BAQUIANA – Año XXII / Nº 117 – 118 / Enero – Junio 2021 (Ensayo II)

LA LOZANA ANDALUZA. FIEL IMAGEN DE UNA ÉPOCA ESPECIAL.

 

 

por

 

Manuel Rodríguez Ramos

 


EL CONTEXTO

En la Roma del primer cuarto del siglo XVI se unían el culto a la antigüedad, el amor a las artes, las infinitas discusiones políticas, la poderosa burocracia eclesiástica y los restos sociales del medioevo agonizante. Todos estos ingredientes formales y ceremoniosos, complementados por el cosmopolitismo de la Ciudad Universal, y la intensidad con que se disfrutaba de la vida, crearon el escenario ideal para las situaciones imaginadas, vividas y retratadas por el clérigo español Francisco Delicado.

     Al pontificado de León X (1513-1521) corresponde la primera parte de los hechos narrados en La Lozana andaluza, caracterizados por el hedonismo, la alegría, la sonrisa cómplice y cierto tono optimista. Bajo el manto protector de este Papa Medici prosperó el humanismo con la presencia de figuras emblemáticas como Ludovico Ariosto (1474-1533), Marcantonio Flaminio (1498-1550) y Baltasar Castiglione (1478-1529), entre muchos otros, enriqueciendo la vida literaria e intelectual de Roma. Eran tiempos gloriosos en los que Michelangelo Buonarotti (1475-1564) y Rafael Sanzio (1483-1520) ennoblecieron la ciudad con las basílicas de San Lorenzo y de San Pedro, que se convirtieron luego en sitios de peregrinación para el mundo cristiano. El benigno gobierno de este Papa hizo que Roma alcanzara la llamada Edad de Oro.

     Pero, desde principios del siglo XVI, la Ciudad Eterna se había convertido también en un polo de atracción para aventureros, artistas, proxenetas, humanistas y prostitutas de todos los horizontes europeos, africanos y del Medio Oriente. Tal fenómeno se debía a la abundancia de riquezas acumuladas por la autoridad hegemónica de la Santa Iglesia, cuyo poderío espiritual competía con el resto de los poderes. Alrededor de aquella próspera, opulenta, pero anfibológica situación económica gravitaba una buena parte de la sociedad romana que vivía en un estado de parasitismo. El libertinaje y la anarquía absoluta, se fueron adueñando paulatina e incontrolablemente de la sociedad romana, hasta minarla. Cada individuo se las arreglaba como podía para sobrevivir, enriquecerse, engañar y adoptar una máscara que conviniera mejor a sus actividades encubiertas. Una dinámica social que Silvio, un cliente de Lozana, muy conocedor de la ciudad, le comenta a Francisco Delicado, el autor: “Pues por eso es libre Roma, que cada uno hace lo que se le antoja ahora, sea bueno o malo, y mirá cuánto, que, si uno quiere ir vestido de oro o de seda, o desnudo o calzado, o comiendo o riendo, o cantando, siempre vale por testigo y no hay quien os diga mal hacéis ni bien hacéis, y esta libertad encubre muchos males” (129).

     La Roma pre-barroca del siglo XVI, patria de los artistas más ilustres de la época, deviene paulatinamente en cenagal de corrupciones a las que casi nadie permanecía ajeno. Una ciudad-escenario controvertida, negada, aplaudida e inimitable; un espacio urbano cuya artificialidad e hipocresía realzaban la nota dramática y falsa de la vida cotidiana.  Y en las calles de Roma, una de las ciudades más espléndidas y corruptas de aquellos tiempos inestables; en ese terreno propicio para las ambiciones comerciales de su heroína, sitúa Delicado la parte central de su historia. En la Ciudad Eterna, todo se compraba y todo se mercadeaba. El nuevo dios era el dinero, y al respecto le comenta Lozana a una amiga, la Granadina: “¿Qué pensáis que estáis en Granada, do se hace por amor? Señora, aquí a peso de dineros, daca y toma, y como dicen ‘el molino andando gana’, que guayas tiene quien no puede” (XXIX: 150).

     En aquel maravilloso espacio urbano, en aquel marco dorado, la mayor parte de la sociedad se ocultaba detrás de una fachada, de un disfraz que permitía encubrir los actos poco edificantes que tenían lugar a toda hora del día, sobre todo en las noches, con ‘nocturnidad y alevosía’, como el amigo de la protagonista, “un frayle que es procurador de convento, y sale de noche con cabellera para visitar a Lozana y proveerla a la mañana de pan y vino y a la noche de carne y otras cosas” (110). Y así Roma gozaba de una vida más dinámica y arrebatada al caer la noche cómplice; la oscuridad, lo tenebroso, ayudaban a acentuar la idea de la máscara, impidiendo el reconocimiento y la identidad de los lascivos noctámbulos, compelidos por el incontrolable apetito de la carne. Roma, el centro de la cristiandad, era el lugar en donde aumentaba cada día, de manera exponencial, el número de cortesanas, cuya visibilidad era cada vez más notoria. Un espacio urbano en donde, se supone, el diez por ciento de sus habitantes vivían de, o para la prostitución. Y así lo expresaba Louis Imperiale: “Roma, città aperta, es focalizada como un lugar totalmente vulnerable, sin ninguna restricción, sin ningún gobierno realmente eficiente, con una censura muy laxa donde la prostitución compite con la religión hasta el punto que resulta muy difícil decir dónde termina la primera y dónde empieza la segunda” (222).

     Una escena memorable sobre el tema tiene lugar cuando Lozana, haciendo planes de futuro, indaga sobre la nacionalidad de las prostitutas a las que ha visto ejercer abiertamente en las calles y es aleccionada por el instruido Valijero: “Hay putas mozárabes de Zocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelfas, gibelinas, putas injuínas, putas de Rapalo rapaínas. (…) Putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Septentrión, (…) putas jaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia” (102).

 

PROSTITUCIÓN MEDIEVAL

Jacques Rossiaud, en su imprescindible estudio La Prostitución en el Medioevo, asegura que, “en la Edad Media la prostitución tenía la función social de conservar el orden y la paz social, canalizando las agresiones sexuales y protegiendo de esta manera el matrimonio” (105).

     La característica más destacable en el comportamiento sexual medieval parece que fue la violencia, muy acentuada en la vida urbana. Las violaciones (en ocasiones masivas) no eran rechazadas socialmente y ni siquiera multadas, ya que la mujer, por principio, era siempre condenada, incluso en el entorno familiar, y además, se sentía culpable. Las consecuencias de una violación eran las mismas que las de una conducta deshonesta por parte de la mujer. Después de ser violada era estigmatizada, y no podía reintegrarse de inmediato a la ordinaria vida social. Su destino era el prostíbulo, donde permanecía durante varios años purgando su pecado; después de un tiempo de penitencia se le permitía reintegrase a la sociedad y podía contraer matrimonio, tener hijos y era entonces plenamente aceptada. Se trata de una época en la que se tenía por buena, e incluso necesaria, la existencia de las prostitutas, ya que, como prevenía San Agustín: “Expulsad a las cortesanas y enseguida las pasiones lo confundirán todo, ya que llevan una vida impura, pero las leyes del orden les asignan un lugar, por más vil que sea” (cit. en  Rossiaud 45).

     El comercio sexual discurría en las calles, los baños, los burdeles privados; lugares frecuentados por las prostitutas (como la señora Lozana) que trabajaban por su propia cuenta. Sin embargo, el espacio de intercambio venéreo, aceptado y mantenido oficialmente por las autoridades municipales era el prostíbulum publicum, donde la edad de los clientes habituales oscilaba entre los dieciocho y los cuarenta años, y acudían desde todos los estratos sociales, inclusive aristócratas casados y clérigos. Visitar el prostíbulo se consideraba una necesidad impuesta por la naturaleza, que no debía ser reprimida. Dios no se oponía a la felicidad de los hombres, aunque ésta fuese encontrada en las casas de lenocinio. Y por ello se consideraba a esta actividad como una expresión de normalidad social, moral y psicológica, y aquellos hombres que no frecuentaban los lupanares eran valorados como “extraños”, y por tanto, personas de cuidado. Con la institucionalización de los burdeles se atemperaban las agresiones sexuales, porque la incontinencia y la agresividad juvenil eran canalizadas en las camas de las meretrices, y con ello se protegía el honor de las mujeres respetables, y el sacrosanto matrimonio. Es por ello que las autoridades eran muy permisivas; las prostitutas podían participar en bailes, fiestas, matrimonios, bautizos; en cuanto a la vida social no se diferenciaban demasiado de las señoras honorables. Si bien la doctrina católica oficial seguía firme en su condena de la lujuria, la libertad sexual era una actividad fundamental de la vida cotidiana. Gozar sin intención procreativa no integraba la categoría del mal, sino que incluso podía considerarse un bien, y así, hasta los mismos sacerdotes, Delicado entre ellos, tenían a las prostitutas como valiosas aliadas para encauzar los vicios de la sociedad. Roma estaba literalmente invadida por la prostitución. Se trataba de una ciudad entregada a las garras de la codicia del clero, a la lujuria, a la depravación de mercaderes y aventureros de todo tipo, a la impudicia de las mujeres (solteras, casadas o religiosas) incapaces de refrenar sus apetitos sexuales, y que a la primera oportunidad se prostituían con auténtica desfachatez, aún sin esperar a ser violadas.

     Pero de pronto sobrevino la catástrofe, descrita por Lozana en su epístola de despedida, su adiós definitivo a Roma y su Campo de Flor: “entraron y nos castigaron y atormentaron y saquearon catorce mil teutónicos bárbaros, siete mil españoles sin armas, sin zapatos, con hambre y sed, italianos mil quinientos, napolitanos reamistas dos mil, todos éstos infantes; hombres de armas seiscientos, estandartes de jinetes treinta y cinco, y más los gastadores, que casi lo fueron todos…” (347).

     El Saco de Roma (6 de mayo 1527) terminó abruptamente con este período dorado y hedonista de la ciudad. Las tropas de Carlos III, Condestable de Borbón, arrasaron la ciudad,  sembrando el terror en sus calles. Destruyeron bibliotecas, y todo tipo de colecciones de arte, sacro y profano. Veían en la Ciudad Pontificia no la capital de la espiritualidad y el arte europeo, sino de la corrupción y del pecado. Esta bárbara devastación, aplaudida por muchos, y justificada por otros, implicó una conmoción espiritual. Este saqueo fue considerado (y así lo creyó Delicado) una especie de castigo divino por la referida libertad de costumbres. Terminó así, de un golpe, la buena vida de las prostitutas italianas y extranjeras, y sus clientes y sus chulos. Una masacre infausta que Delicado (aunque la consideró un castigo merecido) describió de este modo en su última epístola: “he visto morir muchas buenas personas y he visto atormentar muchos siervos de Dios como a su Santa Majestad le plugo” (349).

 

EL AUTOR

Francisco Delicado, o Delgado, como parece que era su verdadero apellido antes de ser latinizado, nació entre 1475 y 1485 en algún lugar de la provincia de Córdoba, aunque pasó su juventud en la Peña de Martos (Jaén), según noticia proporcionada por el propio autor en La Lozana andaluza. Hay muy pocos datos verificables de su vida, circunstancia que se hace más evidente cuando queremos hurgar en la biografía española de este escritor. Sólo datos inconexos, como el que nos regala en su prólogo al primer libro del Primaleón, donde hace mención a “mi preceptor Antonio de Librixa (Lebrija)”, a quien vuelve a recordar en La Lozana. Este simple detalle hace conjeturar que estudió con el famoso humanista, y que debemos interpretar su declaración de “ignorante”, como un tópico de falsa modestia. Otra suposición muy socorrida es que Delicado era hijo de judíos conversos, obligados a exiliarse a causa de la expulsión masiva de 1492; pero, se trata de especulaciones sin un fundamento sólido que lo confirme. La única “verdad” de su historia personal discurrida en España, algo que sí parece demostrado, es que en algún momento se ordenó sacerdote, aunque tampoco haya ninguna evidencia precisa de este acontecimiento.

     Fuera ya de su patria, un dato biográfico del que sí hay constancia, es que Delicado emigró a Italia en 1492, cuando tuvo lugar la expulsión sefardí. Ese mismo año Rodrigo de Borja se convierte en el Papa Alejandro VI. Esta elección significó que muchos españoles, que de alguna manera estaban relacionados con la iglesia, fueron llamados a servir en Roma o se marcharon de motu proprio, animados por familiares y amigos, para participar en la actividad frenética de la Caput Mundi. Y entre esa oleada humana aparece Delicado, el vicario de Cabezuela de Valle, quizá en busca de algún beneficio o cargo eclesiástico, o tal vez huyendo de la cacería de judíos desatada en España.

     Delicado era un humanista, y un gran filólogo, como consta en sus obras y sus prólogos; un hombre además, que disfrutaba a plenitud los gustos de su época: todos los gustos. Por lo que cuenta en su novela, y si aceptamos esos datos por válidos, parece que era un joven de costumbres relajadas, frecuentador de burdeles, y un buen amante del vino y el amor. No era su mundo el de las estancias vaticanas ni los palacios de Ciudad Eterna ni los círculos intelectuales, sino que prefería juntarse con personas más humildes. Todo parece indicar que, en los bajos fondos de la sociedad romana, encontró a sus personajes y a muchos de sus amigos.

     En 1502 (parece) contrajo la sífilis, el mal francés, la terrible enfermedad que le dio un vuelco a su vida, y le hizo permanecer hospitalizado por años en San Giacomo degli Spagnuoli, sometido a ineficaces tratamientos de mercurio, hasta que logró la curación (parece) con el palo guayacán. En el hospital, sufriendo los terribles padecimientos de su enfermedad escribió La Lozana andaluza, una actividad que sin duda le ayudó a paliar su desventura. Un retrato pormenorizado de la corrupción romana y sus consecuencias.

     El discurso de Delicado sobre la prostitución se colocaba en el punto de encuentro entre dos actitudes diferentes; en la frontera entre la abierta permisividad y la desaprobación de algunos (muy pocos) moralistas. Aunque retrataba con fidelidad la depravación romana, hay que señalar que el clérigo cordobés estaba muy lejos de asumir la actitud de repulsa de Martín Lutero ante esa situación, ya que su actitud vital lo situaba en las antípodas de la austeridad y el puritanismo del gran reformador alemán, y con toda seguridad era poco propenso a escandalizarse por el espectáculo de corruptela que observaba a diario en las costumbres romanas.

     Ya curado de su mal francés, después del Saco de Roma, Delicado se trasladó a Venecia donde publicó de forma anónima su Retrato de la Lozana andaluza (1528) según la siguiente argumentación: “Si me decís por qué en todo este retrato no puse mi nombre, digo que mi oficio me hizo noble, siendo de los mínimos de mis conterráneos, y por esto callé el nombre, por no vituperar el oficio escribiendo vanidades con menos culpa que otros que compusieron y no vieron como yo” (329). Pero, seis años después abandona esta actitud, y estampa su nombre junto al de su heroína, sin resignarse a perder la gloria literaria que La Lozana le deparará.

     La especulación de que Delicado era judío sefardita, ayuda a sustentarla el hecho de que, tras el Saco, después de salir de Roma “a diez días de febrero por no esperar las crueldades vindicativas de los naturales” (Lozana 349), no retorna a España, sino que se refugia en Venecia, a pesar de sus pocos recursos económicos y de seguir ostentado su cargo de vicario del Valle de Cabezuela.

     No hay datos sobre la formación académica de Delicado, pero es muy probable que, cualquiera que fuere su nivel, con toda seguridad amplió sus conocimientos de cultura greco-latina en Venecia, apoyado en las relaciones con el mudo editorial que logró fomentar. En La Serenissima trabajó activamente en labores de corrección de pruebas en una imprenta donde editó, entre otros títulos, Cárcel de amor, La Celestina y Amadís de Gaula, y algunas comedias de Torres Naharro, que también abordó el tema de la prostitución, y buena parte de la obra de Aretino. A partir de 1534 se pierde todo rastro de Delicado, para siempre.

 

LA OBRA

Aunque se trata de una novela singular dentro de la producción literaria renacentista, no creó Delicado su obra maestra pariendo de la nada. Triunfa por estos tiempos, en buena parte de Europa, una literatura de estilo libre, abierto, que participa de una nueva moral social; un ambiente artístico muy afín al escritor español cuando aseguraba que “quise retraer muchas cosas retrayendo una, y retraje lo que vi que se debía retraer” (Argumento, 9).

     La Lozana andaluza forma parte intrínseca de su entorno ideo-estético y social. Como mucha literatura de su época, combina una gran variedad de pretextos de varia procedencia, y Delicado reconoce, desde el comienzo de su Retrato, haber optado por el principio de la imitación compuesta. “Y así vi que mi intención fue mezclar natura con bemol, pues los santos hombres por más saber, y otras veces por desenojarse, leían libros fabulosos y cogían entre las flores las mejores” (Dedicatoria, p. 6). De esta manera pone en práctica en su novela las premisas de cierto eclecticismo, y podemos disfrutar en su desarrollo de una gran cantidad de referencias a autores clásicos como Juvenal, Marcial, Lucano, Apuleyo, Ovidio, Séneca, Luciano, y Aristóteles, la gran autoridad filosófica de todas las épocas, a quien evoca a veces de manera lúdica, burlona y erótica. En su libro alegre, retozón, cínico e impúdico, el autor despliega un hedonismo pleno, y expresa el modus vivendi de ese período turbulento y complejo llamado “edad áurea”, en donde su praxis personal tiene mucha relevancia.

     A Delicado, que nunca perdía de vista la procesión de espléndidas cortesanas por las calles de la Santa Ciudad, el tema de la prostitución le era familiar, como a muchos escritores italianos de la época, entre los que destacan, Nicolás Maquiavelo (1469-15267), Ludovico Ariosto (1474-1533), y Mateo Bandello (1480-1562), que registran la presencia de meretrices en algunas de sus obras, y sobre todo Pietro Aretino (1492-1556), el llamado “príncipe del género” que hace de las profesionales del sexo las protagonistas de La cortegiana (1525), Sonetti lussuriosi (1524-1525) y Zoppino (1539). Y una de las más notables vinculaciones de la obra de Delicado es, precisamente, la que mantiene con los Ragionamenti (1534), cuya palpable similitud con La Lozana andaluza queda registrada desde el ensayo L’oeuvre de Francisco Delicado (1912) de Guillaume Apollinaire, en donde el gran poeta y ensayista francés deja establecida las similitudes de ambas obras en el tratamiento temático y el parentesco entre ambas protagonistas. Y también resulta notable que Apollinaire atribuye a Delicado la obra anónima Raggionamento del Zoppino falto frate, dove contiensi la vita e genealogía di tutte le cortegiane di Roma, que otros estudiosos dudan si atribuir al clérigo español o a su colega italiano.

     Y destacable también resulta en La Lozana andaluza una de sus más admirables innovaciones, de sus hallazgos estéticos más sobresalientes; su particular propuesta metaficcional. A partir de un cierto momento en el desarrollo de la historia (Mamotreto XVII) el autor comienza a formar parte del mundo de la ficción y se convierte en un personaje más. Rampín (su amigo y cómplice) lo invita a casa de Lozana, quien le tiene mucho cariño, por la fidelidad de que hace gala al representarla en su obra. Y tanto afecto le profesa que hasta quiere tener un hijo con su creador: “Y bástame a mí que lo hagáis criar vos, que no quiero otro depósito” (XLII, 214). Así Delicado entra en escena y borra las líneas de demarcación entre realidad y fantasía, mezclándose de forma espontánea y natural con los personajes que pueblan el mundo de su atípico Retrato. La figura del autor comienza a aparecer por todas partes, se hace ubicua, dentro y fuera de la diégesis, asumiendo muchos roles: narrador, actor y auctor, dialogando gozosamente con Lozana, Rampín y otros habitantes de la Roma putana.

     También se hace evidente la finalidad dual en La Lozana; la intención, muy de la época, de mezclar entretenimiento y lección moral: el clásico prodesse et delectare horaciano. De forma lúdica, agradable, risueña, pretendía Delicado convencer a los romanos de que el Saco de Roma (1527) fue consecuencia lógica de la corrupción de la sociedad. El castigo (según él) no procede únicamente de las depravaciones morales que la novela se encarga de reflejar, sino también de la trasgresión constante de los principios de la religión, practicada incluso por lo clérigos romanos, coleccionistas de todos los pecados posibles, sobre todo la lujuria y el enriquecimiento por simonía.

     En La lozana Andaluza se evoca un universo caótico, una sociedad inestable, una ciudad santa que (en realidad) se convierte en la capital del sexo y el pecado, con una alta jerarquía clerical preocupada más por los goces terrenales que por la salvación de las almas de los cristianos; un ambiente repleto de tabernas, prostíbulos oficiales, lupanares de todos los niveles, y cortesanas de toda índole, donde en buena medida está ausente el amor, según los patrones clásicos, como acertadamente señala Bruce Wardropper: “En la novela de Delicado, el acto amoroso no tiene preludios; los favores extremos se conceden siempre con sólo que se pidan. Las mujeres se muestran tan dispuestas a la conquista amorosa como los hombres” (480).

     En ese ambiente la bellísima Lozana toma plena conciencia de su riqueza potencial como mujer independiente, propietaria y detentadora de un cuerpo que la lleva a ejercer una determinada función en la sociedad, no muy prestigiosa, pero que le permite actuar a su antojo a todos los niveles sociales. Una ciudad de la que sabe apropiarse con toda su gracia y donaire, expresado en el desarrollo argumental de manera evidente y realista. Porque “ya a principios del siglo XVI, las corrientes literarias manifiestan notable interés por y para la aceptación de los preceptos aristotélicos que exigen, tanto del pintor como del poeta, la imitación de la Naturaleza” (Kinkade, 621).

     Y para cumplir plenamente su cometido, y estar en consonancia con sus contemporáneos, Delicado opta por la descripción minuciosa, verídica, verificable, como asegura en el prólogo: “solamente diré lo que vi”; un propósito que confirma algunas páginas después:

No hago sino mirar y notar lo que pasa para escrebir después […] este retrato es tan natural, que no hay persona que haya conocido la señora Lozana en Roma o fuera de Roma que no vea claro ser sacado de sus actos y meneos y palabras; y asimismo porque yo he trabajado de no escrebir cosa que primero no sacase en mi dechado la labor, mirando en ella o a ella. (337)

     Y de este modo la Roma prostibularia y hedonista, retratada por Delicado con la familiaridad de un iniciado en tales lides, se presenta al lector en todos sus matices. Por ejemplo, un breve vistazo a la estructura externa de la novela pone de manifiesto que, a excepción de los primeros cuatro mamotretos, La Lozana andaluza se desarrolla íntegramente en barrios romanos con una impronta fuertemente hispana, “El cual Retrato demuestra lo que en Roma passava”, como lo asegura parte del subtítulo de la edición príncipe. Para  poder recrear la vida y actividades de la comunidad que pretendía retratar en áreas bien delimitadas de la Roma “subterránea”, era preciso que el autor no fuera solamente un gran observador sino que también estuviera constantemente a la escucha de los discursos, testimonios, gritos, imprecaciones, blasfemias y refranes populares, para completar así una imagen integral del mundo referencial de la novela. Uno de los propósitos veristas de Delicado era devolver al lector las palabras de la calle en su autenticidad sonora y no tanto en su ortografía correcta, a pesar de ser él un estudioso de la lengua. Y en una de los anexos finales de su obra, a modo también de epílogo galeato, justificando su vocación realista, escribía:

Y si quisieren reprehender que por qué no van munchas palabras en perfecta lengua castellana, digo que, siendo andaluz y no letrado, y escribiendo para darme solacio y pasar mi fortuna […] conformaba mi hablar al sonido de mis orejas… […] Si me dicen que por qué no fui más elegante, digo que soy ignorante, y no bachiller. Si me dicen cómo alcancé a saber tantas particularidades, buenas o malas, digo que no es muncho escrebir una vez lo que vi hacer y decir tantas veces. (328-329)

     Desde el prólogo Delicado se propone reforzar la intensión satírica de su novela; una denuncia de la corrupción en las costumbres romanas, con la intensión de contribuir a su reforma. En esta parte expresa el autor su convicción de que, por muy vergonzoso que sea un tema, siempre será digno de ser tratado en una obra, y es notable además la circunstancia de que, por muy alarmado que en algún momento pueda sentirse con el deterioro social romano, nunca condena a su protagonista. Al respecto María Luisa García-Verdugo opina que: “no puede calificarse a Delicado de misógino, ya que su intención no es la de hacer una diatriba contra la mujer como origen de los males que aquejan al mundo, sino más bien la de dejar constancia de un mundo cuyos males determinan el destino de mujeres y hombres, incluido el mismo escritor” (36).

     El otro gran objetivo de Delicado al escribir su novela, tal vez el principal, queda expuesto en unos de sus anexos (“Cómo se excusa el autor”) en donde manifiesta que su propósito es consolar a los enfermos de sífilis, “el mal francés:

“Y si dijeren que por qué perdí el tiempo retrayendo a la Lozana y  y a sus secuaces, respondo que, siendo atormentado de una grande y prolija enfermedad, parecía que me espaciaba con estas vanidades. Y si por ventura os viniere a las manos un otro tratado, De consolacione infirmorum, podéis ver en él mis pasiones para consolar a los que la fortuna hizo apasionados como a mí.” (329)

     Otro aspecto interesante de la obra que viene dado por la presencia del mal francés como leitmotiv, y también como metáfora del pecado; y así el placer sexual está estrechamente vinculado a esa enfermedad venérea, y al dolor que genera. El propio Delicado, como ya se ha indicado, lo padeció. Esa enfermedad era la causa de una profunda ansiedad entre sus contemporáneos, y una preocupación personal de lo llevó a escribir dos tratados sobre el tema y participar del debate científico de la época. Así, la protagonista de su novela, también enferma de sífilis, se convierte en su alter ego. Pero este mal no es tratado por el escritor cordobés con el matiz burlesco que le confieren algunos escritores italianos. El tratamiento de la sífilis en La Lozana tiene dos lineamientos esenciales: la enfermedad como hecho real expuesto en las carnes de las cortesanas y sus clientes, y como plaga venérea vista como metáfora del mundo romano en putrefacción. Al usar la sífilis como metáfora pretende poner de relieve una realidad histórica: la corrupción de la urbe papal en los umbrales del saqueo.

     La Lozana representa, en buena medida, muchos aspectos de la vida que (como hombre de su tiempo) vivió, disfrutó y sufrió Delicado, de la cual quiso dejar constancia para la posteridad; este es su legado, esta su inmortalidad.

 

OBRAS CITADAS

Delicado, Francisco. La Lozana andaluza. Edición, estudio y notas de Folke Gernet y Jacques Josef. Madrid: Real Academia Española, 2003.

———–. Retrato de la Lozana andaluza. Ed. Joaquín del Val. Madrid: Taurus, 1967

García-Verdugo, María Luisa. La Lozana andaluza y la literatura del siglo XVI: La sífilis como enfermedad y metáfora. Pliegos. Madrid, 1994.

Imperiale, Louis. El contexto dramático de La Lozana andaluza. Potomac: Scripta Humanistica, 1991.

 ————. Escritura y erotismo en La Lozana andaluza: La lengua que pega al cuerpo. Division on Medieval Hispanic Languages. Lireratures & Cultures, pdf, 1997.

Kinkade, Richard P. Historia y antología de la literatura erótica española en el contexto de las letras europeas 1200-1650. Tucson: Department of Spanish and Portuguese, 2009.

Rossiaud, Jacques. La Prostitución en el Medioevo, Barcelona: Editorial Ariel, 1986.

Wardropper, Bruce W. La novela como retrato: el arte de Francisco Delicado. En Nueva Revista de Filología Hispánica. Año 7, 1953. Ciudad México.

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MANUEL RODRÍGUEZ RAMOS

Nació en Cuba (1953). Es Licenciado en Lengua Española y Literatura General por el Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona” de la Universidad de La Habana. Graduado del Master of Arts en New Mexico State University de Las Cruces. Ph. D. en University of Arizona, Tucson. Fue profesor titular de Literatura Hispanoamericana en el Instituto Pedagógico “José Martí” de Camagüey, y guionista y realizador de documentales en Cinematografía Educativa (CINED), con eventuales incursiones creativas en la Televisión Cubana. También en los años 80 tradujo para el Instituto Cubano del Libro una muestra emblemática de literatura brasileña. De 1999 a 2013 se desempeñó en Madrid como guionista, director y productor de documentales. Ha desarrollado también una sostenida labor docente en torno a la dirección, la escritura de guiones y la teoría y la práctica del documental en varias instituciones académicas. Finalista de Premio Iberoamericano Verbum de Novela del año 2016.

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