BAQUIANA – Año XXII / Nº 119 – 120 / Julio – Diciembre 2021 (Opinión)

HONDURA Y VIGENCIA DE CALVERT CASEY

 

por

 

Guillermo Arango

 


Calvert Casey, un escritor básicamente ignorado, a quien más de un crítico con poco aviso había atribuido nacionalidad norteamericana y vocación literaria castellana, era, aunque nacido en Baltimore (1924), un escritor cubano. Falleció en Roma en 1969 a la temprana edad de cuarenta y cinco años debido a una sobredosis de somníferos. Como muy bien ha apuntado Mario Merlino, en “Delantal para Calvert Casey”, prólogo a la edición de Notas de un simulador, es fácil caer en la tentación de entrelazar la aventurada vida del escritor con los personajes, las imágenes, y las variadas situaciones de su narrativa.

     De padre norteamericano y madre cubana, vivió en La Habana buena parte de su vida donde se formó intelectualmente. No obstante, trabajó como traductor en las Naciones Unidas, y viajó por numerosos países. Al triunfar la Revolución de Fidel Castro, regresa a la isla y publica la colección de cuentos El regreso (1962), que vio una edición española, ampliada, en 1969: El regreso y otros relatos, bajo el sello de Seix Barral. Tiene también un libro de ensayos, Memoria de una isla, y una novela Notas de un simulador. Es traductor al castellano de tres novelas de terror de H. P. Lovecraft: En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness), El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward), y El libro negro de Alsophocus (The Book). Realizó, por igual, una intensa labor periodística con reseñas y traducciones en “Lunes de Revolución”, “La Gaceta de Cuba”, “Casa de las Américas”, y especialmente en la crítica teatral en el vespertino habanero “Pueblo”. A mediados de 1965, abandonó Cuba, debido seguramente a presiones inaguantables dirigidas especialmente contra su actividad creativa.

     Como tantos otros intelectuales, en un movimiento para hacerse comprender, pensó que su presencia en la isla no era ni inevitable ni deseada. Esto, al sentirse marginado de una amplia inquietud de transformación moral con la que, como tantos muchos, se había mostrado ideológicamente solidario, le hacía sentirse más aislado de lo que, por naturaleza, siempre lo estaba. Eterna mezcla de honestidad, dolorida sinceridad y recelo por los espectros de una situación que, de seguro, no podía arrancar de sí, expuesto a los excesos de dogmatismo que, sensiblemente en la política cultural, se habían cometido en la isla. Asumimos que quedó convencido en que a pocos podía allí interesar una problemática literaria que, como la suya, giraba en torno a la muerte, la soledad, la vejez, la degradación y la ruina.

     Su aportación a la narrativa hispánica me parece, aunque con sólo dos libros de ficción, muy considerable. Englobado quizá editorialmente en el controvertido heteróclito “boom” de la narrativa latinoamericana de la década de los sesenta, pocas características comunes se encuentran entre su prosa y la de los capitostes de la operación: Cortázar, Cabrera Infante, Vargas Llosa, o Fuentes. Ya con la aparición de su primera novela Notas de un simulador —tal vez mejor sería clasificarla como novella, o cuento extenso—, se vuelve a confirmar el misterioso poder de su expresión narrativa que se había manifestado en los cuentos. Encontramos un lenguaje aparentemente primitivo, neutro, raramente purificado, y, en una feliz imagen, hay que considerarlo consciente, claro, muy lejano de la anacronía lezamiana de la época.

     Podría hablarse, tal vez, de lo privativo de su registro temático. No obstante, la verdad de su expresión literaria es mucho más amplia de lo que parece. Tras el primer y maduro tanteo de sus relatos, Casey, simple y lúcidamente, deambuló con maestría en su novela, los pocos explorados territorios hasta entonces de la “literatura de investigación” más exigente, ejerciendo un trabajo lingüístico sabiamente estructurado, anti-interpretativo, en unos acentos que nos lo presentan heredero de la fructífera corriente “analítica” que surge de Henry James y su robusto bastión dentro de la novela moderna.

     Con Calvert Casey nos movemos, pues, en terrenos novelescos que permanecían casi inéditos a la narrativa latinoamericana, en aquel momento ocupada en latitudes distintas. La síntesis —si conviene hablar de ella— o eliminación final que esconde un relato a primera vista sencillo y “sólo” bien escrito como Notas de un simulador es, simplemente, trascendental. No se trata, por supuesto, de desacreditar lo restante, que es casi todo muy valioso y enormemente sugestivo en su amplitud. Pero ni en las ambiciosas reconstrucciones “anti-novelísticas” de Cortázar, Cabrera Infante, Jorge Onetti y Sarduy, ni en el naturalismo mágico de Rulfo y Guimaraes, ni en la amplia fabulación de lo maravilloso —que vuelve la vista a los clásicos “cuentistas” españoles, don Juan Manuel, Timoneda, Cervantes y Martorell— de Carpentier y García Márquez, ni en las fantasías erradicadas e imaginarias de Borges, Piñera o Bioy Casares, ni en el realismo poético crítico de Vargas Llosa y Fuentes, ni siquiera en las grandes composiciones lingüísticas de Lezama Lima, se advierte el paso que la enseñanza analítica que Henry James nos propuso y continuaran después, con similar maestría, Proust y Musil. Son Faulkner —con algunas reservas— Valle Inclán, Dos Passos, Joyce, Pavese, Baroja, quizá Hemingway, los nombres que corresponden, en grandes rasgos, a las líneas preponderantes de aquella variadísima narrativa latinoamericana en cuanto a tal.

     Casey, pues, tributario quizá en sus primeros cuentos, a esta manera que sí hallamos en otros de sus compañeros generacionales, había venido con su obra a alinearse junto a algunas tendencias narrativas típicamente europeas. Porque si Notas de un simulador recuerda, en ocasiones a Beckett y a algunos epígonos del “nouveau roman”, se encuentran, ante todo, grandes coincidencias con la narrativa de la primera etapa de Peter Weiss. Pensamos, por igual, que algunos de sus personajes siguen la línea de ciertos sujetos en la narrativa de H. P. Lovecraft, que no están en control de sus acciones o encuentran imposible cambiar su curso.

     Los once cuentos que contiene la edición española de El regreso y otros relatos son de muy distinto tipo. Ya lo había reconocido José Rodríguez Feo en una crónica cuando dice: “En estos cuentos salta a la vista los magníficos dones narrativos de Calvert Casey y una gran habilidad para describir situaciones y personajes en los estilos más variados” (148). Hay en el libro el relato mágico en el que la Muerte surge por la llamada del espiritismo, asunto que también daba pie al mejor de los que contenía el apéndice de Notas de un simulador, “In Partenza”. Pero siempre veremos, sin embargo, que las notaciones fantásticas prefería Casey transferirlas a realidades muy explícitas y con frecuencia coincidentes con la temática del individuo aislado que trasciende su propia clausura en la imaginación. Estos son los sujetos “típicos” de “El amorcito” y de “El regreso”, “Mi tía Leocadia, el amor y el paleolítico inferior” y, notablemente, “La plazoleta” donde leemos:

 

               «Recuerdo especialmente los solitarios, los abandonados, los miserables,

               de los que nunca tuve un mal gesto, que me acogían al final de su soledad,

               con una expresión de infinita gratitud, sin atreverse a dudar por un solo

               instante de los motivos de mi presencia, por improbables que fueran,

               aceptándolos como la cosa más natural del mundo.»  (161)

 

     Como subrayando una visión eventual, encontramos también en el relato “En el Potosí” —escrito en una forma convencional, como si se nos estuviese contando algo personal— ese protagonista errabundo copiando los epitafios de las lápidas en el cementerio:

 

               «Y lo que más me extrañó de la lápida, que estaba rota por una esquina

               y se veía que no habían enterrado a nadie allí desde que enterraron al

               hijo del sordomudo, es que había un hormiguero y las hormigas subían

               y bajaban, pero luego pensé que bajarían a otras tumbas pasando por

               entre los sordomudos.»  (37)

 

     Otra preocupación que podría señalarse aquí relacionada con la muerte y la destrucción del mundo, alcanza una culminación brillante en el cuento “El sol”. Los momentos finales en la vida de unos individuos quienes ignoran que está a punto de estallar una bomba atómica, están descritos con maestría y originalidad. El relato presenta muchos de los temas que parecen preocupar al autor: la imaginación, la obsesión constante con la memoria, el tiempo, la irrealidad de la vida.

     El relato “El regreso”, con todo, merece un mayor comentario. No sólo es el mejor cuento del libro, el más intenso, el más desafiante, sino que contiene claves fundamentales de la breve pero ardiente literatura de Casey, en esa centelleante mezcla de figuraciones parabólicas y rasgos autobiográficos. Este narrador —simulador— adquiere conciencia del vacío entre sí mismo y las acciones y personas que observa:

 

               «Luego volvía a decirse que el mundo de su imaginación era el único digno

               de vivirse, reunía a su público de las grandes ocasiones, imaginaba las

               invariables situaciones tremendas, y hechizando a uno y conjurando otras,

               su vida adquiría nuevo sentido, su corazón se sosegaba y al escuchar los

               aplausos y recibir los emocionados apretones de mano, sentía las lágrimas

               rodarle por las mejillas y abrazaba a la humanidad entera en un inmenso

               abrazo, ferviente y compasivo.»  (120)

 

     De regreso a Cuba, el narrador adopta las características de su patria, los hábitos tanto de personalidad como de indumentaria, el flujo y el afecto de la isla que extrañaba, porque en la simulación estaba el hacerse semejante a sus compatriotas. Pero esa similitud, en definitiva, será su perdición: lo detienen, lo torturan hasta el abismo final:

 

               «Poco antes de morir perdió la lucidez terrible que le había alumbrado

               los últimos meses de su vida con una luz intolerable. Antes de perder

               la razón, recordó detalles aislados e insignificantes de su existencia: el

               monograma con orla de un pañuelo, la forma de sus uñas, los exabruptos

               del porteño que más lo había vejado, las palmas finas y húmedas de las

               manos de Alejandro» (146-147)

 

     El tema de la muerte, obsesivo en su narrativa, se acompaña en este cuento de frecuentes alusiones muy materializadas a la atosigante “carga” del propio cuerpo. Este componente materialista en su obra merecería, en otro lugar, más amplio comentario. En efecto, son numerosas las ocasiones en que los habituales protagonistas solitarios de sus narraciones cobran conciencia de cierta esclavitud a que su cuerpo, en el irreversible proceso de deterioro físico, les somete, renunciando de este modo a todo afán de supervivencia. Así leemos en “La plazoleta”:

 

               «Me inmovilicé junto a él, observándolo atentamente. La cara se le había

               afilado mucho, y tenía la boca entreabierta y los labios secos. Sé que la

               sequedad de los labios es un síntoma infalible de que el fin se aproxima.

               Esto a veces no ocurre cuando el fin es rápido, pero cuando viene lentamente,

               los labios se separan y luego se retraen y alzan un poco sobre los dientes.

               ….. El aire que penetra en el cuerpo es mínimo, apenas llega a los pulmones,

               se inmoviliza en los bronquios. Al poco rato el ruido cesa…   (154)

 

     Esta viene a ser ya, “in extremis”, la descarnada contienda de un antihéroe vagabundeando entre mendigos y enfermos, con la presencia global de la muerte.

     La muerte, pues, aparece en su obra jamás como una posibilidad de trascendencia sino, al contrario, significando cierta deseada vulneración de una profunda inestabilidad física —y moral— disfrazada en la ironía, y por los inesperados y grotescos esfuerzos de afirmación que a veces afloran en última instancia. Dicha tensión entre rechazo y apelación a la muerte no sólo está clara en “El regreso”, sino es también el fondo sobre el que giran otros relatos del libro y estará, especialmente, en la novela Notas de un simulador.

     Vale anotar que en su libro Memorias de una isla, donde se recogen textos de distinta índole, la primera crónica “Diálogos de vida y muerte” es sobre José Martí, cuya obsesión con la muerte le parece a Casey un rasgo extremadamente singular. Hay por igual en el mismo libro, un artículo sobre El castillo de Franz Kafka cuya “exasperación de situaciones reales” y los alarmantes y tortuosos espacios en su narrativa debieron impresionar a Casey.

     El sentido experimental a que antes aludíamos, riguroso, de amplia búsqueda estilística, es fácil de advertir si comparamos la novela a los relatos “El amorcito”, “El sol” y especialmente a “La plazoleta”, antes mencionados, que fueron una especie de esbozo con exactas referencias espaciales y humanas. En distinta vía a las “ampliaciones” de las sucesivas novelas sobre Macondo de García Márquez, más bien en forma similar a los ensayos de mejoras técnicas de algunos pintores variando sobre el mismo tema, Notas de un simulador nos propone la narración del ya conocido e insólito acechador de la muerte que aparecía en el cuento, pero ahora más ampliada y, sobre todo, estilísticamente superada. En el mismo procedimiento atonal y sin sorpresas de aquel, únicamente añadirá el autor breves interpolaciones anecdóticas en las que su leve humorismo se muestra magníficamente puesto a punto. La feliz alternativa entre estratégicas series de sucesos sorprendentes —la visita de los tíos en el zaguán, la enfermedad del amigo Jacobo, la casa de los libros sobre el piano…— y la monocorde especulación del personaje, se corresponde a otra, más sugestiva, estilística, que separa y une breves incursiones dialogadas y una narración más directa y fraccionada con los largos períodos reflexivos.

     Carácter definitorio y esencial de Notas de un simulador es la estudiada aplicación del párrafo largo:

 

               «Vigilo la mirada que enturbia, la piel que se mancha, las uñas que se

               agrietan, la respiración que se acorta, el lunar que se oscurece, el cabello que

               cae en cantidades inesperadas, el paso vacilante, la jaqueca pertinaz, el peso

               merma, el pensamiento que flaquea, la palabra lenta, las ideas que se repiten,

               la mancha que se agranda, la expresión grave, el gesto torpe, la mano sudada,

               la epidermis fría, el apatito en retroceso, la mejilla que se hunde, el colapso

               de los hombros, el afinamiento de las caderas, la transparencia de los lóbulos. (203)

 

     Ya lo habíamos visto en los relatos que, junto al más generalizado de las enumeraciones caóticas, son por igual de carácter esencial de Notas de un simulador.

               «Dejan con cuidado en el suelo los bultos de periódicos, papeles de envolver,

               piezas de ropa, un zapato, un saco, y descansan, esperando quizás que la

               plazoleta se vacié del todo.»  (187)

 

     O en este párrafo acumulativo donde los objetos se amontonan entre la suciedad y la muerte que acecha, que el simulador resuelve vender para tener acceso a los hospitales y observar a los enfermos:

 

               «Apreté un estuche de madera y compré varios artículos que me parecieron

               útiles y atractivos: peines, navajas de afeitar, servilletas de papel, frascos

               pequeños de perfume, jabones, creyones de labios, polvos, espejos, limas,

               esmaltes para u­ñas, pinzas, presillas para el pelo, desodorantes y algunos

               renglones de bisutería.»  (205)

 

     Estos recursos narrativos en su deseo de configurar, por definir, por colorear la situación, nos hacen pensar en la prosa de Carpentier: la enumeración, palabras que se atropellan unas a otras.

     Por otro lado, la minuciosa cadencia de las oraciones, las frecuentes interrupciones, el requerimiento de atención, la reflexión intercalada, nos revelan de la mejor manera —imbricación estructural entre “escritura” y “lectura”, sin recursos psicologistas o descriptivos— la inhibición del personaje, sus complicadas relaciones con el mundo exterior, sus vacilaciones, el frecuente recurso a la imaginación. Recordemos que esta es, en suma, la importante novedad de la incorporación a la novela moderna del “paréntesis jamesiano”, llamémoslo así: el establecimiento de comunicación directa no simplemente emocional sino analítica, racionalizada, entre autor y lector. Es tal vez la más genuina aportación de la novela norteamericana a la novela moderna, y ese “paréntesis jamesiano” ha sido definido como “la lucha que uno tiene cuando se encuentra con otro hombre que ha tenido una gran experiencia, para hallar el punto en que las dos experiencias se tocan… cuando se da cuenta de que la persona a la que está hablando no ha seguido todos los pasos, y entonces vuelve sobre ellos.”

     Tenemos en Calvert Casey un universo en el que la acechanza de la muerte, los simulacros del amor, la abolición del tiempo, inciden con acentos entrañables y desgarradores a la vez, dignos del mejor Kafka. Un escritor para quien la literatura ha sido una sutil exploración entre la vida y la muerte con todo un aliento trágico, premonitorio, palpitando a lo largo de su narrativa. Aliento, sin duda, demasiado patente como premonición conociendo el trágico momento en que espiritualmente su autor condensó su vida.

 

BIBLIOGRAFÍA

Casey, Calvert, El regreso y otros relatos. Barcelona: Seix Barral, S. A., 1967. Impreso.

——, Memorias de una isla. La Habana: Ediciones R, 1964. Impreso.

——, Notas de un simulador. Barcelona: Montesinos, 1997. Impreso.

Rodríguez Feo, José, “Los cuentos de Calvert Casey”, Notas críticas. La Habana: Ediciones Unión, 1962. Impreso.

 

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GUILLERMO ARANGO

Nació en Cienfuegos, Cuba (1939). Es poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Cursó estudios de Arte, Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva (Cuba) y de Creación Literaria en la Universidad de Loyola (Chicago). Por muchos años se dedicó a la enseñanza universitaria. Ha ejercido por igual la crítica cinematográfica. Ha publicado seis libros de poesía, siendo el más reciente Ceremonias de amor y olvido (Linden Lane Press, 2013). Ha publicado tres libros de relatos bajo el sello de Ediciones Universal: Gatuperio (2011); El año de la pera tradiciones, relatos y memorias de Cienfuegos (2012); y El ala oscura del recuerdo (2013). Ha publicado un libro de ensayos literarios Visiones y Revisiones (2020) y seis libros de obras teatrales bajo el sello de Ediciones Baquiana: TeatroTodos los caminos, Nube de verano, La mejor solución (2016); Teatro IILos viejos días perdidos, Entre dos, Encuentro, Ensayo de un crimen (2017); Teatro III Retablillo del amor rey: Un testigo veraz y La petición de Rosina, Una proposición decente, Las dos muertes de Gumersindo el indiano, Romance de fantoches (2017); Teatro IV ─  Mañana el paraíso, Noche de ronda, La corbata roja, El uno para el otro, Mi hermana Vilma, Dos trenzas de oro, El plato del día, Espejismo, Coto de caza, Los pescadores (2018); Teatro VAdagio, Un lugar para vivir, La ruta de las mariposas, El parque de las palomas, El viento que pasa (2019); y Teatro VI ─ Hoy es siempre todavía, La recepción, La familia de Adán, Propiedad en venta, A la luz de un relámpago. Ha sido becado en tres ocasiones por la National Endowment for the Humanities. Ha sido ganador de premios en las categorías de poesía y narrativa. En el 2008, su pieza dramática Todos los caminos, fue galardonada con el Premio Internacional de Teatro “Alberto Gutiérrez de la Solana”, auspiciado por el Círculo de Cultura Panamericano en Nueva Jersey. Ha publicado y presentado trabajos de investigación literaria en revistas y congresos nacionales e internacionales. Es miembro de diversas organizaciones literarias y profesionales. En octubre de 2016 le fue concedido el Premio Ohio Latino Award por su excelencia literaria. Reside desde hace varias décadas en el estado de Ohio, EE.UU.

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