COMO UN ANIMAL
Busco la huella de tu presencia, ya ausente, para siempre, en los lugares más recónditos. Husmeo tus cajones, con la esperanza de sentir restos de tu olor; rastreo tus estanterías oliendo tu ropa la cual me pongo, pensando que al haberla llevado tú tan sólo hace unos días, todavía tiene la marca de tu piel; todavía huele a ti; me restriego y sollozo al sentirte a través de tus prendas. Ellas no tienen ni vida ni alma y pronto se borrará la imprenta que has dejado. ¿Se borrará también la nitidez del recuerdo de tu cara en mi mente? Miedo me da pensarlo y me niego. Tengo que seguir rastreando para mantener fresca la memoria. Como un animal, con ese instinto visceral, me muevo guiada por el olfato. Por ese instinto olfativo que me lleva a ti. Que me acerca a ti en los momentos donde más te necesito. Y es que te echo tanto de menos… y tu ausencia me duele tanto…
Saliste de casa una mañana de un lunes fatídico de junio para no volver. Te ingresaron con dolores intestinales y cuatro días después, la muerte pudo contigo. Apenas me pude despedir. Cuando llegué, ya parecías estar lejos y dudo si me oías en tu estado comatoso. “Papi, estoy aquí. He venido lo antes posible.” En vida, solías decirme: “Hija, todo tiene solución menos la muerte”. Papi, tenías razón. La muerte no la tiene. La prueba, te has ido. Ya no eres. Ya no estás. Ya no hay nada que hacer. Aceptar. Aceptar. Aceptar. Y husmear, olfatear, rastrear, sentir, y oler para encontrar hasta el último vestigio de tu existencia y de tu presencia.
Me meto en tu coche y huele a tu perfume: Terre d’Hermés. Me saltan las lágrimas sin poder contenerlas. Nunca he sentido un desasosiego igual. Una tristeza tan profunda. El coche parado, embebido por tu olor, rodeado de tus cosas, me transporta a cuando me dabas un beso de buenos días, y percibía tu fragancia recién aplicada en tu cuello. Ya no pronunciaré tu nombre por las mañanas al despertarme cuando venía a visitaros a mamá y a ti, ni tampoco al acostarme, ni cuando te llamaba por teléfono para pedirte un consejo, ni decirte simplemente que te quería: “¿Papi, sabes una cosa? Que te quiero mucho. No lo olvides”. Siento un vacío inmenso a mi alrededor. Una pérdida inconmensurable. Una sensación de vulnerabilidad insostenible. Tú me protegías con el mero hecho de existir, de estar en este mundo y a pesar de la distancia que nos separaba, siempre sabía que estabas cerca. El saber que te tenía me tranquilizaba. Nunca me fallaste, mi papi. El mejor padre que he podido tener. Y te he perdido. Te has ido. Así. Sin aviso. No hubo tiempo. El lunes ingresaste y enseguida te entubaron. Te robaron el habla. Y ya no pudiste comunicar nada más. Con lo carismático que eras. Tenías don de gente y todo aquel que te trataba te adoraba. Ojalá y pueda seguir tus pasos, tu legado. Ser como tú y que tu esencia no se pierda.
Como un animal que persigue su presa, busco los lugares donde pienso que estuviste y allí también busco la huella de tu presencia ya desaparecida. Sé que ibas a comprar el pan aquí. ¿Será éste el camino que emprendiste? ¿Estaré pisando los mismos adoquines que tú? Intento hacer los mismos recorridos que tú y te imagino del brazo de mamá, los dos tan unidos, hasta que la muerte os separó tan cruelmente y tan injustamente. Creo verte a la distancia, pero es una mala jugada de los sentidos. Las ganas de que estés todavía y de que seas. Qué impotencia. Quisiera cambiar la realidad. Y recuerdo tus palabras: “Hija, esta es la realidad que nos ha tocado vivir y no la podemos cambiar”. Aceptar. Aceptar. Aceptar. ¿Cómo se acepta la muerte de un padre que fallece en cuatro días, así, de repente, con tanta vitalidad y tantos proyectos por realizar? ¿Cómo se acepta la muerte de un padre que no pudo despedirse de los suyos, decirles que les quiere, preparar su partida? ¿Cómo se acepta la muerte de un padre cuando la muerte le emboscó por sorpresa? ¿Cómo puedo aceptar que me he quedado sin padre sin poder prepararme mentalmente y que todavía tenía tanta vida por delante?
Dejaste todo a medias y es duro descubrir lo que nunca acabarás. O lo que dejaste para retomar. Tu cepillo de dientes espera pacientemente con la pasta a su lado; tu taza está en la cocina lista para que viertas tu té; tus zapatillas yacen al pie de la cama; dejaste tu ordenador encendido; tu coche aparcado; tu casa vacía; tu mujer con Alzheimer y una hija destrozada. Tenías mucho encima. Nunca te quejaste y a menudo te jactabas de ser fuerte: “Hija, yo puedo con todo. No te preocupes”. La vida es frágil y a pesar de tus apariencias también lo eras tú. Yo lo sabía y me preocupaba. La muerte es la gran vencedora y tú no pudiste afrontarlo todo. Si de algo me arrepiento es de no haber hecho más por ayudarte. Menos mal que no sufriste. Que no supiste que te ibas, siendo consciente de lo que dejabas. Atrás quedó la carga que llevabas. “Papá, no te preocupes, ahora me encargo yo”.
Papá que sepas que has dejado a mucha gente desconsolada y que la huella que has trazado en esta vida perdurará en los corazones y en las memorias de muchos. No sospechas cuántos te han llorado al conocer tu pérdida y con qué cariño y ternura te han recordado. Me han emocionado y me he enorgullecido de pertenecer a tu linaje. Tu legado perdurará y no te has ido en vano. Me quedo con que hay que vivir el presente como si no hubiese futuro. Que no hay que discutir por vacuidades. Que hay que demostrar nuestro amor a los que queremos sin reparo y con derroche.
Yo seguiré pronunciando tu nombre en mis sueños y en mis conversaciones póstumas contigo. Te seguiré invocando y pensando. Imaginándote feliz, en tu terraza frente al mar, mirando al infinito, tu destino final.
Como un animal, seguiré rastreándote para impregnar mi memoria de tu recuerdo, el cual no dejaré nunca que caiga en el olvido.
A mi padre, Juan Añover (14 de enero 1943-25 de junio 2020)
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VERÓNICA AÑOVER
Nació en España y reside en los Estados Unidos desde hace varias décadas. Es narradora, traductora y profesora de español y francés en California State University, San Marcos, desde 1999, donde también dirige el Departamento de Estudios de Lenguas Modernas en la actualidad. Ha sido previamente profesora en Florida State University y Oregon State University. Cursó sus estudios doctorales en Florida State University (Tallahassee, Florida, EE.UU.) Ha publicado relatos y cuentos breves, tales como: La ví saltando a la comba (2000), En mis lágrimas (2004) y Era feliz y no lo sabía (2018). También ha incursionado en el periodismo con las entrevistas literarias, en las que cabe destacar las entrevistas a Almudena Grandes (2000) y a Lucía Etxebarria (2006), ambas en Letras Peninsulares. En el campo de la pedagogía y metodología, es colaboradora en dos libros de texto en español, Plazas: Lugar de encuentro para la hispanidad (2008, 2012, 2017) y Viajes – Introducción al español (2008, 2010), y es co-autora de dos libros de texto en francés A vous! (2001, 2008) y On tourne! que acaba de ser publicado por Georgetown University Press (2020).
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