BAQUIANA – Año XXI / Nº 113 – 114 / Enero – Junio 2020 (Opinión II)

BAUDELAIRE: LA ESTROFA PERDIDA Y ENCONTRADA

por

 

Francisco Torres Monreal

 

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            El día 22 de noviembre tuvo lugar la subasta del ejemplar de la primera edición de Les fleurs du Mal, de Charles Baudelaire, que contiene el poema Le bijoux –Las joyas-,  completado con una estrofa final manuscrita que no se incluyó, posteriormente, en la edición de 1861, en vida del poeta, ni en ninguna otra edición hasta nuestros días. ¿Tiene tanta importancia este hecho literario para que de él se ocuparan los rotativos y noticiarios del mundo entero? Quizá la tenga si consideramos que, en mi opinión, la poesía en  general —de cualquier tiempo y latitud— se divide en un antes y un después de Baudelaire. Mi aserto parecerá excesivo a muchos lectores y críticos. Ahí lo dejo, no obstante, sin dar de ello mayores argumentos, a la espera de poder hacerlo, si ello fuere necesario, en tiempo y espacio más oportunos. Me centraré en el hallazgo de la estrofa baudelaireana. Antes de seguir adelante, me parece que procede poner a la vista del lector los cuatro alejandrinos originales de la misma, seguidos de mi traducción en alejandrinos castellanos, en la que meilleur —mejor— lo he traducido por mayor, por considerar que se adapta más al espíritu de nuestro idioma. Vaya, pues, dicha estrofa:

 

Et je fus plein alors de cette Vérité:

Que le meilleur trésor que Dieu garde au Génie

Est de connaître à fond la terrestre Beauté

Pour en faire jaillir le Rythme et l’Harmonie.

 

Y con esta Verdad entonces fui colmado:

que el tesoro mayor que Dios reserva al Genio

es conocer a fondo la Belleza terrestre

para hacer brotar de ella el Ritmo y la Armonía.

 

            El lector que haya seguido la noticia en la prensa está en su derecho al preguntarse por qué Baudelaire no publicó dicha estrofa en la edición de 1861. ¿Fue una omisión consciente y enteramente voluntaria y razonada, o debe ser achacada simplemente a descuido u olvido? A menos que la crítica de las fuentes originales descubra las auténticas razones, no es posible descartar que el olvido o descuido sea la causa de dicha omisión. Tal descuido vendría abonado, entre otras razones, por sus continuos cambios de domicilio, los que justifican la pérdida lamentable de un ochenta por ciento al menos de la correspondencia recibida por el poeta —por poner solo este ejemplo—.

            De no ser achacada a descuido u olvido, cabría pensar que la omisión de dicha estrofa pudiera ser consciente. Esta hipótesis, que me sirve de pretexto en mi razonamiento, nos lleva a otra pregunta: ¿por qué, entonces, el poeta se negó a su publicación? Creo que los críticos hemos de atrevernos a formular respuestas fundadas, aun asumiendo el riesgo de error que ello conlleve. Veamos el contexto. La estrofa cierra un poema que podría haber sido considerado como lúbrico y condenable por la moral de la época en Francia. De hecho, así ocurrió. Sabemos que, en el verano de 1857, a instancias del Procurador general, el tribunal de justicia de París condenó a seis poemas de Las Flores del Mal, unos por atentar contra la moral imperante —ahí se incluye Les bijoux—, otros —como La tentación de San Pedro— por atentar contra la ortodoxia católica. Sin embargo, no creo que Baudelaire se negase a la publicación de dicha estrofa por temor a las represalias de la censura. El talante de Baudelaire, como sobradamente lo prueban sus Escritos íntimos, no se avenía a tales componendas. De ser esa la razón, el poeta habría suprimido otras estrofas e incluso poemas enteros.

            En mi opinión, la citada estrofa cae del lado del que conceptuaré como el Baudelaire de tendencias místicas.  ¿Tendencias místicas en un poeta maldito y padre de poetas malditos. ¿Contradicción? No tanto, incluso pensando que —siempre en el contexto histórico— el propio Baudelaire apele al derecho a contradecirse que, como él afirma, no fue reconocido, desafortunadamente, entre los derechos humanos proclamados por la Revolución francesa. La supuesta contradicción estructura su pensamiento y su obra toda. El título del libro que incluye el poema al que me estoy refiriendo, Las flores del Mal, ya implica una contradicción: flores (belleza, elegancia, luz, ángel, Dios…) frente a Mal (tinieblas, Satán, fealdad…). El libro entero oscila entre los polos del Esplín, del lado del Mal, y el Ideal, del lado contrario. Pero hay algo más: el propio Baudelaire cayó en la trampa de las clasificaciones en contrarios al dividir parte de sus poemas como poemas del Esplín frente a otros colocados del lado del Ideal. Y es que, en la mayor parte de los poemas, el poeta pasa del Esplín al Ideal con la mayor naturalidad. Ahí radica, en parte solamente, su originalidad y, según su propio convencimiento, su innegable modernidad. Hay, no obstante, algunos poemas dominados por el Ideal —véase Elevación y la segunda parte de Bendición. Es decir, los poemas rayanos en la mística, en lo que él mismo llamará el sobrenaturalismo, cuyo pensamiento, a través de Swedenborg, entronca con el neoplatonismo y el agustinismo, del que derivarán la mayor parte de las tendencias místicas que han de seguir, particularmente en la escuela franciscana, en la que cabe subrayar el tratado Itinerarium mentis in Deum, de San Buenaventura, libro en el que el místico propugna el paso de la belleza de las cosas terrenas a la belleza sobrenatural.

            Pero volvamos con nuestra estrofa y su lenguaje emparentable con el lenguaje místico. Advirtamos que el poeta habla de una Verdad, en mayúsculas, considerada como un don que Dios (también en mayúsculas para que no haya error de apreciación) reserva al Genio. Ese don consiste en posibilitar al poeta un conocimiento profundo de la Belleza contenida en las cosas terrestres para, desde este ahondamiento, saltar al don espiritual consistente en el Ritmo y en la Armonía, nociones que enlazan con lo sobrenatural.

            Baudelaire, en definitiva, nos está hablando de la transcendencia del arte, según su teoría de las corres­pondencias, consistente en dar con las analogías entre lo manifiesto y lo oculto, entre lo material y lo espiritual, entre lo terreno y lo celeste. La creación poética equivale a una operación mística. La profundiza­ción romántica le lleva a la figuración simbolista y, aún diríamos, superrealista del arte, que él califica de supernaturalismo (término que A. Bretón le copia, aunque posteriormente adopte el de superrealismo). Más que en la pintura, estas analogías se manifiestan en la poesía y en la música, particularmente en la de Wagner y Liszt, a los que alude en Mi corazón al desnudo, párrafos 24 y 68.

            No creemos que, de haber desarrollado su doctrina de las Correspondencias, hubiera dejado más explícito su pensamiento sobre la teoría analógica de la creación de lo que lo hizo en sus Nuevas anotaciones sobre Edgar Allan Poe. Escribe en este ensayo: “Este admirable, este inmortal instinto de lo Bello nos lleva a considerar la tierra y sus espectáculos como una imagen, como una correspondencia del Cielo. La sed insaciable de cuanto está más allá, y que revela vida, constituye la prueba más viva de nuestra inmensidad […]. De este modo, el principio de la poesía consiste, estricta y simplemente, en la aspiración humana a una belleza superior, y en un entusiasmo, en una excitación del alma”. En declaraciones similares abunda el ensayo sobre Théodore de Banville, su E. A. Poe, vida y obras  y sus artículos sobre Víctor Hugo. Referidas a la música cabe destacar estas transcendencias en su ensayo sobre Wagner, Richard Wagner y “Tanhausser” en París, 1961, y en su poema en prosa sobre Liszt titulado El tirso.

            En definitiva: estamos ante una estrofa, de lenguaje emparentable con el neoplatonismo místico, como coronación de un poema cien por cien erótico. El amor, el erotismo son inseparables de la mística. ¿Acaso no ha sido El cantar de los cantares, poema el más erótico de la tradición judeo-cristiana, el modelo que ha inspirado, a lo largo de los siglos, los cantos más excelsos de la poesía mística hebrea, cristiana y sufí? Nos guste o no, nuestro poeta maldito está dentro de esta tradición.

 

Y con esta Verdad entonces fui colmado:

que el tesoro mayor que Dios reserva al Genio

es conocer a fondo la Belleza terrestre

para hacer brotar de ella el Ritmo y la Armonía.

 

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FRANCISCO TORRES MONREAL

Nació en Ribera de Molina, Murcia, España (1943). Crítico literario, dramaturgo, traductor, y catedrático de traducción (poesía y teatro), literatura dramática y lingüística aplicada en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia. Es licenciado y doctor en Filología por la Universidad de Murcia; diplomado por la Sorbona y master de literatura francesa por la Universidad de Tours. Es traductor y crítico especializado en la obra poética de Baudelaire. En el ámbito teatral está considerado internacionalmente como uno de los críticos más autorizados de las nuevas corrientes dramáticas. Como dramaturgo ha estrenado sus obras en diversos teatros de España y en el extranjero. Su obra teatral Baudelaire el maldito, publicada con otras tres de sus obras en un volumen de título homónimo (Editorial Fundamento, 2001), está considerada como una obra estéticamente extraordinaria. Sus artículos críticos han aparecido en importantes medios de prensa como: La verdad, La Opinión, Diario 16 y ABC, para señalar algunos. Ha participado en diversas publicaciones colectivas y ha publicado más de treinta libros individuales, entre los que se destacan sus textos sobre el teatro de vanguardia (Arrabal, Beckett, Genet, Prévert, entre otros). Sobre poesía es importante destacar su libro Antología negra de expresión francesa (Editora Regional de Murcia, 1995), texto que le sirvió de base para una segunda entrega más amplia sobre el tema, Poesía Negra (Antología de poesía negro-africana), publicado por Aldabalejo Libros / Colección Lancelot y auspiciado por la Consejería de Educación y Cultura de la Región de Murcia en 2005. Dicha antología de poesía africana francófona contemporánea llegó a los lectores de español gracias a la labor de traductores competentes como Jeannine Alcaraz, F. Navarro, A. Rodríguez, López-Vásquez, A. Salom y el propio autor. Su libro más reciente es Introducción básica a la poesía (Madrid: Ediciones Cátedra, 2019).

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