BAQUIANA – Año XXI / Nº 115 – 116 / Julio – Diciembre 2020 (Opinión III)

LA CÁMARA MÁGICA DE GERARDO PIÑA ROSALES

 

por

 

Alister Ramírez Márquez

 

Gerardo Piña Rosales foto 1 sepia


Solo en contadas ocasiones he visto a Gerardo sin su cámara fotográfica. Siempre la lleva colgada en su pecho como un talismán, como un tercer ojo que lo guía y alimenta sus visiones. Pareciera que su escritura le quedara chiquita y tuviera que recurrir a otras herramientas para mostrarnos el mundo que percibe a su alrededor.

     Gerardo Piña Rosales lleva gran parte de su vida en el oficio expedicionario y aventurero de la fotografía. Empezó a los 15 años, en Tánger (ciudad en la que vivió desde 1955 hasta 1973) cuando su padre le regaló una cámara Voigtländer de 35 milímetros, y que terminó en manos de los ladrones cuando se la robaron en el barrio de Flushing en Queens, Nueva York.

     La última vez que lo vi en Sevilla, con motivo del XVI Congreso de Asociación de Academias de la Lengua Española, me entregó sonriente su tarjeta oficial de fotógrafo. Por fin se había decidido dedicarse de lleno a su otra vocación: la fotografía. Cabe recordar que la obra literaria y académica de Piña Rosales recoge un corpus impresionante de títulos y artículos sobre la lengua, la cultura y la literatura. Su pasión por las letras sigue muy ligada a la fotografía; de hecho, es autor de una serie fotográfica en homenaje a figuras literarias de su devoción como Poe, Hesse, Kafka, Lautréamont, y muchos otros.

     Ha retratado gestos, rostros, cuerpos, escenas interiores, exteriores y paisajes.  Experimenta con la luz, las sombras, los colores, las texturas y las formas. Pero, claro, ha sido un proceso de crecimiento, formación y madurez paralelo a su escritura. Parece que la una se alimenta de la otra.

     Las imágenes y algunos personajes que surgen en sus escritos, probablemente ya los había visto y soñado desde la niñez en Tánger, y en los caminos de Marruecos, España, Italia, Panamá, Perú y Estados Unidos. De todos ellos guarda registros fotográficos. Pero su fotografía va más allá de la captación de la realidad. Los lugares o las personas que nos presenta como fragmentos del mundo real se nos aparecen ya transformados en objetos estéticos. Gerardo nos ha hecho creer que esa es la realidad, pero lo que aparece en el papel fotográfico o la imagen digital es la recreación de una realidad reflejo de su mundo interior; en otras palabras: su realidad.

     Ya no se trata solo de “La matrona” (Casablanca, 2019), el perfil del rostro arrugado de una mujer cubierta con un velo negro, sino que la imagen se convierte en una composición artística, pensada y puesta al servicio de los demás. Vemos a una mujer ochentona, caminando por Casablanca; y sabemos que está en movimiento porque el viento levanta pliegues en el manto oscuro que cubre su cabeza y el pañuelo desflecado de color lila que lleva en la mano. Las uñas y los dedos los tiene pintados con alheña, como se hace para los matrimonios y ceremonias marroquíes, pero parece que la mujer acabara de cometer un crimen y llevara las manos ensangrentadas. La dentadura, posiblemente postiza, le da un gesto felino. Su mirada azulina escudriña el entorno. Va deprisa, y es precisamente donde Gerardo la detiene y captura. “Por aquí anda la vieja Celestina”, parece decirnos el fotógrafo.

 

Mujer mayor

 

     Asimismo, vemos el rostro alegre de ‘Azulay’ (Marruecos, 2019), un joven de Erg Chebbi, en el Sáhara, cubierto con un turbante morado, quien posa de forma espontánea, mirando a la cámara. La tela suave que cubre toda su cabeza y parte del pecho, como una extensión de su piel, lo protege de las altas temperaturas del desierto. Gerardo nos hace un guiño. Él sabe que nos ha engañado con nuestra complicidad, porque lo que enseña en la composición fotográfica, y que se lee como una copia de la realidad, no lo es.  Es la ilusión artística creada a través de la magia de la fotografía, y que entronca con la tradición pictórica occidental desde el Renacimiento, en casos como la pintura holandesa del siglo XVII, donde pintores como Vermeer lograron, a través de la composición de espacios interiores como tema central, los planos y líneas que convergen al punto de fuga, la simetría y los colores, convencer al observador que lo que ve ‘es lo real’. Cabe recordar que algunos de estos artistas usaban una cámara oscura donde se proyectaba la imagen invertida, y esta era la que pintaban, con el fin de reproducir el efecto óptico, como ocurre en el ojo humano. El contraste de la luz y las sombras y el reflejo en las lámparas, en los vidrios, los metales, algunos textiles delicados, la ropa, las joyas y otros elementos de la escena interior coadyuvaban a crear la ilusión de la realidad.

 

Hombre marroquí

 

     Las obras consideradas realistas, como en el caso de una pintura de un paisaje, y en el caso de Gerardo, la fotografía, por ejemplo, de un cementerio o la estatua de un ángel velando a los muertos, “El último suspiro”, en verdad no son el mundo que percibimos a simple vista.

     Una pintura de una rosa no es la rosa que vemos, olemos y tocamos en un jardín.  La flor en el lienzo es la creación del artista, una ilusión óptica. Asimismo, las imágenes digitales de Gerardo de su serie Animalario, “Janusa” (Valley Cottage, Nueva York), nos presenta a un gato con la mitad de la cara de color pardo y la otra negra. Al detallarlo no deja de sorprender cómo la naturaleza ha trazado de forma simétrica las líneas en su pelaje. Pero este ya no es el felino de cuatro patas, astuto, observador y cazador de ratones, porque la imagen ya ha pasado por la cámara mágica de Gerardo. Es un animal hecho de celuloide, con los ojos luminosos, inventado por la mirada del artista a partir de una realidad sorprendente.

 

Gato de dos tonos

Aldabón

 

     “La fuente” (1917), de Marcel Duchamp (1887-1968), deja de tener su carácter funcional y práctico, es decir, un orinal de porcelana en un baño que cumple una misión específica, como es la evacuación de líquido, y se remantiza al cambiarle de posición, nombre y firmarlo como una pieza de arte. Duchamp lo presentó acostado y de forma invertida, en vez de su posición vertical, paralelo a la pared, como es lo común. Este orinal que el artista compró en un almacén de sanitarios lo presentó como un objeto estético para una importante exposición. Un orinal, firmado por él con el nombre de ‘R. Mutt, 1917’, apunta a la idea de designar las piezas ordinarias ya hechas de forma industrial en objetos de arte o reinterpretarlas. Cualquier visitante de una galería no puede dejar de preguntarse cuál es la diferencia entre un objeto ordinario y de uso cotidiano, como lo es un orinal, y aquel que tiene ante sus ojos. Cuando apreciamos el trabajo fotográfico de Piña-Rosales también nos interrogamos sobre la distinción entre el objeto real, conocido, por ejemplo, ‘Aldabón’ (Jerez de la Frontera, Andalucía 2007) y la imagen que vemos de este a través de la mirada de Gerardo. De tal forma la conversación entre el observador y la fotografía pasa al plano de la creación colectiva. Como en el caso de Duchamp nos puede provocar risa, admiración, dudas, preguntas y en general sentimientos inquietantes porque en el fondo sabemos que no todo está dicho. Las fotografías de Gerardo nos invitan a un diálogo continuo, con interrogantes para que nosotros podamos descubrir por nuestra cuenta lo que él presenta como ‘real’. Gerardo también las bautiza, pero a veces el nombre no tiene nada que ver con la imagen, con el propósito de jugar con lo obvio. Logra despertar  la ilusión de la realidad y trasciende al plano de la creación artística.

 

Estatua del Ángel

 

     La obra fotográfica de Gerardo Piña-Rosales incluye, entre otras, una colección variada de series tituladas Abstracciones, Ángeles, arcángeles y otras criaturas alígenas; Animalario; Autorretratos; Cajón de sastre; Candid camera; Carteles, señales y letreros; Cementerios; Estados Unidos: ciudades y pueblos; Marruecos; Ferias, festivales, circos; España: ciudades y pueblos.*

     Estamos ante un abanico de temas y un registro visual de cientos de millas recorridas en la vida y por lugares del mundo que han dejado una intensa huella en él. A la vez esas impresiones artísticas pasadas a una hoja de contacto o una imagen digital han dejado de ser artefactos ordinarios, animales, rostros humanos o paisajes para convertirse en objetos estéticos para el deleite humano.

*Todas las series mencionadas en este artículo se encuentran en exposición permanente en la página oficial del fotógrafo en la Red: www.pinarosales.com

 

 

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ALISTER RAMÍREZ MÁRQUEZ

Nació en Armenia, Colombia (1965). Tiene una Licenciatura en Comunicación Social de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y un Doctorado en Literatura Hispanoamericana del Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Es profesor de Español y Literatura Hispanoamericana en Borough of Manhattan Community College de Nueva York (CUNY). En la actualidad es miembro numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE). Ha publicado ensayos, novelas, cuentos infantiles y colabora para revistas de literatura y arte hispanoamericanas y en la sección Lecturas de El Tiempo de Colombia. Su más reciente novela Si el sueño no me vence (Revelaciones de un suicidio) fue publicada por la editorial Ala de Mosca Press (2018). Reside hace más de tres décadas en los Estados Unidos.

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