BAQUIANA – Año XX / Nº 111 – 112 / Julio – Diciembre 2019 (Poesía III)

FOTO SECCIÓN POETICA

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OMAR GARCÍA OBREGÓN

Nació en Villa Clara, Cuba (1966). Poeta y activista de derechos humanos. Es graduado con un doctorado por la Universidad de Miami y otro por la QMUL (Universidad de Londres). Ejerce como catedrático e investigador de Estudios Hispánicos y Poéticas Comparadas en Queen Mary University of London desde 1992, donde es co-director del Centre for Poetry con la profesora Susan Rudy: www.poetry.qmul.ac.uk y miembro de la junta editorial de Hispanic Research Journal. Ha publicado 13 libros, incluidos 6 poemarios: Rumba incesante hacia la nada (1993); Pastor del tiempo (1996); Topografía de otro espacio (1999); La fragmentación del paisaje (1999); Resistencia en la tierra (2007), y Fronteras: ¿el azar infinito? (2018). Algunas lecturas previas se pueden encontrar en el proyecto de la British Library, patrocinado por el Arts Council (Between Two Worlds: Poetry and Translation) en Londres (Reino Unido).

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FUIMOS DESERTORES DEL CIRCO

Como un insecto hacia la luz
cuando la libertad es tren
o cualquier transporte de escape
en que se pierden las palabras
en el ojo de la tormenta,
dejamos la piel en el acto
como serpiente de cristal
bajo la vista de la luna
en la anticipada vigilia.

Al día siguiente enterramos
lo vivido color de rosa
y escogimos otra canción
al emprender un nuevo viaje.

Albúmina sin cascarón,
disueltos en la inmensidad
de lo que llamamos destino
─ un futuro hecho de pasado ─,
éramos fantasmas sin diario,
pelotón de vidas en fuga
intentando alcanzar presente,
cansados de esperar futuro.

Rompimos esa cuerda floja
que mantenía el equilibrio.
Fuimos desertores del circo.

 

SIN METAMORFOSIS POSIBLE

Transportada cual pez en lercha,
la mariposa no fue oruga
mas la lepisma disfrazada
que royó la piel de los montes
sin metamorfosis posible.

Como los buenos tisanuros
talamos todas las fronteras.

Utilizamos nuestras uñas.

Nos fuimos en la oscuridad
como ladrones sin botín.

Roímos el papel y el cuero
alimentados con palabras
en el trapiche del ingenio.

Cual pez perdimos las escamas;
saltamos en la travesía,
y de lo viejo comenzamos
a proyectar nuestro futuro
sin metamorfosis posible.

 

SI IGUALES EMPEZÁRAMOS EL VIAJE DE LA VIDA

A la primavera fieles
Vuelven las flores siempre;
No así la suerte del amor.

Karoline Günderode

Su mano palpa un cuerpo que se mantiene inerte,
bañado en la humedad segura del deseo,
mas un hilo de sangre retiene tu presencia.
La miel de los enjambres está muy resguardada.
Abejas, kamikazes, zumban hasta morir
una pequeña muerte de infinita pasión
y de entrañable muerte, tan diaria, tan eterna.

Si la razón colmara la espesura del tiempo
y las palabras fueran frutos de libertad
capaces de fijar los designios del mundo,
la esclavitud sería un cuento de la historia,
un monumento exacto capaz de dar constancia
de las manufacturas remotas del pasado.

Si los viejos rituales perdieran su vigencia
y fuéramos capaces de retomar el tiempo,
ceder el desamparo, borrón y cuenta nueva,
que una amnesia profunda nos invadiera a todos,
se tragara la historia y las pobres herencias.

Si iguales empezáramos el viaje de la vida
los grises del invierno no serían tan grises,
serían suplantados por árboles en flor,
la imagen exportada de un hemisferio al otro
para así recordarnos que los espacios cambian.
Permanece el amor, ignominioso, abstracto.
Permanece el amor, mas sólo algunas veces.

 

SIMIENTE DE LA DIÁSPORA, LOS GRANOS DEL EXILIO

Todo pasó hace tiempo. Todo se vuelve a repetir.
Y sólo es dulce el reconocimiento.

Osip Mandelstam

Banderas dominadas heredan de inmediato
la impronta de los siglos que marcan nuestro paso
con los primeros vientos provenientes del norte.

Qué tiránico el oro derramado en los ríos
para hacer del exilio, cruz, condición de vida,
en la que atraca el buque que busca la equidad,
su mandala perenne en lingotes de arena,
una espada en destierro con que tatuar los diques
del beso parricida de algún máximo líder,
arriero desmedido que nos ve como a bestias
que llevamos su carga; y, biela en mano, talla
lo que es el horizonte y nos lo hace creer.

Qué velas a galope se lanzan a los mares
en bienandantes huidas que abandonan los ritos
de titanes de bronce con corazón de estaño.

Como podrida fruta muy tarde caerás.

Desatino tiránico el de la sombra tenue
que siempre nos persigue, se repliega mil veces
como un tropel de estrellas que cada noche vuelven
con su baño de hidrógeno. Centelleantes bordan,
como mansas palomas, sus terrenales nidos.

Ya no hay seguridad. Se borran los contornos.

Los fantoches explotan en la casa del líder
donde cimbra el misterio al tiránico modo,
donde descansa el eco de algún joven recuerdo
que en un aletear de pájaros sin red
irrefragablemente se arroja a criar malvas
en los despeñaderos, en las ruinas del miedo.

En un golpe de voz escrita en el silencio
en las notas de un diario que acallando recoge,
sobrecogido, el crimen, queda instaurado el miedo.

Los sueños hechos polvo cortejan el futuro.
La patria es un vocablo, subterfugio de nadie.

El país, panza arriba, resentido desgarra
las flores personales, que es lo único que tengo,
y en cooperativas esparcen las cenizas,
fantasmal superávit, que como a un cristal roto
lo lanza a duplicar la imagen del país.

Los vecinos se ausentan al pensar que yo mancho,
que los granos del trigo una vez que se esparcen
a la espiga no vuelven, como hijos de la diáspora.

El latido perpetuo como el SIDA se extiende.
El contagio atraviesa y propaga su furia.

Separados de cetros y de falsas coronas
nos auxilian extraños que jamás nos entienden,
pero sí nos toleran. La incertidumbre reina.

Y nos encadenamos en la tenacidad
que da el ser extranjero en un sitio de nadie.

 

CUANDO ES PRECISO ABANDONAR UNA CIUDAD

La metamorfosis de la ciudad
cual cellisca hiere los clavicordios
que conspiran con la orquesta del tiempo,
que impone nuevas cuerdas y teclado
en la ciudad de muros otoñales.

En las demarcaciones fronterizas,
el flujo ilimitado de vivencias
zanja constantemente cicatrices
para así ungir de olvido la memoria,
que ya nunca jamás podrá incendiar
la intransigente obduración que evite
la guerra entre malinche y flamboyán
sin dirimir la vaina en el espejo.

Cristales adheridos a las ciénagas
potenciaron sureños vendavales
donde el sol hizo brillar las mentiras
insidiosas en secos cocoteros,
terror de las calderas de un volcán
dispuesto al sacrificio en fumarolas,
que del broquel despojan todo hechizo.

Los más puros, las doncellas, los niños,
apaciguan la furia de los dioses
fijados en la piedra del infierno,
el muro que separa los países.

Basta oír una armonía capaz
de consolidar los bajorrelieves
en las trenzadas pautas del abismo
desde donde invaden voces ocultas
en la mansedumbre de la memoria,
henchida y hostigada de vivencias.
Un friso de otoño empaña el verano
mediante el cual se estructuró el futuro
del alfoz, con pasado a duplicar
en desertoras ventanas de olvido.

El auge de la ira fue el terreno
donde se repliega la identidad
que se diluye en sombras vespertinas
cual tortuga que corre hacia la algaba
para así refugiarse en pleno bosque
sin que el recuerdo quede sin destino.

El orgullo engrandeció a viejos líderes
que hicieron de la lucha nuestra muerte,
un pacto no acordado, pero impuesto.
Las ortigas brotaron de la astucia
que en lápidas plasmó los epitafios
y, cual cardo, aguijoneó la ira
solapada en los desvanes del pueblo.

Nunca nos llegó la carta forera
capaz de adjudicar inmunidades,
ni los viejos trazados del cartógrafo
que el rincón de una isla prometía.

Nos tocó asimilar la servidumbre
que en la multitudinaria oquedad
prosigue a esculpir cruces de victoria.

Nos tocó asimilar la servidumbre
que husmea en los contornos de la vida
para conquistar la topografía
engendrada en espacios fronterizos,
lejos de la eterna divinidad
que fatídica intenta consolar
a aquellos que quedamos calcinados
en la opacidad de un susurro ausente.

En mágica, real, maravillosa
agrimensura se tornó tu tierra
medida hoy para el ojo extranjero,
inepto al cuestionar el peritaje.

Empezamos a marcar las fronteras,
con la inerme ceniza de los muertos.

Sin latitud ni longitud precisa,
con sangre alfabetizamos la letra
inútilmente fracturada en mundos
movidos por un estertor agónico.
Se han perdido las voces del rosario,
desgastadas las cuentas en retórica
que asciende del misterio a nuestras manos
para cual autómatas componer
los sonidos de una deidad ausente,
cineraria matriz del catafalco,
desdeñoso túmulo del consuelo
que relega por siempre al acosado.

Aprendimos a descifrar consignas,
sin navegar a orza de tus vientos,
pues somos la planaria mal cortada,
la que espera renovar, sin rodillas,
la nueva hibridación de los encuentros,
en ciudades que no me pertenecen
pero a las que sin dudas pertenezco.

 

SOMOS LOS HABITANTES DE CHAGOS

Como tú,
que no sirves para ser ni piedra,
como tú;
ni piedra de una lonja,
como tú;
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia,
ni piedra de una audiencia, como tú,
como tú.

León Felipe

Aunque no seas piedra, se aprovechan
de ti, pues aquí todo se aprovecha.
Hasta el más tonto servirá de espía
en este sombrío viaje de náufragos
provocado por sirenas que entierran
en el abismo sueltos abalorios,
desensartadas cuentas entre Chagos
y Occidente, rotas por los que ostentan
el poder que obvia toda identidad.

Diego García, punta occidental
del arco de contención, acantona
los ejércitos, pero todavía
me hace falta, no para los sinsontes
remotos ni gorriones descarriados,
ni para desafiantes oropéndolas
ni para golondrinas migratorias.
No, necesito saber qué ha hecho de ella
en el Índico esa sexta flotilla.

Se acabaron los cocos y la pesca,
quebrantaron el banquete de encuentro,
desasidos entre África y la India.
¿Qué hacemos en Mauricio y en Seychelles
con solo veinte libras esterlinas?
Estamos endeudados con el mundo,
perdidos entre chinos, africanos,
indios, ingleses y franceses. Somos
inmigrantes que se unen al convite.
Somos los atolones coralinos
alejados de Victoria, cual dodos
extintos, en un escudo de armas.
¿Olvidaremos así los monzones
de antaño y los que hoy están por venir?

Aquí rige la voz de la invención
que gota a gota ha creado las cercas
del océano, disparos que brotan
en la noche y anegan cual tsunami
con la rendición extraordinaria,
para reconstruir en pliegos mi historia
con aviones de caza y bombarderos.

Bebemos la verdad, que es relativa,
y un vidrio corta en mi memoria un trozo
de rojo flamboyán decapitado
por el levantamiento de sus vainas.
Hay un malinche que no espera flores
porque tú no eres la piedra angular
perdida del templo, mas has venido
a sellar cual inscripción lapidaria
que fija las aristas de mi historia
y reinventa, con desdén, mi pasado.

Tendremos que cortar el eucalipto
que nos garantice el seguir llenando
de papeles los juzgados británicos
y tribunales de tenue justicia
si es que en Europa hoy torturan por proxy.
¿Nos enviarán a Siria o a Jordania,
a Egipto, Marruecos, o a Uzbekistán?
Hay que escribir al imperio de dones
dormidos, que auguran promesa eterna.

Podaré de cuajo el maguey, y así
nunca más contra el rencor grabarás
mi nombre, ni el tuyo, y cortaré un cedro
para aplicar con cincel y martillo
la económica reciprocidad
que me apartará de ti para siempre.

Como una veraz isla salomónica
me expondré a los vientos y marcharé
a la deriva hasta apresar la luz
sosegada en otra costa o perderme
en la riada, inmensidad de las aguas,
si La Isla no facilita el puerto.

Ya no iré a invocar figas de azabache,
ni a asir más amuletos inservibles;
usaré la guatusa como insulto
con el puño bien en alto, trabando
entre el índice y el medio, el pulgar.

Quema tu lengua, espacio de conquistas
enraizadas en falsos argumentos,
para que al filo de la noche pulas
cualquier descabezada incertidumbre
y pueda gozarte en la incandescencia
de mis ciudades, en días preñados
de sosiego, sin partidos ni cápsulas
llenas de cianuro por si perdemos
el combate, sin hojas de laurel
dispuestas a envenenar los estanques.
O, cual cantor pitohuí encapuchado,
que segrega veneno en su defensa,
embadurnaré mi cuerpo, mi arma,
por si intentas lanzarme en otro viaje
a perder las costumbres de mi tierra.