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LUIS BEIRO ÁLVAREZ
Nació en La Habana, Cuba (1950). Es poeta, narrador y periodista. Licenciado en Derecho por la Universidad de La Habana. Desde 1992 reside en la República Dominicana, país del que ostenta la doble ciudadanía. En Cuba publicó ocho libros de poesía, entre ellos: En las líneas del triunfo (1975); En este meridiano y Jornada (ambos en 1979); La gloria del mundo (1985); y Soldado del tiempo (1991). En República Dominicana ha publicado el grueso de su obra literaria en los géneros de novela, cuento, poesía y ensayo. Así han aparecido en Santo Domingo sus poemarios: Libro de Luis Ernesto (1994); Loco de azul (2002); Con ojos de fantasma (2009); Con la sangre ajena (2013); Jugar a Dios (2013); y Jornada y En este Meridiano (ambos en 2015). Entre 2009 y 2012 publicó su trilogía de novelas Memorias de un joven comunista, celebrada por la crítica; Cuentos habaneros (2009); y Cuentos para leer en noches de boda (2013), completan su obra narrativa. En el 2000 mereció el premio Caonabo de Oro, otorgado por la Asociación de Escritores y Periodistas de República Dominicana por el conjunto de su obra literaria. Se dedica también a la crítica de cine, género en el que se han publicado: Desde la última butaca (2001); Taiwán: 12 cineastas rumbo a la excelencia (2010); Joyas del cine coreano (2011); Los nuevos del cine italiano (2013); Israel, la pasión por el cine (2014); Nuevas joyas del cine coreano (2016); La pantalla al revés (2018); Cuba y cine (2019); y Los milagros del río Han (2019). Fundó y dirigió los suplementos literarios Tertulia (1997-1998) y Lectura de Domingo (1999-2000), del desaparecido vespertino La Nación. Entre 2001 y 2005 fue Director de Suplementos del Periódico Listín Diario, donde actualmente ocupa el cargo de Editor de Cultura. También se desempeña como Editor de la colección loqueleo del Grupo Santillana de Santo Domingo.
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EL ÚLTIMO INTENTO DE CREAR
A Virgilio López Lemus
Siempre que comienzo un poema,
en la segunda línea se me olvida la idea,
y mi mente queda en blanco
como si no tuviera nada que decir.
Pero ya en el quinto verso
pienso en un escenario lleno de espantapájaros,
y todos me aplauden y desean tocar mis manos
como si fuera un cantor famoso,
de esos que van a los conciertos
en busca de un ego redimido.
Ya en el segundo párrafo
vuelvo a ser yo mismo:
El soñador, el diminuto duende del olvido,
el viento que pasó sobre las piedras encendidas
y partió de nuevo
a dirimir la encrucijada,
aunque ya no existan el ser que lo engendró
ni el vientre prodigioso
que le dio algo más que su cobija.
BIENVENIDOS AL FESTÍN
Que vengan los colores
a este sol
que no entiende de animales responsables;
que vengan todos juntos
con la fe de una canción inconclusa
a saber que la palabra
se ha vuelto en contra de todos;
que traigan la valija que mueve los caminos
sin ningún pudor.
Que vengan todos y todas y toquen a mi puerta:
Los espero con risas y tifones.
CONJURO DE LOS ÁNGELES
No habrá sospechas
ni pueblos embrujados,
ni manzanas en forma de ataúd.
Habrá un reino
con arena y avalancha de relojes:
Un bosque de agujeros
y pecados transitorios.
Volverá la historia de la tierra prometida
para aquellos que finjan incendiarse.
Todo será como el delirio
en forma de perdón
hasta que el tiempo
nos ponga el horizonte boca abajo.
DERRUMBES TRANSITORIOS
Este no es un comunicado
a favor de la tristeza
sino un efecto visual
parecido a la aterrada migración de la piedad
que todo lo desdobla.
Tampoco es el aviso que todos esperamos:
no hay perdón,
ni paraíso,
ni mundos después de las praderas:
sólo piedras dando vueltas,
salidas de las manos de Dios,
piedras y sueños que tarde o temprano terminarán por incluirnos
en las pacientes fauces de la nada.
EL BLANCOR INVITA A LA ESCRITURA
Este es un demonio que trasmite el comienzo
de un abismo insostenible.
Por él rodará
el espacio de los ruidos transparentes
que no podrán volver.
Pequeño, diminuto, fuera de su rabia,
este escrito no tiene miedo de cegar.
Sin grandes rejuegos verbales
ni sombras chinescas, aquí yace la página
que se mueve de un lado a otro de la escena
y luego desaparece por arte del instinto.
Este no es el escrito ideal
para ser leído en congresos literarios,
sino la sonrisa que sube al matadero
sin avisos ni lecturas,
como una flecha en busca de una lengua sorda.
RÉQUIEM
A Laureano Campos
I
Era un raro cristal junto a su mesa,
sin el porte del clásico invitado.
era un duende descalzo y desolado
sin voz, sin nostalgia y sin cabeza.
Su mirada portaba la extrañeza
del que entiende el ardor de lo sagrado,
ese aire invisible que ha cruzado
la línea entre el dudar y la certeza.
No me habló en toda la velada,
en cambio, yo le di mi paz terrible
entre versos y cantos y emociones.
Yo quería ser su amigo pero nada
me encendió las benditas sensaciones
y quedé como pájaro insensible.
II
Hundido en su verdad resplandecía
porque hizo del silencio su gran arte
y tocaba mi reflejo como parte
de una extraña y humana profecía.
Secreto de ciudad que no moría
ni buscaba el prodigio de otra suerte.
En su rostro de luz no había muerte
y sí la plenitud de poesía.
Comimos y bebimos en siluetas
en perfecta comunión contra el olvido
guardando el secreto cotidiano.
Pudimos descubrir que lo vivido
sobrevuela el espanto meridiano
cuando abre el resplandor a los poetas.
III
Imagino que el cielo es su estatura
imagino su voz en el verano
y no olvido las marcas de su mano
en la exacta expresión de la ternura.
Imagino su paz, su curvatura
de agudas señales y acertijos
imagino el aliento de sus hijos
creciendo en el manto de su altura.
Lo imagino como un ave bienvenida
que nunca partirá de la memoria
porque tuvo la paz de los secretos.
Un eterno practicante de la vida
que cambió el milagro de la gloria
por un bosque sembrado de sonetos.