________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
MARGARITA MERINO
Nació en León, España (1952). Es poeta, ensayista, narradora y profesora de literatura hispánica. Tiene una Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y un Doctorado en Literatura Hispánica por Florida State University (Tallahassee, Florida, EE.UU.). Ha trabajado como Técnico de Gestión en el Ministerio de Educación y Ciencia, al igual que en medios de comunicación. También se ha desempeñado como diseñadora gráfica y ha impartido clases como profesora universitaria a lo largo de su carrera profesional. Ha publicado los poemarios: Viaje al interior — XV Premio “Antonio González de Lama (León, España, 1985); Baladas del abismo (1989); Poemas del claustro 1 (1992) y 18 (en colaboración, 2009); Halcón herido (1993); Viaje al exterior (1994); Diablo contra arcángel (1999); Viaje al exterior (incluido en el estudio de la profesora María Cruz Rodríguez González De la confesión a la ecología: El viaje poético de Margarita Merino (Editorial Pliegos, Madrid 2016); y Pregón de un Sábado de piñata (Editorial Lobo Sapiens – Ediciones El Forastero, León, 2018). Sus artículos, ensayos, columnas y cuentos aparecen en diversos medios de prensa y en varias antologías poéticas como: la antología italiana La dama della galerna (1999) y la antología mundial de RE-MARKINGS: A World Assembly of Poets. Contemporary Poems (2017) editada por Tijan M. Sallah y Nibir K. Ghosh. Su poesía comunica temas universales (como el amor, la libertad, la tolerancia, la solidaridad y la amistad) desde su propia perspectiva. Muchos estudiosos y especialistas de la poesía escrita por mujeres la consideran una pionera del ecofeminismo poético en España.
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
MI CASA
Cansada estoy de este desorden,
porque alguien ha convertido mi casa
en una nebulosa y lo confunde todo.
Los fantasmas se han vuelto perezosos,
se pasan todo el día durmiendo, sin
dar golpe, y ─para colmo─ utilizan
mis pijamas y mi cama.
Los pájaros, perdidos los dulces recelos
que les sujetaban tímidos, han conseguido
anidar en los armarios. No tienen rubor
ninguno en llenar mi ropa favorita
de pedazos de pan y de excrementos.
(Estoy desesperada e inevitablemente, sucia).
Los escarabajos, contagiados de entusiasmo,
han tomado los cajones de los calcetines
y las bragas como la Casa del Pueblo
de los Insectos Libertarios, prohibiendo
─eso sí─ la entrada a las escarabajas
que se manifiestan lanzando garbanzos
y lentejas, desde la mesita, sin descanso.
(Siempre me resbalo cuando entro distraída).
Los elfos, se columpian en las hojas del
poto y quitan las bombillas a las lámparas.
Han declarado una guerra sorda
contra cualquier orden de los objetos
y se dedican ─concienzudos e infatigables─
a poner tomates en las estanterías,
libros en la nevera, cubitos de hielo,
clavos, sal gorda, entre las sábanas.
(Además de pasarse noches enteras
molestando a los vecinos: dando bronca,
cantando asturianadas, boleros, vaqueiras,
fados, habaneras, nanas; bebiendo absenta
hasta desplomarse rendidos en la alfombra
donde se juegan mis contadas joyas
a las cartas con unos amigos de Luarca
que pasan ahora largas temporadas
en el aparador de la cerámica).
Las avispas son legión. Las lagartijas trepan
por los álbumes de cómics y ha crecido
champiñón sobre el Espasa. Las arañas
han poblado las esquinas de realquilados,
hijos, suegras, primos segundos y mancebas.
Encuentro la bañera invadida de ranas,
renacuajos, lotos carnívoros, miasmas
que producen un repugnante olor a charca.
Y encima, los brécoles con boina,
los días de sol en la terraza…
(No puedo distraerme un segundo de
tanta confusión, pues cuando enciendo
─en medio del estrépito de platos y de vasos
que se rompen solos─ el televisor para
olvidar mi angustia, la pantalla derrama
intermitente un aluvión de lava abrasadora
y he estado a punto de achicharrarme
viva varias veces, y tengo el parqué del
salón hecho una lástima, convertido
en Pompeya renovada).
Verdaderamente, alguien es culpable
de este abominable barullo, pienso
─y siento un afán patibulario─ cuando
preparo las maletas para irme, decidida,
a descansar unos días a casa de mi madre.
CANTO II
América, América, por encima del aburrimiento
de una casta España sofocada, te asomabas.
Nos hablaste en las contracciones de tus partos,
en los que te naces a ti misma sin desmayo,
de lo duro que resulta ese ejercicio de pureza.
Nos ibas sin sentirlo contagiando de ti
a lo largo de nuestra adolescencia,
y toda mi familia sucumbía
a alguna de tus seducciones.
Siempre aparecías en las celebraciones,
en la música repentina de las sobremesas.
El Paraíso de Trobajo nos pertenecía
en forma de vagualas, carnavalitos, sambas,
rancheras, zambas, cuecas. Aleteabas lánguida
en el patriotismo idealizante de Los Republicanos
Viejos recibiendo tus noticias en cartas censuradas.
Y así, en aquellas Nocheviejas,
en los Cumpleaños Lejos De Casa,
entre Americanos en París, blúes, valses
y Hojas Muertas, te infiltrabas en tangos,
Panchos, Machucambos, en Atahualpas
estremeciendo a Europa con milonga,
en románticos corridos de revoluciones
mexicanas, Gardeles agónicos, Negretes
que volvían la mirada “a la orillita
del río, a la sombra de un pirú…”
Porque acabábamos todos inflamados
por Roberto, sintiéndote cercana,
América, cantándote, reúnenos de nuevo
al brasero del hogar que tuvimos.
Ha llegado la hora de que mi saga se siente
plácidamente alrededor de su camilla
ocupando un lugar en tu memoria.
(Del poemario Viaje americano)
CANTO III
América Latina, abandonando el barro,
los pinceles y los rotuladores, el papel
Guarro, sobre la mesa de la galería,
en las postrimerías de los atardeceres
iniciaba viajes oceánicos al tiempo ido
enfrascándome en las páginas vibrantes
de tus narradores:
los Alejos, Ernestos, Adolfos, Maritos,
los Gabos, los Juanes, los Julios, los Pablos,
los Octavios, los Jorge Luises, los otros que no cito,
sagaces fabuladores de lo aúreo
que iluminaban la mortecina vida colegial.
Todos ellos hicieron el milagro, y así
tus insondables mares siguen rompiéndose
en espuma contra los malecones
de mi infancia lejana.
Escucho aún en esta hora
─en la que irrumpe inevitable una señora─
los chillidos agudos de tus aves costeras,
el rumor de los vertiginosos riachuelos.
Me invade el olor a vértigo genitivo
que inunda la humedad
de tus frondosas selvas.
Me embriago en el espectáculo colorista
de tus mercadillos, Cuzco, Cuzco.
Subo en los trenecitos verticales presintiendo
el miedo indomeñable de la peripecia
a la altura asfixiante donde los peregrinos
chascan coca para coronar las ascensiones.
Veo a los sabios surcando la experiencia
de unos hongos extremos que fragmentan
las conciencias cobardes con el estallido
de luces primigenias. Los hongos demoledores
del pensamiento plano, habitual
en muchas extensiones de la esfera.
Nos llegaban tus ecos más allá de tu ausencia
y tu sensualidad la imaginábamos constante
floreciendo en formas y sonidos
durante la calma pegajosa de las siestas,
cuando millones de insectos rebullen
afanándose en las cuevas que existen
bajo piedras, preguntándome cómo
sería el amor, cuál la composición
del éxtasis del celo galante.
Cómo no abandonarse a las ruinas desoladas
en la cima impensable donde habita Belleza,
el lugar en que la más rancia de las filosofías
sucumbe diluyéndose blandamente trastocada.
Las reliquias de los templos sagrados,
el diseño perfecto de las pistas gigantes
que otros seres enormes dibujaron jugando
con un dedo sucio de cal blanquecina.
La sorpresa de los dioses voladores,
navegantes procedentes del cosmos galáctico
que nos guiñan un ojo desde las paredes.
La fórmula precisa de toda sabiduría
encerrada en los impenetrables calendarios
para los que el más sofisticado software
no encuentra las claves requeridas.
El pánico inenarrable de los débitos:
El espeso plasma de la sangre vertida
adherido a la esencia de las losas siniestras,
resplandece el cuchillo detenido en el aire
y se inicia el movimiento de la consumación.
El sacerdote desgarra los pechos al sol
y los insoportables gritos de los agonizantes
se mezclan al aullido de chacales
que olfatean las palpitantes vísceras
en la distancia roja de la tarde que avanza.
Qué contar del misticismo elemental
donde el arrebato de lo propio supuso
un aceptado abandono colectivo
a las manos lívidas de la melancolía,
porque la melancolía es la más fulminante
de las enfermedades y cubre a quienes
aman lo suyo y lo ven destruirse replegados
frente a la invasión de Lo Desconocido,
Las Costumbres Ajenas, la palabra
ruda de las órdenes ininteligibles,
perdidas de pronto las motivaciones
cotidianas ante un sentimiento brusco:
La codicia en que abunda
el expolio ruidoso de los torpes
y la sinrazón que provocan los metales.
(Del poemario Viaje americano)
SÚPLICA
Oh gozo antiguo,
libérame de ti.
Te ruego que me poses
en el suelo de la normalidad
pues yo también
habré de envejecer
tomando el tren
del no volver jamás
a lo que quise ser.
Oh gozo vivaz,
protégeme sin mácula
del lúgubre quehacer
de los taxidermistas,
porque amo intensamente
la imposible perfección
de lo que palpita
transido por la vida.
(Del poemario Baladas del abismo)
NOCTURNO DE AGOSTO
Yace mi quimera, rotos los talones sobre la hierba seca.
Se derrama súbito un quejido de oboes, las cítaras inclinan
su torso susurrando, se suma lejano el latido de campanas
que anuncian la consumación de la noche.
Ay tambor, no proclames tan ronco que ha de ser
la implacable red de las arañas hiladoras de escarcha
quien cubrirá mi cuerpo acurrucado en el temor
con jubones de cristal y túnica de viento.
Ay timbal, no retumbes augurando que los brazos del frío
me acunarán ceñidos hasta desvanecer el olor que dejó
la tibieza de mi amante prendida en mis cabellos.
Qué gaita logrará aplacar esta intuición de pérdida
que nubla mi corazón y lo torna discreto,
cómo traducirá el violín la pesadumbre del pulso herido
de los olmos muriéndose,
qué trompeta se alzará celebrando la húmeda lozanía
de las praderas a la hora del alba:
Ha ido apagándose el antiguo verdor que tuvo mi avenida,
ya la hiedra se desploma en pardo zarzal sobre la piedra.
Qué instrumento ocultará el alarido vegetal en los incendios,
qué sones distraerán el lamento de bosques abrasados,
de arboledas fragantes sucedidas por ámbitos enfermos.
Horizontes malditos prolongarán los ecos de los gritos
de la vida rumorosa que albergaron las hojas.
No permanecerá color que resuelva la música,
sólo el humo provoca un tumulto siniestro
sobre las copas torcidas por el fuego.
Sólo el humo corona con estribillo fúnebre
un clamor dolorido sobre los restos marchitos de belleza.
Sólo el humo acompaña el estertor sombrío
del paisaje calcinado en la memoria.
No permanecerá color que pueda devolvernos la música,
no sentiréis la lluvia dulcificando rítmica el destierro
del yermo en que muy pronto habitaremos todos.
No habrá de discurrir la alegría del manantial en las flautas,
pues yo tampoco tararearé una canción para vosotros
cuando arden los montes y él me ha olvidado:
Cuando él me ha olvidado absorto en la reliquia
de los tejos sagrados y del muérdago.
DAMA EN BALAUSTRADA
La dama suspiró mirando la rosa desvalida
que arrancada por el insomnio al rocío
iba desparramándose al calor de sus muslos
en desolados pétalos, en hojas sombrías
como la sangre seca y el néctar de las moras
maduras, sobre sus rodillas de estatua
de carne demudada que se aquieta.
Quiso, la dama taciturna,
distraer su melancolía al hilo de la rememoranza
de lejanas primaveras, cuando en su juventud
no había reconocido, aciago,
el acre sabor de los aconteceres en la lengua:
¿Dónde se cierne ahora la alegría
estrepitosa como una catarata…?
¿Dónde se volcarán las fuentes rumorosas
con que salpica el fresco júbilo a la dicha”.
Sólo el invierno aguarda en los castillos
que han sido debelados por el presentimiento:
los criados huyeron muy temprano
llevándose rapaces las vituallas últimas
y los caballos tensos. Sólo el invierno
queda en los jardines que la maleza invade.
Invierno en las estancias mudas. Invierno
en los tapices cuyas tonalidades han ido
apagándose humildes al paso de los años.
Invierno en los jarrones azules donde ya
no se asoman ─bienolientes y prietos─
los capullos de claveles, rosas, camelias.
invierno colma ahora los cántaros de barro
de las despojadas alacenas. Invierno
muge en las bodegas. Fúnebre se despereza
invierno en las caballerizas quietas.
Reposan los viejos instrumentos
que insuflaron la música de vida, ha cubierto
el polvo los laúdes, el olvido enmudeció
los timbales y las cítaras, las flautas
han sellado el estupor absorto del silencio.
Invierno nubla los colores, dispersa
con el silbo de sus ráfagas heladas
las fragancias que tuvo el amanecer
en los días felices.
No se encienden los fuegos
de las chimeneas,
late en el aire una vaga premonición
de hogueras gigantescas.
La dama espera su destino, digna y sola.
“Acaso las horas venideras
deparen todavía una sorpresa
y este temor que siento pueda ser arrancado
como los abrojos en tierra de cosecha”.
“Acaso él, que era esforzado y valiente,
se libre de la peste, del odio, de la muerte,
y vuelva demacrado y solemne de la guerra”.
Se empañaban sus sienes de nostalgia,
ausente el hombre, remotas las caricias,
se iba adueñando el pesar de su memoria.
“Doblegará el frío el ansia de mis poros,
las telarañas irán cubriendo recovecos,
avanzará la carcoma en los bargueños,
la pátina del tiempo amarilleará
las láminas, mi cutis marfileño”.
“Se extenderá flotando la desdicha
pertinaz como el aceite sobre el agua,
tal vez La Segadora me sorprenda
en las manos violentas del extraño:
Es momento de conceder la libertad
a los halcones que gozaron parejos
sobre el puño de mi señor las monterías…”
Cuando los siglos nos ofrezcan
brutal el espectáculo de las demoliciones,
inferida la decadencia de las piedras,
sanguinario el impulso de los bárbaros
y las hordas noctívagas;
cuando atestigüe el esqueleto desnudo
de un castillo vencido en el asalto
el desamparo de los artesonados
en las llamas,
el rigor del incendio acaecido,
la tristeza que hereda a las pisadas
que medían los escarpines ágiles
dueños del espacio avasallado;
cuando el pasado sea testimonio
de la sinrazón, del hambre analfabeta,
de la intolerancia, la miseria,
del ánimo siniestro, el desatino
que despiertan las guerras;
sabremos que tampoco los salones
permanecerán jamás indemnes
del toque de sentencia con que las campanadas
de los cuatro jinetes de la desesperanza
condenan al ilota y a los parias.