IDENTIDADES ARTÍSTICO-VIVENCIALES EN CUANDO LLEGAMOS. EXPERIENCIAS MIGRATORIAS, EDICIÓN DE GERARDO PIÑA ROSALES
por
Francisco J. Peñas Bermejo
Editorial de la Academia Norteamericana de la Lengua Española
Colección Pulso Herido
Valley Cottage, New York, Estados Unidos
ISBN: 978-0999-381-72-4
166 páginas
(2020)
Cuando llegamos. Experiencias migratorias recoge relatos personalizados, reales, creados o recreados de ambientes, escenarios y horizontes de viajes, salidas y llegadas vitales de dieciocho autores de diversos orígenes (Argentina, España, Cuba, Estados Unidos, Bolivia, Colombia, Perú y México). Todos los escritores (cuatro mujeres y catorce hombres) coinciden en elaborar artísticamente vivencias en tránsito, aunque con diferentes perspectivas y niveles de involucración. Además, los textos se complementan con punzantes e insinuantemente sinuosas fotografías. Trinidad Ballester hizo una brillante e indispensable reseña de esta edición.
Cuando llegamos… se abre con un texto titulado “A modo de presentación”, en el que Gerardo Piña-Rosales invita a los lectores a relacionar libremente los subsiguientes sentimientos y reacciones sobre las narraciones y a sacar sus propias conclusiones por medio de inferencias y reflexiones. Por ello, Piña-Rosales no estipula marcos ni pautas metodológicas limitadoras, sino que celebra sugerencias, recovecos, incitaciones, coincidencias y contrastes que expandan la significatividad de los textos por sí mismos, según lo expresa: “Quienes me conocen saben que prefiero las trochas a las veredas” (15). Y con ese contexto, Piña-Rosales detalla breve, intensamente y con fino humor y agridulce ironía, tres momentos trascendentales para él marcados por sus traslaciones geográficas: su infancia (a los 8 años de edad) al salir de su tierra natal gaditana para Tánger y rememorar a sus padres y abuelos; su adolescencia en un internado de Tetuán (desde los 15 a los 18 años) con luces y sombras educativas; y su juventud (a los 25 años) con el comienzo de la aventura en Estados Unidos al llegar a los muelles de Nueva York. Fueron tres desplazamientos físicos, interculturales y emocionales: la salida de la patria de origen y la convivencia multicultural en Tánger, la comunidad interactiva de chavales moros, judíos y cristianos en un colegio católico jugando al baloncesto y al balonmano y disfrutando de las excursiones en la cordillera del Rif en Tetuán, y el comienzo de una aventura vital entre un crisol de gentes en Nueva York. Dos viajes en barco, el barco de la vida como versaba Giacomo Leopardi, y tres continentales, Europa, África y América que conformaron y continúan latiendo como sellos indelebles de identidad en la conciencia e intimidad de Gerardo Piña-Rosales.
Las migraciones han sido siempre un impulso constante del ser humano[1]. En el relato “La línea roja”, Manuel Garrido Palacios transfigura la presencia del padre que habla con el hijo sobre la frontera, esa línea roja que separa el mundo del ahora en el que están sentados y el que hay detrás de ella, allí donde buscar “una vida que no pudimos darte tu madre y yo” (39), y le explica que la movilidad fundamenta al ser humano desde el principio de los tiempos porque “la esencia está en el afán de alcanzar un horizonte que dignifique tu existir” (40). Luis Alberto Ambroggio, en “La cátedra del Doctore Bellini Lumière”, personifica “esa realidad trashumante de la historia de la humanidad” (19) para contrastarla y aplicar sus contribuciones indispensables a la actualidad de hoy. Por ello, se recuerda el multilingüismo y multiculturalismo de Thomas Jefferson y otros grandes estadistas estadounidenses “ante las declaraciones aberrantes de ciertos candidatos políticos (algunos hijos de inmigrantes), partidos y una porción fanática de la población de Estados Unidos que negaba las bases mismas sobre las que se había construido el país” (21).
Cuando llegamos…abre un arco de vivencias en tránsito físico y reflexivo continuo, un cierto vagar sicológico en el que se conjunta un carácter existencial de desenraizamiento de una patria de origen y un enraizamiento en la patria de destino, “La tierra prometida” a la que se refiere Francisco Álvarez Koki, con la incertidumbre permanente de la deportación, y en la que un accidente puede tener consecuencias trágicas: “… se golpeó la cabeza. Desde entonces, perdido el sentido real de las cosas, vaga por las calles de Nueva York, convertido en un homeless. Uno de los más de cien mil cuerpos que casi sin vida y a tientas deambulan, con la razón perdida y sin dignidad, por las calles de esta ciudad” (25). Pero, para llegar a esa tierra prometida, a ese expectante e ilusionante destino de posibilidades y oportunidades, algunos se vieron obligados a jugarse la vida al huir de Cuba para poder dar a sus hijos “la oportunidad de una vida mejor, libres de elegir su camino” (30), como expresa Guillermo Belt en “Alta mar”. Otros tuvieron que tomar una decisión desgarradora como la de la niña-mujer, que irremisiblemente tiene que ceder a su propia hija de dos meses a los coyotes y nunca poder recuperarla, acción que aún le atormenta cuatro décadas más tarde, según cuenta Alister Ramírez Márquez en la voz femenina de “Ofelia la quinceañera.”
Sin embargo, para algunos no es posible cruzar esa línea roja, esa peligrosa frontera, como sucede en el espléndido e impactante relato “Plaza de las alegrías, de Rose Mary Salum, en el que, desde el principio, se presagia la muerte al echarle una bruja las cartas a la protagonista. A aquellos que intentan cruzar el desierto, el llamado camino del diablo, con su calor espantoso, puede volverles locos y terminar muertos. Al principio, el viaje es en camiones durante muchas horas hasta llegar a un pueblo donde se encuentran a merced de los coyotes, de sus demandas abusivas de dinero y de que los abandonen a su suerte en el medio del desierto. Así les ocurre a Ramona y Marusita, quienes ilusionadamente se imaginaban que en el Norte “los dulces son más ricos y los globos son más rojos” (101) y en el desierto, en lenta agonía durante días y con bocas acartonadas, lenguas agrietadas y pieles laceradas deambularon lánguida y alucinadamente por la arena. Sus cuerpos desnudos fueron descubiertos por una patrulla de la frontera: “Dos hombres descendieron del auto y se acercaron a ellas. Allí yacían dos cuerpos desfallecidos, tomados de la mano, casi fríos por la presencia de la muerte” (106).
Cruzar la frontera, de forma legal o no para los migrantes[2], reafirma su deseo de intentar instalarse en una nueva morada vital o contextura vital (y aquí sigo libremente esas acepciones de Américo Castro y de Claudio Sánchez Albornoz), una morada geográfica, sicológica y cultural de posibilidades y de obstáculos íntimos y externos donde empezar a situar los fragmentos de una realidad distinta y dinámica. Se enfrentan, entonces, a la radical toma de conciencia de existir en una situación concreta y ocupar un espacio humano y, a la vez, plantearse cómo vivir, actuar y hacerse a sí mismos como proyecto de vida en él. En el texto narrativo de Christian Rubio “Ni de aquí ni de allá”, el autor rememora su niñez y adolescencia de constantes cambios en Perú hasta su llegada a la multicultural ciudad de Nueva York en 1988 y sus años en la escuela secundaria: “Eso sí, ir a un colegio que era todo un crisol de razas y nacionalidades diferentes avivó mi sentimiento patriota. Cada día quería aferrarme más a mis raíces peruanas” (96). Rubio medita sobre la propia identidad en contextos variables que van edificando su quehacer vital, como su paso por la Armada de los Estados Unidos, sus estudios universitarios, su visita a las ruinas de Machu Picchu, su labor profesional y sus viajes por el mundo para adquirir una plural identidad integradora: “me encontré con otra identidad, era peruano de nacimiento, estadounidense de educación y especialista en literatura española … en ninguno de esos países me he sentido extranjero, tal vez porque no soy ni de aquí ni de allá, sino de todas partes” ” (97).
Pero también puede ser que la conciencia de migrante busque interrelacionar una convivencia activa y actual de ángulos múltiples, de raíces y de ajustes, conformaciones y reacciones sociales o juicios de valores… para encontrase a sí mismo en un intento de reafirmación de la identidad. Esta personalización en radical tránsito es el eje dinámico del relato “Cuando llegue o cuando bufe el minotauro” de Daniel R. Fernández, cuyo título mantiene estrechas resonancias con la edición preparada por Gerardo Piña-Rosales. Fernández establece la esencial diferencia entre la concreta e inapelable constatación de un momento en la adolescencia y un espacio geográfico al declarar “cuando llegué” frente a un movimiento interiormente vital continuamente indeterminado y variable de un “cuando llegué”. Entre ambos márgenes surgen otras preguntas, “¿cuándo llegué? o “¿Acaso he llegado?” (33-34) para abrir una consideración trascultural, interlingüística y moral en la que las adaptaciones, asimilaciones y éxitos pudieran no ser sino máscaras externas para encubrir el verdadero sentimiento de que “sigues siendo un extranjero” (35). Para Fernández, querer llegar será, por tanto, “una especie de proceso, largo y sinuoso, subterráneo y misterioso, siempre difuso, siempre confuso, sin un principio definido y quizás siempre irremediablemente inconcluso” (35) en un laberinto estadounidense con fuegos fatuos y cantos de sirenas. Allí buscará matar a un indefinible Minotauro siendo guiado por el hilo umbilicalmente mexicano de Ariadnatzin. Ante ello, la identidad se bifurca y quizás el Minotauro es solamente un reflejo del espejo en el que se mira el sujeto narrativo, una metamorfosis de híbridas bifurcaciones, de fragmentos dispersos para entrever, a través de algunos leves destellos de luz lunar, su razón de ser.
Esta genuina y medular autopercepción de Daniel Fernández contrasta con la escrupulosa e ignorante aprensión de aquellos que recelan y vilipendian el lenguaje nativo de los que han llegado de otras partes del mundo. Tino Villanueva en el poema “Así dijo el Señor” evoca la voz altiva del Director de secundaria: “Chicos, he venido escuchando / demasiado español últimamente. / Les recuerdo que vivimos en los Estados Unidos; / por lo tanto, / hablen en americano en estos recintos” (107). Pero Villanueva rinde homenaje a Rubén Darío, Antonio Machado, Federico García-Lorca y Octavio Paz para enaltecer su identidad tejano-hispana. Asimismo, la narración de Gioconda Marún en “Si yo fuera usted…” recuerda la admiración que sintió por la presentación que hizo un estudiante suyo estadounidense de una universidad privada. Este alumno había pasado un año en España, y con perspicacia relacionó la novela del mexicano Jorge Volpi En busca de Klingsor con el teorema matemático de la incompletitud de Gödel, que era el tema de la clase de literatura que ella dictaba. Sin embargo, tras felicitar al estudiante, Marún siente una radical e hiriente perplejidad absoluta ante su inmenso desprecio e insultante subestimación de lo hispano:
Él me agradeció la posibilidad de haber podido conectar las matemáticas con la literatura, experiencia nueva para él. Y, como si todavía no pudiera comprender cómo en una clase de español ocurría esto, los intensos ojos azules me miraron fijamente con lástima y me dijo lo impensable: “Si yo fuera usted me sentiría mal de ser hispano”. Sin palabras, comprendí que, actualmente, sólo en este país algo así podría haber ocurrido” (60).
La estigmatización de lo hispano y de los hispanos y, en ocasiones, su vejatoria deshumanización se perfila lacerantemente en el magnífico relato “Vindicta mexicana” de Gerardo Piña-Rosales. Con una artística recreación de la misma noticia publicada el 24 de julio de 2017 en dos periódicos de Los Ángeles, uno en español – La Opinión, dirigido a la comunidad hispana- y otro en inglés – Los Angeles Times, para los angloparlantes -, se recoge el suceso en que Adalberto Cruz, de 52 años, trabajador indocumentado, mató a tres personas e hirió a algunas otras en la Feria del Condado de la pequeña, auténtica y metafórica, ciudad de Why en Arizona. La noticia en español indica que el motivo de sus acciones fue la muerte de su hijo Ramón, que iba desarmado, a manos de agentes patrulleros al intentar cruzar la frontera. En el periódico en inglés, sin embargo, se describe que primero disparó Ramón y después le abatieron. La veracidad de los lugares geográficos donde ocurrieron estos hechos contrasta con su narratividad temporal (23 agosto) para ofrecernos un vaivén sobre realidad y ficción, no solamente como mecanismo artístico dentro del texto, sino también como péndulo para cuestionar la fiabilidad de los medios de comunicación. Con un lenguaje finamente irónico y humorístico, Piña-Rosales forja la ambientación de la Feria del Condado, los disparos de Adalberto Cruz a un joven rubio que tocaba el banjo, a un motorista de los Ángeles del Infierno y a una “clownesca” Dolly Parton. Las estampadas caracterizaciones de los personajes, especialmente, la del sheriff Donald the Great y su esposa Barbilani, las bisagras lingüísticas español-inglesas, la ágil y sagaz escenografía y el runrún socarrón de la canción “Turn me loose, set me free”, conforman un espectáculo circense, alegórico, ácidamente trágico-cómico y caricaturesco en el que, entre godblessamericas, tras las muertes sigue inmediatamente la fiesta durante horas porque el sheriff, Donald the Great, entre aplausos entusiasmados, aplica la justicia del desierto a un ser humano sin derechos, a ese “mexicano (¿pues qué otra cosa podría ser!)” (87) que, enlazado y arrastrado al galope será abandonado: “y los hambrientos coyotes, engolosinados ante el fortuito festín, aullaban a la luna, indiferente y muda” (88).
La edición Cuando llegamos. Experiencias migratorias integra un mosaico de ricos matices y vívidos claroscuros que propulsan una reflexión candentemente actual sobre la migración forzada o voluntaria, la justicia social, la solidaridad o insolidaridad humana y la identidad plural de los migrantes.
NOTAS
[1] Para caracterizar y diferenciar a los seres humanos involucrados en multitud de desplazamientos migratorios, se han venido utilizando una variedad de términos, por ejemplo, “emigrantes”, “inmigrantes”, “refugiados”, “repatriados”, “expatriados”, “trasplantados”, “acogidos”, “desterrados”, “exiliados”, “transterrados” (según el neologismo elaborado por el filósofo José Gaos), o “conterrados” (término creado por el poeta Juan Ramón Jiménez), entre otros. María Zambrano asumió el exilio como constituyente primordial de la existencia, un éxodo radical e inherente a la condición humana. En su artículo “Amo mi exilio”, Zambrano lo elabora: “Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida humana… el exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable”.
[2] Cuando llegamos. Experiencias migratorias, incluye los textos, valiosos testimonios y temas fundamentales de otros autores. Así, la asfixia inerme intelectual y el exilio voluntario para ampliar su crecimiento intelectual es el argumento de “El viaje y el saber. Relato inicial de una marcha”, de Gonzalo Navajas. La genealogía familiar migratoria y las noticias de España conforman los relatos de Carlos Mellizo “Cartas de Olmedo” y de Javier Junceda “Noticia de Paco Moreno”. La anécdota personal en un sueño que conecta la distancia geográfica y el mundo de los vivos y los muertos es el contenido de “Sobre sueños”, de Marina Martín. El éxodo vital (niñez, adolescencia, juventud, madurez) centra la narración de Robert Lima “Cuando salí de Cuba…”. La libertad encontrada en la escritura es el centro del texto “Benditas plumas”, de Gabriela Ovando D’Alvis. Y la visita temporal y profesional a Estados Unidos, al igual que algunas particularidades interculturales, argumentan “Crónica de Riverside: Cuatro meses en Nueva York”, de Lauro Zavala.
BIBLIOGRAFÍA
— Castro, Américo. La realidad histórica de España, 4a. ed. México: Porrúa, 1971.
— Pardo Ballester, Trinidad. Cuando llegamos. Experiencias migratorias. Gerardo Piña-Rosales (ed.). Puente Atlántico del siglo XX1 (Primavera 2021). https://drive.google.com/file/d/1wXV50rmR7zAQex8mavnl7W2R67HNFOdX/view?usp=gmail
— Piña-Rosales, Gerardo (ed.). Cuando llegamos. Experiencias migratorias. Nueva York: Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), Colección Pulso Herido, 2020.
— Sánchez Albornoz, Claudio. España, un enigma histórico. 2 Vols. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1956.
— Zambrano, María. “Amo mi exilio”. ABC (30 de agosto, 1989): 3.
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FRANCISCO J. PEÑAS BERMEJO
Nació en Segovia, España (1961). Es Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Literatura Española por la Universidad de Georgia (Estados Unidos). Se desempeña como catedrático de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Dayton (Ohio, Estados Unidos), donde fue director del Departamento de Lenguas desde 2006 hasta 2019. Fue presidente de ALDEEU (Asociación de Licenciados y Doctores Españoles en Estados Unidos) entre los años 2010 y 2012. Es autor de las ediciones Julia Uceda. Poesía (1991), Poetas cubanos marginados (1998) y Rafael Guillén. Estado de palabra (2003), y del libro Poesía existencial española del siglo XX (1993). Ha escrito introducciones críticas a las obras de Manuel Mantero, Rafael Guillén y Antonio Hernández. Ha publicado ensayos sobre poetas del Renacimiento, del Barroco, del siglo XIX, del siglo XX y XXI. Es un colaborar asiduo de la Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (RANLE). También ha dedicado varios estudios a novelistas contemporáneos. Su campo reciente de investigación se centra en la estética cuántica. Actualmente es miembro numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE).
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