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DANIEL TORRES RODRÍGUEZ
Nació en Caguas, Puerto Rico (1961). Es poeta, profesor, novelista y crítico literario. En la actualidad se desempeña como catedrático de Español y Estudios Latinoamericanos en Ohio University. Como crítico literario ha publicado: José Emilio Pacheco o las voces subalternas de una poesía de las cosas (Madrid, 2015), La isla del (des)encanto: apuntes sobre una nueva literatura boricua (San Juan, Santo Domingo, 2015), Dulce canoro cisne mexicano: la poesía completa de Carlos Sigüenza y Góngora (Barcelona, 2012) y La poesía en la literatura española y latinoamericana de Garcilaso de la Vega a José Emilio Pacheco (Madrid, 2007). Entre su obra creativa se incluyen dos novelas, Morirás si da una primavera (1993 y 2014) Premio Letras de Oro 1991-1992 de la Universidad de Miami, y Conversaciones con Aurelia (2007 y 2017); un libro de cuentos: Historias de tres cuerpos (1995 y 2016); un libro de crónicas, historias y poesía Escritos desde el margen (2006) y su poesía reunida: En (el) imperio de (los) sentidos: Poseía (in)completa 1981-2011 (2013). En 2018 publicó Poemas para leerse en la calle (Yucatán). Ha sido Premio Nacional de Poesía del PEN Internacional de Puerto Rico en 2009 por su poemario dedicado al amor y la comunidad LGBTQ.
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UN LIRIO BLANCO EN EL LODO
Se llamaba Lily y era de Ohio.
La conocí en una parada de guaguas
y me contó la mitad de su vida
a lo largo de ese año en que compartimos
esperando siempre entre el frío en invierno,
el calor del verano o el fresco de la primavera y el otoño.
Lily era una señora de las que en mi país tiene nietos,
hijos y conocidos que se la llevarían a su casa cuando ya
no pudiera valerse por sí misma.
Pero todavía a su edad trabajaba como “birthday lady”
en McDonald’s o en el maldito “drive through” de las toxinas
y me la imaginaba llegando a su casa toda cansada
después de un largo día de estarse en pie para ganarse el pan
y se sentaba a mirar por la ventana.
Cada mañana hablábamos siempre de lo mismo: el tiempo
o sea que no hablábamos de nada,
pero poco a poco me fue contando la mitad de su vida de carencias
y me fue mostrando otra cara tal vez más humana del “American Dream” y entendí que ante todo
somos humanos por encima de
diferencias culturales y que es siempre un problema de clase
y no de cultura el problema de la miseria.
Era como decía equivocándose mi Papi Chente:
la pobreza es un estado mental del que no se sale
si uno no quiere.
Ay, papi Chente, si fuera tan fácil…
POEMA DEL ELEGIDO
para mi Carlos
Te quiero radiante:
que en tus ojos se lea
la dicha de estar juntos…
que pese a los escollos
sigamos de la mano por la vida
y hagamos que el mundo caiga rendido
a nuestros pies.
Te quiero tranquilo:
como las aguas de un lago
instalado en la esperanza
y en la quietud de la certeza
de saber que somos uno
codo a codo al borde mismo
en la batalla.
Te quiero fuerte:
que en tu abrazo se sepa
que no te rindes ante el abismo
sino que despliegas tu alas
y eres capaz de volar más allá
del precipicio
hasta que tengamos el descanso y la tregua
de otro abrazo.
EL ECO DE LA MEMORIA
A veces, sólo a veces
doy vuelta al sillón de la sala.
Lo pongo frente al ventanal
y me siento a escuchar los recuerdos.
De aquel balcón en el Trópico
con sus voces y aguaceros dispersos.
Las imágenes de siglos que se vuelcan
en un instante o en un momento.
Llegan todos ellos y se sientan
y comienza la tertulia que nunca acaba…
Los oigo hablar como hablaban,
levantarse como se levantaban.
Ir y venir por la acera de en frente
comentando enfermedades y males.
A veces competían por ser el más enfermo
o por saber cuáles eran los mejores remedios.
Pero siempre llegaban a la paz del regreso,
de hablar del ayer como un ahora.
“Se acuerdan”, se decían unos a otros,
y desde entonces los escucho en el eco de la memoria.
PORTOFINO
Recorrer la costa hasta tocar los bordes del Mediterráneo
Arribar a puerto tragados por la luz que entra por todas partes
Escalar el cerro extasiados hasta la Chiesa di San Sebastiano
Perderse en el follaje teñido de mar y brisa mirándose a los ojos
Llegar a la punta de una elevación y hacer una pausa en la carrera
Contemplar el cielo que se junta con el horizonte como nosotros
Almorzar en una Trattoria buen pescado de estación tranquilamente
Escanciar el vino con el recuerdo del eterno retorno
TE RECUERDO
“These foolishness things remind me of you.”
Jack Strachey
Te recuerdo,
en el café compartido todas las mañanas
en el Hotel Savoia de Génova,
en la tibieza del lecho en la tarde
cuando volvimos de Portofino,
en la reverberación del Porto Antico
durante el paseo a diario
y en el acto de contricción
ante las reliquias de San Juan Bautista,
santo patrono de mi isla.
Te recuerdo,
ensimismado en la ciudad de Florencia
frente a la espalda del David adolescente,
acorralado en Pisa ante una torre inclinada,
arrodilllado en la Chiesa di San Carlo de la Via Balbi
ante la Virgen de la Fortuna repitiendo:
“per la sua dolorosa passióne”.
Y sobre todo, te recuerdo,
perdido en las calles de Italia en el codo a codo
descubriendo el fin de la maravilla que es Europa
con la cadencia de dioses antiguos
entre el espacio de siglos
ante el hecho cotidiano
de un Viejo Mundo posible.
AUTORRETRATO
Dicen las que saben
que llevas en el revolú de la sangre caribe de tus cuatro familias:
las manos laboriosas de mami,
los pies inquietos de Papi Toño,
los ojos café de doña Sinforosa Ramos,
la serenidad indomable de don Vicente Cotto,
las orejas largas de las tías,
la boca fina de quién sabe,
la nariz ineludible de los Carrasquillo,
la musculatura de tío Tino,
la calvicie incipiente de tío Juan,
la seriedad de tío Pablo,
y los amores triangulares de tus dos padres.
Dicen que eres el clon de tu hermano Ito,
y de tu tío Panchito que no conoces,
que sazonas la comida como tu hermana Sandra
y tomas siempre la distancia prudente de los Torres,
que asumes la rectitud de tu hermana Myrna,
la bondad de tus hermanas Carrasquillo Solá,
la vocación de servicio de los Rodríguez Beltrán.
Que tienes la chispa de tu sobrino Miguelo,
la piel tostada de los Cotto como todos los primos,
haces los corajes furibundos de doña Feliciana Báez Aguayo, viuda de Torres y Arméndiz,
y llevas el ritmo en el baile de Mami con todos sus silencios.
Que heredaste el sentido particular del humor de Moma
con el don de gentes de Papi Chente,
y que el resto:
es la combinación del naufragio de cualquier familia que se respete.