponga al niño en la cuna, le dije.
(Angélica le coloca un chupete en la boca al bebé y éste deja de llorar.)
RITA (acomodando a Mike en la cuna): Gracias a Dios que se calmó. ¿Por qué no le arreglas las sábanas? (Lo hace ella misma) Pero ¿qué es esto? Nunca vi tanto revoltijo… Y podrías cantarle un poquito. ¿A poco que no sabes nanas?
CARIDAD (entre dientes): Nanas te voy a dar yo a ti…
RITA: Tienes que mimarlo más. La infancia pasa rápido. Cuando te das cuenta, ya tu baby se ha hecho un hombre, tiene girlfriends, va al college… y perdiste los años más hermosos sin darte cuenta.
CARIDAD (tratando de ser amable, aunque sin conseguirlo): Yo le agradezco sus consejos, pero a mi hijo lo voy a criar a mi manera. Lo acostumbro a las nanas, como usted dice, lo mimo más de la cuenta, y cuando me vaya otra vez a trabajar, usted es la primera que va a poner el grito en el cielo.
RITA (asombrada): ¿A trabajar? Yo pensé que te ibas a quedar en la casa al menos hasta que Mike cumpliera un año.
CARIDAD: Eso está por ver. Ya estoy hasta el último pelo (Se lleva las manos a la cabeza) de la encerradera entre cuatro paredes.
RITA: Los babies necesitan a sus madres cuando son pequeñitos.
CARIDAD: Con usted que le limpia hasta el culo, no creo que me vaya a necesitar mucho.
RITA (bajo): ¡Qué grosera es esta cubana!
CARIDAD: Excepto por la noche. Por la noche todo el mundo duerme a pierna suelta y la que tiene que joderse con los llantos, la leche y las medicinas del mocoso soy yo.
RITA: Bueno, para eso eres la madre.
CARIDAD: ¿Y Michael no es el padre? ¿O yo me preñé sola? Ahora, eso sí, todos saben dar órdenes…
RITA: Yo no doy órdenes. Sólo te sugería…
CARIDAD (sin oírla): Y para meter la cuchareta todo el mundo está listo. ¡Qué bueno es hablar mierda! Pero a las tres de la mañana… ¡que se levante la mula y cargue con el muerto!
(Durante el diálogo Angélica se mueve por el cuarto poniendo en orden los juguetes y los objetos que están sobre la mesa. A veces se detiene para escuchar mejor la conversación o arreglar las sábanas de la cuna.)
RITA (persignándose): ¿De qué muerto hablas? (Caridad no responde) Yo estoy un poco sorda, no oí nada anoche.
CARIDAD: No hay peor sordo que el que no quiere oír.
RITA: ¿Mande?
CARIDAD: No mando nada, señora. En esta casa, ya sabemos que la que ordena y manda es usted.
(Angélica asiente con la cabeza.)
RITA: No es verdad. (Con aire resignado, que tiene algo de afectación): Ya mi época pasó, por suerte o por desgracia. Aquí manda mi hijo, que para eso es el hombre.
CARIDAD: La mandará a usted, si se deja, porque lo que es a mí… (Va a mostrarle a Rita el dedo del medio, pero se contiene) A mí no me manda ni la puta madre que me parió. (Se lleva una mano a la boca) Ay, discúlpame, mami. Fue sin querer… (A Rita) Por eso le digo que a partir del mes próximo empiezo a trabajar. Y si a su hijito no le gusta, pues que se aguante.
RITA: ¿Y el baby?
CARIDAD: Lo cuida usted, que tanto se nos está ofreciendo cuando no hace falta, o lo pongo en una preschool.
RITA: ¡Pero si no tiene ni cuatro meses!
CARIDAD: ¿Y? Aquí sueltan a los muchachos en los kinders desde los dos meses y que se las compongan como puedan. (Toma el vestido del respaldo de la sillita y se lo mide sobre la bata de dormir. Se nota que le quedaría estrecho de cintura. Angélica la observa y hace gestos de desaprobación) ¡Alabao! ¡Estoy hecha una vaca!
RITA (solícita): ¿Quieres que te lo arregle?
CARIDAD (zafia): ¿Usted es santa para hacer milagros? Ya estoy usando la talla diez y éste es la ocho. Antes de volver a Intel voy a comprarme un par de vestidos más y un pantalón nuevo.
RITA: Michael va a estar bien disgustado cuando sepa que quieres trabajar otra vez, te lo advierto. Le va a dar coraje porque ya ustedes tenían un acuerdo y…
CARIDAD: Los corajes de su hijo yo me los paso por el culo.
RITA (bajo): ¡Qué mujercita!
MICHAEL (fuera de escena): Ya estoy aquí, corazonas…
RITA: Te dejo con tu marido. Ah, estoy arreglando el altar de los muertos. Si quieres poner la foto de algún difunto de tu familia, dámela.
CARIDAD (indiferente): Deje que busque entre mis cosas. A lo mejor tengo una de mi madre por ahí. (Rita sale, dirigiendo una última mirada a la cuna. Angélica la sigue) ¡Qué difuntos ni qué cará! ¡Como si los muertos fueran a salir de sus tumbas a resolverme mis problemas! (Se persigna) Perdóname otra vez, mami. Vieja, si yo hubiera sabido… ¿Por qué no te traje conmigo? Entonces no te habría pasado lo que te pasó. Estarías aquí ayudándome. Y falta que me haces porque ya yo no puedo con esta vida. ¡Te lo juro que ya no aguanto más! ¡Un día voy a hacer una barbaridad!
(Tira con rabia el vestido sobre la cuna y sale del cuarto.)
Escena 2
Una de la tarde. La sala de la casa. Convencional: un sofá, dos butacas, una mesa de centro y un televisor. En la pared que queda frente a los espectadores hay un retrato grande del padre de Michael, enmarcado en negro, cerca de la puerta que da al cuarto del niño. En la esquina derecha, junto a una ventana, se alza el altar dedicado a los difuntos, presidido por una imagen de la virgen de Guadalupe.
El altar mide aproximadamente tres pies y está cubierto por una tela blanca. Rita está adornándolo con flores, velas, papel picado y retratos. Entre ellos se destaca el de Angélica, representado por un marco vacío, detrás del cual se encuentra ella, en actitud infantil, tal vez con las manos bajo la barbilla. Durante toda la escena se escuchará el sonido de la lluvia y un trueno ocasional.
Michael y Caridad están sentados en el sofá. Caridad sigue en bata de dormir. No se ha peinado.
RITA (con una vela en la mano): Todos los años llueve el dos de noviembre. ¿Ustedes no lo han notado?
MICHAEL (aparentando no darle importancia): Casi no tuvimos lluvia este verano, mamá. ¿No se acuerda de que tenía que regar sus plantas cada día? Ahora cae toda el agua que nos faltó.
RITA: Pero no es sólo este año. Siempre es así. No falla. Igual que en el setenta y tres. No ha dejado de llover un solo dos de noviembre desde entonces. (Mira el retrato de Angélica y suspira) No quiero imaginarme cómo estará el Río Grande ahora. Ojalá que naiden tenga que cruzar el puente esta noche.
MICHAEL (en voz baja, a Caridad): No sé por qué mom se empeña en seguir con la costumbre del altar. Todos los años termina sintiéndose mal y llorando. Ya le he dicho que forget it pero no me hace caso.
CARIDAD: Cosas de vieja.
MICHAEL (un poco molesto): Mi madre no es vieja. Es una señora de cierta edad, pero vieja no es.
CARIDAD (sarcástica): No, bobo. Es una quinceañera, una pollita… Su problema es que se pasa el día metida en la casa o vigilando el entra y sale de los vecinos. ¡Tan entrometida!
MICHAEL: Ella no…
CARIDAD (sin prestarle atención, levanta la voz): Pero a mí no me va a pasar lo mismo, ¿oíste? No te pienses que me voy a quedar encerrada aquí, enmoheciéndome igual que ella. ¡Yo no tengo vocación de florero!
(Rita da media vuelta. La ha escuchado. Parece que va a decir algo, pero cambia de opinión. Sigue colocando flores en el altar.)
MICHAEL: ¿Qué tú quieres decir con eso?
CARIDAD: Que en cuanto empiece el semestre de Spring regreso a mis clases de inglés en el college, para que te enteres. Y voy a pedir trabajo otra vez en Intel.
MICHAEL: Honey, yo puedo enseñarte inglés. No tienes necesidad de ir al college. Todavía no conduces bien, al menos no para agarrar el highway. Haz los ejercicios en casa y yo te los reviso cuando regrese del trabajo. ¿O no confías en mí?
CARIDAD (más suave): No es eso, mi amor. El problema es que a mí la encerradera me mata.
MICHAEL: Pero ¿por qué tienes que estar encerrada? Saca al baby a pasear, date una vuelta, llégate al mall. Nunca te he prohibido que salgas, no soy un ogro. Y tú no necesitas trabajar, al menos por el momento. Para lo poco que te pagan…
CARIDAD: Peor es nada. Es decir, peor es tener que depender de ti hasta para comprarme un blúmer.
MICHAEL: ¿Un qué?
CARIDAD: Unos panties, chico. También extraño a la gente, a mis amistades del college. Por cierto, Margarita va a venir hoy. ¿Te acuerdas de ella? (Michael niega con la cabeza) La puertorriqueña que vivía aquí al lado y estudiaba también en TVI. (Pausita) ¿Cómo le han puesto ahora a TVI? Ah, College of New Mexico… Bueno, a lo que iba: Margarita me daba botella cuando teníamos clases a la misma hora.
MICHAEL (alarmado): ¿Huh? ¿Botella de qué?
CARIDAD: Ay, viejo, me daba raites. A ella le encantan los altares y toda esa bobería.
MICHAEL: Margarita es un poco…
CARIDAD (a la defensiva): ¿Un poco qué?
MICHAEL: Like…stuck up…engreída…
CARIDAD: A mí no me lo parece. (El niño llora. Rita corre a la habitación y lo trae.)
RITA (meciéndolo en sus brazos): Cállese, mi amor, quédese tranquilo. Mire que viene La Llorona y se lo lleva. Si ella lo oye gritar, se cree que es uno de sus lost babies, lo agarra y no lo vemos más…
CARIDAD (fastidiada): Rita, haga el favor de no meterle esas sandeces en la cabeza a mi hijo.
MICHAEL: Honey, please. Él ni siquiera entiende lo que mamá le dice.
CARIDAD: ¡Por si acaso! ¡Qué Llorona ni qué carajo!
RITA (molesta, le extiende el niño a Caridad): Ahí lo tienes. Ocúpate de él tú. (Caridad lo recibe de mala gana.)
CARIDAD (A Michael, pasándole el bebé): Toma, cárgalo.
MICHAEL: Deja que me lave las manos. (Se levanta y camina hacia la puerta del cuarto.)
CARIDAD: Chico, ¿cuál es el brete con las manos? ¿Tú tocaste mierda antes de venir a la casa?
MICHAEL: Siempre se pegan bacterias por la calle. Y los niños no tienen suficientes antibodies. Espero que todavía quede antibacterial soap. (Sale.)
CARIDAD (meciendo al niño con más fuerza de la necesaria): ¡Cuando yo lo digo! Trata de recordar una canción infantil, pero no puede) Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan… (Se detiene de golpe): Mira de lo que me estoy acordando ahora, de La Internacional nada menos… (Vuelve a cantar) Al combate corred bayameses que la patria os contempla orgullosa. No temáis una muerte gloriosa que morir por la patria es vivir… (Se interrumpe de nuevo y sacude a su hijo) Los muertos, la muerte… es lo único que me viene a la cabeza hoy, por culpa de la vieja loca esta.
RITA (desde la esquina del altar): Con todas las muchachas bonitas que mi hijo estuvo dating y terminó casado con esta cubanita hocicona. No sé qué fregados le encontró, porque linda no es, ni cariñosa, ni sabe apenas cocinar. Además, no tiene respeto por nadie. Tampoco sabe cuidar a su hijo, hasta para cambiarle los pampers se hace bolas. Por todo pierde la paciencia, por todo reclama… ¡uf!
CARIDAD: ¡Michael! Ven acá, viejo, ¿tú estás lavándote las manos o dándote una ducha, eh? ¡Oye, que no se puede contar contigo para nada!
(Se levanta hecha una furia y sale llevando a su hijo como si fuera un bulto.)
RITA (preocupada): Un día lo va a matar…
(Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer.)
Escena 3
El cuarto del niño se ha transformado en el de una adolescente. No están la mesa ni la sillita alta. El lugar de la cuna lo ocupa una cama sobre la que se ve una muñeca Barbie. En la pared, un póster de los Rolling Stones y un almanaque abierto en la página del mes de noviembre de mil novecientos setenta y tres. En la esquina, un tocador pequeño con espejo. Una falda, una mochila y varios libros por el suelo.
Angélica lleva el cabello recogido en tirabuzones y un vestido demasiado aniñado para su edad. Está sentada delante del tocador con un estuche de maquillaje delante de ella. Se ha pintado los labios y está aplicándose máscara en las pestañas. Al igual que en la escena anterior, llueve a cántaros y el sonido de la lluvia se escucha en el background.
Voz de RITA (con acento severo): ¿Qué estás haciendo, maldosa? ¿Por dónde andas que no estás con tu hermano?
(Angélica oculta apresuradamente el estuche de maquillaje. Toma un pañuelo y trata de quitarse la pintura de la cara. Recoge un libro del suelo y lo abre, pretendiendo estar embebida en su lectura. Entra Rita, vestida a la moda de los años setenta y con el pelo suelto. No usa espejuelos. Claramente, es más joven que en la escena anterior, pero su rostro, contraído y con el entrecejo fruncido, no tiene una apariencia juvenil.)
ANGÉLICA: ¿Que no ve que estoy estudiando? Mañana tengo un test de geografía.
RITA: Eso está bien. (Pausa) Ya te llamó otra vez la Amber.
ANGÉLICA (dando un salto): ¿Está en el teléfono?
RITA: Colgó. Le dije que no estabas en casa. (Angélica, molesta, da una patada en el piso) No quiero que te juntes con ella. Esas gringas nada más que saben de vicios. Saliendo con muchachos desde los trece años, qué indecencia.
ANGÉLICA: I want to date too! What’s wrong with that?
RITA: ¡Deja el inglés ahora! Ya te he dicho que en la casa sólo se habla español. Vas a terminar sin saber ninguno de los dos idiomas, o confundiéndolos como los pochos.
ANGÉLICA (bajo): Yeah, right. Tu problema es que no sabes regañarme en inglés. (A Rita) ¿Y qué tiene de malo dating?
RITA: Tiene de malo que usted es una mocosa todavía. No está para pensar en novios ni en porquerías.
ANGÉLICA: Yo no pienso en novios. No más quiero salir con boys, igual que mis amigas.
RITA (irónica): Salir no más, seguro. Para andar con besuqueos por las oscuridades. ¡Si sabré yo cómo son las cosas aquí! Luego se mete con un gringo cochino y su free love. O con un mexicano grasiento. ¡No, señor! En mi familia se mantienen las buenas costumbres.
ANGÉLICA: Pos si no le gustan los gringos ni los mexicanos, me quedaré una spinster como la Aunt Lola. ¿Es lo que usted quiere?
RITA: ¡Déjate de retobos! No todos los chicos, cuando te toque elegir uno, serán indios de Juárez ni gringos desmadrados. En Albuquerque hay un montón de muchachos como nosotros, de familia española…
ANGÉLICA (burlona): Sí, sí, que vinieron con Cabeza de Baca desde el primer día de la conquest. We have pure Spanish blood por más que tengamos el nopal en la mera frente. You are so silly, mom.
RITA: ¡Te voy a dar una cachetada!
ANGÉLICA (fingiendo humildad): Disculpe…
RITA (al cabo de un momento, cambiando de tono): Si tu padre estuviera aquí, mandaba a comprar más flores para el altar y una cuarta de harina y mantequilla, pero como está trabajando…(Angélica hace una mueca de incredulidad) ¡Tener que conducir yo sola con esta lluvia, y cómo se ponen los caminos! En fin, que sea lo que Dios quiera… (A Angélica) Anda, ve a cuidar a tu hermano mientras yo me llego hasta la tienda. No lo dejes llorar.
ANGÉLICA: ¡No me da la gana de pasarme la pinche tarde cuidando a Michael! Yo también tengo cosas que hacer. A usted le gusta usarme de babysitter pero ni siquiera me paga fifty cents por hora.
RITA (furiosa): ¿Cómo te voy a pagar por cumplir con tu deber? ¿Acaso alguien me paga a mí por limpiar la casa y cocinar para todos ustedes? ¿Alguien me paga, eh?
ANGÉLICA: No es lo mismo. A todas mis amigas les dan dinero cuando ellas babysit.
RITA: Será cuando lo hacen para los extraños, no en su propia familia. (Encarándose con Angélica) ¿Ves por qué no te dejo juntarte con los gringos? Dinero y dinero, es en lo único que piensan desde que son escuincles… Haz lo que te mandé y no rezongues más. Empieza a preparar los tamales, la masa está ya lista.
ANGÉLICA (bajo): Tamales my ass. (A Rita) ¿No me va a decir qué quería la Amber?
RITA: Ni que ella me lo fuera a contar a mí. Otra escuincla que no ha aprendido a saludar… Hello, digo yo. Y ella contesta Is Angelica there? No sabe preguntar por la familia ni decir “¿Cómo está usted, señora Gallegos?” Nada. ¿Dónde ha dejado esta gente el respeto? Luego hablan de good manners…
ANGÉLICA (pensativa, sin prestarle atención a Rita): Seguro que quería invitarme al party en casa de Erin, es esta noche. (Súbitamente dulce) ¿Me da permiso para ir con la Amber, mom? Le prometo que vamos a regresar temprano. Se lo juro. Hasta las once no más estamos allá.
RITA (escandalizada): ¿Cómo que party? ¿Una fiesta el mero día de los muertos, cuando todas las personas decentes se recogen dentro de la casa y les rezan a sus difuntos?
ANGÉLICA: Pero yo no tengo ningún difunto a quien rezarle. ¿Para qué me voy a quedar?
RITA: ¿Y tus abuelos, mi apá y mi amá, que en paz descansen?
ANGÉLICA: Yo no los conocí. Se murieron en Chihuahua hace un montón de años. ¿Cómo quiere que los llore?
RITA: Te estás volviendo como las gringas, estás perdiendo los buenos sentimientos que tenías de niñita. (Dramática) Si sigues así, cuando yo sea una vieja me encierras en un nursing home y no te ocupas más de mí. Me dejas morir sola, como un perro…
ANGÉLICA: Oh shit.
RITA: ¡Cochina! (Le da una bofetada) ¡No vuelvas a decir esa grosería! ¿O quieres pasarte el resto del mes sin salir a ningún lugar?
ANGÉLICA (llorando): ¡Nunca, nunca puedo divertirme igual que mis amigas! Usted me trata como si yo fuera una little girl. That’s not fair! No importa si yo estudio o si me saco good grades, siempre es lo mismo. ¡Me lo paso encerrada aquí!
RITA: Yo sé que ya no eres una niña. (Más calmada) Y estudias y te esfuerzas en la escuela. Pero, hija, ¿no ves que estoy cuidándote para que no te pase nada malo? (Trata de acariciarle el cabello. Angélica la esquiva) Yo nunca fui a un baile ni a un velorio hasta bien cumplidos los dieciséis, y entonces, sólo si me acompañaban mis hermanos.
ANGÉLICA (secándose las lágrimas): Pero eran otros tiempos. Vea, Michael, no tiene ni seis meses, ¿cómo quiere que me acompañe? ¿Tengo que esperar quince años más para ir con él a un party?
RITA (conciliadora): No dije eso. Si fuera cualquier otro día, te dejaba ir a tu mentado party. Incluso yo podría acompañarte. (Angélica se muerde los labios, tratando de disimular su indignación) Pero hoy sería un sacrilegio. ¿No te acuerdas de la historia del diablo que se apareció en un baile de Old Town, echando chispas por los cuernos?
ANGÉLICA: ¡Lo del diablo fue en la Semana Santa!
RITA: Hoy también es un día sagrado.
ANGÉLICA (rencorosa): Para mi dad no. Lo más probable es que venga borracho y a las tantas de la noche.
RITA (le da un manotazo): ¿Qué manera es ésa de hablar de tu padre?
ANGÉLICA: ¡No me pegue más! ¡Usted sabe que es cierto!
RITA (súbitamente decaída): ¿Y si sabes que lo sé, por qué me lo dices? (Para sí) A mi marido le ha dado por emborracharse. Pero yo estoy en que sus borracheras son no más un pretexto para que yo no me entere de otras cosas… peores. Miguel no es el mismo desde que nació Michael. No quiere nada conmigo. Por las noches se vira de lado y ronca, ronca todo el tiempo. Antes no era así. Me buscaba siempre y yo tenía que inventarle pretextos para que no me ocupara, pero ya… Será porque he engordado o porque…
ANGÉLICA (persuasiva): ¿Me va a dejar ir? Please…
RITA (recuperándose): Ya te dije que no. ¿No ves que está lloviendo a cántaros? ¿Y si te encuentras con La Llorona?
ANGÉLICA (conteniendo la risa): Mom, give me a break. Esa historia de La Llorona es …el toro poopoo.
RITA: Ríete, maldosa. Ríete hasta que se te aparezca y te dé un susto por desobediente. Entonces vas a llorar. (Pausa. Angélica la mira suplicante) Además, yo no puedo llevarte. ¿Cómo vas a salir de noche y con este mal tiempo? ¿No ves que llegarías empapada a tu party?
ANGÉLICA (animándose): No se preocupe por eso, mom. No hay problemas. El boyfriend de la Amber tiene permiso para sacar el auto de sus padres. Ellos me pueden dar un raite.
RITA: ¿El boyfriend de la Amber? ¿Solas las dos con él? ¡No faltaba más! ¡Ahora sí que no vas a ninguna parte!
ANGÉLICA (en voz baja): Damn it!
RITA (mirándola fijamente): ¿Qué tienes en la cara?
ANGÉLICA (restregándose las mejillas): Nada.
RITA: ¿Rouge, eh? ¡Esto es el colmo! (Se contiene para no pegarle de nuevo) ¿De dónde aprendes esas malas mañas? ¿De la Amber?
ANGÉLICA: Amber no es la única que se pinta.
RITA: ¡No, seguro! ¡Todas las rameras lo hacen también!
ANGÉLICA: Yo ando siempre como niña de elementary school, por culpa suya, con las faldas hasta los pies y estos crappy lazos en la cabeza. I am so sick and tired! Jesus!
RITA (sin oírla): Con el favor de Dios te voy a poner en la Pío Décimo el año próximo. Es lo que te hace falta, ir a una buena escuela católica donde no te juntes con la gentuza. ¡Fu!
ANGÉLICA: ¡Yo no me cambio! La gente de mi escuela es super cool. (Decidida) Y si usted no me da permiso para ir al party, se lo voy a pedir a mi dad cuando venga. Él no me va a decir que no. Se pone briago a veces, pero no es como usted. Él sí me entiende. Y es mi padre.
RITA (rabiosa): ¡Tú no le vas a pedir permiso a nadie más! ¡En esta casa yo soy el padre, la madre y el Espíritu Santo! ¡Cuida a tu hermano mientras yo esté fuera o te vas a arrepentir! ¡Y haz los tamales! ¡Chiquilla más bocona!
(Sale cerrando la puerta del cuarto de un tirón.)
ANGÉLICA (sentándose en la cama y abrazando a la muñeca): I hate her! Cuando termine high school me voy a ir a un college en New York, bien lejos, para no verla más nunca en mi vida…
(Suena el teléfono.)
ANGÉLICA: Ésa es la Amber. (Se levanta, con aire resuelto) Si me tengo que ir sin permiso al party, so be it. ¡Yo no me quedo aquí esta noche!
Acto II
Escena 1
Seis de la tarde. En el cuarto del niño, que tiene el mismo decorado que al principio. Caridad está sentada en el sillón y Margarita en una silla que ha traído del comedor. El bebé está en la cuna. Margarita viste bluejeans y blusa suelta. Caridad sigue en bata de dormir y tiene un cepillo de pelo en la mano.
CARIDAD: Como te cuento, chica. Me dan unos ataques que no me reconozco. Esta misma mañana, si llego a tener a Mike cerca, lo destripo. La suerte de él fue que mi suegra se lo había llevado para cambiarle el pañal.
MARGARITA: ¡Ay, mujer!
CARIDAD: Ya sé, es una atrocidad. Pero no lo aguanto. Hay días en que hasta me da asco. Me le acerco (Señala hacia la cuna y arruga la nariz) y nada más que de sentir su olor me dan ganas de vomitar. No sólo porque tenga peste a caca o a pipí. Simplemente, no aguanto su olor natural. Me revuelve el estómago. Y lo mismo me está pasando con Michael. Me toca por la noche y le digo: échate pa allá, tú, deja la jodedera…Y yo antes no era así, si a mí siempre me ha gustado muchísimo templar.
MARGARITA: ¿Templar qué?
CARIDAD: Make love, niña. Acostarme con mi marido. (Comienza a cepillarse el cabello a tirones) Yo no sabía que esto era tener hijos. Me siento como un robot. Todos los días es la misma rutina: levántate, prepara el desayuno, pon la ropa en la lavadora, dale la leche al mocoso, sácale el aire, límpialo si vomita… Y Michael es una inutilidad en dos patas, no me ayuda en nada.
MARGARITA: Tienes que hablar con él, que coopere y se deje de vainas. El hijo es de los dos.
CARIDAD: ¿Y crees que no lo he hecho? Pero como si se lo dijera al inodoro. (Pausa) Estoy gorda, fofa, horrorosa… (Se levanta la bata y le muestra la barriga) Mírame las estrías, por Dios. ¡Fíjate en estas masas bobas! Ya ni cintura tengo, no me sirve ninguna ropa. ¿Quién me mandaría a parir, con lo tranquila que yo vivía antes? Me he jodido la existencia yo misma. Y todo por tener un chiquillo de mierda que ojalá…ojalá…
(Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer.)
MARGARITA (preocupada): A mí me parece que deberías ir a un psicólogo.
CARIDAD (molesta): ¿Qué psicólogo ni un carajo? ¿O tú piensas que yo estoy loca?
MARGARITA: Loca no, pero estás alterada. ¿Nunca oíste hablar de la depresión post parto?
CARIDAD: ¿Qué es eso?
MARGARITA: Que rechazas a tu hijo y te sientes down. A mí me pasó algo parecido con el segundo nene. Aunque no tan fuerte como a ti, porque lo tuyo ya es exagerado, mi hermana. ¿Por qué no vas a ver a la doctora Carbonell, en el hospital de la universidad? Ella también habla español.
CARIDAD: ¡No jodas, tú! Yo no tengo que ir a contarle mis líos a una extraña que, a fin de cuentas, no va a poder hacer nada por mí. Mira, mi problema se resuelve fácil: cuando yo vuelva a Intel y a mis clases en el college, se termina todo este brete. (Mordisquea el mango del cepillo) Pero Michael está negado, el muy estúpido. (Se levanta, se acerca a la cuna y cubre al niño con la sábana) Parece que tiene frío, estaba todo encogidito… No es que rechace a mi hijo, como tú dices, sino que me carga estar metida aquí todo el día. Y, como es natural, la cojo con él. Eso no tiene nada de extraño. También tengo tremendas broncas con mi suegra. Estoy harta de ver nada más a ella y al chiquillo, a ella y al chiquillo… ¡No es fácil!
MARGARITA: Sí, es mejor que vuelvas a tu trabajo y a las clases. Y Michael que se aguante. Pero hay algo más. (La observa un momento, antes de decidirse a hablar) ¿Por qué no te vistes?
CARIDAD: Ven acá, mi amor, ¿yo ando encuera? ¿Con el fondillo al aire?
MARGARITA: Quiero decir, con otra ropa. Ya oscureció y todavía estás en bata de dormir. Antes no eras así. (Ríe) Siempre ibas muy arreglada y pintada a las clases, con aquellas minifaldas que hasta el profesor se quedaba mirándote con unos ojazos…
CARIDAD (ríe también, pero hay una nota de tristeza en su voz): Entonces tenía más alicientes. Iba al college, al Starbucks, veía a otra gente… Era distinto. ¿Para quién me voy a arreglar ahora? (Blande el cepillo en dirección a la cuna) ¿Para el guanajo ese? ¿O para la Doña Moñitos de mi suegra?
MARGARITA: Para ti misma. Y para tu marido.
CARIDAD (indignada): ¡Ahora sí que la cagaste! ¿Tú no eres feminista, chica? ¿Tú no me prestaste un libro que decía que la mujer no tenía que servirle de objeto a nadie? ¡Y me sales conque tengo que andar bien bonitilla para que el sanaco de mi marido esté contento? ¡Manda carajete! (Sus gritos han despertado el bebé, que comienza a llorar. Caridad sacude la cuna con rabia) ¡Sió! ¡Cállate, comemierda!
MARGARITA: ¡Cálmate! (Sujeta a Caridad) ¡No lo muevas tan fuerte, lo vas a reventar!
(Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer.)
CARIDAD (haciendo un esfuerzo por contenerse): Así se estuvo desde las dos de la madrugada hasta las siete de la mañana, sin darme tregua. ¡Y tú me vienes a decir que si no me he vestido!
(Entra Angélica, toma al bebé en sus brazos y lo arrulla hasta que éste deja de llorar.)
MARGARITA: Seguro que tú nunca berreaste cuando eras chiquita.
CARIDAD (convencida): No con esa persistencia. Mis hermanos tampoco. (Angélica se pasea por la habitación con el niño en brazos. Caridad se vuelve de espaldas a la cuna) A veces me dan ganas de decirle: Métete por donde saliste, coño. (Se toca entre las piernas) No sé qué pasaría… si lo empujara para allá adentro otra vez. ¿Se ahogaría? ¿O se volvería un feto de nuevo?
MARGARITA (con determinación): Mañana te voy a hacer una cita con la doctora Carbonell. Cubana, lo que tienes en la cabeza es un arroz con culo, para que lo sepas.
(Entra Rita con una bandeja en la que hay panes dulces en forma de esqueletos y calaveras.)
CARIDAD (bajo): Ella jamás de los jamases dice “con su permiso” antes de entrar. Como estamos en su casa, que la aguantemos.
RITA (mostrándoles la bandeja): ¿Gustan probarlos? Son panes de muerto, acabo de sacarlos del horno.
CARIDAD (seca): No, gracias.
MARGARITA (probando un pan): Están sabrosísimos. Tiene que darme la receta.
RITA: Cuando quieras, hija. Qué bueno que te guste cocinar. Siempre es un adorno para la mujer el tener ese arte. Es algo lindo, femenino… (Angélica y Caridad hacen muecas de fastidio. Se escucha un timbre) Ay, yo dejé el timer puesto para que no se me quemara la segunda hornada. Aquí les dejo la bandeja.
(Sale apurada, después de colocar la bandeja de dulces sobre la mesa.)
CARIDAD (en cuanto Rita cierra la puerta, lanza con fuerza el cepillo tras ella): ¡Vieja sucia! ¡Asquerosa! ¿Viste como no pierde ocasión de lanzarme una pulla?
MARGARITA (recogiendo el cepillo del suelo): ¿Qué dijo de malo?
CARIDAD: Que cocinar era un adorno de la mujer. Como diciendo, un adorno que yo no tengo.
(Angélica toma un dulce y se lo come.)
MARGARITA: Pero tú sabes cocinar.
CARIDAD: Arroz con pollo, frijoles, puerco asado… Todo eso. Pero no uso chile, como hacen aquí, que ahorita lo ponen hasta en los postres. Entonces, para ella no sé cocinar. Y a Michael no le gusta mi sazón, así que sólo comemos lo que su mamita prepara.
MARGARITA: Michael y tú deberían tener su propia casa.
CARIDAD: Eso mismo pienso yo. Pero, ¿quién se lo dice a la comandanta en jefe? Cuando estábamos preparando el viaje a San Diego, antes de que naciera el chiquito, a Rita le dio un ataque de histeria. Empezó a hablar del asilo y de que la íbamos a dejar morir como un perro. (Angélica asiente) ¡Por una semana nada más que iba a pasarse sola! Manipuladora que es, coño, hasta la pared de enfrente.
MARGARITA: ¿Y qué hicieron ustedes?
CARIDAD: La llevamos, figúrate. Y eso que iba a ser nuestra segunda luna de miel. ¡Luna de mierda es lo que fue! Regresamos a lo mismo, a la juntadera constante. Oye, que esto pase en Cuba, se entiende, porque allá la gente tiene que vivir encaramada una arriba de otra: padres con hijos y abuelos con nietos, oliendo hasta el peo que los demás se tiran. Pero venir aquí, a La Yuma, para andar con la suegra a cuestas… ¡le ronca el merequetén!
MARGARITA: ¿Michael se deja dominar por ella?
CARIDAD: Como un muñequito de trapo.
Voz de RITA, desde la sala: Caridad, si quieres poner algunas fotos en el altar, tráelas ya. Está casi terminado.
(Angélica coloca al niño en la cuna y sale.)
CARIDAD: Deja ver si encuentro una de mami, la pobre. Pero no me gusta acordarme de… ciertas cosas. Yo no soy masoquista como la gente de por aquí. No voy a estar recordando siempre el pasado y las desgracias que he tenido en mi vida. Bastantes salaciones tiene una en el presente para revolver los recuerdos malos.
MARGARITA: ¿Tu mami se murió?
CARIDAD (pretende no haberla escuchado. Mira hacia la cuna): Mike se quedó dormido, menos mal. Vamos a ver el puñetero altar y a buscar unas fotos para salir del paso.
MARGARITA: ¿No te vistes, por fin? A lo mejor llega alguien más a visitarlos y te encuentra hecha una facha.
CARIDAD (respira profundamente. Se pone las manos en la cintura. Parece que va a insultar a Margarita, pero cambia de idea): Ganaste. Me voy a poner bien hoochie mama, como en mis putísimos tiempos de La Habana.
MARGARITA: Atta girl! Way to go!
(Salen juntas.)
Escena 2
Siete de la noche. La sala está en penumbras. Sólo aparece iluminado el altar, adornado con velas, papel picado, flores, frutas y una bandeja con panes de muerto. El retrato del padre de Michael ha sido retirado de la pared. Ahora se encuentra en el altar y delante de éste hay una botella de tequila. Junto al retrato de Angélica, que está otra vez detrás del marco, se ve un cassette de los Rolling Stones, la muñeca Barbie y el estuche de maquillaje. Hay más fotos de distintos miembros de la familia con ofrendas delante de ellos –un sombrero mexicano, quizás unas espuelas.
Caridad y Margarita están sentadas en el sofá, mirando un álbum de fotografías. No se ven sus rostros, sólo se les escucha. En la pared de frente a los espectadores, donde antes estuviera el retrato del padre de Michael, se proyecta una imagen del Malecón de La Habana. Durante el resto de la escena se proyectarán en la pared diferentes vistas. Como música de fondo se escuchará al principio, muy bajo, una canción de tema cubano. Puede ser La Jinetera, de Willy Chirino.
CARIDAD: Cuando yo vivía en Cuba, todas las noches me iba con Ernesto, un marinovio que tuve en los noventa, a sentarme en el muro del Malecón. Pero allí no sólo se sentaban las parejas de cubanitos sin un quilo prieto partío por la mitad, como nosotros. También era el punto de cita para todas las jineteras de La Habana, que iban a buscar extranjeros. (Aparece la foto de una prostituta cubana, con shorts de brillo y zapatos de tacón alto, haciendo señas a un taxi de turismo) Era el año 93 y las cosas estaban en candela. Cincuenta pesos por un dólar, y yo ganaba ciento ochenta pesos al mes como maestra de secundaria. Después de lidiar con los muchachos todo el santo día, me tenía que acostar con un vaso de agua con azúcar y una tajada de aire en la barriga. Lo peor era saber que las shoppings, las tiendas en dólares, estaban llenas de comida y de ropa, pero si no ibas con un extranjero no podías ni entrar a mirar.
MARGARITA: Pero ¿por qué ustedes no protestaban? ¿Por qué no exigían sus derechos? ¡Con lo bocones que son los cubanos!
(Se escucha una grabación de voces con acento cubano, que hablan a gritos.)
CARIDAD: Seremos bocones, pero no comemierdas. ¿Y qué derechos ni qué izquierdos? ¿No ves que todo el mundo quiere cuidarse el pellejo? En Cuba tú le tiras una cáscara de naranja a un retrato de Fidel Castro y al momento te meten en la cárcel con tres patadas por el culo. Lo mejor es inventar, resolver por ahí… Pero calladito, para no señalarse. (Pausa) Nosotros empezamos a resolver aquella noche que estábamos en el Malecón papando moscas, como siempre. De pronto Ernesto se vira para mí y me dice: “Mima, ahí hay un turistaxi parado. Y el tipo está solo. ¿Por qué no le vas a hacer compañía?”
MARGARITA (azorada): ¿Y tú que hiciste?
CARIDAD: Le fui a hacer compañía…Era un canadiense maduro ya, pero decente. Nada de vicios ni de cosas raras, por suerte, aunque de esos sí me cayeron unos cuantos después. Me llevó a pasar la noche con él en el Meliá-Cohiba. (Foto de un hotel de lujo: espejos, mármoles, alfombras) Al día siguiente falté a clases, pero desayuné como una princesa hindú en el restaurante del hotel: sándwiches de jamón y queso, café con leche, jugo de mango… Por poco me da cagalera, del susto que se llevó mi barriga. Me tragué un par de bocaditos como si fueran aspirinas. Y por supuesto, le llevé uno a Ernesto, que se había pasado la noche en blanco. Ah, y el canadiense me dejó cincuenta dólares. ¡Me sentí millonaria, mija!
MARGARITA: Pero, ¿tú volviste…?
CARIDAD: Sí, estuve jineteando un tiempo, qué remedio. Ahora, nada de un tipo distinto cada noche. A mí los pepes me duraban una semana, dos…el tiempo que estuvieran en Cuba. Dejé el trabajo en la secundaria porque en una noche ganaba lo que en un año bregando con chiquillos malcriados. O más. Los extranjeros me pagaban bien. (Orgullosa) Yo tengo tumbao, mamita. ¿Tú no conoces esa canción de Celia Cruz, La negra tiene tumbao? Y tremenda sandunga. Con un italiano ahí conocí Varadero (Foto de la playa de Varadero) Y un español, un vejestorio que podía ser mi abuelo, pero bastante espléndido para gallego, me llevó a Cayo Coco. (Foto de un cayo cubano: palmeras, cabañas, muy turístico) La vida misma era aquello…
MARGARITA (suena apenada y confundida): Pues no sé qué decirte.
CARIDAD: No tienes que decir nada. Tampoco tienes que tenerme lástima. A fin de cuentas estoy aquí, mírame. ¡Vivita y coleando! No me agarró el SIDA, no estoy presa, no se me hundió la balsa, no me falta ningún pedazo. Después de todo, yo soy una mujer con suerte.
MARGARITA: ¿Cómo fue lo de la balsa?
CARIDAD: Vine con Ernesto y sus padres. En el 94 se formó la rebambaramba. La gente salió a las calles desbaratando las vidrieras de las tiendas de dólares y gritando libertad. (Foto de una manifestación callejera en La Habana. La próxima canción puede ser Ya viene llegando) Aquello parecía el fin del mundo. Fue la primera vez que alguien exigió sus derechos, como tú dices. Pero no se resolvió nada. El gobierno abrió el Malecón y se acabó la bulla… (Foto de balsas saliendo al mar desde el Malecón.)
MARGARITA: ¿Abrió el Malecón?
CARIDAD: Vaya, que dio autorización para que todo el que quisiera se fuera para el carajo, en balsa, en bote o en un tibor si le daba la gana. No había que tener permiso de salida, ni visa, ni pasaporte, ni nada. Ahí aprovechamos Ernesto y yo. Su padre construyó una balsa con dos mesas de comedor, la mitad de un escaparate de cedro y cuatro gomas de tractor. El viejo era carpintero y la balsa le quedó buenísima. (Foto de una balsa artesanal, pero de apariencia segura, reforzada con llantas. La música cambia de nuevo. Puede escucharse Cuando salí de Cuba.)
MARGARITA: ¿Y en eso cruzaron ustedes el estrecho de la Florida?
CARIDAD: No hizo falta. A las seis horas de estar en alta mar nos recogió una lancha americana y nos puso en Cayo Hueso en menos de lo que canta un gallo. Tuvimos suerte porque al día siguiente empezaron a llevar a todos los balseros que recogían para Guantánamo. (Pausa) Mi mamá se había quedado en La Habana. El día que yo me fui, mis hermanos estaban para la escuela al campo y ella dijo que no se iba dejándolos atrás. (Foto de la madre de Caridad a la entrada de un cuarto de solar, despintado y en ruinas) Por fin salieron los tres juntos, una semana después.
MARGARITA: ¿Se reunieron en Miami?
CARIDAD (con voz sorda): Su balsa era una porquería. Imagínate, la hicieron mis hermanos, que jamás en sus vidas habían serruchado ni la pata de un sofá. (Foto de la madre de Caridad y dos adolescentes a bordo de una balsa pequeña, frágil, construida de maderos claveteados) Nunca más se supo de ellos. Fue culpa mía. Yo debí haber insistido para que mami viniera conmigo y después mandar a buscar a mis hermanos. Ni aunque viva cien años me voy a perdonar.
MARGARITA: No fue culpa tuya. ¿Cómo ibas tú a saber…?
CARIDAD (sin oírla): A veces sueño con ellos. Que me llaman, cuando una ola está a punto de tragárselos. Oigo a mi madre gritándome: ¡Caridad! Y me despierto empapada en sudor. (Pausa) Ésta es la última foto que tengo de los tres. Se la tomó mi abuela, que no se sube a una balsa ni para ir a la gloria. Dice que ella viene en avión o se muere en La Habana Vieja. Cuando reúna el dinero la voy a mandar a buscar. Para eso es que quiero volver a Intel. Porque no le voy a pedir a Michael que le pague el pasaje a abuela Chucha. Dirá que con una vieja jodedora en casa ya basta y sobra. Pero una cosa buena tiene él, y es que cuida a su madre, con todo y lo que jeringa ella. Y yo…yo dejé que a la mía se la tragara el mar.
MARGARITA (para distraerla): ¿Qué pasó con Ernesto?
CARIDAD: En Miami nos separamos. Yo no pude encontrar trabajo de maestra, por el inglés y las licencias que piden aquí. Me tuve que poner a trabajar en una factoría. Pero él pensaba que lo iba a seguir manteniendo, como en Cuba. Un día le dije: “Se te acabó el chuleo, mi chino. O te buscas un trabajo o te vas para el carajo.” Con rima y todo. Y se fue para el carajo. Luego me ofrecieron relocalizarme aquí en Albuquerque y la gente de Catholic Charities me ayudó a mudarme y a conseguir trabajo en Intel. Así vine a parar al desierto. Quién me lo iba a decir cuando salí de La Habana, válgame Dios…
MARGARITA (tímidamente): ¿Y tu marido sabe lo de…uh…el Malecón?
CARIDAD: Yo nunca se lo dicho a las claras, pero creo que se lo imagina. (Orgullosa) Él sabe que yo sí soy una mujer cujeá. Por eso, más me jode que me quiera tener metida en la casa como una monja de clausura. ¿A estas horas mangos verdes?
RITA (entrando a la sala): ¿Ya tienes las fotos listas? (Cesa la música. Se ilumina la sala, al tiempo que se apaga la proyección de la última fotografía. Vemos que Caridad está vestida provocativamente: falda corta y una blusa ajustada, con escote muy bajo. Rita la observa con desaprobación pero no dice nada.)
CARIDAD: Sí. Ponga ésta de mi madre y de mis hermanos. (Le da una foto que toma del álbum. Desde el cuarto se escucha el llanto del niño. Al cabo de un momento aparece Michael con un pañal en la mano.)
MICHAEL: Perdonen que las interrumpa, pero Mike hizo poopoo y no sé cómo cambiarle el pampers. ¿Puedes venir, mi amor?
CARIDAD (a Margarita): ¿Ves lo que te digo? ¡Una inutilidad con patas! (Se levanta con brusquedad. Tropieza con Michael y sigue adelante sin disculparse. Apenas entra al cuarto, el llanto del bebé cesa inmediatamente. Angélica abandona el altar y sale rápida detrás de ella.)
Escena 3
La sala de la casa. El altar no se ha terminado de arreglar. No están la foto del padre de Michael ni la de Angélica. No hay flores ni velas, tampoco la bandeja con dulces ni las frutas, aunque se mantienen el papel picado, algunos retratos de los antepasados de la familia Gallegos y la imagen de la virgen de Guadalupe. En la pared de enfrente a los espectadores hay un espejo grande, antiguo, con marco de madera. Sobre el sofá, un abrigo largo de mujer. Afuera llueve. Se escucha el sonido del agua al caer y un trueno de cuando en cuando.
Angélica camina por la sala modelando un vestido negro y corto. Lleva el cabello recogido en un moño que la hace lucir mayor. Tiene los labios pintados de rojo oscuro. Desde el cuarto llega el llanto de un bebé, pero ella no le presta atención. Se mira al espejo y sonríe.
ANGÉLICA: Wow! (Da media vuelta, satisfecha) I’m so hot. Si mamá me ve con este dress le pega un heart attack. Pero ella tiene que entenderlo: I’m already a woman. No me voy a pasar la vida vestida como si tuviera nueve años y sin salir los sábados. (Mira su reloj) ¡Ay, diosito, que llegue la Amber pronto!
(Se escucha el motor de un auto. Angélica corre a la ventana.)
ANGÉLICA: ¡Damned vieja!
(Toma el abrigo y se lo pone, abotonándoselo con precipitación. Se quita con los dedos la pintura de labios. Entra Rita con varios paquetes en la mano.)
RITA: ¡Gracias a Dios que llegué sana y salva! Las calles están llenas de charcos y de fango. ¡Y esas acequias! Luego el viento, que lo tenía contrario… Toma. (Le da los paquetes a Angélica) Llévalos para la cocina. (La observa) ¿Por qué tienes ese abrigo tan elegante puesto? Tú sabes bien que no vas a salir.
ANGÉLICA (coloca los paquetes en la mesa de centro y mira a su madre desafiante): Tenía frío, por eso me lo puse. ¿Quiere que me frizee también?
RITA: Enciende la calefacción, entonces. (Suspira) Ay, guadalupana, estoy muerta de cansancio. Cuántas cosas me quedan por hacer, y son ya las seis de la tarde. Se me ha ido el día sin darme cuenta. Todavía tengo que preparar el pozole, el chocolate, terminar los tamales…
ANGÉLICA (burlona): Mom, ¿para qué pasa tanto trabajo? Acuéstese y descanse un rato. Duerma una siesta. A fin de cuentas, sus apás, como usted les dice, no van a venir a comer. Ésas son supersticiones, oiga. (Se ríe) Los muertos no vuelven a salir después que los entierran. Se hacen polvo.
RITA (incomodada): ¿Eso es lo que te enseñan en la escuela gringa, a no respetar la religión de tus mayores? Yo nunca he dicho que los difuntos vengan en carne y hueso. Yo sé bien que la carne ya se pudrió, doña sabelotodo. Lo que viene es el espíritu de ellos, que nunca muere ni se pudre porque está con Dios Padre. Y el espíritu no se come la comida ni se toma el chocolate (con énfasis) sino que se alimenta con la sustancia de nuestras ofrendas.
ANGÉLICA: ¿Y cómo usted sabe cuándo se alimentó? Sus panes y su chocolate siempre se quedan ahí tirados.
RITA (convencida): Lo sé porque la comida pierde parte de su sabor. ¿No te has fijado cuando la pruebas? Los tamales que se les han ofrecido a los espíritus necesitan bastante sal para que nos sepan bien a los vivos después.
ANGÉLICA: Si el espíritu ya usó la sustancia, entonces no deberíamos comernos las sobras, ¿no le parece?
RITA: ¿Por qué no? Los espíritus no son egoístas…como ciertas personas. A ellos les encanta compartir con nosotros. Les da gusto sentirse en familia otra vez.
ANGÉLICA (bajo): Bullshit. (El llanto del bebé vuelve a escucharse.)
RITA: Saca las velas blancas del envoltorio. Pon más flores en los floreros de plata y échales agua. (Sale)
ANGÉLICA (furiosa, da una patada a los paquetes y lanza uno al suelo): ¡Sigue la generala dando órdenes!
Voz de Rita (desde el cuarto): ¡Guarda la mantequilla, que no se te olvide!
ANGÉLICA: What else? (Hace la higa en dirección al cuarto y vuelve a mirar su reloj) ¿Cuándo va a llegar la Amber?
(Regresa Rita.)
RITA (molesta): El pobre Michael estaba empapado. ¿Por qué no lo cambiaste? ¿No sabes que si lo dejas mojado se le irrita la piel?
ANGÉLICA (indiferente): Pos póngale bastante talco Meneen para que se le quite la irritación.
RITA: Deja de hablar para atrás, muchacha. ¿Hiciste los tamales?
ANGÉLICA: No.
RITA: ¿Cómo que no? ¿Por qué?
ANGÉLICA: Porque no me dio la gana. Y esos paquetes los lleva usted misma para la cocina o ahí se quedan hasta mañana.
(Rita levanta la mano para pegarle. Angélica la esquiva y se parapeta detrás del sofá.)
ANGÉLICA: ¡Usted no me vuelve a dar golpes! ¿Por qué tengo yo que cuidar a Michael? Usted es su madre. Fastídiese con él, o tírelo a un pozo, pero a mí no me lo vuelva a encargar. ¡Écheselo a los perros, si tanto trabajo le da y no puede con él! Just kill him!
(Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer.)
RITA: Pero, hija… (Confusa, no sabe cómo reaccionar. Es la primera vez que ve discutida su autoridad, y se nota) Tu hermano…
ANGÉLICA (envalentonada): Ah, y sí me voy al party con la Amber. Sin su permiso. A ver cómo me lo va a impedir usted. (Se pone las manos en la cintura, desafiante) Enough is enough!
RITA (recuperándose): ¿Conque todo el disgusto es porque quieres irte a un baile en día sagrado, eh? ¿Por eso me estás faltando al respeto y me estás haciendo rabiar? ¡Lo que tienes es que se te ha metido el diablo en el cuerpo!
ANGÉLICA (riendo): Sí, el diablo. El mero devil que está dentro de la botella, como usted le dice siempre a mi dad cuando viene briago. El que no deja dormir de noche a Aunt Lola porque está necesitada de hombre. (Rita trata de alcanzarla de un manotazo, pero no lo consigue) Su diablo is really busy. ¿Cómo le alcanza el tiempo para todo? ¿O es que está en todas partes, como Dios y the Holy Goat?
RITA (furiosa): ¡Deja que te ponga las manos encima! ¡Yo te voy a quitar las ganas de blasfemar!
ANGÉLICA: (burlona, canturreando) You can’t catch me! (Le hace muecas) You’re too slow! You’re too fat! Come on! Try again…
(Rita la persigue por la sala. Angélica la esquiva, sacándole la lengua y hablándole en inglés, hasta que tropieza con el altar. Los retratos y la imagen de la virgen caen al suelo con estrépito.)
RITA: ¡Ay, Santo Niño de Atocha! ¡La foto de mi apá! ¡La única que me queda!
(Desesperada, Rita corre hacia el altar y comienza a arreglarlo, despreocupándose de Angélica. Un momento después ésta se acerca a ayudarla.)
RITA (empujándola): ¡Váyase, váyase de aquí! ¿Que éstas no son supersticiones? Ya no quiero tenerla al lado mío. ¿No quiere irse a su party? Pues vaya. Salga a donde se le antoje, yo no se lo voy a impedir. Vuelva a la hora que quiera. Y que la acompañe Barrabás si es su gusto.
ANGÉLICA: Mom, es que usted…
RITA (sin escucharla): ¡Mire el cochinero que ha hecho con sus malacrianzas! ¡Lo que me ha tomado a mí dos días arreglar, viene la idiota y me lo desbarata en dos minutos! Le voy a dar una bola de chingazos… (Se lleva una mano a la boca) Perdóname, Jesús bendito. (Se persigna) Es que esta chiquilla insolente me acaba la paciencia…
ANGÉLICA (con aire arrepentido): Yo no quería arruinar su altar…
RITA: No, usted quería mortificarme. Hacerme blasfemar en este día tan santo. Pos ya lo consiguió. Es como su padre, igualita que él. No tiene respeto por nada. No sabe más que molestar. ¡Fuera, déjeme sola! (Angélica no se mueve) ¿Qué más quiere? Ya le dije que puede largarse a donde le dé su fregada gana.
ANGÉLICA: Usted tampoco me respeta a mí, mom. Se lo pasa hablando del respeto, pero es no más para usted, no para los demás.
RITA: ¿Qué voy a respetar, mocosa desorejada? ¿De dónde le va a venir el respeto, eh?
ANGÉLICA: ¡Yo soy una mujer!
RITA (burlona): ¿Mujer cuando no sabe cocinar, ni cuidar a su hermano, ni planchar? ¡Pst! (Termina de colocar los retratos en su sitio) ¡Y no se acerque más al altar brincando como una cabra!
ANGÉLICA: Usted no quiere oírme…
RITA (camina hacia el cuarto, pero antes de dejar la sala se vuelve hacia su hija): Ah, y acabe de llevar los paquetes para la cocina. (Amenazadora) Vamos a seguir esta conversación más tarde. ¡Babosa!
(Sale.)
ANGÉLICA (frustrada, conteniendo las ganas de llorar): ¡Yo quise hacer las paces y ella me rechazó! Traté de que me entendiera y ¿qué conseguí? A kick in the ass! Se empeña en tratarme como si fuera una chiquilla y no, no puede ser… ¡Le voy a demostrar que soy una mujer!
(Suena el claxon de un auto. Angélica corre a la ventana.)
ANGÉLICA: ¡Son la Amber y su novio! I’m out of here! (Sale. Un momento después, Rita aparece y se queda en silencio, apoyada en la puerta del cuarto, mientras escucha el motor del auto que se aleja.)
RITA (haciendo un ademán de fastidio): Que se la lleve el diablo si es su destino. Que se la lleve, sí…
(Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer.)
Acto III
Escena 1
Ocho de la noche. En el cuarto del niño. La misma decoración de la primera escena. Todavía están el frasco de medicina y el biberón de leche en la mesa. Caridad, de pie junto a la cuna, trata de quitarse una mancha de vómito de la blusa con una servilleta húmeda.
CARIDAD (rezongando): ¡Mi mejor blusa! ¡Hace un año, un año justo que no me la pongo, y no la he tenido ni una hora encima cuando este desgraciao me la viene a ensuciar! (Se restriega la mancha con rabia) ¡Yo nunca le hice esto a mi madre! (Pausa) El único día que me arreglo, el único día que trato de sentirme otra vez mujer y no una vaca lechera, y me lo echa a perder. Luego no quieren que una se encabrone. Luego quieren que esté muy contenta y con cara de cumpleaños… ¡A ver, que me traigan a un psicólogo para que me clave en el culo su psicología! (Respira profundo. Intenta controlarse) Yo trato de no disgustarme, yo trato de no coger lucha, pero esto es el colmo de los colmos… (Le da una patada a la cuna) ¿Por qué tenías que vomitarme? ¿Es que comiste arsénico, so sinvergüenza? (Patea la cuna de nuevo, con más fuerza. El bebé comienza a llorar con gritos agudos) ¡Bueno, llora! (Histérica) ¡Llora, coño! ¡Ojalá que te mueras de una vez!
(Afuera se escucha un lamento, casi un aullido, de mujer. Entra Angélica, lanza una mirada de desprecio a Caridad y toma al niño en sus brazos. Éste deja de llorar.)
CARIDAD (con ferocidad y alegría): ¡Llévatelo, viento de agua! ¡Llévatelo bien lejos! (Angélica camina hacia la puerta con el bebé) ¡Me salvé! ¡Al fin voy a verme libre de ti, chiquillo de mierda! ¡Libre de tu gritería nocturna, de tus pestes, de tus suciedades! ¡Eres peor que los mocosos de secundaria con los que yo lidiaba en Cuba! ¡Vamos, pa fuera, pa la calle! ¿Qué hacen aquí todavía? ¡Acaben de largarse pal carajo los dos! (Empuja a Angélica y se deja caer en el sillón, resoplando) ¡Voy a estar durmiendo una semana completa!
(Una luz azulada envuelve a Angélica, que queda en posición hierática, y al bebé. Los gritos, afuera, aumentan en intensidad. Truena. Con el sonido de la lluvia se mezcla el de las olas, la voz de una mujer que clama por sus hijos, otra que llama con desesperación a Caridad.
Caridad se incorpora y mira a su alrededor. Se acerca a Angélica. Cesan de repente los gritos y todos los ruidos, excepto el de la lluvia, pero desde este momento hasta la entrada de Michael, la escena tendrá un aire de irrealidad, acentuado por los juegos de luz y el comportamiento de las actrices. Caridad y Angélica deberán moverse como en cámara lenta, incluso en el momento de la lucha.)
CARIDAD: (A Angélica) Oye, tú, ¿adónde vas con mi hijo? (Angélica no se mueve) Yo te he visto antes … (Trata de recordar) ¿Tú eres cubana? ¿Tú hacías el Malecón también? Bueno, a mí qué me interesa. Anda, dame acá al chiquito y vete por ahí. (Pausa) Cambié de idea. Me quedo con él. Una puede cambiar de opinión de un momento a otro, ¿no? (Intenta quitarle al bebé, sin conseguirlo) ¡Que me lo des te dije, degenerá! ¿O quieres que te ponga un pie en el culo? ¡Suéltalo, anda!
(Forcejean. En la lucha tumban la mesa. El frasco de medicina y el biberón de leche caen al suelo con estrépito. El bebé resbala de los brazos de Angélica y cae también al piso, donde empieza a llorar otra vez, de miedo y de dolor. )
Voz de MICHAEL, desde la sala: ¿Estás bien, honey? ¿Qué fue eso?
(Caridad recupera al bebé y se sienta con él en el sillón. Angélica se coloca junto a ellos, alerta. Parece dispuesta a arrebatar a Mike en cuanto tenga una oportunidad.)
CARIDAD (abstraída): Ya, ya, no fue nada, mi amor. No fue nada. (Mece a su hijo) Sana, sana, culito de rana. Si no sana hoy, sanará mañana. (El bebé se calma poco a poco) Duérmete mi niño, duérmete mi amor, o te hago pedazos en mi corazón… (Se detiene. Angélica extiende los brazos hacia Mike) No, no es así. Lo estoy diciendo mal. Mami lo cantaba distinto. (Se lleva una mano a la frente) ¿Cómo era? (Espantada) ¡Yo no te quiero hacer pedazos, mijo! ¡Por mi madre que no!
(Entra Michael. Desaparece la luz azulada y la escena retorna a la normalidad.)
MICHAEL: ¿Se volvió a hacer pi…? (repara en el desorden de la habitación) ¿Qué es esto, Caridad? ¿Qué pasó?
CARIDAD (como saliendo de un sueño): No me acuerdo…
MICHAEL: ¡¿Que no te acuerdas?! (Le quita al bebé) ¡Pero si está sangrando! (Lo examina) Se dio un golpe en la boca y parece que se lastimó los gums. ¿Me puedes decir cómo…?
CARIDAD (aletargada): Ah, sí…Se dio un mal golpe.
MICHAEL: ¿Con qué? (Vuelve a examinar a su hijo, preocupado) Did you hit him? ¿Tú le pegaste?
CARIDAD (despacio): No fui yo. Vino una muchachita y quiso llevárselo. Entonces yo se lo quité y él se cayó al suelo.
MICHAEL (observa a Caridad con inquietud y un poco de miedo. Se nota que no la cree): ¿Una muchachita? ¿De dónde salió?
CARIDAD: No sé… La he visto antes, pero no me acuerdo dónde. Trató de arrebatármelo. ¡Tremenda descará!
MICHAEL: Come on, Caridad. Aquí no ha entrado nadie.
(Angélica se coloca entre ellos.)
CARIDAD (señalando a Angélica): Pues ahí se estuvo, parada como una estaca, con mi hijo en brazos.
(Michael pone al bebé en la cuna, después de asegurarse de que la caída no lo ha afectado. Levanta la mesa y recoge los objetos que se han desparramado por el piso. Angélica cubre a Mike con la sábana.)
MICHAEL (a Caridad): Tú no estás bien.
CARIDAD: ¿Ahora te enteras? (Pausa) Bien jodía es lo que estoy.
(Entran Margarita y Rita.)
RITA: ¿Algún problema?
MICHAEL: El baby se cayó.
CARIDAD: Michael no me quiere creer que vino una muchachita a quitármelo. Tenía un vestido blanco.
MARGARITA: ¿Se hizo daño?
RITA: ¿Qué edad tendría?
MICHAEL: Por suerte no. Pero pudo haber pasado algo peor.
CARIDAD: Doce o trece años…
RITA (convencida): Yo sí te creo.
MICHAEL (en voz baja): Pienso que ella (señala a Caridad) lo tiró al suelo.
MARGARITA: Cubana, esto no tiene vuelta de hoja. Mañana vamos a ver a la doctora Carbonell.
Escena 2
Nueve de la noche. La sala de la casa. El altar está adornado e iluminado con velas. Además de los retratos de la familia Gallegos se ve el de la madre y los hermanos de Caridad. Angélica ha vuelto a su sitio detrás del marco, junto al retrato de su padre. En la mesa de centro hay una botella de tequila y cuatro vasos, la bandeja con panes de muerto y otros dulces.
Rita, Michael, Margarita y Caridad se han sentado alrededor de la mesa, compartiendo el sofá y las butacas. Caridad tiene en brazos a su hijo.
MARGARITA: Me gusta la tradición del día de los muertos, aunque no la entienda del todo. Es como… bittersweet. Pero a mí me enseñaron a seguir adelante con la vida.
CARIDAD (sorbiendo despacio su tequila): Igual que a mí. El muerto al hoyo y el vivo al pollo, decimos en Cuba.
RITA: Nosotros tratamos de no perder el contacto con los que ya no están. El pollo, para el difuntito también. Siquiera un ala, ¿verdad, hijo?
(Michael se encoge de hombros y aparta su vaso, que está lleno hasta el borde. Se nota que calla para no herir los sentimientos de su madre, pero que no está de acuerdo con sus ideas.)
MARGARITA (a Rita, paladeando el tequila con cierta precaución): Entonces, ¿hoy es un día especial para honrar la memoria de su difunto esposo (Rita no le responde) Usted debe extrañarlo mucho, me imagino.
RITA (lentamente): La fiesta es para todos los difuntos y no lo vamos a dejar fuera a él, pero yo jamás lo he extrañado. (Se lleva su vaso a la boca y se da un trago largo) Era un hijo de la chingada.
MICHAEL (asombrado): ¡Mamá!
RITA: ¿Por qué no lo voy a decir? El último año por poco le pongo sus tiliches en medio de la calle. Tres veces estuvimos a punto de separarnos. Gracias que Dios se lo llevó.
CARIDAD: Oiga, yo creía que su marido era un santo. Como usted lo tiene en un cuadro con vela y todo…
RITA: ¡No mames, cubana! ¿Qué iba a ser santo? Llegaba todas las noches borracho como un cerdo, después de gastarse el sueldo en los bares, sin acordarse de que tenía una familia que mantener. Por tres meses no pagamos la casa. Fue un milagro de la virgen el que no la perdiéramos. Hasta me tuve que emplear en un Walmart, por no pasar miserias y para educar a Michael como Dios manda.
MICHAEL avergonzado por las revelaciones de su madre): Eh… Por lo menos a mí me curó de la tentación de la bebida, al verlo llegar así cada noche.
CARIDAD: No te confíes. Hijo de gato caza ratón.
RITA (con suavidad): Tampoco era toda su culpa, lo reconozco. Lloraba mucho por su hija. Cada vez que se emborrachaba, ése era su tema. Verdad es que él tomaba desde antes, pero lo de la niña lo puso peor…
MICHAEL (bajo): Ya empezamos…
CARIDAD: ¿Qué niña es ésa? (No advierte una seña de su marido para que se calle) ¿Usted tenía una hija, Rita?
RITA: Sí. Aquélla. (Vuelve a beber. Señala a Angélica, que abandona su lugar detrás del marco y se sienta entre ellos. Caridad da un respingo al reconocerla y casi vacía su vaso de un trago) Bonita, ¿no? Pero se murió por mi culpa. No la cuidé como debía.
ANGÉLICA: That’s not true. No fue culpa de nadie.
MICHAEL (malhumorado): ¿Es que todos los años va a ser lo mismo, mom? Tal vez tú debes ver a la mentada doctora Carbonell.
RITA (sin escucharlo): Le daba demasiados deberes. La tenía puro ayudándome en la casa, como una criadita.
ANGÉLICA: Bueno, eso sí es verdad. ¡Y no me dejaba salir con muchachos!
RITA: Michael lloraba mucho de bebé y yo la mandaba a ella a que lo entretuviera y le cambiara los pampers.
ANGÉLICA: ¡Y cómo berreaba el escuincle!
MICHAEL (exasperado): Fine. Now, it’s all my fault!
CARIDAD (a Michael, pero mirando a Angélica): Nunca me hablaste de tu hermana.
MICHAEL (seco): Porque no la recuerdo. Era muy chico cuando ella passed away.
CARIDAD (con curiosidad, a Angélica): ¿Qué pasó, eh?
ANGÉLICA: Yo quería ir a un party en el downtown…
RITA: Era de noche y le prohibí que saliera. Tenía que quedarse aquí, ayudándome con la cena. Además, me parecía pecado irse de fiesta el mero día de los muertos. Y llovía a cántaros, como hoy.
ANGÉLICA: La Amber vino a buscarme con su boyfriend…
RITA: Yo la vi cuando se escapaba. Y deseé que no volviera. Ya tenía bastante carga con un borracho que no me ayudaba en nada, con el bebé, y encima tener que soportar a una chiquilla hocicona. La dejé que se fuera. Podía haberla detenido, pero no lo hice. Y el auto en que ella iba se volcó, al pasar cerca del Río Grande. Nunca se encontraron los cuerpos.
ANGÉLICA: Mejor. Así no me enterraron.
RITA: Ni siquiera puedo llevarle flores al panteón. (Solloza) Ni flores ha tenido la pobrecita…
MICHAEL: That’s sickening! (Se levanta y sale.)
ANGÉLICA: No hay pedo, mom. Me alegro de no estar en el panteón. Usted sabe que a mí (Le hace una seña cómplice a Caridad) tampoco me gusta estar encerrada.
CARIDAD: Mis hermanos y mi madre también murieron en el agua. (A Angélica) Ellos no tienen tumba, igual que tú.
ANGÉLICA: Ni falta que les hace. Ya vendrán por acá una de estas noches, si tú los quieres ver.
CARIDAD (después de un momento de duda): Me gustaría saludarlos, aunque me da un poco de miedo. Mami debe estar disgustada conmigo, por irme con Ernesto y dejarla a ella atrás. Ella quiso quedarse, pero así y todo…
RITA (sin prestarles atención): Le pegaba a mi hija cuando me faltaba al respeto. A Michael no. Nunca le puse un dedo encima ni dejé que mi marido lo castigara. Si yo hubiera tratado mejor a Angélica…
CARIDAD: Mi madre me pegaba también, a veces. Un día me zumbó un orinal por la cabeza. ¡Menos mal que estaba vacío!
ANGÉLICA: Yo no le guardo rencor, mom. Get over. Ya todo eso pasó.
CARIDAD: No me gustaría ser como ella en ese aspecto. Era bastante malgeniosa. Pero cuando me encabrono con mi hijo, siento que se me van las manos.
ANGÉLICA: ¡Te las aguantas!
RITA: Si mi hija regresara, yo no la volvería a golpear.
CARIDAD (a Angélica): No voy a pegarle más a Mike. Te lo juro.
ANGÉLICA (amenazante): I’ll be watching. Conmigo no se juega. Ya viste como casi te lo quité hoy.
CARIDAD: ¡Pero no pudiste! (Aprieta al bebé contra su pecho) El problema es cuando me dan ganas de estrujarlo, de hacerlo polvo. Me descontrolo toda. ¿Qué me hago entonces? (Se retuerce un mechón de pelo) ¡Ay, mi padre Changó, ay, Santa Bárbara! ¿Es que yo soy una madre desmadre, una criminal?
MARGARITA: No eres desmadre. Es la leche.
CARIDAD: ¿Qué leche?
MARGARITA: La misma hormona que produce la leche materna causa depresión y cambios de humor bruscos. Por eso te dan esos arrebatos.
CARIDAD: Deprimida me siento a veces, aunque no mucho. Pero rabiosa estoy todo el tiempo.
MARGARITA: ¿Ya ves por qué tienes que ver a la doctora? ¿O es que a ti te gusta rabiar?
ANGÉLICA: Ve, cubana. ¿Qué pierdes?
CARIDAD: Bueno, chica, está bien. Ya me convencieron. Ahora, como la Carbonell esa se ponga a hablar mucha basura, la mando a pescar truchas.
ANGÉLICA: Al Río Grande.
RITA (hablando consigo misma): Sí, en el Río Grande. Allí fue. No la ahogué con mis propias manos, pero la dejé que se ahogara.
MARGARITA (a Caridad): ¿Vas a ir a verla el lunes? Yo te doy raite.
RITA: Me porté igual que La Llorona.
CARIDAD (a Margarita): Coño, sí. Siquiera para que no me joroben más. (A Rita, suavemente) ¿Y qué Llorona es esa que usted menciona tanto?
RITA: Era una buena madre. Tenía un niño y una niña. Y un marido borracho, como el mío, que le pegaba y abusaba de ella. Cuando no aguantó más, se escapó de la casa con sus hijos. Era de noche y hacía frío. Andaban cerca del Río Grande. Mientras ella iba a buscar leña para que se calentaran, los niños se pusieron a jugar. Se cayeron al agua. El niñito se hundió enseguida, pero la niña se agarró a una rama y gritó pidiéndole ayuda. Su madre la oyó. Cuentan que iba a salvarla, pero luego pensó: “Para que le pase como a mí y cualquier hijo de la chingada la engañe y la golpee, mejor la dejo ahogarse.” Y la niña se ahogó también…
CARIDAD (impresionada): ¿Y qué pasó con ella, con la madre?
RITA: Se volvió loca. Unos meses después se murió y regresó en espíritu. Desde entonces llora a gritos. Yo la he oído muchas veces.
CARIDAD: Y yo igual. Pero creía que eran alucinaciones.
RITA: La Llorona busca a sus hijos para que la perdonen. Por eso yo me le encomiendo cada vez que adorno el altar. Quizás un día mi hija me encuentre y me perdone a mí también…
ANGÉLICA: Mom, ya le he explicado que no tengo hard feelings. Todos los años trato de decírselo, pero usted no me oye… (Pausa) Como siempre.
RITA (en lo suyo): O me diga si aún me guarda rencor. Si me juzga una mala madre…
CARIDAD (aprehensiva): ¿A eso vienen los difuntos, a juzgar a la gente?
ANGÉLICA: Nonsense! Una viene para estar en familia otra vez. (Toma un pan de la bandeja y hace una mueca pícara) Y para comer, claro. Mamá hace los mejores panes dulces de todo Albuquerque. Yummy…
CARIDAD (le sonríe): Pero a joder también vienes, ¿eh? Se ve que eso te encanta.
ANGÉLICA: No seas malagradecida, cubana. Fíjate que le voy a decir a tu mom y a tus hermanos que estás aquí, para que te hagan la visita. (Le guiña un ojo a Caridad y vuelve a su sitio detrás del marco.)
CARIDAD: Hasta el próximo dos de noviembre, entonces.
RITA: Si Dios quiere.
ANGÉLICA (suspirando, desde el altar): Sí, si Dios quiere que usted me oiga, mamá.
(Hace una señal de adiós y comienza a apagar las velas mientras cae el TELÓN)
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TERESA DOVALPAGE
Nació en La Habana, Cuba (1966). Es novelista, dramaturga y profesora. Reside en los Estados Unidos desde 1996, fecha en que salió de su país. Es graduada con una licenciatura de la Universidad de La Habana y obtuvo su doctorado en Literatura Latinoamericana por New Mexico State University en Albuquerque. Fue profesora de New Mexico State University (UNM) en Taos, Nuevo México, hasta 2018 y en la actualidad se desempeña como profesora de Español e Inglés como segunda lengua (ESL) en New Mexico Junior College en Hobbs, Nuevo México. Ha publicado nueve novelas y tres colecciones de cuentos hasta la fecha. Ha escrito varias obras teatrales, tales como: La hija de la Llorona (2006) y Hasta que el mortgage nos separe (2009), ambas estrenadas en el Aguijón Theater de Chicago. NBC News seleccionó su novela Queen of Bones (Soho Crime, 2019) como uno de los diez mejores libros latinos del 2019. De la misma serie son Death Comes in through the Kitchen (Soho Crime, 2018) y Death of a Telenovela Star (Soho Crime, 2020). Otras novelas que ha publicado son: Muerte de un murciano en La Habana (Anagrama, 2006, finalista del Premio Herralde), El difunto Fidel (Renacimiento, 2011, premio Rincón de la Victoria en España), La Regenta en La Habana (Grupo Edebé, 2012), Orfeo en el Caribe (Atmósfera Literaria, España, 2013) y El retorno de la expatriada (Egales, 2014).
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