BAQUIANA – Año XXI / Nº 113 – 114 / Enero – Junio 2020 (Narrativa)

LA CASA CERCA DEL DNIÉPER

 

 por

 

Juan J. Parera López

 


Ocurren cosas que parecen sacadas de narraciones fantásticas. Si nos las cuentan, asegurán-donos que se trata de hechos reales, pensamos que bromean, que nos timan, hasta que un día nos sucede algo que parecía imposible, entonces se resquebraja nuestra forma lógica de razonar y comenzamos a comprender que el mundo es más ignoto e impredecible que lo que la lógica y la ciencia enseñan. Eso me ocurrió a mí.

     Hace muchos años viajé a la URSS, a la ciudad de San Petersburgo, en ese entonces llamada Leningrado. La antigua URSS era un país gigantesco territorialmente, compuesto por multitud de pueblos de diferentes culturas y razas. La cultura rusa, que se ha desarrollado en la frontera entre lo asiático y lo occidental tiene un encanto peculiar, tanto en la artesanía, literatura y arte como en la sociedad y los individuos. La llamada ’alma rusa’, a la vez que nos cautiva, nos desconcierta. Algo que me asombró de los rusos, pensando en el alto desarrollo científico que tenían y la ideología ateísta que les fue impuesta durante muchas décadas, fue lo supersticioso que eran.

     Era físico teórico. Mi viaje a la Universidad de San Petersburgo estaba relacionado con mi tesis doctoral. La Facultad de Física donde realicé mi trabajo, y el hotel de estudiantes donde me alojé, se encontraban en una pequeña ciudad cercana a San Petersburgo: Starii Petergoff. Yo era relativamente joven. .

     Allí hice muchas amistades y conocí personas de todos los rincones del país: rusos, tártaros, kazajos, uzbecos…. Uno de ellos fue Sergei, un ruso de Kazajstán. Sergei, además de comunicativo y amistoso, era diestro en hacer amistades femeninas. Me llamó la atención su forma de relacionarse con el sexo opuesto por lo amable, respetuoso y eficaz que era. Luego me enteré que el origen de Serguei era nebuloso; según algunos era hijo de un alemán, un exsoldado que fue hecho prisionero en la 2ª Guerra Mundial. Al liberarlo se quedó a residir allí y se casó con una rusa, la madre de mi amigo. Un kazajo amigo de él me dio otra versión de su origen, según esta, venía del oriente, de alguna ciudad lejana en la Siberia.

     Carta de una desconocida. Todo empezó un día en que al regresar de la universidad encontré en la recepción del hotel una carta dirigida a mí. El remitente era de una mujer rusa llamada Lídiya. Me asombré, no la conocía. Me asombré aún más cuando al leerla me trataba con familiaridad, con amor y en algunas partes con pasión y sensualidad. Le respondí con gentileza, le dije que me había confundido con otra persona.

     Días después recibí otra carta de ella, aún más amorosa y sensual que la anterior. En ella me invitaba a visitarla. Vivía en Kiev, la capital de Ucrania. Me decía, además, que un amigo de ella, psicólogo, llamado Vladimir, estaba en un curso en la Universidad de Leningrado. Me pidió que fuera a verlo, él me contaría sobre ella.

     Yo más intrigado por aquella situación que se salía de las fronteras de una posible explicación lógica, que por la remitente de las cartas, fui a ver a Vladimir. Llevé conmigo a Serguei. Fuimos a su hotel, situado en San Petersburgo. La habitación de Vladimir era una típica habitación de estudiantes en la Rusia comunista: pequeña, sencilla, con mobiliario austero, tenía solo lo imprescindible.

     Vladimir era ruso, pequeño de estatura, de mirada inteligente y movimientos ágiles. Me llamaron poderosamente la atención sus ojos verdes rasgados, me recordaron los de un tigre, y el que, a pesar del calor en la habitación, llevara gorro de piel clavado hasta la mitad de su frente. Noté algo en sus sienes que sobresalía. Pensé que serían abultamientos debidos al  doblado del borde del gorro.

     Luego de conversar sobre su especialidad y sobre el desarrollo de la misma en la URSS, entramos en el tema objeto de mi visita: Lídiya. Nos contó sobre ella. Lo hizo con detalle, por lo que sospeché que eran buenos amigos, o, pensando en su profesión, que tenían una relación especialista-paciente. Nos dijo que era una escritora de alto nivel cultural, de conversación culta y agradable.

     Según Vladimir, Lídiya años atrás había tenido un romance apasionado con un extranjero coetáneo mío y de igual nombre que yo, cosa que me sorprendió, pues mi nombre y apellidos no son usuales. Nos relató que una adivina le había dicho a Lídiya que su pasado amor había llegado a San Petersburgo y vivía en un hotel de la universidad en Starii Petergoff, lo que explicaba que ella enviara la carta que recibí. Vladimir me reiteró la invitación de ella para que fuera a visitarla. Nos despedimos y le deseé éxitos en su trabajo.

     Todo aquello me resultó tan interesante, mejor dicho, apasionante, que decidí hacer una pausa en mi trabajo e ir unos días a conocer a Lídiya. De paso visitaría la linda ciudad de Kiev.

     Viajé en tren desde San Petersburgo a Kiev. Llegué a la estación de ferrocarriles de Kiev sobre las nueve de la mañana; tomé un taxi y fui a la dirección de Lídiya. Era un edificio antiguo de varios pisos, que ocupaba una manzana. Tenía construcción típica de la URSS de principios del siglo XX: edificios gigantescos, con entradas a las distintas secciones desde patios interiores. Busqué la escalera que llevaba a su dirección y finalmente llegué a su  apartamento. Era muy grande, pues fue la única puerta que vi en ese piso, por lo que supuse que ocupaba toda la sección.

     Lídiya Piatóvaya. Toqué el timbre y abrió la puerta una joven lindísima, de unos veinte años. Tenía ojos de color azul gris, piel rosada y pelo muy negro recogido en una trenza. Me dijo que me esperaban, era la hermana de Lídiya, de Lídiya Trietóvaya precisó, pues me dijo que ella también se llamaba Lídiya, y las distinguían por el segundo nombre, el de ella Piatóvaya. Explicó que Lídiya Trietóvaya había salido a resolver un problema urgente y regresaría por la tarde. Me llevó a la que sería mi habitación, era amplia con balcón desde el que se podía divisar, a lo lejos un río de ancho caudal: el Dniéper. Me pidió que me acomodara, ella enseguida regresaría con algo para desayunar.

     Recorrí la habitación, me asomé al amplio balcón y a lo lejos divisé el caudaloso río, el Dniéper. Acomodé mis pertenencias, luego me senté en una pequeña mesa. Sentado allí entró Lídiya Piatóvaya. Traía una bandeja con tetera, galletas, mermelada y golosinas. La colocó sobre la mesa. Nos sentamos y conversamos sobre generalidades, mientras yo desayunaba y ella tomaba té. Para mi sorpresa conocía de ciencia. La conversación giró sobre sus estudios, estudiaba química. Mi especialidad en la Física Teórica era la Mecánica Cuántica, y conversamos sobre avances en esa disciplina.

     Cuando se fue dormí algo, luego me levanté y salí a recorrer la ciudad. Regresé a eso de las 5 pm y aproveché para echar un vistazo a la parte visible de la casa. Tenía salón central con mesa de construcción robusta y tallas esmeradas. Entré en lo que parecía una biblioteca, en la pared vi varios retratos, eran de seis mujeres de diferentes edades. Por su parecido supuse que eran hermanas, en uno reconocí a Lídiya Piatóvaya; dos retratos más adelante vi el de la mujer, que por la edad, supuse sería mi anfitriona, era una bella mujer.

     Lídiya Trietóvaya. Ya en mi habitación, cuando me iba a desvestir tocaron a la puerta, abrí  y entró una mujer bellísima. Reconocí a la del retrato antes referido. Tendría unos cuarenta y tantos años. Era muy parecida a su hermana. Los años habían acentuado la belleza del rostro y la delimitación de sus curvas corporales.

     Depositó una bandeja sobre la mesa, la misma de por la mañana, con tetera, tazas y golosinas. Me habló con voz segura, melodiosa y dicción clara. Me encantó y quedé prendado

de ella al instante. Me dijo que era Lídiya Trietóvaya, la que me había escrito, hablamos sobre ello. Me repitió esencialmente lo que Vladimir ya había contado.

     Conversamos de temas variados, era escritora de novelas y poetisa. Cómo la novela El maestro y Margarita de Mijail Bulgákov me había impresionado mucho, y Bulgákov era de Kiev, conversamos sobre ella. De la conversación vi que se interesaba especialmente por la influencia de fuerzas sobrenaturales sobre nuestras vidas. Su interés por la parte diabólica de la novela la expliqué por lo supersticiosos que son los rusos y por su rica imaginación.

     Al coger una golosina de la bandeja, su mano paso ceca de la mía y se la tomé. Sus bellos ojos me miraron con esa forma peculiar que trasmite aceptación y deseo. Me acerqué a ella, la atraje hacia mí y la besé. Mordí sus labios carnosos y bebí de sus jugos bucales. Fue el preámbulo de una lucha amorosa de goce y placer. Finalmente, confundidos en abrazo candente, gozamos del placer supremo.

     Quedamos acostados uno junto al otro. Yo, aunque satisfecho de la plenitud amorosa, no estaba saciado y volví a empezar con el juego táctil. Por la expresión de su rostro y las palpitaciones cutáneas veía que ella lo disfrutaba, pero de pronto me besó fugazmente y se separó de mí. Se incorporó, y vistiéndose rápidamente me dijo que tenía que irse, que la disculpara, tenía algo urgente a realizar. Le pregunté cuándo volvería a verla, me asombró cuando respondió que mañana a la misma hora. Semivestida, caminando precipitadamente salió de la habitación. Por casualidad miré el reloj de pared, eran las seis menos dos minutos. Me quedé dormido.

     Lídiya Piérvaya. Me desperté por toques en la puerta. Me levanté apresurado, miré el reloj, eran las 9:15 pm. Me vestí y abrí. Vi una señora bien madura con una bandeja, la misma de las ocasiones anteriores. Me traía la cena. Pidió permiso y penetró en la habitación, depositó la bandeja sobre la mesita.

     Se presentó como Lídiya Piérbaya, su voz sonaba de mujer anciana pero aún poseía tonalidad que recordaba que alguna vez fue melodiosa. Me recordó la voz de Lídiya Trietóvaya, algo que expliqué por los lazos familiares: <genes comunes dan cuerdas vocales semejantes>, pensé. Me habló de forma maternal.

     Charlamos sobre la ciudad y le pregunté por sitios a visitar. Me recomendó el jardín botánico y varias galerías y museos de arte, entre ellos el Museo Nacional de Arte de Ucrania. Como el arte, sobre todo la pintura, es mi hobby, dirigí mi interés a esa rama. Conversamos sobre artistas ucranianos, recuerdo que dialogamos mucho sobre Kazimir Malevich. De la conversación comprendí que Lídiya Piérvaya tenía un nivel cultural elevado y conocía mucho de arte.

     Antes de abandonar la habitación la organizó y me pidió la ropa usada para lavarla. Luego de la cena me tiré en la cama y me puse a recordar los sucesos del día. Me detuve especialmente en recordar a Lídiya Trietóvaya y nuestros juegos de amor. Pensé que en aquella casa habitaban tres generaciones de mujeres, cada una con encanto peculiar e intereses intelectuales distintos, curiosamente coordinaban con mis intereses profesionales y culturales.

     Dos Lídiyas más. Al otro día me desperté por ruidos en el pasillo frente a mi habitación, miré el reloj, eran las 7.20 am. Me vestí y salí a ver de qué se trataba. Una niña de unos nueve años jugaba con muñecas y a veces tiraba una pelota. Por lo que pude comprender de su juego hacía una representación de un patio escolar con muñecos como alumnos.

     Me acerqué y la saludé. Me miró con cara angelical, clavando sus lindos ojos azul grises en los míos. De nuevo pensé que la herencia genética en esa familia era fuerte, se parecía tanto a las que supuse eran sus hermanas. Mi sospecha se acrecentó cuando me dijo su nombre: Lídiya Chestóvaya, entonces me senté en el suelo y jugué con ella.

     Después de un rato de juego salí a la calle, iba pensando porque todo en esa casa me parecía muy extraño. La sentía sola, algo que me sorprendía pues varias personas vivían en ella, aunque no había visto dos de ellas a la vez. Me preguntaba cómo serían las relaciones recíprocas entre ellas. Además, la atmósfera enigmática emanaba de todos sus rincones. A pesar de ello tenía ambiente agradable, acogedor. Pensé en las que supuse eran hermanas, y en las horas en las que las había conocido, había notado que existía correspondencia entre la hora del día y la edad de la persona que veía en la casa, además tenían comportamientos y hábitos muy estructurados.

     Cuando regresé, a eso de las 10.30 am, me encontré con Lídiya Piatóvaya en la amplia sala. Me invitó a tomar té y sentados a la mesa conversamos sobre sus estudios. Me hizo algunas preguntas sobre temas de la Física que contesté con agrado. Luego me decidí, y pregunté por ella y sus hermanas. Su semblante se transformó, mostró confusión y no me contestó. Se disculpó y abandonó precipitadamente la  habitación.

     Me fui a mi cuarto preocupado por el misterio de aquel lugar. Valoré recoger mis cosas y regresar a San Petersburgo, pero el recuerdo de Lídiya Tretóvaya, su belleza, su encanto personal  y su pasión sexual me lo impidieron. Pensando en ella esperé ansioso por su visita. Sobre las 4 pm tocó y entró a mi habitación. Conversamos, tomamos vino, luego comenzó de nuevo la fiesta de caricias, besos y goce sexual. Nos quedamos rendidos uno junto al otro. Me desperté sintiendo movimientos bruscos en la cama, me incorporé y vi que Lídiya se contraía y abrazaba a si misma gimiendo, paulatinamente la crisis fue aminorando y vi como su rostro iba cambiando, envejeciendo algo, no mucho. Finalmente vi allí acostada una mujer todavía bella pero con algunas arrugas y cabellera canosa incipiente, miré el reloj, eran las 6 pm.

     Me dijo: Me he quedado dormida y pasó la hora de transformación. La Lídiya que me precede me ha trasmitido su cuerpo y alma. Yo soy Lídiya Btoróvaya. Quiero que me quieras como a mi antecesora—, y me tendió sus brazos. No sabía qué hacer, pero era una mujer de rostro, aunque algo envejecido, bello y su mirada de deseo sexual me atrajo. Fui hacia ella y comenzamos la danza de amor. Con la pasión del contacto carnal, me preocupó más el goce que la lógica de la situación en que me encontraba.

     Ya saciados de sexo nos sentamos y brevemente me explicó lo que allí ocurría. Todas ellas eran una misma persona manifestada en una pluralidad, no solo de edades sino también de talentos intelectuales. Quedé consternado, pero no me atemoricé, al contrario, me encantó encontrar nueva vías de manifestación de la vida. Me dijo que ella era matemática y se dedicaba al estudio de los teselados, conversamos someramente sobre ellos y me explicó algunos de sus resultados en ese campo. Comprendí que era de pensamiento matemático profundo.

     Mis muchos yoes y antiguos conocidos. Así empecé una nueva vida en la casa cerca del Dniéper. Todos los días me despertaba e iba a jugar con Lídiya Chestóvaya. A media mañana leía y hablaba de ciencia con Lídiya Piatóvaya. Había una cuarta Lídiya, la Chitirióvaya, cobraba vida entre las 12 y las 3 pm. Se interesaba por la botánica y las plantas. Al mediodía iba a un cuarto invernadero y me ocupaba de las plantas junto a ella. Luego venían las sesiones de amor con Lídiya Trietóvaya y conversábamos sobre literatura y poesía. Más tarde continuaban los juegos amorosos con Lídiya Btoróvaya y hablábamos de matemática. Finalizaba el día conversando de arte con Lídiya Piérvaya.

     Los días pasaban y yo iba perdiendo la noción del tiempo, cada vez más adaptado a aquel lugar, a las mujeres de allí y a aquella vida. Paulatinamente mi interés por el mundo exterior fue languideciendo hasta que finalmente solo lo recordaba como un suceso del pasado lejano, pero nunca pensé regresar a él.

     Un día al despertarme me sentí con plenitud de energía y deseos de correr y jugar. Cuando me miré al espejo vi a un niño, quiero decir me vi como cuando era niño. Con espíritu infantil, más que preocuparme por el cambio que mi cuerpo había experimentado, prioricé el deseo que tenía de jugar con Lídiya Chestóvaya y salí corriendo al pasillo.

     En el transcurso del día trasmuté de apariencia y edad y me vi en diferentes etapas de mi vida, correspondientes a las edades de las Lídiyas de la hora del día. Así sucedió día tras día.

     Yo me sentía feliz de recorrer tiempo y espacio con aquellas metamorfosis diarias y de tener compañías femeninas, además de bellas, que se acoplaban tan bien a mis gustos e intereses.

     Una noche sentí un silbido en el exterior. Me asomé a la ventana. En el balcón de enfrente vi un ser alado con pequeños cuernos que me sonreía. Su apariencia me trajo el recuerdo del Mefistófeles de Fausto, pero cuando lo observé con más detenimiento pude reconocer al Vla-dimir que visité en San Petersburgo. Me percaté de que tenía pequeños cuernos en sus sienes, entonces comprendí el origen de las protuberancias que había visto bajo el gorro de piel que llevaba cuando conversamos en su habitación. Con la atención que le dedicaba a Vladimir no me percaté de que otra persona estaba a su lado, hasta que hizo un gesto con la mano, entonces dirigí mi atención a él, me sonrió y saludó con gesto amistoso. Pude reconocerlo, era mi amigo Serguei.

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JUAN J. PARERA LÓPEZ

Nació en Cuba y posee la ciudadanía sueca. Ha residido en varios países y actualmente vive en España. Es físico-matemático, humanista, pedagogo, narrador y gestor cultural. Tiene una extensa lista de publicaciones en varios idiomas: científicas, pedagógicas, sobre arte y literatura. Ha sido comisario de exposiciones de arte y editado e ilustrado libros de poesías. En los últimos años se ha interesado por la relación entre el arte, la matemática y la ciencia. Sus ideas en esta dirección están recogidas en su libro Arte, Matemática y pensamiento visual (Tregolam, 2017). En su labor de promoción cultural también cuenta con la producción de documentales sobre arte, matemática y cultura. Uno de ellos, Habanera entre dos orillas, narra la historia del género musical habaneras y su desarrollo como resultado del intercambio cultural entre España y Cuba. Actualmente, además de escribir, se interesa por el lenguaje y como el mismo es usado en diferentes campos del intelecto humano, así como su relación con el pensamiento gráfico. Entre sus publicaciones artísticas y literarias caben destacar: El jardín de las delicias y de las desquicias  (Llanura); el libro infantil La princesita y sus amigos animales (Tregolam); Lam y Sosabravo, cosmogonía caribeña en el arte universal (IDEC, fue fuente de su documental Sosabravo, de la línea, la forma y el color); La geometría del arte. Gerardo Rueda, fuente de inspiración cognitivo pedagógica (Eurográficas Cuenca, en sueco en Nämnaren, y fue fuente de su documental Gerardo Rueda, geometría, espacio y arte); y En camino hacia una teoría del uso de figuras en la enseñanza (Universidad de Estocolmo, en sueco).

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