BAQUIANA – Año XXI / Nº 115 – 116 / Julio – Diciembre 2020 (Opinión II)

SOBRE LA TRASCENDENCIA DE MARIO VARGAS LLOSA

 

por

 

Waldo González López

 

Tiempos recios Mario Vargas Llosa La Verdad de las Mentiras Mario Vargas Llosa Mario Vargas Llosa foto (2) La fiesta del Chivo Mario Vargas Llosa La civilización del espectáculo MVLL

 


«Los escritores son distintos; y lo son por diferentes razones, entre otras por la manera por la que escriben, por las fuentes de su inspiración, por sus métodos de trabajo, por sus filias y por sus fobias secretas.»

Mario Vargas Llosa, Conferencia, Fundación March, Madrid, 2007. 

 

     El narrador, ensayista, dramaturgo y periodista peruano Mario Vargas Llosa constituye, sin duda, la más importante figura literaria de su patria, solo seguida por el poeta César Vallejo y el narrador José María Arguedas, a los que él supera con creces, tal podrá constatar el lector en este breve ensayo.

 

GÉNESIS Y DESARROLLO INTELECTUAL

     Nacido en la Arequipa de 1936, estudiaría Derecho y Literatura en la Universidad de San Marcos, Lima y, en 1959, con Los jefes iniciará una brillante trayectoria literaria en su país y luego en el ámbito internacional con una extensa e intensa colección de títulos, cuya sola mención haría harto extenso el listado, en el que por su condición de excelente novelista, no puedo dejar de mencionar las siguientes: La ciudad y los perros (Premios Biblioteca Breve y de la Crítica, 1963), La casa verde (Premio de la Critica, 1966), Conversación en La Catedral (1970), Pantaleón y las visitadoras (1973, llevada al cine), La guerra del fin del mundo (1981), Historia de Mayta (1984), Lituma en los Andes (Premio Planeta, 1993), La fiesta del chivo (2000, llevada al cine), El Paraíso en la otra esquina (2003), Travesuras de la niña mala (2006) y la que es hasta hoy, cuando escribo este artículo (inicios de junio del 2020), su última novela: Tiempos recios (2019).

     Mas, otros títulos de alta valía resaltan en su producción, como, por ejemplo, dos volúmenes de ensayos: La verdad de las mentiras y La civilización del espectáculo, de los que luego me ocuparé.

     Asimismo, articulista de diarios, sus controversiales ideas políticas generan interés. En 1990, incursiona en la política, lanzándose a la candidatura presidencial de Perú; mas, pierde las elecciones frente al entonces poco conocido Alberto Fujimori, descendiente de japoneses.

     Muy pronto se vincularía al Boom (del que será uno de sus estudiosos), movimiento de la literatura latinoamericana, integrado por un relevante grupo de escritores que, en el decenio de los sesenta del siglo pasado, dará un insólito relieve internacional a la narrativa de la región, con grandes nombres (e insólitas ventas de sus libros), entre los que descollaría, el propio Vargas Llosa, seguido por Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y José Donoso, por mencionar a los más destacados.

     En su juventud tuvo una cercana relación de mutua admiración con García Márquez; mas, se distanciaron por rencillas no personales, tal se ha dicho, ocultando la verdadera causa: el continuo apoyo del colombiano al castrismo, que mantendría hasta su muerte. Desde 1993 tiene doble nacionalidad: la natal peruana y la adoptiva española. Traducido a más de treinta idiomas, ha recibido los más significativos Premios, como, entre muchos otros, el Cervantes en 1994 y el Nobel en 2010.

 

EL NOVELISTA

«Los temas siempre se me han impuesto a partir de ciertas experiencias vividas. Todas las historias que he escrito, desde que era adolescente, han nacido de algo que hice, que vi, que oí o que leí; y ello me deja unas imágenes en la memoria que generan un fantaseo, el embrión de una historia…»

Mario Vargas Llosa

 

     Este crítico tiene predilección por algunas de sus novelas. Comienzo con una de mis preferidas que iniciara su exitosa producción: La ciudad y los perros, merecedora en 1963 de tres importantes Premios en España: el Seix Barral, el de la Critica y Segundo del Formentor, por la convincente factura, en la que se incluyen innovaciones temáticas y formales en la novelística peruana y latinoamericana de la época. Llevada a la cinematografía peruana por el más importante realizador del país, Francisco Lombardi, gozaría de diversas ediciones, como la preferencia de los lectores y los cinéfilos hispanoamericanos.

     Otra de mis apreciadas es La casa verde, a la que su autor dedicara su breve y esencial Historia secreta de una novela —cuya primera edición de 1971 de la Colección Marginales de Tusquets Editores, poseo desde años atrás, si bien hay otras dos asimismo de Fábula Tusquets Editores de 2001 y 2008—, pues esta valiosa narración, escrita entre 1962 y 1965, es una de sus preferidas, quizás no solo por ser considerada una de las decisivas de su trayectoria literaria, sino además porque fue la que le aportara su segundo Premio de la Crítica en la España de 1966.

     Pero hay más, porque en La casa…, al margen de la sugestiva anécdota argumental, el autor aplicaría un amplio despliegue de voces, tiempos y puntos de vista que lo convertirían en «el arquitecto», tal lo nombran los profesores universitarios y ensayistas Ángel Esteban y Ana Gallego, en su valioso volumen De Gabo a Mario (Colección Espasa Fórum, Editorial Espasa Calpe, 2009).

     En Historia…, suerte de «strip tease invertido», tal la definiera Vargas Llosa, igualmente confiesa aspectos de notable interés sobre esos demonios que […] atormentan y obsesionan, la parte más fea de [mí] mismo: [mis] nostalgias […] culpas […] rencores […] experiencias personales (vividas, soñadas, leídas) que fueron el estímulo primero para escribir la historia [y] quedan tan maliciosamente disfrazadas durante el proceso de la creación que, cuando la novela es terminada, nadie, a menudo ni el propio novelista, puede escuchar con facilidad ese corazón autobiográfico  que fatalmente late en toda ficción.

     Cierto; pero de ese dispositivo carecemos los lectores de hoy sobre los grandes narradores decimonónicos: Balzac, Stendhal, Flaubert, Zola, Dickens, Tolstoi y Dostoievski, pues en dicha centuria no era común que los autores escribieran sobre sus libros, solo acaso autobiografías, tal hiciera Goethe en Las afinidades electivas que, considerada una novela, sin embargo, a este crítico le resulta un haz confesional en torno a su personalísima existencia y la rica vida intelectual del también autor del Fausto.

     Otra de mis novelas preferidas es El Paraíso en la otra esquina, pues en esta aborda, a un tiempo, dos vidas de sumo interés: la de la luchadora franco-peruana por los derechos de la mujer, Flora Tristán, cuya hija sería la madre del notable pintor francés Paul Gauguin, quien es la otra personalidad, de quien describe, con su peculiar estilo histórico-ficcional, pasajes de su vida trashumante.

     No obstante, otros dos se conjurarán con igual número de rasgos y hará de esta una peculiar obra, pues repetirá el propio número, pero con distintas concepciones del sexo. La de Flora, para quien es apenas un instrumento de dominio femenino, y la de Gauguin, que lo considera una necesaria fuerza vital, al servicio de su creatividad.

     Si el lector preguntara: ¿Qué tienen en común estas dos vidas desligadas y opuestas, aparte del vínculo familiar por ser Flora la abuela materna de Gauguin?, el editor acaso le respondería en la contracubierta de la 1a. edición de Alfaguara (2003) que solo sabrá la respuesta cuando concluya su apasionante lectura que, apenas iniciada, nunca abandonará.

     Y las otras dos preferidas que conforman su tríada novelística llevada al cine son: Pantaleón y las visitadoras (filme dirigido por el realizador peruano Francisco Lombardi, que impulsara la carrera de la talentosa actriz colombiana Angie Cepeda) y La fiesta del chivo (bajo la dirección del cineasta peruano Luis Llosa, primo del narrador, en cuyo elenco internacional descollaran dos destacados intérpretes: la italiana Isabella Rosellini y el cubano ya fallecido Tomás Milián).

 

EL ENSAYISTA

 

     Otros notables ensayos atesora en este género, como: Carta de batalla por Tirant lo Blanc, La orgía perpetua, La utopía arcaica, La verdad de las mentiras, La tentación de lo imposible, El viaje a la ficción y La civilización del espectáculo.

     Entre todos, para el crítico dos se llevan las palmas. En primer lugar, La verdad de las mentiras (II Premio Bartolomé March en Barcelona, 2002), colección de ensayos (¿o estudios?) sobre sus escritores preferidos, ya con dos ediciones: la de 1990, con veintiséis textos, y la segunda, de 2002, con treinta y seis (ambas por Alfaguara). A esta última, el crítico le dedicaría un análisis, aparecido poco tiempo atrás en Palabra Abierta, revista online que dirige el narrador y ensayista cubano Manuel Gayol Mecías.

     Sin duda, ejemplar resulta la lectura de La verdad…, pues no son tantos los escritores hispanoamericanos con títulos de tal envergadura y rigor en sus libros dedicados a este ¿género? —o función, tal lo denominara el maestro mexicano Alfonso Reyes, quien hizo de los suyos el centro de su creación, asimismo compartida con la poesía.

     Creado por Plutarco y Séneca —considerados los primeros ensayistas— sería continuado  por «el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos»: el filósofo, humanista y moralista francés del Renacimiento Michel Eyquem de Montaigne (1553-1592), quien (entre 1580 y 1588, a partir de la pregunta socrática ¿Qué sé yo?) escribiría sus Essais o Ensayos, dedicando, de tal suerte, buena parte de su breve y feraz existencia a escribir los suyos, por lo demás, considerados la obra cumbre del pensamiento humanista galo del siglo xvi.

     Valiosos para desentrañar cuentos, novelas y poemarios, los textos ensayísticos constituyen los pivotes sobre los que se edifican los más rigurosos empeños analíticos desde la época del pensador francés. De tal suerte, a partir de centurias anteriores serían los propios poetas quienes se ocuparán de viviseccionar la poesía (tal ejemplificarán los grandes nombres de Charles Baudelaire, José Martí, W. H. Auden, T. S. Eliot, Octavio Paz, Joseph Brodsky…); asimismo, serían los más destacados narradores y estudiosos del Boom, quienes dilucidarían la novelística surgida en el movimiento, tal realizaran, entre otros, Carlos Fuentes, Emir Rodríguez Monegal, Antonio Cornejo Polar, Severo Sarduy, Ángel Rama, Alejo Carpentier y, por supuesto, el propio Vargas Llosa, quien —además de publicar en 1971, por Barral Editores, su riguroso análisis de la obra de García Márquez: Historia de un deicidio, que, en más de seiscientas páginas, desentraña el origen, los presupuestos y la técnica empleados por el colombiano, desde sus primeros cuentos hasta Cien años de soledad— en el volumen que me ocupa resulta modélico por su profundidad, tal sucede con otro narrador del Boom, admirado por el peruano (al margen de su «filia política» con el castrismo, actitud tan distante y distinta de la suya, tras el Caso Padilla): el mencionado Alejo Carpentier, galardonado con el Premio Cervantes en 1997, que brillaría igualmente con su valiosa otredad genérica: narrador (novelista y cuentista), ensayista (Tientos y diferencias), de arte (La ciudad de las columnas) y musical (La música en CubaAmérica Latina en su música, Letra y solfa y El músico que llevo dentro).

     Su otro ensayo preferido por el crítico es La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012) —donde incluiría su conferencia «Breve discurso sobre la cultura», en la que Vargas Llosa critica a Michel Foucault y su concepto de libertad, estableciendo un vínculo entre las ideas del filosofo galo y la actual anarquía de las escuelas públicas francesas—, que resulta un óptimo texto, revelador de la decadencia actual de la cultura, en la que —pongo el peor ejemplo— un ¿ritmo o ruido?, mas, nunca música: el reguetón en esta época enajenada, alcanza altas cotas, desplazando, en primer lugar, a los grandes compositores que, entre los siglos xvi y xix, crearían conciertos, sinfonías y otros grandes géneros musicales, respaldados por cuatro siglos de permanencia en la genuina cultura occidental por su alta calidad, al igual que algunos géneros de notable trascendencia popular en Hispanoamérica, como el bolero.  

     Cierto, en La civilización del espectáculo, al ilustrar con decisivas aristas la nada benigna influencia que ejercen los mass media en el público, entre otros aspectos, subraya: «[…] la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y […] la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo» que, lamentablemente, ocupan el tiempo de millones de personas desde décadas atrás.

     A tal fin, apunta que ya en los tiempos de Ortega y Gasset —quien denominara «“el espíritu de nuestro tiempo”, el dios sabroso, regalón y frívolo al que todos, sabiéndolo o no, rendimos pleitesía desde hace por lo menos medio siglo, y cada día más»— aparecería el triste fenómeno de cantidad versus calidad.

     No obstante, abunda el peruano que tal pensamiento, proclive a las peores demagogias políticas, causa reverberaciones imprevistas, como la desaparición de la alta cultura, minoritaria por la complejidad y a veces hermetismo de sus claves y códigos, y la masificación de la idea misma de cultura. De tal suerte, esta ha pasado a asumir casi exclusivamente la acepción que adopta en el discurso antropológico, o sea, la cultura con todas las manifestaciones de la vida de una comunidad: su lengua, sus creencias, sus usos y costumbres, su indumentaria, sus técnicas, y, en suma, todo lo que en ella se practica, evita, respeta y abomina.

     Y añade el ensayista otras importantes ideas, como el hecho de que cuando la idea de la cultura torna a ser una amalgama semejante, es poco menos que inevitable que pueda llegar a ser razonada, solo acaso como una manera divertida de pasar el tiempo. Desde luego que la cultura puede ser también eso; pero si termina por ser solo eso, se desnaturaliza y se deprecia: todo lo que forma parte de ella se iguala y uniformiza al extremo de que una ópera de Wagner y la filosofía de Kant, equivalen a un concierto de los Rolling Stones y una función del Cirque du Soleil.

     Tales ideas y muchas otras que leemos en este extraordinario volumen, revelan la sagaz mirada y la intensidad analítica del riguroso ensayista.

 

EL DRAMATURGO

«Si en la Lima de los años cincuenta, cuando comencé a escribir, hubiera habido un movimiento teatral, es posible que en vez de novelista hubiera sido dramaturgo. Porque el teatro fue mi primer amor.»     

Vargas Llosa. Prólogo a Obra reunida. Teatro

 

     Su intensa creación, además, alcanza una no común parcela entre los narradores: la dramaturgia, cuya opera prima, La huida del Inca, se estrenaría en el Teatro Variedades, en la Lima de 1952.

     Años después, escribe Al pie del Támesis —cuya idea argumental nacería tras una charla con Guillermo Cabrera Infante, su colegamigo cubano desde los sesenta y el Boom—, estrenada en el Teatro del Centro Cultural Peruano Británico de Lima, en marzo de 2008.

     Y cuatro años más tarde (2012) sería reestrenada en el Teatro Trail, de Miami. Así, este también crítico escénico visionaría la pieza, en la que el notable autor se muestra poseedor de cultura y técnica escénicas, como de los suficientes elementos que atrapan al público con la puesta, cuyo inesperado final, por su tratamiento y solución, evoca algunos de los clásicos de la escena internacional.

     La anécdota se cuenta en pocas palabras. Tras treinta años sin saber de Pirulo, su mejor amigo de la infancia y adolescencia, el hoy acaudalado Chispas, durante un viaje de negocios a Londres, recibe en el hotel Savoy, donde se aloja, la inesperada visita de la por él desconocida Raquelita (hermana de su inseparable condiscípulo), que no será otra que su propio amigo travestido, quien, durante la infancia y en un baño de la escuela, ya con inclinaciones gay, cuando intentara besar a Chispas en la boca, este lo golpearía, y ello los separaría para siempre.

     La obra se inicia en tono divertido, pero se irá tornando más triste, incluso, trágica. Ambos sostienen una larga conversación en la que evocan recuerdos de su pasado y revelan poco a poco algunos secretos. A través de la trama aparecerán temas recurrentes en la obra de Vargas Llosa, como los traumas del pasado, el ambiente en el barrio de Miraflores (donde estudiara y aconteciera su adolescencia en la década del cincuenta, tal demostrara inicialmente en La ciudad y los perros) y la libertad.

     Este conflicto es el propuesto por la pieza, cuya trama, tan rica por su complejo tejido y su inesperada solución, atrapa al espectador en un espeso y, a un tiempo, ágil desarrollo, con algunos tintes policiales. Al concluir la puesta, el espectador conocerá el desenlace, ni siquiera sospechado. Al pie del Támesis, pues, constituye un derroche de imaginación y absurdo, mérito afín a las piezas de la vanguardia escénica europea de los cincuenta y sesenta durante la pasada centuria.

     El protagónico, incorporado por el actor venezolano de pura raza Iván Tamayo, es uno de los aciertos de la puesta, pues su complejo personaje de Chispas resulta de tal fuerza y organicidad, que admira al público. El intérprete le otorga notable vitalidad a su inseguro y nervioso personaje, a partir de las duplas amor-humor, amor-rechazo, amor-aceptación y, sobre todo, amor-prejuicio machista, causa de su fracaso, tres décadas atrás, cuando no reconoció el velado amor por su íntimo amigo, el nunca más aparecido Pirulo, causa, no menor, de su frustrada vida, a pesar de su triunfo, pues resulta para él, un frustrado romance.

     Por su parte, la actriz, también venezolana, Fabiola Colmenarez —en la piel de su ex Pirulo y ahora la «hermana» travestida— consigue convencer con su cálido y enamoradizo personaje de no menor calidad que, dotado de belleza, afecta aún más al ya enajenado Chispas en su velado amor de juventud, criatura que, no obstante el humor de su personaje, por la convincente entrega del intérprete, causa lástima en los espectadores. Por ello, en un momento de la obra, dice a la bella ex Pirulo y ahora «hermana»: «Después de 30 años, somos fantasmas de lo que fuimos.» Y más adelante, le confiesa con tono proverbial: «El adulterio es la verdadera patria del amor.»

     El realizador venezolano Héctor Manrique se arriesga y triunfa con esta obra, cuya trascendencia escénica no poco le debe a su lúcida dirección de actores, como a su talentosa puesta, en la que destacan la síntesis de elementos de las tablas contemporáneas y, prima facie, el minimalismo, del propio modo común en una buena parte de la escena y l narrativa actuales. En fin, constituyó una lograda puesta el estreno en Miami de Al pie del Támesis.

     Mas, a su amplísima producción creadora, se adjuntaría, un lustro atrás (el 28 de enero de 2015), otra obra que involucraría al creador en un contorno para él inédito hasta entonces: la actuación. Sí, tal sucedió en Madrid y la Sala Principal del Teatro Español, donde sorprendería a muchos al incorporar uno de los protagonistas: el duque Ugolino, de uno de Los cuentos de la peste (adaptación suya de los ocho clásicos cuentos de El Decamerón, escrita a raíz de la invasión de la peste negra en Florencia, en marzo de 1348, trágico fenómeno que, de una u otra forma, se repite en este 2010 con el Covid20). El estreno, dirigido por Joan Ollé, sumaría a su elenco a los destacados intérpretes de la escena y el cine hispanos: Aitana Sánchez-Gijón, Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente, para lograr una «puesta magistral» —como la definiera la crítica madrileña— que se mantendría en cartelera hasta el primero de marzo de 2015. En las notas al programa del texto gentilmente cedido por la Editorial Alfaguara, el multilaureado autor comentó:

     Las historias de Boccaccio trasladan a los lectores (y a sus oyentes) a un mundo de fantasía, pero ese mundo tiene unas raíces bien hundidas en la realidad de lo vivido. Por eso, además de hacerlos compartir un sueño, los forma y alecciona para entender mejor el mundo real, la vida cotidiana, con sus miserias y grandezas, sobre lo que anda en él mal o muy mal y sobre lo que podría y debería estar mejor.

     En vísperas del estreno de Los cuentos…, sería entrevistado por Rocío García, para el diario El País (21 de enero de 2015), y a una pregunta de la colega hispana, respondería:

 

No me acuerdo cuándo fue la primera vez que pensé yo en el Decamerón como en una materia prima para una obra de teatro, pero sí recuerdo que, desde la primera vez que leí el libro, la situación inicial de la historia me pareció muy teatral. Una peste que está devastando la ciudad y un grupo de jóvenes que, al no poder huir del lugar porque están cercados, deciden escapar a través de la fantasía y la imaginación y se van a un jardín a contarse cuentos. Me encantó la idea, me pareció muy simbólica de lo que es la literatura, el teatro, la novela. Es una manera de escapar a la realidad que es uno mismo, una manera de ser otro, de vivir otras experiencias, de tener unos destinos extraordinarios fuera de lo común. Pero eso es lo que hacemos normalmente cuando escribimos o leemos novelas. Esa fe en la fantasía y la imaginación.

 

     No conforme, la periodista le preguntaría: ¿Qué valor le da al teatro dentro de su creación literaria?, y el célebre creador confesaría:

 

A mí me apasionó mucho el teatro y siempre digo que, si hubiera habido en Lima —cuando yo comencé a escribir en los ‘50s del siglo pasado— un movimiento teatral, quizás hubiera sido dramaturgo antes que narrador, pero la vida teatral entonces era muy pequeñita y uno corría el riesgo de no ver nunca una obra suya montada sobre un escenario. Así que creo que eso me fue empujando hacia la narrativa, pero lo primero que escribí en serio cuando era todavía un niño fue una obrita de teatro, La huida del inca. Fue después de ver una obra que me impresionó muchísimo —solo las grandes novelas me habían impresionado tanto—, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, con una compañía argentina que pasó por Lima. Me impresionó tremendamente cómo en un escenario se rompían las convenciones del tiempo y el espacio. Una obra que saltaba del pasado al futuro, del futuro al pasado y que daba una sensación de totalidad. Inmediatamente, escribí esa obrita de teatro y, además, la dirigí yo mismo en el último año de colegio, en Piura. Hay un fenómeno curioso que yo no sabría explicar y es porqué ciertas historias vienen con su género a cuestas. Todas las obras de teatro que he escrito han venido así, con su género a cuestas, haciéndome sentir que eso solo podía ser una historia montada en un escenario y no escrita como un cuento o una novela. No sé por qué, quizás porque esas historias son más visuales o más compactas y caben en el tiempo de una obra de teatro, al contrario de las novelas que desbordan eso largamente o, tal vez, y es una reflexión que me hizo una vez Aitana Sánchez-Gijón, porque mi teatro tiene que ver con la relación entre ficción y realidad, entre la vida vivida y la vida imaginada.

 

     Otro dato que reafirma su pasión por la escena: en 2012, apareció un singular volumen que corrobora su vocación por las tablas. En las trescientas seis páginas de la monografía La dramaturgia de Mario Vargas Llosa, Elena Guichot Muñoz, estudia la obra dramática del Nobel, «cuya grandiosa trayectoria en el género narrativo no puede eclipsar de ningún modo su recorrido por el género teatral», tal afirmara la colega hispana.

     El valioso trabajo aborda a fondo sus piezas escritas entre 1981 y 1996, en tanto comprende sus primeras obras escritas y publicadas en los ‘80s: La señorita de Tacna, Katie y el hipopótamo, La Chunga y Ojos bonitos, cuadros feos, posteriormente compiladas en un libro, con el prólogo de la investigadora: Teatro. Obra reunida. Según subraya Guichot Muñoz, «la trilogía de los ochenta centra la investigación, por su peculiar interrelación significativa: las piezas se inscriben en el género metateatral, en tanto se sustentan en el juego entre ficción y realidad; un drama dentro del drama, que incita a la reflexión sobre la naturaleza humana».

     Su éxito en la escena, llevaría al gobierno de su país poco tiempo atrás, al crear en la Biblioteca Nacional de su patria, el Teatro Mario Vargas Llosa, uno de los espacios escénicos más modernos del Perú que, aparte de su excelente instalación técnica, cuenta con cómodas butacas para más de quinientos espectadores.

 

AT LAST, BUT NOT LEAST

 

     En fin, la multicreación del infatigable Mario Vargas Llosa no solo lo ubicaría como el más alto representante del Boom, ya en los sesenta del pasado siglo durante la decisiva acción del movimiento, sino que, por su portentosa obra, constituye el más significativo escritor de nuestra lengua en esta nueva centuria.

     Tales asertos y aciertos lo corroboran, además, los múltiples premios merecidos por su producción desde su juventud, durante seis décadas de infatigable laboreo, gracias al talento que avalaría su invaluable consejo —en Cartas a un joven novelista—, al que se inicia en este complejo pero gozoso oficio: «Quien entra en literatura dispuesto a dedicar a ella su tiempo, su energía y su esfuerzo, creará una obra que lo trascienda.» 

    

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WALDO GONZÁLEZ LÓPEZ

Nació en Las Tunas, Cuba (1946). Es poeta, ensayista, periodista cultural, crítico literario y teatral. Graduado en la Escuela Nacional de Teatro (ENAT) y Licenciado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Habana, Cuba. Colabora activamente con la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Es autor de 20 poemarios, 6 libros de ensayo y crítica literaria, así como de varias antologías de poesía y teatro. En Cuba, por su continua labor poética, crítica y de periodismo cultural durante varias décadas, mereció numerosas distinciones, entre las que cabe destacar: el «Reconocimiento como Escritor y Crítico Literario», otorgado por  la Presidencia del Instituto Cubano del Libro, y la «Distinción por la Cultura Nacional». Desde su llegada a los Estados Unidos, en julio de 2011, ha realizado una intensa labor como participante en eventos internacionales de teatro, jurado de eventos teatrales y literarios, crítico teatral y literario y asesor de grupos escénicos. En el año 2012 fue merecedor del 3er lugar en el X Concurso de Poesía “Lincoln-Martí” en Miami, Florida, EE.UU. Colabora con diversas publicaciones, tales como el Boletín de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (Nueva York), así como en las revistas digitales Encuentro de la Cultura Cubana (España), Otro Lunes (Alemania), Palabra Abierta (California), BaquianaTeatro en Miami  y El Correo de Cuba (Florida).

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