BAQUIANA – Año XX / Nº 111 – 112 / Julio – Diciembre 2019 (Poesía IV)

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ADOLFO MARCHENA

Nació en Vitoria-Gasteiz, España (1967). Poeta y narrador. Trabajó en diversos programas de radio. Dirigió las revistas literarias Amilamia, Factorum y el fanzine Odaliana. Autor de Cartapacios de Lucerna, Proteo: el yo posible, La reconstrucción de la memoria, Musicalidad de los tejados (poesía), 683 Planta Neurología (narrativa) y de manera conjunta La mitad de los cristales y Poemas Fundidos. Ha sido incluido en diversas antologías (Sin Embargo, Relatario, Voces del Extremo, etc.). Sus textos aparecen en revistas literarias electrónicas y de papel: El coloquio de los perros, Letralia, Río Arga, Turia, Los cuadernos del matemático. Traducido parcialmente a tres lenguas. Ha prologado también el libro de Javier Flores, El frío de la Fe, así como un estudio titulado Poesía de la emancipación, tierra de barbecho, sobre el libro de poesía de Alfonso Pascal Ros con el título Principio de Pascal. Incluido dentro de Poetas, antología universal, coordinada por el editor Fernando Sabido Sánchez.

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SIGO MIS PASOS

Sigo los pasos
de mis viejos
ancestros,
después de vivir
cien vidas
ajenas,
cien vidas
que robé
al tiempo.

Y escribo
otra banda
sonora
que tal vez
comprenda
y me haga feliz.

Por un momento
en la vida,
cuando todos
los favores
han sido devueltos.

Debe resultar
tan sencillo,
pero me cuesta
olvidar que fui
telonero
de los viejos pasos
de mis ancestros.

 

DOLOR Y EXILIO

Arrancarse las heridas
que durante
cien vidas
me sangraron
la ciudad
y esos pueblos
que habitan
mi cuerpo.

Lamemos nuestras heridas
como perros
heridos en el cepo,
el dolor
y el exilio,
que supuso
otra aventura,
otro suceso.

Darse cuenta
de que todo estaba
ya escrito:
la deformidad,
el gesto, el inconformismo,
la derrota, el fuego.

Aunque había
algo nuevo
como la poesía
en los zapatos
y sus suelas
desgastadas,
había algo escrito
en las páginas
de mi alma:
cuando sospechaba
de todo,
cuando no creía
en nada,
salvo el llanto
que provoca
el primer despertar
en una habitación
de paredes blancas
y cortinas desgastadas.

(donde algo escrito
en esas páginas
me pertenece,
nos pertenece)

 

ESPADAS EN ALTO

En esa persecución
que sufren
los que no sustentan
la fragilidad
del sendero,
entran en juego
los caminos
de la vida
y la vertiente
de una contienda
que tiempo atrás
dejaron las espadas
en alto.

Cruzo la calle
intentando
ahuyentar lo indeciso,
la maleza,
arrancarme sin prisa
la piel añadida.

Busco en la carne
la fuerza del viento,
eludir con ello
mi indisciplina
y la diferencia
entre querer
y amar.

Descubrir
su significado
paseando a solas
las regiones
interiores.

 

LAS CASAS QUE HABITAMOS

¿Pertenecieron, alguna vez,
a alguien
las paredes encaladas,
la voluntad de los tejados,
las chimeneas consumidas?

Pertenecemos al asfalto,
a esa realidad
que abarcan las ciudades
donde el poema, a veces,
emana del cansancio,
de la urgencia por vivir
un día diferente al otro.
A ese aullido
que dejamos de escuchar
cuando perdemos la espesura.

La ciudad como premisa,
donde no se aprecia
ni se ve el paisaje.
donde puedes desaparecer
sin que a nadie le importe.

¿Acaso no es lo mismo,
despertar cada día
y tocarse el rostro
para reconocerse, inventarse
esa vida nueva que ocultan
las casas que habitamos?

 

VENDRÁN

Vendrán
de otros lugares
a poblar
la tierra yerma.

Será de nuevo
la colina
un lugar
de naturaleza
y vestimenta
de agua,
un traje a medida
que se perdió
con el incendio
de la casa
de mis padres.

Y aunque
ya no sean
las mismas
costumbres.
Y aunque
ya no esté aquella,
otra modista
tomará medidas
de la hechura
de mi padre.

Abandonará
el polvo y la ceniza
la tierra regenerada,
y serán otros
que traerán
nuevas herramientas
para alzar,
de nuevo,
las casas nuevas,
la iglesia,
los comercios.

Y yo les pediré
que construyan
conmigo una cabaña
para alejarme,
como Thoreau,
del vicio
y la insolencia

de una ciudad
que olvida pronto
los detalles
y la impertinencia.

 

A MI ESPALDA

A mi espalda
aguarda un dolor
que desconozco
y contamina.

No me pertenece
aunque percibo
la respiración,
como de angustia
en los vagones:
la respiración
y sus jirones.

Arrincono el viento
junto a las flores
de plástico.
El alfeizar
de la vieja casa
en el recuerdo.
La cama,
la que sobrevivió
al fuego,
soporta el sudor
y el cansancio
que se esparce
como una gotera.

A mi espalda
el grito callado
de mi hermano.

A mi espalda,
converso como
si con ello pudiera
arreglar todas las cosas
imperfectas, el caos
de lo imposible,
la derrota.

(o ese tiempo
que se demora
en aclarar
los entuertos,
esa verdad
que no siempre
cumple su propósito)