BAQUIANA – Año XXII / Nº 117 – 118 / Enero – Junio 2021 (Cuento II)

EL FANTASMA DE ANA

 

por

 

Homero Quezada Pacheco

 


“Estamos cerca de despertar

cuando soñamos que estamos soñando.”

Novalis

 

Ana era visible, pero impalpable; era un fantasma. Hubo un tiempo en el que se aparecía a menudo en la casa de Coyoacán donde yo vivía por aquella época. Desde el principio, cuando llegué a habitarla, supuse que esa antigua edificación porfiriana podría albergar a algún ánima errática. Y no me equivoqué.

Una tarde de sábado —llevaba más de un año rentando— entré en la sala y vi el espectro de una muchacha observando con atención los soles de barro que adornaban las paredes. Vestía una túnica oscura a través de la cual se filtraba un rayo crepuscular. En el área que ocuparía su torso se alcanzaban a distinguir algunas motas de polvo, ingrávidas y sosegadas. Apenas volteó cuando advirtió mi irrupción. Balbuceó en un idioma de fonética áspera y continuó absorta en un sol de boca escarlata. Más que su naturaleza de ultratumba, me asombró su belleza. No dije nada y me senté en un sillón.

Cuando terminó de curiosear, se acomodó a mi lado y con inesperada familiaridad, pero con cierto recelo, se puso a leer un delgado volumen de Novalis que extrajo de los pliegues de su ropaje translúcido. El título estaba en alemán y sospeché que era la lengua que había murmurado. Tras minutos de silencio, me animé a plantearle la duda y me miró desconcertada. Algo respondió, pero no entendí una palabra. Imposible adivinar el tono de sus ojos: eran de expresión resuelta y perspicaz, pero transparentes; los imaginé del color de las aceitunas.

Al cabo de los días —casi siempre aparecía antes de anochecer—, me fui habituando a su compañía. La mayor parte del tiempo yo tenía que trabajar en la computadora, en quehaceres domésticos, o incluso atendiendo el teléfono. Ella, luego de recorrer cada habitación, se instalaba en cualquier sitio e invariablemente se ponía a hojear su libro de Novalis (a intervalos, con un lápiz descolorido, hacía anotaciones).

En una ocasión, tumbados en el sillón, cada cual leíamos. Hice una pausa, levanté la mirada de la novela que sostenía y noté que ella sonreía; su gesto, sin embargo, reflejaba tristeza. Aproveché para preguntarle su nombre. Ante mi asombro, lo pronunció con claridad. Así supe cómo se llamaba.

A partir de entonces se fue volviendo cada vez más etérea; también, más melancólica. Si bien poco a poco había podido ir descubriendo cada parte de su cuerpo evanescente, hasta trazar en la memoria el conjunto de su figura, ahora me costaba trabajo enfocarla. Esporádicamente ella decía una frase en alemán, pero su sigilo y su reserva eran tangibles, más que su propia condición inmaterial. Yo, callado también, sufría su displicencia.

La última noche que pude verla fue en mi cuarto, tendida en la cama. Yo, a un costado, difícilmente podía precisar su contorno. Se veía muy afligida y de sus labios escapaba un rumor inarticulado. Padeciendo su paulatino desvanecimiento, cedí a un impuso del cual enseguida me arrepentí: tratar de tocarla, es decir, de ocupar con mis manos el espacio en el que ella proyectaba su vida incorpórea. Se disolvió completamente. Por más que la invoqué, no hubo manera de que regresara (ni entonces ni después).

El libro de Novalis quedó abierto sobre la cama. Lo tomé y, abatido, leí y releí un verso subrayado: “Wir sind dem Aufwachen nah, wenn wir träumen, dass wir träumen”. Lo único que entendí fue algo relacionado con “despertar” y con “soñar”. Aún conservo el opúsculo: el único vestigio que dejó el fantasma de Ana.

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HOMERO QUEZADA PACHECO

Nació en Ciudad México, México. Narrador y periodista. Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas y Maestro en Estudios Latinoamericanos (Literatura) por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En la actualidad se desempeña como Técnico Académico Titular en el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información (IIBI), adscrito al área de apoyo a la investigación. Desde 2002, es relator en el Seminario de Información y Sociedad, en el cual participan académicos de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, la Universidad Autónoma de Baja California Sur y la Universidad Autónoma de Chihuahua. Aparte, ha sido redactor en publicaciones periódicas de la editorial Fondo de Cultura Económica y estuvo a cargo del cuidado editorial de libros bajo el sello del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Ha colaborado con reseñas bibliográficas, artículos y breves textos de ficción en importantes suplementos mexicanos como Hoja por hoja (del diario Reforma), La Jornada Semanal (del diario La Jornada) y Laberinto (del diario Milenio), así como en revistas electrónicas como Narrativas y Cuadrivio.

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