BAQUIANA – Año XXI / Nº 115 – 116 / Julio – Diciembre 2020 (Cuento II)

 EN EL LÚPULO DORADO

 

 por

 

Alberto Ortiz de Zárate


      Con ojos vidriosos miraba fijamente su copa de cristal, que se le hacía brillante, cada vez más brillante y veía como sus antiguos anhelos y recuerdos emergían a la superficie en esas diminutas burbujas de color ámbar, unas veces intensas y otras tan descoloridas como su propia existencia. No trataba de adivinar su futuro, pues no creía tenerlo, pero sí desentrañar su pasado.

      Como cada noche llegaba al bar solo, siempre solo, pedía una cerveza «a veces dos, otras tres» y se la servía en una copa bastante redonda «casi como las bolas de cristal de los adivinos» que no sabía si era de vino o de coñac, pero de cerveza sí que no era, y se quedaba largo rato contemplando su interior fijamente antes de saborear el primer sorbo. Esa era una noche especial «no sé si será propio llamarla una celebración» ya que festejaba «aunque tampoco fuera un festejo» haber roto su propio record, el de perder tres trabajos en una misma semana.

      El Lúpulo Dorado, así se llamaba el viejo bar que parecía mas bien un SALOON de una antigua película del Oeste, de esas en blanco y negro casi grises, sin haber sido aun restaurada o remasterizada en HD. Era un bar del pasado, pero con todas las grietas del tiempo perdido guardadas para el presente. Con su barra oscura de madera antigua, su largo cristal horizontal que multiplicaba las botellas y reflejaba desenfocados los rostros de los bebedores y en especial de ese cantinero de edad y apariencia indefinida «igual a los de las películas» que escuchaba sin atención y con mirada ausente como cada noche los clientes les contaban sus frustraciones, aunque en realidad éstas le interesaran un pito. Un bar que para él representaba la esencia misma de su recordada y siempre envejecida Habana Vieja.

      No podía precisar en que momento había comenzado su caída, pues no recordaba siquiera haber estado nunca en la cima de la cuesta. Emigró, salió o escapo de Cuba junto a sus padres a muy temprana edad, a esa edad difícil en que no eres niño, ni adolescente y que como es natural, ellos no saben de que manera tratarte y casi siempre continúan haciéndolo como si fueras un crío. Y en vez de integrarse como ellos a una nueva cultura y costumbres, volcó toda su rebeldía juvenil, no contra sus padres, sino contra toda la sociedad en su sentido más amplio y des-ideologizado, pues lo hizo contra todas las banderas, pero que al fin y al cabo resultó contra sí mismo.

      Había bebido su cerveza con mayor ansiedad que en noches anteriores donde daba la sensación de que bebía solo por entretenerse o por escapar un rato de su aburrimiento, de su oscuro apartamento, de sus gatos y de su anciana madre. El bar estaba como casi siempre muy poco concurrido y los pocos clientes eran como él, unos lobos solitarios que no le aullaban ni a la luna llena. Seres que en su momento intentaron confraternizar con él, pero que después de muchos intentos fallidos se dieron por vencidos y decidieron ignorarlo para no tener que reventarlo a trompadas.

      Con la segunda cerveza, y ya mitigada la sed, los recuerdos continuaban saliendo a flote como la blanca espuma lo hacía en su copa. La escuela secundaria representó una verdadera y dolorosa tortura, era como un interrogatorio donde no sabía ni de que se le acusaba, y menos aun podía entender el idioma de los que querían hacerlo confesar. Pero lo que le resultaba más aterrador eran las carcajadas de burlas de sus compañeros de aula mientras lo torturaban. Risas que hasta el día de hoy no había logrado borrar de su memoria. Llegó a odiarlos a todos y a cada uno, aborrecerlos con todos sus fuerzas. Pero como los golpes enseñan y lo que no mata fortalece… a fuerza de lecturas, de libros y más libros «en parte para no verse obligado de hablar ni compartir con sus compañeros» logró dominar el idioma inglés que ni Shakespeare, bueno casi como él. Pero lo que era más importante; mucho mejor que todos sus compañeros y sin acento. Fue su primera y a lo mejor la única gran victoria en su nuevo país. Verle la cara de envidia a sus compañeros en los exámenes orales, fue como una experiencia sexual, como un orgasmo para su ego.

      Así llegó a la universidad. Pasaba con buenas notas, buena ortografía, y buena redacción, siempre y cuando los temas a debatir no fueran de los más candentes o complejos, en donde tomaba continuamente posiciones extremas, a veces arbitrarias y otras verdaderamente incendiarias, de un anarquismo existencial de campeonato. Y por todas estas razones fue bautizado con los Motes de: Sopa de Clavos, Puente Roto, Buche de Plomo y demás sobrenombres que llevaban implícito el hecho de que no había quien se lo tragara o lo pasara. Allí también se hizo vegetariano ortodoxo, un verdadero come yerba verde de los que armaba trifurcas colosales si intuía que a su arroz podían haberlo contaminado con caldo de pollo o camarones. Como siempre tenía pretextos para un pleito, se convirtió por derecho propio en El enemigo numero uno del Campus. ¿Y el amor…?  Pues bien, gracias.

      Hasta ese momento su primer y único amor se llamaba Manuela. Se puede decir que el amor se le escapaba entre los dedos. No era feo, era delgado y de ojos claros, de un color tan gris como su vida, pero que le podía dar un cierto aire interesante para muchas mujeres. El problema radicaba en su belleza interior, y en eso si que todas, por mayoría abrumadora estaban de acuerdo en que era espantoso. Pero aun así y gracias a la cerveza, en una de esas fiestas de la facultad de las que no se pudo escapar, perdió la virginidad, aunque no recordaba muy bien con que chica había sido. Y se enteró de la manera más cruel, pues una tarde en que pasaba por las taquillas de las muchachas, escuchó a varias cotilleando, hablando mal de la golfa del aula, y una le decía a la otra: Fíjate si es puta, que se acostó hasta con ese, señalándolo sin pudor con el dedo. Esa noche no pudo dormir.

      Tenia la boca reseca. Era una noche especialmente triste y deprimente, veía los fantasmas de su vida proyectarse sobre el cristal de la barra, por entre las botellas, rostros y rostros que habían significado algo en su vida, rostros que lo habían marcado negativamente y lo espantaban. Pidió una tercera cerveza con el asombro del cantinero, que se la trajo con benevolencia y hasta le sonrió. Se llevó la copa a los labios de un tirón, como si fuera un trago de tequila, y la espuma le encaneció el bigote y se sintió más viejo. Como si hubiera envejecido de golpe.

      Al darle el diploma universitario lo lanzaron al ruedo y sin saber torear, ya que con los toros no se puede discutir, y menudas cornadas que le ha dado la vida, y todas por los mismísimos huevos. Logró trabajar en la Crónica Roja en un diario amarillista. Como corrector de estilo en una revista de moda femenina. Y el trabajo más surrealista de todos, como redactor de crucigramas, sin antes haber resuelto ninguno en toda su vida. Hasta que al fin encontró el que pensó le traería la tranquilidad que tanto necesitaba, un trabajo de redactor de Obituarios en un diario local. Todo iba bien hasta que se cansó de hacer solo elogios de los fallecidos, «por aquello de que después de muertos todo el mundo es bueno» y decidió sin nadie pedírselo, hacer un serio trabajo de investigación sobre un exalcalde que había fallecido en las vísperas. Y el desenlace no es difícil de imaginar. Se vio por primera vez colectando, recibiendo el seguro por desempleo, ese mismo que se había negado tanta veces a solicitar por considerar que era para parásitos sociales. Pero su padre había sufrido un aparatoso accidente de trabajo, estaba bastante delicado de salud y como aun no le habían dado ninguna indemnización, no le quedaba otro remedio.

      Dicen que el amor llega en el momento menos esperado, y a él le llegó entre planillas burocráticas y filas de desempleados. Esa mañana había llegado a la oficina del seguro, inseguro y desnudo, desnudo del ropaje de arrogancia y prepotencia que lo vestía a diario y le daba ese aire de antipatía personal que lo caracterizaba. Se sentía derrotado, vencido, y optó por no exigir nada ni culpar a nadie por su desgracia, solo solicitar la ayuda que le correspondía como un simple y común desempleado. Quizás por esa razón se veía muy nervioso, tanto que la señora que estaba sentada a su lado le tocó el brazo suavemente y le dijo que no se preocupara, que era la tercera vez que ella aplicaba para colectar y que era sencillo, que solo tenia que sobreactuar un poquito y le aconsejó sobre las cosas que no debería decir, para dar una buena impresión y facilitarlo todo. Ella era mayor que él, no sabría precisar cuantos años le llevaría pues se conservaba muy bien y era verdaderamente atractiva. A ella le llegó el turno para entrevistarse antes que a él, así que le tomó la mano con cariño y le deseó buena suerte. Por primera vez en toda su vida llenaba algún tipo de trámite burocrático sin fajarse ni discutir con el pobre funcionario de turno, así que todo salió a las mil maravillas. Y a la salida se encontraba ella recostada en la puerta esperándolo y lo felicitó con un cálido beso en la mejilla. Le dijo que tenían que celebrarlo, que ella vivía a solo dos bloques de

allí, solo dos cuadras la separaban de la oficina que ya era como su segunda casa.

      Llegaron, subieron los cuatro pisos por las escaleras, ella siempre delante, y pudo disfrutar del hermoso paisaje de sus nalgas tersas y abundantes y de su manera de caminar contoneándose con la mayor sensualidad del mundo. Le comentó que era divorciada y que vivía sola «con un tono verdaderamente insinuante» pues sus dos hijos estaban en la universidad. Lo invitó a una cerveza, él le fue a decir que no bebía, pero prefirió no hacerlo, pues un día era un día y tenia motivos de sobra para celebrar. Regresó de la cocina con las cervezas y le dijo que la cerveza era como un ritual para ella cada día al regresar del trabajo o simplemente de la calle, aunque fuera una sola, la revitalizaba. “La cerveza nuestra de cada día, dánosla hoy y perdona nuestras deudas” y soltó una risotada ¡Que son muchas! Le dijo riendo y chocando las copas para brindar por ellos.

      Conversaron largo rato y comprobó que ella era tan anárquica como él mismo, pero en un sentido mas practico y callejero, su universidad era la de la calle y en ella había logrado un verdadero doctorado. No intentaba cambiar el mundo ni discutir con él, pues sabía que éste no tenía remedio. No aspiraba a luchar contra un sistema que según decía estaba diseñado para joder siempre al de abajo, y si no lo podía destruir; que mejor que aprovecharse de él. Así se les fueron los minutos y las horas hasta que la cerveza hizo de las suyas y tuvo que ir al baño. Un chorro interminable devolvía la cerveza casi del mismo color que su color de origen, y se sintió feliz. En eso sintió que otra mano le tomaba el miembro fuertemente y lo atraía hacia ella, lo abrazó como si lo quisiera devorar y así lo hizo. Hicieron el amor toda la noche hasta perder el sentido, el sentido del tiempo, el sentido de la vida y de la muerte.

      La mediocridad de sus días no había cambiado para nada, pero las de sus noches sí. Sus días se resumían en ayudar a su vieja madre a lidiar con su padre en su rutina diaria. Su viejo había quedado inválido en aquel accidente que les cambió la vida, cuando no pudo esquivar a tiempo la bala que venía hacia él, como si llevara escrito su nombre y apellido, en el asalto al almacén donde trabajaba de security. Lo veía con dolor como se consumía día tras día como si fuera una vela gastada a la que le costaba trabajo iluminar, y se llenaba de odio e impotencia pues el litigio por la indemnización no acababa de resolverse. En cambio sus noches se iniciaban con una cerveza y un beso, y continuaban en una larga jornada de amor y sexo. Nunca había recibido amor de nadie que no fueran de sus padres, tampoco lo había dado, por eso se sentía extraño y como frotando. Ella era su verdadera maestra para muchas cosas, pero también lo inició en el peligroso mundo del crédito, del dinero plástico, de como hacer malabares con las tarjetas de crédito en lugar de hacerlo con bolas de colores como los payasos malabaristas de su infancia. De pagar unas con el dinero que sacaba de las otras. Lo inició en el peligroso mundo del endeudamiento del que no saldría. Así su padre pudo pasar los últimos días con cierta holgura y ellos mejorar un poco el nivel de vida, que ahora era algo mejor que cuando trabajaba. La muerte de su padre desmoronó la falsa estabilidad que había adquirido y se sintió nuevamente tan irritable y amargado como lo había sido siempre. Ella se cansó de tener un hijo más al que debía cuidar y proteger, y se fue dando cuenta con el tiempo que como amante dejaba mucho que desear. Sus verdaderos hijos regresaban por las vacaciones y los enfrentamientos se sucedían cada noche hasta que no pudo más y decidió expulsarlo de su casa y de su vida. Y se quedó huérfano, huérfano de padre y de su segunda madre, solo y al cuidado de su madre verdadera que había recibido ¡al fin! una modesta pensión mensual por la muerte de su esposo, mas la ayuda estatal para el alquiler y la comida, junto a su seguro médico. Su muerte la había convertido en una anciana algo decrépita, a la que le había dado por coleccionar un sinnúmero de gatos que agriaban el ambiente con su olor, y por regar las plantas de su balcón tantas veces al día que casi llegó a ahogarlas.

      Su breve periodo amoroso había caducado a la par que su seguro por desempleo, y la otrora inseguridad regresaba a su vida, pero ahora venía acompañada de un nuevo elemento perturbador, las aterradoras llamadas telefónicas. El sonar de cada timbre le recordaba las deudas que había contraído y dejado de pagar, y ya no podía hacerlo. Esos amenazantes timbrazos que resonaban una y otra vez en sus oídos, penetraban en su cabeza hasta quitarle literalmente el sueño y que eran ahora su pesadilla real.

      Pero un hecho fortuito le daba un nuevo giro a su extraña existencia. Una tarde en que venía en un vagón del Metro atestado de pasajeros en horario pico, a las mismas cinco de la tarde, amargado por recibir tantos empujones y no poder protestar, que no se percató de nada extraño hasta llegar a la casa. Lo habían cartereado. Dinero claro está que no llevaba, la abultada billetera que llamó la atención del ladronzuelo solo iba ocupada por tarjetas rellenas de deudas, su ID, y su residencia. Todo lo que lo identificaba había sido robado, le habían robado la vida de la que quería escapar y el azar se lo había proporcionado. Simplemente había dejado de existir, pues no poseía ahora ningún documento que acreditara su presencia en este mundo.

      Como a su madre le habían dado un apartamento para ancianos de bajos recursos, al mudarse al nuevo edificio decidió no cambiar su dirección postal, oficialmente ya no vivía en ninguna parte, ni tenía teléfono, todo estaba solo a nombre de ella y por varios meses cesaron las llamadas que lo perseguían, y aquellos espeluznantes ring, ring, ring, dejaron de atormentarlo. Se había exiliado del mundo, había desaparecido del mapa, o por lo menos eso pensaba.

      Su dieta vegetariana era tan austera que se pudiera decir que vivía del aire, a hojitas de lechuga como los pajaritos. Comía algunos vegetales, cuscús o tofu, y eso le bastaba para llenarse. Como no gastaba casi en alimentación la pensión de la pobre vieja le alcanzaba de sobra para alimentarlos a los dos, pues hasta los gatos comían más que ellos. Había renunciado por completo a la profesión que le había traído tantos dolores de cabeza, y como autoflagelación ahora solo aceptaba pequeños trabajos ocasionales por la izquierda, que eran tan mal remunerados que no se necesitaba tener papeles. En lo fundamental lo hacía solo para tener algún dinerito extra para su diaria cerveza, que era el único recuerdo que conservaba de ella. Y hasta éstos pequeños trabajos «debido a su avinagrado carácter» le estaban durando lo que un merengue en la puerta de un colegio. El se llenaba la boca para decir siempre: Pues yo sí que no me le callo a nadie, aunque lo triste del caso era que nadie tenía la menor intención de escucharlo.

      Pidió una cuarta cerveza «tal parecía que estaba bebiendo a razón de una cerveza por cada trabajo perdido» pero quizás por la falta de costumbre, esta le estaban pasando factura. Se sintió mareado, raramente mareado. Las visiones y frustraciones de su vida resurgían como las llamadas telefónicas de sus acreedores, que de nuevo lo demandaban por teléfono. El era su deuda y aunque nadie más lo reclamaba, él las veía burlarse a carcajadas desde el fondo del cristal, entre tantas botellas.

      Se tambaleó en la silla, derrumbándose sobre la mesa y trató de reincorporarse, se llevó lentamente la mano a la cintura, de costado muy cerca de la espalda, buscando algo. Encontró la vieja pistola «que antes había sido de su padre» la sacó apuntándole al cristal con mano temblorosa y comenzó a dispararse a él mismo «a su reflejo en el cristal» y a todas las botellas que se le interponían. Los balazos, los impactos de las balas, fueron convirtiendo el cristal en un sin fin de telas de arañas que multiplicaba su rostro fragmentado al infinito. Sintió un agudo dolor en el pecho y se desplomó de golpe, cayó entre las mesas derribando varias botellas en su caída. Se llevó las manos al corazón y sus dedos fueron palpando una sustancia cálida y pegajosa, su sangre brotaba por las heridas, mientras las botellas caídas derramaban también a borbotones su dorado contenido. El rojo y el ámbar se mezclaban en una gran mancha oscura y burbujeante sobre el suelo, rodeando su cuerpo. Burbujas que en su movimiento se iban convirtiendo en espuma, una espuma abundante y blanquecina, blanca y brillante. Y todo se hizo luz, de una enceguecedora luz.

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ALBERTO ORTIZ DE ZÁRATE

Nació en Cárdenas, Cuba (1948). Narrador, guionista, diseñador gráfico, videógrafo y cineasta documental. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. En Cine Educativo (CINED) realizó más de 20 documentales en 16 mm sobre temas artístico-culturales. Del cine pasó al Video y la Televisión. En 1995 fijó su residencia en los Estados Unidos, donde ha trabajado en Telemundo 47, HITN-TV y Univisión 41 en Nueva York. Ha ganado Premios Internacionales en Diseño, Cine y Video (Gran Premio Paoa), en Viña del Mar y Valdivia Film Festival en Chile. En La Habana ha recibido premios tales como Caracol y El Arte del Video.

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