BAQUIANA – Año XXI / Nº 113 – 114 / Enero – Junio 2020 (Poesía I)

FOTO SECCIÓN POETICA

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ELVIA ARDALANI

Nació en Matamoros, México (1963). Poeta, editora, traductora y profesora. Reside en Estados Unidos donde es catedrática de Creación Literaria en el Departamento de Escritura y Estudios del Lenguaje de la Universidad de Texas-Río Grande Valley. Ha publicado los siguientes libros de poesía: El ser de los enseres / The Being of the Household Beings (2014), Por recuerdos viejos, por esos recuerdos (1986), Y comerás del pan sentado junto al fuego (2002), De cruz y media luna / From Cross and Crescent Moon (2006), Miércoles de Ceniza (2007), Cuadernos para un huérfano (2011), Callejón Kashaní (2012) y El ser de los enseres / The Being of the Household Beings (2014). El sótano del caracol (Literarte Editorial, 2018) es su primera novela. La trama transcurre en la franja fronteriza entre México y Estados Unidos de donde es originaria. Fue coeditora, junto con Aitor Larrabide, del volumen Miguel Hernández desde América, en un proyecto editorial conjunto de la Fundación Cultural Miguel Hernández en Orihuela y la editorial universitaria University of Texas-Pan American Press. Ha traducido al español la poesía de Jalal al Din Rumi y Elizabeth Bishop, y al inglés la de Armando Alanís, Héctor Carreto y Vicente Quirarte, entre otros. Fue corresponsal de la revista Alborada-Goizaldia y dirigió el proyecto literario El Collar de la Paloma de 2006 a 2010. Su obra aparece en distintas antologías en España, Estados Unidos y México. Actualmente es directora de la editorial estadounidense Libros Medio Siglo, especializada en poesía, ensayo y traducción.

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PARA AMARTE

 

Para amarte coloco entre mis piernas

la espada de esmeraldas

que matará al dragón

 

abro el damasco rojo y recuesto

tu cuerpo nacarado

mis gárgolas vigilan

 

sobre la tienda brilla el infinito

el dátil de los senos

bebidos que te sacian

 

para tu sueño recién aparecido

murmuro cantos bajo la luz dorada

del samovar pulido por la sombra

 

vigilo como leona los ruidos de la noche

y oigo cantar la arena

cuando la enreda el viento

 

así paso la noche, amando tu silencio,

desarropando cualquier maledicencia

de la yegua nocturna.

 

 

PESADILLA

 

Te rompieron el vientre que cargaba

la semilla amatista

 

no recuerdas los nombres ni las manos

solo los ojos tristes que veían

a través de tu carne

las cadenas atadas a la cuna violácea

y el ruido interminable de la máquina aquella

 

después terminó todo

al sueño no soñado lo evaporó la muerte

 

fue lo mejor quizá

 

pero las noches llegan y se marchan

y tu guerra incendiada no da tregua

 

no habrá perdón posible.

 

 

ARQUETÍPICA

 

Arquetípica,

abierta a la pared de las memorias

de una especie brutal que se despeña

me acuesto a que surja la primera

palabra

del primer día y de la primera hora

 

la guerra me atraviesa

con su dársena de dolor

hasta que escucho el llano ancestral

la dulzura sensual de la ternura

la leyenda forjada con estrías

 

¿Qué diría Carl Jung si me mirara?

¿Qué significaría el calostro dorado

en la mitología?

 

alegre y consternada

abierta a la pared de las memorias

de una especie brutal

me reproduzco.

 

 

A UNA PUERTA

 

Enredadera ungida de tablones y clavos,

por tus vías florecen invisibles botones,

maderamen de sueños, de alegrías y pasos,

por tu cuerpo de cedro transitan los anhelos,

los cansancios más amplios, los deseos

más necios, la amargura del tiempo que tan  bien

tú conoces, las ternuras más tiernas, los dolores

más hoscos, y en tu pecho de puerta,

en tu avidez de boca por la que entra el bocado

a esta casa de piedras, a esta casa de hogaza,

hay una bendición de silencio y estaño.

 

Cada vez que pasamos bajo tu augurio sano

inciertos y olvidados, esgrimidos del tiempo,

abúlicos o pálidos, golpeados en la marcha,

(obreros obligados a la faena diaria iniciada en el alba,

terminada en la hondura sesgada de la almohada),

tú pones las manos de árbol transformado

sobre nuestras cabezas caídas en la tierra,

sobre los hombros a golpe de vida jorobados,

y murmuras con tu suave aliento de madera,

yo te bendigo siempre porque vienes del polvo,

de la arcilla que sangra, esparvel del sueño,

esparvel del ansia

y con los dedos haces la señal de la cruz,

la astilla del milagro.

 

Puerta, puerta de cedro, no reparamos nunca, nunca

en tu lengua de hierro, en tu dulzura noble

de mastín que protege hasta el fin a sus dueños,

de clavija que aguarda con garfios

la amenaza del clima, del insecto o extraño.

 

 

A UN ESCRITORIO

 

Digno, sobrio, de elegancia fácil,

sobre ti van cayendo lanzas de papel,

fosas de tinta,

palabras muertas y palabras vivas.

Sobre tu superficie he escrito

cartas a mi padre, tarjetas amorosas,

peticiones, facturas,

poemas y una que otra rencilla.

Nada, ni una sola palabra aún vale

lo que solidez de guardia,

lo que tu discreción de espina.

 

Sobre ti esta casa vierte ya sus memorias,

sus secretos de escoria,

la inminente partida,

y antes de que todos se vayan

te habrá puesto sus huellas,

sus dibujos azules, sus cartas a las novias,

sus errores silentes.

Todos se irán, todos. Solo yo quedaré.

Nos pillarán los años igual que ahora

Y siempre:

yo vieja y escribiendo;

tú viejo y soportando.

 

 

A UNA ESCOBA

 

¡Qué terrible destino el de la escoba!

Raquítica, precaria, tus piernas flacas

apenas si sostienen la ingravidez de sonda,

tu perfume de establo mezclado con alfombra.

Te inventaron con el mezquino fin

de limpiar el desorden de los pasos de otros,

los zapatos que besan con su tristeza el piso,

el polvo en las baldosas, la suciedad y el lodo.

Nadie piensa en tus ojos salientes de palmito,

tus senos de taray, tu vientre de retama,

nadie se acuerda, nadie, de tu origen de savia,

tus lejanos inicios de raíz subterránea.

Nadie danza contigo la parábola agreste

del Mesías que viene a redimir el polvo,

nadie abraza con sueños tu cintura de hambre,

tu calidad de espuma, tus nutrientes de balsa

que transita dormida diarios mares de mugre.

Un día, tal vez, cuando te echen al cesto final

de la basura, tumba indigna de ti, escoba, escoba,

me verás con acierto y pensarás

pobre de ella,

tan parecía a mí,

¡qué terrible destino el de nosotras!