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RIGOBERTO DIAZ CUTIÑO
Nació en Las Tunas, Cuba (1948). Poeta y profesor de Historia. Licenciado en Pedagogía, especialidad de Historia. Tiene dos cuadernos de poesía publicados en Cuba: La voz de adentro (1995) y Terriblemente a pie (2002). Fue incluido en tres antologías de la décima cubana: Poetas del mediodía, a cargo de Carlos Chacón y Antonio Gutiérrez Rodríguez, (Las Tunas: Editorial Sanlope, 1995); Antología de la décima cósmica de Las Tunas (Ciudad de México: Frente de Afirmación Hispanista, 2001); y Esta cárcel de aire puro. Panorama de la décima cubana en el siglo XX (en dos volúmenes), a cargo de Mayra Hernández Menéndez y Waldo González López, (Ciudad de La Habana: Editora Abril, 2011).
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LA PALABRA
Imperturbable, sedienta;
lengua, flor, llanto que labra
en su curso. La palabra
parte, vuelve y sedimenta
las voces. Experimenta
el latido que persiste,
modela el canto. Consiste
su fuerza en la voz de adentro,
cuando hace estancia en el centro
de la cuerda que resiste.
LA SOMBRA Y EL CÁNTARO
Qué poco pesa la sombra
si no conoces su manto;
quien no sabe de su espanto,
descansa, dice, se asombra
de la luz cuando alguien nombra
la carta sobre la mesa.
Se pudre tanta nobleza
bajo la sombra. Endeblez
del cántaro, que otra vez
vuelve a la sombra y tropieza.
RESISTENCIA DEL SILENCIO
El silencio se revuelve,
y desde su cuerpo oscuro
sostiene el tiempo que abjuro.
Junto a la sombra se envuelve
en su mundo denso. Vuelve
un sonido de big bang
desde las rocas que están
al fondo del universo.
Pero el silencio perverso
retiene todo mi afán.
AGUACERO DE INFINITA LEJANÍA
Vuelve la voz al origen
(encuentro con lo animal),
el santo ardor de la sal
vuelve a los vientos que rigen
mi devoción. Se dirigen
las voces al sumidero.
llueve silencio, aguacero
de infinita lejanía.
El banco de la porfía
es la cruz donde yo espero.
EL QUE TENGA OJOS, VEA
Necio, necio quien se engaña
en diseñar tanta espera,
cuando ya la primavera
es un grito allá en la entraña.
El silencio y la cizaña
hoy colman mis latitudes,
y el canto de las virtudes
es pecado; y el entorno,
si miras bien, ves un horno
con rostro de multitudes.
EN EL VALLE DE LAS HORAS MUERTAS
Sueño con tiempo de traje
en la portada del año;
rasgo el manto de ermitaño
que me han hecho para el viaje,
y doblo el susto salvaje
que me acecha. Cae la artesa
de mi espalda. Ahora empieza
a desnudarse el olvido;
del polvo surge un balido
con atuendo de vileza.
Ya no queda una oquedad
donde desovar la suerte.
Sobre un banquillo de muerte
agoniza la verdad
del caminante. Oh maldad,
secuela del adulterio,
que en supuesto monasterio
fundó un escudo pagano,
y nos canceló, mi hermano,
la sal de nuestro misterio.