BAQUIANA – Año XXII / Nº 117 – 118 / Enero – Junio 2021 (Reseña I)

LA LUMINOSA ESPIRITUALIDAD DE MARIANA COLOMER

 

 por

 

Carlos Clementson

 


(RESEÑA) (2) LIBRO DE LA SUAVIDAD de Mariana Colomer 400 X 252

Editorial Huerga / Fierro editores
Madrid, España
ISBN: 978-84-8374-730-8
96 páginas
(2008)

Allá por los años cincuenta del pasado siglo el maestro Dámaso Alonso con toda la fuerza que le daba su prestigio de crítico egregio y profundo poeta sentenció, y no sin clarividencia, que, “toda poesía es religiosa”. Eran los tiempos de la humanización de la poesía, de una poesía “arraigada” o “desarraigada”, inmersa en el aquí y el ahora, pero que ofrecía, también, una muy humanística consideración de la persona en sus múltiples relaciones con la realidad y también con las más altas posibilidades del espíritu. Eran también tiempos duros y difíciles, tiempos en los que los españoles estábamos aún restañando las sangrantes heridas y amputaciones que deja tras de sí una atroz guerra civil. Eran los tiempos del humanismo en poesía, de enfrentarse intelectualmente a los grandes temas de la conciencia: el amor, la vida, la muerte, el dolor, la injusticia, el silencio de la Divinidad, la preeminencia del mal sobre el mundo de los justos, la palpitación del hombre ante el misterio, o del hombre en su relación con los otros y con la presencia, cierta o dudosa, según los casos de un Ser superior al que el poeta en un desvalimiento no sólo existencial sino ontológico y afectivo se dirigía como ansiado puerto seguro en medio de la tempestad. Eran tiempos de una poesía llena de hondura y gravedad, de una profunda espiritualidad y un predominante carácter religioso en un sentido amplio de la expresión: desde la poesía confesional de un Luis Rosales o un Leopoldo Panero o las agónicas zozobras unamunianas de un Dámaso Alonso o Bergamín. Todo ello le daba ocasión al afinado crítico y excelente poeta cordobés Leopoldo de Luis para recopilar, junto a una notable “Antología de la poesía social” otra, paralela, “Antología de la poesía religiosa”, publicadas ambas en Alfaguara. Eran tiempos de un afirmado humanismo crítico-social, desde el yo al nosotros, pero también, desde el yo y el alma del poeta, al Creador y a la última y primera razón de todo lo creado.

   Todo ello no hacía sino remarcar esa constante religiosa en el devenir histórico de la poesía española, desde Alfonso X EL Sabio y Berceo a Miguel de Unamuno y Luis Felipe Vivanco, pasando por los grandes clásicos de la espiritualidad de nuestros Siglos de Oro, desde los dos Luises a San Juan de la Cruz, desde Santa Teresa a Lope de Vega y Calderón.

   La vibrante cuerda de la poesía religiosa no faltaba, por otra parte, en las otras literaturas europeas. Desde François Villon y Agrippa D’ Aubigné en la francesa, pasando por Jean Racine, Lamartine, o Paul Verlaine, o la alta espiritualidad de Charles Péguy, Francis Jammes o Paul Claudel hasta llegar al actual Pierre Emmanuel. Otro tanto podría predicarse de la lírica en lengua inglesa, desde John Donne y los otros poetas metafísicos, a Milton, Hopkins o T.S.Eliot en el siglo XX, y lo mismo podría afirmarse de la poesía alemana, con la gran poesía mesiánica de Klopstock o el alto misticismo romántico de Novalis, por no acudir a una dilatada tradición de poesía religiosa y católica en las letras italianas, desde San Francisco, Dante, Petrarca, o Manzoni.

   Pero ¿qué nos ha pasado? ¿Qué ha tenido que ocurrir para que un libro de poemas límpido, delicado, tremante, lleno de temor y temblor, nos sobrecoja con una sutil espiritualidad que hace ya tiempo no conmovía nuestros corazones? Sencillamente, que la Musa española, la Musa de San Juan y Lope de Vega parece haber olvidado la vibración transcendente de la poesía religiosa, y aún más de la mística, en unos tiempos de encarnizado materialismo y de muy cortos vuelos en las ansias de liberación y altura por parte de la mayoría de los poetas.

   Hoy día sería casi imposible confeccionar una nueva “Antología de la poesía religiosa” actual, con voces de hoy, de jóvenes o maduros poetas actuales. Por eso nos sorprende y conmueve la originalidad, el valor y la delicada dignidad de una poeta que no se avergüenza por pulsar las más íntimas cuerdas de la ascética y hasta de la mística en una lírica fervorosa de alta espiritualidad y translúcida expresión, gracias a una palabra iluminada por la fe en el vuelo celestial de la religiosidad más depurada. Y esto es lo que esta poeta catalana nos regala en su “Libro de la suavidad”, editado por Huerga & Fierro en Madrid, un poemario esbelto y transparente, diáfano como un cristal, pero de alta temperatura espiritual en el que esta poetisa nos desvela la aleteante suavidad de un alma que se ofrenda a sí misma en amorosa comunión con su Creador. Un libro con el que sencilla y profundamente Mariana Colomer, esta mujer de hoy, nos ha dejado entre las manos, como un bálsamo, la hondura perfumada de una nueva mística para el siglo XXI. Esta poeta de la que María Victoria Triviño en su Presentación nos manifiesta cómo a esta tan fina y profunda escritora “se le ha dado la lengua angélica, la poesía, para expandir la luz”. Una poeta que haciendo honor a su apellido “va de vuelo hacia lo trascendente, envuelta en su nombre literario, Mariana Colomer, y trae la palabra precisa que ilumina y revela las intensidades del azul”.

UNA MÍSTICA PARA EL SIGLO XXI

   Nuestra poeta, nacida en Barcelona en 1962, es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de su ciudad natal. Antes del “Libro de la suavidad” (2008) publicó: “Crónicas de altanería” (1999, 2003), y “La gracia y el deseo” (2003). Y en estos meros títulos tenemos ya expresada sintéticamente su anhelante ambición de vuelo a las más altas regiones del alma, iluminada por gracia, una poesía que surge del deseo, del anhelo de vuelo libre y alto, en busca de la ansiada presa espiritual. Y este “Libro de la suavidad” viene a completar esta excepcional trilogía de poesía de muy delicado misticismo, signado, a la vez,  por una exquisita pero potente femineidad, que nos la confirma como una voz desnuda y valerosa que se atreve a remontarse a las más altas regiones de luces y de sombras, de gozo e inquietud, nada transitadas por el poeta de hoy; la lírica de un alma, llevada por el soplo del Espíritu hasta las nupcias de la altura, hasta alcanzar e inflamarse en la “llama de amor viva” que para ella es la verdadera poesía, aquella que se atreve a hablar de tú a tú, aunque con delicadísima humildad, con su Creador. Palabra en vuelo que va, ingrávida y alada, enamorada, de creadora a Creador. Una poesía que funde amor y hondura, amor y el más alto conocimiento.

   El poemario en sus 66 poemas se divide en dos secciones: “La visita del Amor” y “El árbol del conocimiento del amor”, a través de cinco noches hasta alcanzar la definitiva iluminación. Como reconoce la prologuista, “el binomio amor / conocimiento nos recuerda a las grandes maestras medievales, particularmente a Hadewijch de Amberes y Clara de Asís, en un acercamiento buscado por la autora: “Me inscribo en la tradición de estas mujeres que han escrito inspiradas”.

   Estamos en los estremecidos horizontes de la poesía no sólo religiosa, sino mística, y por lo tanto en una poesía también de altísima tensión amorosa.

   Desnudez y pobreza, esencialidad y simplicidad, aprendidas en la amorosa desnudez y entrega, en la bondad ontológica y consoladora del santo magisterio de Francisco de Asís, “el varón que tiene corazón de lis, / alma de querube, lengua celestial”, en inolvidable acuñación de Rubén Darío. Poesía de amor a Dios, pero también, en su cordial franciscanismo, a las criaturas, de lo que nos advierte una cita de Dídimo de Alejandría al inicio del libro: “Después de a Dios, ve a Dios en las personas”.

   Claridad y hermosura, transparencia y temblor, expectante al misterio. El alma aguarda: “Yo aguardaba el poema. ¿O era a Ti? / María, la mirada hacia dentro / detenida, en concordia / con las manos de Marta / que acarician la loza bajo el agua. / Yo aguardaba, / mientras el sol irrumpe por el pecho. / Y sin saber de dónde, / en suavidad me entras, / Palabra Viva, / a plena luz acrecentada en mí, / para que no haya duda. / La noche aguardas,”

   Y el aire se llena de un suavísimo aroma presintiendo la llegada del Esposo, “toda ciencia trascendiendo”: “No quise más ocupación en la noche y el día, / que velar en silencio y en quietud / tu suavidad que me inundaba toda. / (…) Y adentrada la noche, / después de pronunciar tu nombre en la oración, / sin escuchar tus pasos, / supe de tu fragancia derramada en mi centro”. (…) “Y en tu abrazo dormí. / Al despertar fui sabia”.

   Poesía mística que, naturalmente, es, a la vez, altamente amorosa, en la ardiente tradición del alma y del Amado, poesía intensamente femenina y nupcial, en la expectación del encuentro y las supremas bodas de la unión definitiva: “Cuando llegue la muerte, quiero estar / para Ti muy hermosa. / Que no haya más antesalas del gozo. / Sólo verte enseguida”.

   Poesía de mujer y de poeta en la gloria bienhechora de la vida y la maternidad: “Mi cuerpo de mujer te reconoce. / Aún en la memoria / la extremada presencia, / cada vez que acogí / en mi vientre la vida, / cuando el alma, que a Ti retornará, / descendió al ser que mi carne acunaba. / Me otorgaste belleza y el poder / de mejorar el mundo. / Desconcertada, huía la serpiente”.

   Conocimiento que es amor, en el centro ígneo de toda esta experiencia tanto religiosa como lírica en plenitud: “Amor lejano me impone su anillo, (…) Y no me preguntéis. / Él es. Me colma”. Amor del Esposo que nos cura y nos libera de las dolencias y miserias de esta vida en destierro: “Sabes que tu presencia / me alivia del exilio/ (…) Al contemplarte ahora / – no dejas de mirarme, / en tu amor permanezco-, / todo en mi vida calla, excepto Tú. / Los ojos detenidos en las llamas / hasta quedar yo toda encerrada en tu fuego”. Hasta encontrar la verdadera y eterna realidad, la auténtica existencia: “Fuera de Ti no hay vida. / De nuevo la sostienes. Ahora lloro / por quienes te rechazan”.

   Estamos ante un insólito poemario de misticismo franciscano, no sólo por la delicadeza y hondura de su expresión sino por lo excepcional de su emoción y su temática: “Él me ama en esta luz, / en el rocío, en el canto de los pájaros”. Libro de agradecer en estas horas resecas y sedientas sobre esta “tierra baldía” que es la nuestra, recordando el gran poema de T. S. Eliot. Y estos purísimos rasgos de franciscanismo son finamente subrayados por la prologuista Mª Victoria Triviño: “La mística del despojo y del abrazo que la amargura transforma en dulzura. El beso de Francisco de Asís al leproso, imagen de todos los rechazos, tiene su réplica en el beso al mendigo transfigurado” (del libro de Mariana Colomer) “. “Y alcanza el sufrimiento / su encumbrada dulzura”. (…)  “Encontrar con los labios cada llaga, / y en el azul que me otorgan / dejar cinco aflicciones…/ Quieres que en mí se cierren tus heridas”. “Aquí se anhela la cumbre de la mística franciscana, en el abrazo que configura con el Amado, manos con manos, pies con pies, boca con boca… Francisco recibió el abrazo en la soledad de La Verna, Clara en el nido de su celda, en Asís, un Viernes Santo. Se anuncia el anhelo en el primer poema:

   “Cumplí con el Amor hasta el final. / En un lecho de luz, / ya mis pies en tus pies están clavados, / las manos en las Tuyas, / latido con latido, / hasta premiar tan pura voluntad / con el beso en tus labios”.

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CARLOS CLEMENTSON

Nació en Córdoba, España, (1944). Poeta, crítico y traductor español perteneciente a la corriente culturalista de los Novísimos. Estudió Filología Románica por la Universidad de Murcia, de la que más tarde fue profesor. Desde 1973 es profesor de Literatura Española en la Universidad de Córdoba. Además de ensayos, como Ricardo Molina, perfil de un poeta, ha publicado los siguientes libros de poesía: Canto de la afirmación, Premio Polo de Medina (1974); Los argonautas (1975); Del mar y otros caminos, Accésit del Premio Adonais (1979); El fervor y la ceniza (1982); Las olas y los años. Antología poética ( 1964-84), (1986); Oda y cosmología para Pablo Neruda (1993); Los templos serenos (1994); Archipiélagos, Premio José Hierro (1995); Laus Bética (1996); El color y la forma (1996); Región luciente (1997); La selva oscura , Premio Juan de Mena (2002); Figuras y mitos (2003) y Córdoba, ciudad de destino (2014). Ha cultivado paralelamente la traducción poética en obras como Lamentos y añoranzas, de Joachim Du Bellay (1991); Elegías de Bierville, de Carles Riba (1992); Camoens, de Almeida Garret (1998), y otros autores ingleses, italianos y catalanes. En el año 2010 ganó el Premio Giovanni Pontiero por la traducción del portugués al castellano de la obra Alma minha gentil. Antología general de la poesía portuguesa.

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