BAQUIANA – Año XX / Nº 111 – 112 / Julio – Diciembre 2019 (Reseña III)

LOS IMAGINARIOS Y LAS RELACIONES TRUNCAS EN LA NOVELA EL CAMBIO DE LAS ESTACIONES, DE MYRA MEDINA

 

 por

 

Ylonka Nacidit Perdomo 


EL CAMBIO DE LAS ESTACIONES 195 X 300

Ediciones Baquiana
Miami, Florida, EE. UU.
2018
ISBN: 978-1936-647-36-1
pp. 166


Siempre es difícil para una mujer enfrentar o recordar una existencia fragmentada y, menos aún, una relación trunca o explorar el pasado en una narración donde hace el viaje hacia el origen de sus penas para recordar con historias personales el mundo desde el cual empieza a figurar «lo que fue» su desdichada vida de adulta.

     Un discurso literario o de ficción puede contener tanto trazos de la realidad como aquello que «parece que es» y «no parece que es», y esto explica por qué a veces las protagonistas de la narrativa que se entiende o asume como femenina en el siglo XIX en la República Dominicana, y aún en la década del 20, y hasta muy finales la década de los 60s o 70s, son de alabastro, y se familiarizan entre sí por sus voces en primera persona, para desenmascarar las inesperadas verdades de sus vidas en los ámbitos privado, doméstico y/o familiar.

     La escritora y catedrática universitaria dominicana residente en Miami, Myra M. Medina, en su reciente novela El cambio de las estaciones narra lo extra doméstico y lo privado de una relación de pareja, la de Juan del Valle y Báez «un hombre  muy respetado por todos» (76), «un hombre regio» (79), que «tenía una presencia de elegancia cualquiera fuera la ocasión” (80), un «dueño de caballos finos» (80), «un hombre de poder y adinerado» (135), hijo de don Antonio del Valle, y la historia en retrospectiva de Mariana Aranda, una criatura que «llegó al mundo (…) en una madrugada de un caluroso verano bajo la escasa luz de un lamparita de gas y varios velones encendidos» (14) en 1916, y fue bautizada en la iglesia del pueblo Las Palmas, que estudió en un internado de monjas del pueblo de San Sebastián, junto a su hermana Lidia, a cuya entrada había una «estatua blanca de la Virgen María», gracias a la ayuda económica de la familia Milmán, que eran primos de ella. Mariana era hija de Miguel Aranda y Marcela de Aranda «una  familia numerosa y de recursos económicos limitados, pero muy nobles de carácter. Se podía decir que era una familia de clase media del campo en la cual el honor y los buenos modales abundaban más que las posesiones materiales.» (10). Era nieta de don Joaquín y de Isabel, a quien todos llamaban Mamita.

     La novela El cambio de las estaciones (Ediciones Baquiana, 2018) está dividida en cuatro capítulos, y estos a su vez subdivididos en historias o relatos:

«El Verano» subdividido en: Pablo Mendoza, La llegada, El bautizo de Mariana, Angélica y el soldado McGuire, El internado, Catana, la querida, El gallo de pelea, Los amores de Lidia y El casamiento de Mariana.

«La Primavera» subdividido en: La vida al otro lado de la isla, Mariana y sus labores de ama de casa, Los que hablaban créole francés, La segunda Navidad con Juan, El malestar, Mariana y los jinetes a caballo, El parto, El regreso a Monte Bello, El reencuentro, El suegro y la cuñada, Los maleteros, Josefina, Fuego en el cañaveral y La lectura.

«El Otoño» subdividido en: Las infidelidades, La mudanza, El diablo de uñas largas y Los últimos meses de Lidia.

«El Invierno» subdividido en: Nueva Inglaterra, La despedida, El adiós y Las puertas del cielo.

     Medina construye una historia que es, lo que pudiera llamarse un «reino de amor», donde la protagonista femenina, Mariana, vive un presente de opresión genérica psicológica, porque la institución hogareña –donde el hombre ejerce su poder de mando y su poder económico– la cosifica como una “señora” de la casa que solo relaciona, después, su identidad a la maternidad y al sufrimiento en silencio.

     Es Mariana el nombre de ella, la mujer que demorará décadas en dejar de ver la vida a través de las flores del jardín de su casa en San José, luego de contraer nupcias en Monte Bello con Juan, un hombre de negocios, apuesto, que le conquista el corazón, que aparenta amarla, y que acuerda con ella hacerla feliz. Sin embargo, Mariana nunca comprendió que en una sociedad tradicional, ortodoxa y patriarcal, las infidelidades conyugales son aceptadas por las esposas sumisas sin cuestionar, lo que hace que muchas mujeres encuentren el salvoconducto para su libertad cuando ya han agotado su juventud, cumplido sus “deberes” de madre y descubriendo  que por años fueron mujeres de alabastro.

     Un casamiento tradicional por conveniencia, para principios del siglo XX, en la Isla (que es el escenario en el cual Medina ambienta su novela) es un acto convencional, nada ajeno a las trampas emocionales y a los laberintos que se van descubriendo en la relación y, que, entonces, hacía de la mujer, de sí misma, una propiedad anónima. Es desde el año de 1916 que Medina nos sitúa en ese «otro lugar» del Este y del Sur de la Isla, en que las tropas invasoras de EEUU se apoderan del territorio de la República Dominicana, para ir mostrándonos con desplazamientos de la protagonista, por distintos puntos geográficos, su voz semihegemónica de autoridad desde la semipenumbra del conformismo en una sociedad en la cual gravita el fantasma de la opresión política, las crisis sociales, las costumbres ancestrales, la subordinación y dependencia a figuras tiránicas, así como el choque entre las fuerzas de poder partidistas que fueron la causa de la perdida de la soberanía nacional de 1916 a 1924.

     Medina nos contextualiza, en tiempo y espacio, los subrelatos de circunstancialidad a partir de los cuales hará su enunciación. Nos encontraremos en esta novela con pocos personajes, y solo con una narradora que enuncia, que abre un prisma de focalización hacia Juan y Mariana, principalmente,  que son las figuras en conflicto sobre las que se instaura la espiral de su historia personal, su relación culturalizada por el patriarcalismo,  por lo cual puede leerse que Juan ejerce un control sobre la inocencia de Mariana, una joven educada en un internado que no sabe al momento de la separación de su familia, que la vida conyugal está llena de entretelones, de simulacros de felicidad, que se afecta por episodios inesperados que vienen y van y, que se escapan de control.

     La literatura ha creado un género que se denomina bildungsroman para este tipo de historia que se construye a sabiendas de que el infortunio y/o lo fortuito marcarán una relación donde hay siempre un alto sacrificio voluntario de la mujer ante el dominio masculino.

     Myra Medina escribe su bildungsroman en un lenguaje desde el cual ejercita los espejos de la cotidianidad de un pasado que quizás, sea una retrospección a un largo capítulo de su genealogía familiar;  es decir, ella cuenta su historia de familia, o de una parte de su familia, tratando de que la desmemoria no sea “oficialmente” lo que quede como registro de un familiar femenino. Por esto escribe la memoria de Mariana para que veamos que, en esa época que le tocó vivir, pocas mujeres tenían las herramientas para ir –a conciencia- tras la búsqueda de su ser o tomar una posición decidida con sentido de la realidad de qué es la opresión genérica, porque todo lo concerniente a la opresión genérica femenina se ocultaba en esta Isla, en «La vida al otro lado de la isla» que «se distinguía más por sus llanuras y bajas cadenas montañosas» (67)

     De los cuatro capítulos que componen la novela el más denso es el segundo: La Primavera, y el más trágico «El Invierno», y de todos «La Primavera» se nos muestra como una flor abierta testigo de un destino gris, por su sola  lectura.

     Los nombres de estaciones son, quizás, los planos a partir de los cuales la autora pretende mostrarnos su mirada sobre los tiempos cronológicos de la vida de Mariana, cómo fue su suceder desde la niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez, para de esa manera poder adentrarnos en lo mucho o poco de sus vivencias recordadas en espiral.

     «El Invierno», no obstante, nos hace ver que a pesar de todo, la historia de Mariana no es totalmente trágica, sino de un acontecer donde ella escribe el guión final de su vida, cuando decide irse, abandonar, la jaula donde tuvo una existencia anodina. La novela da señales de ser un recorrido biográfico, en el cual el territorio femenino queda enajenado, en disonancia con el mismo sistema patriarcal.

     Medina, vuelvo y repito, enuncia el lenguaje de identidad de las mujeres de principios del siglo XX, donde solo se es una mujer abnegada, buena esposa y buena madre, que era el rol común, de ordinario, de las mujeres sin voz, que no conocían la virtud de la libertad, o cómo marcar su individualidad, porque todas lo que hacían era sobrellevar la vida de infelicidad como objeto de ornamentación o sujeto de reproducción. A ninguna se le ocurría quebrar esas normas de opresión genérica y, mucho menos pensar tener vuelo, o antojárseles hacer la subversión desde la jaula de confinamiento del cómodo hogar que se hace «reino de amor» para las ingenuas que idealizan la felicidad, esa de apariencias que representa, a final de cuentas, un cúmulo de desconcierto.

     En la novela encontramos seis viajes que realiza Marina Aranda en su vida: de su casa del pueblo de Monte Bello (donde nació, donde había un hermoso jardín cuidado por su madre, y que era un lugar dedicado principalmente a la agricultura, y al cultivo del tabaco); al pueblo costero de San José con el «mar y su color azul turquesa», donde llegaban mercancías importadas desde Europa y Estados Unidos, con largos caminos rurales, donde no había planta generadora de electricidad, para habitar a una casa que al decir de todos «Le faltaba el toque femenino» (72) que le daría Mariana, en medio de campos de caña, con su ferrocarril y los vagones; lugar donde se hablaba créole del francés, créole del inglés y papiamento, por lo cual allí su nombre se transformaría en Madame del Valle o Mrs. Del Valle, y donde tendría una amistad familiar con la familia Abud y el Padre Lorenzo, párroco de la iglesia del pueblo Nuestra Señora de los Mares; el regreso a Monte Bello, a la casa de su padre viudo, don Miguel, con su pequeña hija Rosario en brazos, por unos seis meses, en donde primó el silencio de Juan hacia ella, una «separación inesperada» (106) decidida por Juan para “arreglar” un poco las cosas de sus “escapaditas” extramatrimoniales, sintiéndose Mariana literalmente abandonada por él, pero que hará posible encontrar de nuevo el amor fraterno de su tía Eulalia, que era además su madrina, viaje que para Mariana significaba que su sueño de amor «se esfumaba» (105) al sentirse –como nos dice la narradora- «abandonada y traicionada por el hombre a quien tanto amaba.” (106). El regreso a San José, también decidido por Juan, «pero ya dentro de ella su corazón comenzaba a agrietarse» (107), no bastando que él le dijera, en «El reencuentro»: «-No sabes lo mucho que te quiero. Eres mi vida. Eres mi amor. Nunca más te irás de mi lado.” (110); para la época de «El Otoño» Mariana y Juan se mudarían a otro pueblo, llamado Santa Elena, porque a Juan se le había presentado «la oportunidad de ser superintendente de campo» (131) y los niños (Juanito y Rodrigo) tendrían un colegio cerca. Ya es desde esta época en que Juan se ausenta más de la casa, aún cuando –según él-: «la tenía en su corazón» (131).

     Finalmente, Mariana se muda a la ciudad capital, a «unas pocas cuadras de la Catedral» (136), pero éste no sería su último viaje, para que sus hijos pudieran ir a la Universidad. Es la época en que Juan ya está totalmente distante, y duermen en camas separadas, y empiezan los problemas de salud de él, y como medita Mariana, a través de la voz de la narradora, que llevaba «una vida paralela.» (139). Para esta etapa se produce el fallecimiento de la hermana de Mariana, Lidia (145). Es en la época de «El Invierno» de su vida, que Mariana emprende su sexto viaje, y es a Nueva Inglaterra, hacia el hemisferio norte, a donde su cuñada Lucía, la hermana de Juan, para que ella tratara «de ayudarla a desenredar la complicada coyuntura de ese matrimonio» (149), ya que según nos cuenta la narradora: «Su vida trascendía en un espacio carente de amor y compañía conyugal. En sus pensamientos, a veces llegaba a la conclusión que tal vez el amor de Juan nunca fue de ella. Quizás siempre fue prestado.» (150-151). Pero en ese viaje, aun con la distancia, sus sentimientos hacia Juan  no habían cambiado. (152). No obstante, Mariana, por primera vez, como narra Medina: «tenía que pensar en sí misma». Hasta que al final, la historia que nos cuenta Myra Medina termina con la muerte de su infiel esposo, Juan, a causa de problemas de salud; sin embargo, Mariana «Se acordaba del hombre galán que se enamoró perdidamente de ella y le pidió matrimonio, llevándosela con él a un lugar totalmente remoto y desconocido para ella y lejos de su familia. En verdad, se había casado con él sin quererlo. ¡Pero cuánto lo llegó a amar!». (155)

     En los viajes, las mujeres generalmente se arriesgan, exploran con conciencia o inconsciencia su vida interior y el decorado del mundo externo, y de ellos surgen los distintos signos en los cuales se enmarcan los paralelos de su destino. A veces los viajes nos colocan en alerta, nos hacen romper techos de cristales, marcar un tiempo de apego o desapego a sus sueños. Pocas veces se hacen viajes por carencias afectivas para olvidar o desprenderse de algo lóbrego o triste. Los viajes son mudanzas, mudanzas necesarias a las que te empujan las circunstancias, pero cuáles circunstancias. Myra Medina, en esta su primera novela, lo sabe o sobreentiendo que es así, que  hay viajes que se hacen hacia adentro no como gruta o sendero que te lleva solo hacia el «otro lugar», sino a un espacio en el cual se tiene alguna necesidad de aprender «algo» más aún en esos tiempos en los cuales las mujeres han sido excluidas y silenciadas.

     Es en las páginas finales de la novela donde está la clave, la clave exacta que debemos leer de la historia y, es, que las mujeres (en nuestro orden inconcluso de memoria que nos ha impuesto el patriarcalismo) tenemos que aprender a pensar en nosotras, y dejar de vivir en un desencuentro con nuestra identidad, la cual nos demora tanto entender y construir, porque aunque llevamos como itinerario en la vida distintos viajes  no nos negamos a  continuar siendo  unas interdictas de la opresión;  nos confesamos en silencio que somos unas abusadas, víctimas de una violencia solapada en el «reino del amor» simulado que  no aprendemos a desdecir, porque nos aturde  y en ocasiones no tenemos las herramientas para desenmascararlo o para escapar de los estereotipos que nos han sido asignados y, optamos por refugiarnos en el doble espejo de la realidad que es confinamiento y silencio.

     Las mujeres –como leemos en la página final del libro– que se sienten «mujer y esposa abnegada» (162) viven en el vortice de un territorio doméstico asfixiante, porque ser «mujer y esposa abnegada» es un estereotipo de inscripción invisible que nos secuestra la identidad y la posibilidad de pensar en sí misma. Es la mirada mezquina con la cual nos mide el sistema falocéntrico; es la mirada con la cual los hombres culturalmente machistas y opresores desean que nos veamos siempre, para determinar los límites de nuestra subjetividad y sofocarnos  en un discurso de silencio que se arma, para inmovilizarnos a tener saberes propios, de lo cual solo nos salvamos con la muerte que es, finalmente, «El Invierno», el mismo al cual llegó Mariana, ya muy tarde, luego de perder por muchos años el horizonte de  su vida.

     ¿Cuál es la resistencia que Mariana nos presenta? Quizás no sea la de desfamiliarización total, pero sí cruzar los umbrales de un itinerario que a tientas resquebraja, enfrentando al final de su vida el código masculino del «deber ser» en esos circuitos tradicionales de la sumisión femenina. Quizás, Mariana logró tener un inesperado papel de heroína de sí misma, luego de entender el limbo en que queda su relación conyugal. De ahí, que la narradora opta por una manera de enunciar el tranquilizante feliz o infeliz final de una historia, enriqueciéndola con detalles ambientales, epocales, de costumbres del ámbito local de la Isla, que es esta Isla-media, mejor dicho, la República Dominicana, donde lo político-patriarcal al parecer lo domina todo desde todas las instituciones ya sean culturales, sociales, religiosas o políticas.

     Al presente, todavía no sé cómo vamos a continuar imaginando al sujeto femenino de la Isla, de este país, donde no se permite una construcción humana de la mujer, sino una construcción simbólica de lo femenino, que es objeto visual de esa representatividad de su sexualidad genérica. No niego que hice mi itinerario de lecturas de la novela, y que recordé –en cierta forma– a las novelas del hispanoamericanismo romántico de finales del siglo XIX, y en especial la novela Francisca Martinoff: drama íntimo (1901) de Amelia Francasci (1850-1941), en sus estructuras o tonos, por aquello de que Mariana, su mundo y su imaginario, están llenos de nostalgia y me provocan una nostalgia de mucho dolor. Una tristeza que confieso porque han sido muchas las Marianas despedazadas, en su yo interno, de manera repentina por las múltiples infidelidades de sus parejas.

     Quizás, aun en este siglo XXI muchas mujeres siguen siendo unas Marianas que llegan de un contexto a otro, o de un contexto a un texto, donde lo íntimo es la otra orilla de ese lenguaje que el silencio hace ficcional, a sabiendas de que sus vidas han quedado en blanco en la historia oficial. Es que en una relación no basta sólo decirse:

   «-Te quiero –le dijo Mariana.

   «-Yo te quiero más a ti –le contestó Juan. » (92).

Ni mucho menos creer que la felicidad, en el matrimonio, es de los dos, o la construyen los dos. Por esto, creo que sí es cierto, en toda relación es uno el que ama, y el otro que se deja amar. Mariana, en «El Otoño» llegó a esta triste conclusión –para ella–, luego de ser víctima desde el inicio de su matrimonio de las infidelidades de Juan. Mariana hizo lo que muchas mujeres del pasado y, aun del presente, continúan haciendo: sufrir en silencio (135).

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YLONKA NACIDIT PERDOMO

Nació en Santo Domingo, República Dominicana (1967). Es poeta, ensayista, editora,  crítica literaria y diplomática. Cursó estudios en Leyes y Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Fue directora del Centro de Investigaciones Literarias de la Biblioteca Nacional de la capital de su país (1996-2001). Participa activamente en muchos grupos culturales y talleres literarios y fue directora ejecutiva del comité gestor de festivales de mujeres escritoras, con el cual llevó a cabo alrededor de diez congresos de escritoras. Ha publicado los libros: Contacto de una mirada (poemas, 1989); Alfonsina Storni: a través de sus imágenes y metáforas (ensayo, 1992); Arrebatos (poemas, 1993); Hilma Contreras: Una vida en imágenes (ensayos, 1993); Luna Barroca (poemas, 1996); Papeles de la noche (poemas, 1998); Octubre (poemas, 1998); Altagracia Saviñón o la discontinuidad del instante (ensayo, 1998); Sobreaviso, escritura de mujeres (ensayo, 1998); Triángulo en trébol (poesía, 1999); Juan Bosch, catálogo de libros (1999); Catálogo de Escritoras (1999), en ocasión del homenaje a Carmen Natalia; Hacia el Sur (poesía, 2001); Contemplación (poesía, 2006); Dentro del Bosque (poesía, 2014); y Carta al Silencio (poesía, 2018), entre muchos otros. Es autora de  la contra-historia en la cual se basó el primer documental desde la perspectiva de género producido en el país en el 2008, Las Sufragistas, que narra  la hazaña más importante de la mujer dominicana en el siglo XX, después de la formación de la República en 1844, que fue alcanzar —luego de grandes luchas, acciones de resistencia intelectual, acuerdos políticos, campañas educacionales y comunicacionales, así como protestas y marchas—  la condición de ciudadana. En el 2004 fue co-productora de la primera adaptación llevada  al cine de una obra literaria de una mujer en la República Dominicana, Frente al Mar,  basada en un relato del mismo nombre de la escritora Hilma Contreras (1910-2006), de quien es la albacea literaria. Su área de especialización es «Textos de  autoras dominicanas del siglo XIX» y «Poetisas nativas del barroco español de la Isla de Santo Domingo»,  entre ellas: Leonor de Ovando y Josefina de Leyba y Mosquera. Del siglo XVII ha estudiado los textos de Faustina Pantaleón [testamentos, codicilios, cartas de libertad y escrituras de ventas], así como «Autoras decimonónicas fuera del canon» Actualmente es articulista del diario digital Acento.com.do

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