BAQUIANA – Año XXII / Nº 117 – 118 / Enero – Junio 2021 (TEATRO)

PANDEMIA HUMANA 

(Obra en un acto)

 

por

 

Pedro Monge Rafuls


 

 

 Para Dino Armas

Dramaturgo uruguayo, amigo.

PERSONAJES:

Bartender/Camarero

Morelio Morán

Rosales

 

En un bar de West New York, Estados Unidos o en cualquier bar del mundo. Los elementos escenográficos no tienen que ser realistas. Un hombre, sentado, solo, la máscara colgándole del cuello. Ya no queda nadie en el bar. Bartender, sin máscara, viene hacia él. Actúa con cautela. En la actuación queda la responsabilidad de crear el personaje del Bartender: a veces  cauteloso, otras, miedoso.

 

BARTENDER. Ya son las tres.

MORELIO MORÁN. ¿Las tres? El tiempo voló.

BARTENDER. Voy a cerrar.

MORELIO. ¿Y adónde me voy?

BARTENDER. A mi casa no.

MORELIO. Usted no entiende.

BARTENDER. Yo entiendo que voy a cerrar. No te pongas pesado.

MORELIO. No puedo ir a mi casa.

BARTENDER. Vas, le pides perdón a tu mujer y todo se arreglará.

MORELIO. Tú lo dices bien fácil, pero es complicado.

BARTENDER. Tengo que cerrar.

MORELIO. Me puedo quedar aquí, duermo en el piso. Mañana por la mañana te limpio el bar. Vas a salir ganando.

BARTENDER. No voy a dejar aquí a nadie que no conozco.

MORELIO. Llévate el dinero. Esconde las botellas.

BARTENDER. No.

MORELIO. Mi mujer, Morelia, no me deja entrar a la casa.

BARTENDER. Vete a la casa de tu mamá.

MORELIO. Peor.

BARTENDER. ¿No tienes un hermano o un amigo? ¿Alguien?

MORELIO. Nadie me quiere en su casa.

BARTENDER. Y tengo que resolverlo yo.

MORELIO. Te limpio el bar, vas a salir ganando.

BARTENDER. ¿Y se puede saber por qué no te quieren?

MORELIO. Por el Corona Virus.

BARTENDER. (Sospechoso.) ¿Tienes el Virus?

MORELIO. Es una enfermedad del carajo.

BARTENDER. (Algo asustado.) ¿Tienes el Corona Virus?

MORELIO. La contaminación crece y crece. Cada día más infectados. Todos los días más muertos.

BARTENDER. (A la defensiva.) ¿Tú sabes cuántos clientes vinieron esta noche? Más de treinta. Hombres y mujeres. Tú estás aquí desde temprano…si sólo diez se enfermaron, esos van a enfermar a diez más, que enfermarán a…

MORELIO. Dame otro trago, me lo tomo y me voy.

 

El camarero, sumisito, va hacia las botellas. Callado le sirve otro trago. Vuelve a guardar la botella. Se queda callado. Pausa que se nota.

 

BARTENDER. Te vas…

MORELIO. (Afirmando.) Tú eres Testigo de Jehová.

BARTENDER. No.

MORELIO. ¿Los Testigos de Jehová vienen a tocarte la puerta?

BARTENDER. Ya te serví. Tómate el trago y vete. Tengo que cerrar.

MORELIO. No te preocupes. (Levanta la copa, brindando.) Desde hoy los Testigos de Jehová no volverán a tocarte la puerta.

BARTENDER. Vete. Voy a cerrar.

MORELIO. Y si estás contagiado… Vas a infectar a tu esposa y a tus hijos. ¿Tu mamá vive contigo?

BARTENDER. Hijo de la gran puta.

MORELIO. ¿Por qué? Yo no te he dicho que estoy enfermo. Ni siquiera te he dicho si me hice la prueba. Te compartas como un Testigo de Jehová.

 

Entra Rosales. Está vestida de forma provocativa, pero sin exagerar.

 

ROSALES. (Desde la puerta. La máscara en el cuello.) ¡Ay, qué bueno que está abierto!

BARTENDER. No se acerque.

ROSALES. Déjeme quedar aquí… un momento. Terminé de… de… salí del hotelito, aquí cerca, y creo que me venía siguiendo un hombre. (Mira hacia afuera.) Me dio miedo. Además, dicen que viene una tormenta enorme.

BARTENDER. No se acerque. Este (Señala.) tiene el Virus. Además, estoy cerrado.

 

Morelio se violenta. Le tira el vaso con que bebía, pero no lo alcanza. Bartender se enfurece y saca un revólver de debajo de la barra. Apunta a Morelio. “Te vas o te entro a tiros”. La situación está tensa.

 

ROSALES. (Se pone nerviosa y grita.) Por Dios, no! ¡Por Dios no! ¡Ay ay! ¡Tranquilícense! Bartender parece oírla, baja la pistola.

BARTENDER. Ya, ya.

MORELIO. Yo, tranquilo.

 

Breve silencio pesado. Bartender guarda el revólver de donde lo sacó.

 

MORELIO. No estoy enfermo. Ni siquiera me he hecho la prueba porque no tengo síntomas.

BARTENDER. Pero me dijiste…

MORELIO. Tú estabas asumiendo.

ROSALES. Yo sí me hice la prueba.

BARTENDER. Yo también me la hice. Lo pide el Departamento de Salud.

ROSALES. Tenía síntomas.

BARTENDER. (Asustado.) ¿Y qué resultado dieron?

MORELIO. No se asuste.

ROSALES. Fue hace tres semanas.

 

Bartender se siente aliviado. Suspira calmado.

 

BARTENDER. La verdad: yo tengo mucho miedo. Tengo que abrir el bar porque es mi única entrada de dinero, pero… pero, la verdad veo el virus en cada cliente. Ayer, vino una pareja y la mujer comenzó a toser, casi me muero… Tosía tanto que se ahogaba, se puso blanca, el compañero gritaba: ¡ayuda, ayuda! Y eso me dio más miedo. Me metí debajo de la barra. Unos que estaban en la mesa de al lado corrieron a la mujer que estaba ahogándose con un maní de esos que le pongo a los clientes. Por suerte, uno de los hombres que corrió a ayudarla era paramédico y supo actuar. La puso en posición adecuada y le dio unos golpes en la espalda. Le metió el dedo en la boca y le sacó el maní. Yo nada de eso vi. Estaba agachado, escondido. Me dio pena, pero el miedo es más grande que nada. Fue uno de los peores momentos de mi vida…

MORELIO. WOW! (Irónico.) ¿De verdad me ibas a pegar un tiro?

BARTENDER. Me estás dando problemas… Tengo que irme y tú quieres quedarte, pidiéndome tragos.

ROSALES. (Mira hacia fuera. Cierra la puerta. Se ha ido acercando y en este momento se sienta.) No era para menos. Yo hubiera hecho lo mismo.

BARTENDER. ¿Por qué cerró la puerta?

MORELIO. Es mejor, así no entra nadie. Usted ya quiere irse.

BARTENDER. Sí, pero…

ROSALES. Me seguía…

MORELIO. Llama a la policía.

BARTENDER. No no no…

MORELIO. ¿Y por qué usted no usa máscara? ¿Y guantes?

BARTENDER. A los clientes les da miedo. Se ponen a pensar mil boberías.

ROSALES. Me imagino… La gente viene a divertirse en un lugar como este.

BARTENDER. Vendemos bebidas y hay música, pero es un lugar decente. Nada de relajos, ni de…

MORELIO. El lugar tiene fama de poder venir a tomarse un trago tranquilo.

BARTENDER. Gracias.

MORELIO. Por eso vine.

BARTENDER. Bueno, ya van a ser casi las cuatro.

MORELIO. (Irónico.) Tú no me ibas a disparar. ¿Tienes licencia para tener un arma?

BARTENDER. Claro.

MORELIO. ¿Alguna vez la has usado?

BARTENDER. No.

MORELIO. ¿Te da miedo?

 

Bartender no contesta. Se hace un silencio raro.

 

MORELIO. Tú no me ibas a disparar. No creo que tengas el valor.

ROSALES. Voy a llamar a la policía.

BARTENDER. (Rápido.) No no no.

ROSALES. ¿Y si el hombre está afuera?… Esperándome.

BARTENDER. No no.

ROSALES. Me da miedo.

BARTENDER. Ya tenemos confianza. Ya les puedo decir algo que no les hubiera dicho antes: está prohibido dejar a los clientes sentarse adentro. Se supone que usted compra su trago y sale. Hoy… Yo… bueno, me hago el bobo y dejo que la gente entre, pero no debería… Por eso es que la puerta está…estaba medio abierta.

MORELIO. O sea, que estamos aquí de forma ilegal. (Mirando al Bartender, pícaro.) Uuum

BARTENDER. ¿Uuuum qué?

ROSALES. No vayan a empezar.

BARTENDER. (A la defensiva.) Es que este…

MORELIO. (También a la defensiva.) ¿Yo qué? Tú eres el que no quiere que venga la policía. (Breve pausa.) Sírveme otro trago para celebrar la ilegalidad y el hecho de que los Testigos de Jehová no vendrán. Y a la señorita… No nos ha dicho su nombre.

 

El Bartender va a servir un trago porque no le queda más remedio. Lo sirve.

 

MORELIO. Y a la señorita…

ROSALES. Rosales.

MORELIO. Sin apellido.

ROSALES. Lezcano.

MORELIO. Lo que desee la señorita Rosales Lezcano.

ROSALES. Un vodka con gin.

 

Bartender sirve porque no le queda más remedio, Pero, también se sirve un trago. Morelio levanta el trago para brindar, y el Bartender también levanta el suyo.

 

MORELIO. Por esta noche virulenta. (Se ríe.)

 

Todos brindan.

 

BARTENDER. (A Rosales.) Se toma el trago y llama a la policía, allá afuera.

ROSALES. No puedo salir sola. Un hombre me seguía. No puedo pararme allá afuera, a esperar a la policía.

MORELIO. ¿Quién la seguía?

ROSALES. Es que…

BARTENDER. No se preocupe, Rosales, cuando terminemos este trago, ustedes se van. Él la acompaña a esperar la policía (Recalca. Irónico.) y no habrá problemas.

MORELIO. Ya será de día (Imita al Bartender.) y no habrá problema.

BARTENDER. No podemos estar aquí cuando amanezca. Se supone que cierre el negocio a las dos. Me pasé por su culpa; por no querer irse a su casa.

MORELIO. Oiga, usted se ha dedicado a echarme la culpa de todo.

ROSALES. Yo quisiera irme, pero…

BARTENDER. (Interrumpiendo a Rosales. A Morelio.) ¿Puedo preguntarle algo?

MORELIO. Claro.

BARTENDER. ¿Por qué esa inquina hacia los Testigos de Jehová?

MORELIO. De ninguna manera. No tengo nada en contra de ellos.

BARTENDER. Los ha mencionado varias veces.

ROSALES. ¿Usted no cree en Dios?

MORELIO. Sí, creo, pero me molesta que toquen a la puerta, lo mismo a las nueve de la mañana de un domingo, el único día en que los que trabajamos tenemos para descansar, que a las seis de un jueves, cuando uno está comiendo.

BARTENDER. Tienen sus creencias.

MORELIO. Y yo, las mías. Y no voy a tocarle a nadie en la puerta para meterle una revistica por la cabeza, ni voy a la casa de nadie para decirle que se va a condenar si no cree lo que yo creo.

ROSALES. Sí, fastidia.

MORELIO. Mucho y no quieren entenderlo.

ROSALES. Todo el que tiene una pasión no quiere entender lo que se le oponga a ese apasionamiento. (Parece pensar.) Pero, con esto del Virus ya no tocan a las puertas. Se los quitó de encima.

BARTENDER. Bueno, ya es hora de acabar el trago e irse.

MORELIO. ¿Nos bota?

BARTENDER (Mirándolo con sorna.) ¿Qué le parece?

 

Bartender va hacia Morelio, le quita el vaso de enfrente. Morelos se enfurece, se levanta y le da un golpe. Bartender cae sobre el mostrador y Morelio le pega en la cara, mientras Rosales, también se levanta asustada, y grita: “Cálmense. Cálmense. No no. Cálmense”. Bartender sobre el mostrador, boca arriba, y Morelio, encima de él. Pegándole su cara a la de él. Bartender no reacciona. Tiene miedo.

 

MORELIO. (No está borracho, pero sí muy furioso. En un gruñido.) Óyeme bien, idiota. Me estás encojonando, bastante. ¿Cuál es tu problema? ¿Te debo algo? Tomo y te pago. Si no quieres gente aquí no tengas un bar.

ROSALES. ¡Cálmese, Cálmese, por favor!

MORELIO. (Sin soltar a Bartender.) ¡Estoy calmado! (A Bartender.) Óyeme, tienes un bar que abres clandestinamente y estás poniendo leyes a los que venimos a tomar y a decirnos a qué hora tenemos que irnos. (Lo suelta. Se arregla la ropa y el pelo.) Tráeme otro trago, por la casa, por el que me botaste.

 

Bartender, sumiso, se toca y limpia la cara con la mano. Va a buscar el trago. Prepara otro para Rosales y uno para él. Los pone en frente de cada uno. Se sienta.

 

ROSALES. No soy muy bebedora. No sé si debo…en esta situación.

MORELIO. Tómeselo, eso ahuyenta la tensión.

 

Rosales va hacia el Bartender, con las manos le toca la cara, mirando el golpe que Morelos le dio. Coge una servilleta de algún lugar y se la pasa.

 

ROSALES. (A Morelos.) Usted toma mucho.

MORELIO. Tomo, pero no sé si mucho.

ROSALES. Perdone que le diga, pero quizás no debería tomar más.

MORELIO. No se preocupe, no estoy borracho. Me enojé un poco, lo siento, pero no es por la bebida. Es que tengo problemas…

ROSALES. Perdone otra vez, pero todos tenemos problemas.

MORELIO. Mi mujer no quiere que regrese a la casa.

 

Silencio tenso.

 

BARTENDER. (Se atreve.) Por el Corona Virus.

MORELIO. (Lo mira serio.) Ya le dije que no tengo el Virus.

BARTENDER. (Atreviéndose nuevamente.) Sí, me lo dijo, pero también me dijo que su esposa no lo deja ir a su casa, por el Corona Virus.

 

Silencio molesto. Los tres no saben qué decir o hacer.

 

ROSALES. (Rompe la situación.) Sabe, esta pandemia ha traído muchos problemas.

BARTENDER. Muchos.

ROSALES. ¿Es cierto que no puede regresar a su casa por la pandemia?

MORELIO. (No sabe si debe contestarle. La mira. Adquiere otra actitud. Más flojo.) Sí.

BARTENDER. Aquí, a tres casas, hay un hotelito… Barato.

MORELIO. (Por Rosales.) Ella tiene mucho miedo, igual que este (Bartender.) Está histérica. Yo tengo que salir a trabajar, si no, ella no come, ni los muchachos.

ROSALES. Pero hay medidas…

MORELIO. Ella me hace quitar los zapatos y la ropa, dejarla a la entrada. No quiere que me siente en el sofá. Debo bañarme en el medio baño, con un cubo de agua. Dice que ahí no entra nadie. Ni a los muchachos puedo ver. No los deja. Ellos se asoman a la sala y yo, desde afuera los saludo.

ROSALES. Perdone, pero es un poco exagerada.

MORELIO. ¡¿Poco?!.. Tengo que dormir en el garaje, ni siquiera con el perro. Con una casa grande y cómoda y no puedo hacer uso de ella.

BARTENDER. (Habla con cautela, pues no sabe si su comentario molestará a Morelo.) Bueno, tiene miedo. Seguro es eso.

ROSALES. Sí, debe ser miedo.

MORELIO. ¿Cuántos meses llevamos con la pandemia?… Ya ni me acuerdo. Pues esos son los meses que mi mujer no me deja acercar a ella… (Se angustia.) No puedo abrazar a mis hijos… No puedo Nada (Hace un signo sexual.) con ella. Es el colmo.

 

Pausa tensa.

 

ROSALES. (Tímida.) ¿Qué piensa que puede hacer?

BARTENDER. (Decidido.) Aquí no se puede quedar. El hotelito es barato.

ROSALES. Yo vengo de allí.

MORELIO. ¿Cuánto le costó?

ROSALES. (Pícara. Insinuante.) No sé. Yo no pagué.

MORELIO. No pienso quedarme aquí… (Para sí.) Tampoco voy a regresar allá. Se va a joder cuando tenga que resolverlo todo…

ROSALES. ¿Y sus hijos?

MORELIO. Están grandes… Ellos también debieron reaccionar contra la madre.

ROSALES. ¿Qué edad tienen?

MORELIO. Doce y trece.

BARTENDER. Son unos niños.

ROSALES. ¿Usted está enamorado de ella?

MORELIO. Usted dijo que íbamos a tener una tormenta, pero no ha caído ni una gota, ni un trueno.

ROSALES. Eso dijeron en las noticias esta tarde. No sé. Quizás se fue.

BARTENDER. Sí, hay que irse como la tormenta.

MORELIO. (Lo mira intensamente.) Usted sí que jode… (A Rosales.) y perdone las malas palabras.

ROSALES. No se preocupe… Yo creo que en algún momento tenemos que irnos.

MORELIO. Claro…pero, mientras tanto, siéntese tranquila y vamos a pensar.

ROSALES. Usted dijo que no iba a ir más a su casa para que su esposa aprendiera, pero antes había dicho que ella no quería que fuera.

BARTENDER. Así mismo.

MORELIO. Miren, yo tengo una confusión… ¡Estoy confundido!

BARTENDER. Deben ser los Testigos de Jehová que lo tienen loco.

MORELIO. ¡Qué gracioso!

BARTENDER. Usted está obsesionado con ellos. Los trajo a la conversación, sin más ni más.

ROSALES. (Riéndose.) Yo… Yo… si les cuento.

MORELIO. Cuéntanos.

ROSALES. No.

MORELIO. ¿Qué le preocupa a usted?

ROSALES. Tutéame.

MORELIO. A ti.

ROSALES. El Corona Virus me tiene la vida hecha un yogur. No soporto más… La televisión no habla de otra cosa, la gente en la calle, en mi trabajo me preguntan que si me cuido. Una oye una cosa por aquí y otra por allá. Los científicos se contradicen. Se la han pasado, uno diciendo que van a encontrar la vacuna y otro que no. Ahora dicen que hay tres vacunas. La rusa, la de Oxford y no sé cuántas más. Uno que te pongas la máscara y otro que no. El Facebook es peor, todos me mandan mensajes con un amigo que es doctor en Italia o en Alemania y da consejos. Es, como para volverse loca. Preferiría tener dieciséis años.

MORELIO. Debe haber sido muy bonita.

ROSALES. (Feliz por contar su recuerdo.) A los dieciséis, yo era preciosa, pero perdí el tiempo porque era bien religiosa… (Pícara.) No era Testigo de Jehová. Me eduqué en un colegio de monjas. Era piadosa, rezaba el Rosario todos los días. Cuando tenía diecisiete años creía que tenía vocación religiosa. Quería ser monja, una esposa del Señor… A los veintiún años rechacé un novio porque aún luchaba con la idea de ser monja.

MORELIO. ¿Y por qué no lo hizo?

ROSALES. Perdí la fe.

MORELIO. Qué bueno. El mundo se hubiera perdido una mujer hermosa. Muy hermosa.

ROSALES. (Complacida.) Gracias.

BARTENDER. (Presintiendo que la situación puede alargarse.) Tengo que cerrar.

MORELIO. (Se vuelve a encolerizar. Da un golpe con el puño sobre una mesa o el mostrador.) Carajo, pero tú sí jodes. ¿Qué te pasa? Estate tranquilo.

ROSALES. ¡Cálmate!

BARTENDER. Está bien. Está bien. Pero cuando venga la policía…

MORELIO. Tú eres el que abre este bar ilegalmente.

BARTENDER. Por eso mismo. Yo los he servido sin problemas. No me lo busquen ustedes.

MORELIO. No te preocupes, te cubriremos.

BARTENDER. Mejor vámonos.

MORELIO. Ya ya ya… Vamos a oír a Rosales. ¿Por qué dejaste tu vocación?

BARTENDER. Dejó de creer, ya lo dijo.

MORELIO. ¿Por qué?

ROSALES. (Enseña una medallita que lleva al cuello.) Yo no sé si dejé de creer o no. Quizás es superstición… Pero, la verdad, ya no creo como antes ni me quiero meter a monja. Todo lo contrario. Un día comencé a ver a Dios de distinta manera. Todo lo que me enseñaron en el colegio de las monjas y en los sermones de los domingos se me hizo… Tanta miseria, tanta gente con problemas de salud, hasta económicos, ¿y Dios dónde está cuando le piden? Dejé de creer eso de que El Señor te cuida como cuida a los lirios del campo, y a los pajaritos… (Silencio.) Pídele a Dios que él te oye… Parece que los audífonos no le funcionan.

MORELIO. Sí… eso. Los Testigos de Jehová son los peores.

BARTENDER. Ese asunto de las religiones no es fácil.

ROSALES. (Agarra una servilleta o saca un pañuelo de la cartera. Se lo pone en la cabeza, tratando de imitar al velo de una monja.) ¡Ya no soy monja! ¡Ya no soy monja!

BARTENDER. (A Morelos.) Ya debe estar medio borracho. ¿Cuántas copas se ha tomado?

MORELIO. ¿Borracho yo?… No. Necesito el triple de lo que me he tomado. Yo, lo que no tengo es mujer… (Refiriéndose a Rosales.) Aunque quizás resolví el problema.

ROSALES. ¿Está enamorado de su esposa? ¿Le es fiel?

MORELIO. Cuántas preguntas seguidas. (La mira fijamente con una expresión que nos hace dar cuenta que algo encierra.) ¿Y tú, te has enamorado? ¿Eres fiel?

ROSALES. No y no. Contestadas sus preguntas. ¿Tú crees que los hombres valen la pena?

MORELIO. No sé. Nunca me he enamorado de uno. (Al Bartender.) ¿Y tú? ¿Te has enamorado de algún hombre? Hay unos muy lindos.

BARTENDER. Qué manera de hablar boberías cuando ya es hora de cerrar.

MORELIO. Me lo vuelves a decir y voy a coger el revólver que tienes en la barra y te voy a entrar a tiros.

 

Bartender se queda tranquilo. Se repliega en la barra, donde estaba.

 

MORELIO. WOW! ¡La cosa se puso buena! ¡Sexo sin amor! (Al Bartender.) Otra ronda.

ROSALES. (Divertida.) Un momento, un momento, no te precipites. Que yo me cuido de la pandemia. Para entrar a mi casa, hay que dejar los zapatos afuera y los pantalones… (Se ríe divertida. Canta) “A mí el Corona Virus me tiene miedo… Con Rosales no me meto yo…”. La verdad es que cuando me hice la prueba es porque creí que un cliente me lo pegó. (Ambos hombres se mueven hacia atrás, instintivamente.) Pero no. El test salió negativo.

BARTENDEER. ¿En qué trabaja usted?

ROSALES. En lo que puedo.

BARTENDER. Yo creo que la he visto antes… por aquí.

ROSALES. ¡¿A mí?! No creo.

MORELIO. Los secretos se descubrirán esta noche.

BARTENDER. ¿Usted conoce al hombre que la perseguía?

ROSALES. (Confusa.) Sí…no no no… Bueno… creo que sí. No sé. No lo reconocí bien. La calle está oscura.

BARTENDER. (La tutea por primera vez.) ¿Trabajas para él, verdad?

MORELIO. Usted parece del FBI.

BARTENDER. ¿Trabajas para él?

ROSALES. Yo lo… ya me iba para mi casa y…

BARTENDER. (Saca el celular.) El que va a llamar a la policía soy yo.

MORELIO. (Quitándole el celular.) Y le vas a decir que estás abierto ilegalmente, a estas horas y con clientes.

BARTENDER. (Parece haber sacado fuerzas.) Les voy a decir que usted está aquí y no quiere irse, que el último trago no me lo ha pagado… Y que esta pu…señorita, entró inesperadamente, ocultándose de un hombre que dice que la persigue y, sin embargo, no ha llamado a la policía…

ROSALES. Yo le dije que llamáramos a la policía y usted dijo que no porque le perjudicaba el negocio.

MORELIO. (Irónico. Con melodía.) Creo que a alguien le van a cerrar el negocio.

BARTENDER. No sé por qué.

MORELIO. (Cambia. Parece fuera de sí.) Porque tienes el Virus. Eres un peligro.

BARTENDER. No tengo nada.

MORELIO. Si yo lo digo es que lo tienes.

ROSALES. Vamos vamos, tranquilos tranquilos.

 

Pausa cargada. El Bartender, sin que le digan nada, va a buscar otra ronda de tragos, incluso uno para él. Se lo pone delante a cada uno.

 

MORELIO. Gracias.

ROSALES. Quizás estamos tomando demasiado.

MORELIO. ¡Salud!

 

Los tres brindan.

 

MORELIO. ¿Saben por qué yo estoy encabr…? ¡Olvídense!

 

Silencio cargado que nadie rompe.

 

MORELIO. (Para sí. Va deprimiéndose. Puede realizar distintos movimientos, como acomodar los brazos entre las manos, sobre la mesa, pararse, dar un golpe a una mesa. Rosales y Bartender se miran mientras la confesión sucede y pueden reaccionar. ) Esa perra, hace dieciséis años que estamos casados, y ahora, con la pandemia, le da por meterse a Testigo de Jehová. Al principio no me importó. Bueno, las mujeres se tienen que entretener en algo, pero todo fue complicándose. La metió una amiga de cuando era joven. Asistir al Templo se convirtió en lo más importante, llevar a los muchachos. (Suspira lloroso.) ¡Los muchachos! Los metió en eso. Y la cantaleta a todo momento… Ni su familia quería llamar a la casa. Y sexo nada. Coño… (Se violenta. Da golpes. Va hacia Bartender.) Y tú, hijo de puta, tienes el Virus, me quieres infectar. Es tu culpa cabrón, con tu enfermedad, ella cogió miedo al Virus por gente como tú.

 

Bartender recula, asustado, sin saber qué hacer. Va hacia el mostrador donde tiene el revólver. Morelos lo sigue.

 

ROSALES. Vamos a calmarnos. Vamos a calmar… Cálmense. (Grita.) ¡Cálmense! ¡Cálmense!

MORELIO. (Está fuera de sí, consecuencia del alcohol y su problema.) ¡Cállate tú, puta! Este enfermo es el culpable de que mi mujer se haya metido a Testigo de Jehová. Me ha destruido la vida.

Morelio se tira hacia el Bartender que ha llegado a la barra, donde está el revólver, y de alguna manera ha agarrado un cuchillo que se encontró, lo tiene en su mano mientras avanza. Bartender lo apunta. Se tiran unos golpes y se enfrascan a luchar, Bartender para quitarle el cuchillo y Morelio el revólver. Van luchando hacia atrás de la barra. Se caen vuelven a levantarse. Mientras la lucha se lleva a cabo, Rosales agarra sus pertenencias, va hacia la salida, abre la puerta y sale, cerrando, lo más silenciosa posible.

 

Oscuro

 

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PEDRO MONGE RAFULS

Nació en Placetas, Cuba (1943). Después de vivir en Tegucigalpa, Honduras, y en Medellín, Colombia, donde estudió filosofía, se radicó en los Estados Unidos. En Chicago, co-fundó el Círculo Teatral de Chicago, el primer grupo de teatro en español del Medio-Oeste estadounidense. En 1977 fundó OLLANTAY Center for the Art, en Queens, New York, y en 1993 OLLANTAY Theater Magazine, revista bilingüe dedicada al estudio y difusión del teatro latino en los Estados Unidos, como también al teatro latinoamericano. Como dramaturgo, ha incursionado en varios estilos que van desde la comedia, la comedia de humor negro y el drama. No se ha detenido en un solo tema, sino que tiene una preocupación en la situación que genera la inmigración de los latinoamericanos y la situación de los marginales en una urbe fastuosa como Nueva York. La problemática que genera el exilio cubano es otra constante en su teatro. Su teatro busca la relación directa entre las técnicas tradicionales y las nuevas técnicas que incluyen la imagen y los efectos visuales no-teatrales. Su obra Nadie se va del todo (1991) ha sido motivo de diversos estudios críticos. Ha sido publicada, aparte del español, en traducciones en alemán y coreano. En 1994 inauguró el programa “El autor y su obra” en el prestigioso Festival de Cádiz, España. Es texto de estudio en cuatro universidades de los Estados Unidos y de Valencia, España. Varias de sus obras han sido producidas Off-Broadway o en teatros regionales. Varias han sido traducidas al portugués y al alemán. Algunas de sus obras están escritas originalmente en inglés. Ha sido publicado en varias antologías latinoamericanas y españolas, y en la segunda antología de teatro latino de los Estados Unidos, de TCG, la editorial americana más importante del país. En dos antologías alemanas, una de autores latinoamericanos exiliados. Ha ofrecido talleres de dramaturgia en Guanare, Maracaibo, Barcelona y Caracas (Venezuela), así como en Cartagena (Colombia) y en distintas ciudades de los Estados Unidos, en inglés o español. Ha sido contratado varias veces por la ciudad de Nueva York para impartir talleres de dramaturgia en centros comunitarios en diversas partes de dicha ciudad. Ha sido jurado de importantes concursos teatrales (también de artes visuales y literatura) en importantes organizaciones culturales, oficiales y privadas, de los Estados Unidos y América Latina. Ha participado en los más importantes festivales de teatro y ha sido panelista de innumerables conferencias alrededor del mundo y del National Endowment for the Arts, la organización del gobierno de los Estados Unidos que, desde Washington, otorga ayuda a todas las organizaciones culturales de los Estados Unidos. Ha escrito veintiocho obras, con estilos que van desde el realista a la comedia y al surrealismo. En 1990, le otorgaron el Very Special Arts Award, en la categoría “Artist of New York”, concedido por el Kennedy Arts Center, de Washington, D.C. En el 2011 le dedicaron la Feria del libro hispana/latina de New York y, en el 2014, los profesores Elena Martínez y Francisco Soto, del sistema universitario de New York (CUNY) antologaron Identidad y Diáspora: El teatro de Pedro R. Monge Rafuls, un volumen con veinticuatro trabajos sobre su dramaturgia, por igual número de críticos e investigadores. En el 2018 salió publicado su Teatro cubano para los escenarios. Compendio de setenta y una obras de todos los tiempos. Un trabajo de exploración del teatro cubano desde sus comienzos hasta el 2016.

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