BAQUIANA – Año XXI / Nº 115 – 116 / Julio – Diciembre 2020 (Opinión I)

MANUEL PUIG – MIS RECUERDOS Y EL CINE

 

por

 

Adriana Blanco

 

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El escritor argentino Manuel Puig amaba el cine y yo también, ese amor fue la base de nuestra amistad. Fue una amistad viajera porque nos encontramos en diversos lugares, Brasil, México y lo conocí en Buenos Aires, en la casa de la agregada cultural italiana. Cuando nos presentaron me dijo: ¡Como te pareces a la famosa Adrianita! Le dije: “Soy”. Y me abrazó riendo. Empezamos a hablar de cine y eso selló nuestra relación.

     Manuel Puig nació el 28 de diciembre de 1932 en General Villegas, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires Argentina. Doña Male, la mamá de Puig, la vez que fui a saludarla al departamento de Palermo en Buenos Aires, me dijo que al morir el escritor le habían hecho un centro cultural muy bonito en su pueblo, que fuera a visitarlo. Doña Male era fanática del cine y le inculcó ese amor a su hijo; en esa ocasión también me consultó porque tenía la videoteca de Puig y quería venderla a alguna universidad americana o hacer algún arreglo. Le comenté a doña Male que conocía la videoteca porque me la había mostrado cuando lo visitaba en Río de Janeiro y Manolo, me había confesado también que su locura por el cine había empezado cuando iba con ella a ver películas en el cine de su pueblo. Le gustó mucho saberlo. Allí, en su cine de pueblo, vio el gran cine de Hollywood; compartíamos el entusiasmo por algunas actrices: Rita Hayworth, Katherine Hepburn, Ginger Rogers, Greta Garbo y de las argentinas, Mecha Ortiz, con quien yo trabajé en “Así es la vida”. Le encantaba recordarla y que le contara de Mecha.

     Me contó también que cuando fue a estudiar a Buenos Aires, leía como loco “No hay como leer y ver cine, Adri”. Era muy culto, le gustaba la filosofía y el psicoanálisis. En Buenos Aires estudió inglés, francés, italiano y entró en la Facultad de Filosofia y Letras y nos acordábamos de la Universidad, la casona de Viamonte y los profesores. En 1957, ganó una beca y se fue a Italia a estudiar cine.

     “Mira las vueltas que di para darme cuenta que lo mío era la literatura”.

     En otra ocasión nombró Cinecittá y me dijo que no era lo que él imaginaba, no le interesaba el neo-realismo italiano. También me comentó lo que le costó publicar. Finalmente, su primera novela, La traición de Rita Hayworth (1968) la publicó Gallimard y Francia lo colocó entre los mejores escritores del año. Después escribió Boquitas pintadas (1969). Ese libro se llevó al cine. El mismo Puig colaboró con el guión que se filmó en 1974 y su director fue Leopoldo Torre Nilsson. Nos gustaba comentar sobre los actores, lo bien que estaba Alfredo Alcón en el papel de Juan Carlos, y Marta González, y, como el radioteatro y el teleteatro lo alejaba de la rutina, de la vida aburrida, es un género híbrido pero liberador…en eso coincidíamos y teníamos una lista de teleteatros que nos gustaban.

     En 1972 y 1973 escribió Buenos Aires Affair, y recibió amenazas por eso se fue a México. Yo vivía en México y me llamó, y así, nuestra amistad se acrecentó. Me telefoneaba para conversar y recordar Buenos Aires, porque estaba escribiendo una novela, creo que era Pubis Angelical. Él tomaba notas para sus novelas. Me preguntaba de calles y comenzábamos a recordar juntos “¿Te acordás del café de la esquina de Callao y Libertad?” “¿No había negocios de peletería por Suipacha?”

     Puig nunca me comentaba sobre sus libros, me decía que estaba escribiendo y necesitaba algunas informaciones y a mí me gustaba hablar con él. Era muy divertido, a veces irónico o pícaro, otras, muy melancólico. Entonces yo le decía: “No hagas tango”, como dicen los mexicanos.  Y nos reíamos. Al leer sus personajes femeninos me parece escuchar sus quejas, su melancolía, sus cuestionamientos sobre el amor. Era un tema que aparecía en nuestras conversaciones, Manolo era muy discreto conmigo, me trataba como un hermano mayor, y le dolía la dificultad del amor entre las personas, la falta de entendimiento. Entendía el amor como una bella comunicación y una manera de compartir en armonía, pero sentía que la sociedad estaba demasiado “sexualizada”; para él, el sexo debía ser algo natural como dormir o respirar. Tenía un gran culto por la amistad, como buen argentino, y le parecía que el sentimiento entre las personas debía estar en primer plano.

     Vivir en el exilio le pesaba, lejos de sus amigos y del ambiente de Buenos Aires. Conversamos sobre la nostalgia y sobre la mirada que los otros tienen de nosotros en un país que no es el tuyo. El exilio era un tema vinculado con la nostalgia, pero también con las distintas percepciones según las sociedades. Uno es, lo que los otros ven en uno, lo que conocen de tu historia.  Sartre habla del “Otro”, Lacan nos habla del “Yo” como algo construido o percibido en el “Otro”, y, Lacan está presente en Pubis Angelical, en la mirada del otro, en la protagonista y su relación con el abogado guerrillero. El tema se extiende a la mirada del inmigrante, del exiliado y del extranjero.  En esa novela surgen estas preocupaciones socio-filosóficas.

     Un día le comenté sobre el Teatro Colón, a donde iba con mucha frecuencia cuando vivía en Buenos Aires. Yo conocía los subsuelos donde estaban los talleres de escenografía, de vestuario, era una verdadera ciudad subterránea. En la oficina de prensa, tenía amigos y solían invitarme. Manuel me escuchaba y de pronto me dijo: “No sabes lo importante que es todo lo que me contás, Adrianita, me encantó todo lo del Teatro Colón.” Nos gustaba recordar la vida cultural de Buenos Aires y el Colón es algo emblemático para los argentinos. Mi sorpresa surgió cuando leí Pubis Angelical y la protagonista trabajaba en el teatro Colón, en la oficina de prensa.

     También comentábamos las diferencias culturales de México, país que los dos amábamos. Yo hacía muchos paseos a centros arqueológicos y le contaba, también hablábamos de la comida mexicana, tan distinta a la argentina. Cuando nos poníamos a comentar las diferencias lingüísticas, nos reíamos muchísimo. Notábamos las diferencias culturales y hacíamos comparaciones. Todo eso aparece en Pubis Angelical, de una manera u otra.

     Puig tenía una sensibilidad especial para el español, el léxico, los matices y el lenguaje popular. Su estilo donde rescata el habla popular era intencional, de allí su interés en la lengua y sus modismos. Yo le hablaba de Saussure, él conocía la teoría, sabía del Estructuralismo, era muy lector, no hacia alardes, pero era muy culto. Para Puig había una estrecha relación entre la lingüística, la carga significativa de las palabras en el discurso y su carácter social. Conversando hacíamos listados de palabras, notábamos las diferencias expresivas entre los argentinos y los mexicanos y las clases sociales. Su interés por la dimensión socio-cultural del signo léxico era real. La lengua, el habla era una constante preocupación para él. Ahora, entiendo que él se dedicara a la literatura, la palabra. El lenguaje lo dominaba, lo atraía.

     Conocía a Lacan y su pensamiento influyó en Puig, le interesaba la idea del desdoblamiento y me preguntaba cómo el actor manejaba el personaje en la actuación. En Pubis Angelical hay un desdoblamiento de la actriz en enfermera. Igualmente, Sartre influyó en su narrativa, no porque se lo propusiera sino porque Sartre tuvo mucha importancia en Argentina durante la década del 60 y 70, su filosofía marcó toda una generación, especialmente a los cineastas argentinos de la generación del 60. Manolo era producto de esa época y de su vida, tan azarosa. Vivía en el límite de la “angustia existencial”.

     Manolo me decía que yo era su referente de “Baires” porque le recordaba muchas cosas de la ciudad y además porque nuestros mundos eran cercanos y el cine nos acercaba aún más. Pero un día discutimos por el film El beso de la mujer araña, la novela que llevó al cine Héctor Babenco en 1985 y que obtuvo cuatro nominaciones al Oscar. Tanto el libro como el film me parecían excelentes; discutimos, porque a Manolo no le gustaba la actuación en la película del actor americano William Hurt. A mí me parecía una verdadera creación actoral, por esa interpretación le dieron el Oscar, pero a Manolo le parecía “un mariquita gringo” y  que nada tenía que ver con el personaje creado por él.  “Es la película de Babenco, no la mía” me decía. Yo le recordaba que un libro después de publicado tiene vida propia y él lo aceptaba, aunque no le gustaba. El film respetó el conflicto de la novela pero con un giro propio del director. En la novela, la violencia, el tema político, la sexualidad, los ideales guerrilleros están fuertemente delineados; los dos presos en la celda se relacionan a través del cine, esas conversaciones sobre películas son una evasión pero también un lazo de unión entre los dos. Puig no participó en el guión de la versión cinematográfica, por eso me decía que “era la película de Babenco” y tenía sus reservas.

     Yo me fui de México a vivir a Brasil y luego regresé a Argentina. Puig, en cambio, se fue a Nueva York por un tiempo y luego, en los ochenta, se instaló en Río de Janeiro, en Brasil. Yo iba a menudo a Río y nos encontrábamos. El tenía un departamento en Ipanema y a veces íbamos a la playa. El mar nos divertía mucho, jugábamos como dos adolescentes, nos salpicábamos con agua y la pasábamos muy bien. En otras ocasiones, me sentaba en su casa frente al televisor para ver algún film. Su videoteca era fabulosa. Sin embargo, a los dos nos gustaba el “ritual de ir al cine”.

     “La sala negra y de pronto la luz y el sonido de la pantalla y uno en la butaca mirando la película… hipnotizado en esa atmósfera oscura pero brillante… ¿No te parece algo único, Adri?”

     Y sí, no se puede comparar ver cine en la sala, entregarse al film…

     Siempre quedábamos en encontrarnos en algún lado, porque nuestra amistad era viajera. La última vez que nos vimos en Río de Janeiro, estaba muy estresado, me decía que se sentía muy presionado por los editores y que ya no era vida. Escribía casi sin poder salir. Ya había escrito Sangre de amor no correspondido (1982), Y Cae la noche tropical (1988), y también trabajaba en versiones teatrales. En aquel entonces me comentó la emoción que sentía porque iban a hacer un musical de El beso de la mujer araña para Broadway. Le parecía un sueño. No podía comprender como un texto tan fuerte se podía llevar a un musical, eso lo intrigaba y le daba miedo. Me dijo que iba a mudarse a México, porque le quedaba más cerca para ir a ver a los editores y atender sus asuntos en Estados Unidos. La posibilidad del musical lo tenía muy excitado.

     De Argentina, mi rumbo, me llevó a Nueva York. Manolo, en cambio, compró casa en Cuernavaca y se fue a México.

     Fue muy triste para mí, la mañana que escuché por la radio en Nueva York, que había muerto en Cuernavaca el 22 de julio de 1990. Me eché a llorar porque lo sentía como un hermano, mi hermano mayor.

     No llegó a ver la versión musical de El beso de la mujer araña en Broadway, que tanto esperaba. Cuando vi el Musical quedé impresionada y pienso que le hubiera gustado. Recuerdo que habíamos comentado las versiones teatrales, en Argentina y en México, de la novela. A Manolo, las versiones teatrales le gustaban más que la versión cinematográfica, que yo siempre defendí.

     Puig amaba el cine, pero ninguna de sus novelas llevadas al cine lo convenció totalmente. Yo le decía que el problema era, porque en el cine, el director tiene la última palabra, no el escritor.

     Había una intención fílmica en su literatura, él no me lo negaba, había estudiado cine y concebía sus novelas, un poco, como guiones cinematográficos. Escribió varios guiones, aunque nunca se destacó como guionista. Incluso, el guión de Pubis Angelical lo realizó con el director Raúl de la Torre.

     Le parecía extraño que gustándole tanto el cine, la literatura fue su modo de expresión, no entendía porque se había dado así. Yo creo que el lenguaje fue determinante en la decisión, la imagen lo acompañaba, pero la palabra lo guiaba. Siempre había una referencia lingüística en nuestras conversaciones, no podía evitarlo. Yo le decía que era deformación profesional, pero ahora pienso que era un interés genuino. La palabra lo dominaba, no la imagen. Yo le decía que una cosa es ver cine como “espectador” y otra “hacer cine”. Tanto movimiento y orquestación, tantos detalles que exige un film a Manuel lo agotaban. Escribir era una actividad más tranquila y solitaria. Su intencionalidad fílmica en la literatura era algo evidente, que lo divertía y le provocaba. Además, soñaba que sus novelas se hicieran película. Eso ocurrió, tal vez no tanto como lo deseaba.

     “El cine tiene magia, Adrianita, es tan vivo” —añadía con picardía:

     “Los dos compartimos el mismo amor sin problemas… pensar que el amor es tan difícil y, sin embargo, vos y yo, queremos al mismo amor (el cine) y somos tan felices.”

     Mi querido Manuel, ya nos encontraremos para seguir nuestras pláticas, en algún lugar…cerca de “nuestro Hollywood”.

 

Nota aclaratoria

He publicado versiones breves y periodísticas de mi recuerdo con Puig; esta recordación la escribí especialmente para la Revista Literaria Baquiana, incluyendo mis notas y ampliando algunos aspectos de las conversaciones con Manolo, con el deseo de que forme parte de mis memorias.

Obras consultadas

Rodríguez Monegal, Emir. Narradores de esta América. Tomo II. Buenos Aires, Editorial Alfa. 1976.

Speranza, Graciela. Manuel Puig. Después del fin de la literatura. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2000.

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ADRIANA BIANCO

Nació en Buenos Aires, Argentina (1941). Periodista freelance y gestora cultural. En su niñez y juventud fue una famosa actriz en su país, considerada como la Shirley Temple del Cono Sur.  Figura en más de 20 libros relacionados a la cultura nacional y ha sido premiada con el Cóndor de Plata y otras distinciones importantes de Argentina. La película La niña del gato (1953), donde actuó como protagonista, forma parte de los archivos de: la Cinemateca de París (Francia), la Cinemateca del Lincoln Center (Nueva York, EE.UU.), el Museo de Cine de Argentina y la Cinemateca del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Visuales de Argentina (INCAA). Es egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires (Argentina) con una Licenciatura en Filosofía y Letras, tiene un Postgrado en Literatura Latinoamericana de la Universidad Sorbonne de París (Francia), y ha tomado cursos de Historia del Arte en el Museo Louvre, Sociología del Arte con Lucien Goldmann y Literatura Estructural con Roland Barthes en la Universidad Sorbonne de París (Francia), así como un curso de Periodismo Institucional en la OEA, Washington, DC (EE.UU.). Es Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE-EE.UU.), miembro de la Asociación de Críticos de Arte (París, Francia) y de la Asociación de Mujeres Periodistas Internacional. Sus artículos y entrevistas aparecen en los siguientes medios: Agencia EFE de Noticias (Miami, Florida), Revista Américas de la OEA (Washington, DC), El Nuevo Herald (Miami, Florida), Diario La Prensa (New York City, N.Y.), Periodistasenespañol.com (diario digital/España), Revista Cultural Carátula —dirigida por Sergio Ramírez— (Managua, Nicaragua) y Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española —RANLE— (Washington, DC). Ha vivido y trabajado en diversos países pero radica en la actualidad en el sur de la Florida, donde fundó y organiza desde hace 19 años el Festival de Cine y Arte Argentino y Latino en Nova University con sede en Broward County. Ha publicado los textos escolares Lupita y Beto (México: Editorial Progreso-Hermanos Maristas, 1985) y los libros Borges y los otros —en colaboración con Néstor Montenegro— (Argentina: Planeta, 1990) y Miami habla— en colaboración con Rafael Cerrato— (Miami: Alexandria Library, 2013).

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