BAQUIANA – Año XX / Nº 109 – 110 / Enero – Junio 2019 (TEATRO)

LA ÓPERA  DEL SUICIDA 

(Pieza teatral)

 

por

 

Edilio Peña


PERSONAJES

             

MA

PA

CHICO

EL AHORCADO

EL DUEÑO DEL HOTEL

LA MADRE SUPERIORA

EL VIGILANTE

EL HOMBRE SIN CABEZA

 

 

 

Escena I

 

(En penumbra, la habitación clausurada de un viejo hotel. De pronto, el silencio encerrado es interrumpido por un ruido estruendoso y la puerta de la habitación se abre. En ese instante, una imagen espeluznante e inquisitiva irrumpe con una explosión de luz: del techo cae el cuerpo rígido de un hombre colgando del cuello. La expresión de su rostro es patética, con sus ojos desorbitados y su boca desmesuradamente abierta. De inmediato, se oye un lejano grito operístico salir de su garganta.

En el umbral de la puerta, aparecen tres personajes más: CHICO, PA y MA. Ingresan a la habitación ignorando a  EL AHORCADO.)

MA: (Vestida de monja. Lleva una maleta.) ¿Hay alguien más aquí?

CHICO: (Encapuchado con un martillo en la mano.) Nadie. Solo la ausencia de un muerto.

MA: Creí sentir su presencia… hay un olor a rosas marchitas. Penetrante.

PA: (Vestido de vigilante y armado con una escopeta.) Los muertos son así, regresan sin avisar siguiendo el olor de las rosas que aún los recuerdan.

CHICO: Esta habitación fue clausurada por la policía hasta tanto no se aclaren las razones del misterio de lo que aquí sucedió.

PA: CHICO, no debiste traernos a este lugar prohibido.

MA: Igual pienso yo.

CHICO: No tenía otra opción. No teman.  Aunque no lo crean, eso la hace un refugio más seguro para los dos. ¿A quién se le puede ocurrir buscarlos en este lugar? Aquí  ni siquiera el fuego los alcanzaría.

MA: ¡Santo Dios! Estamos invadiendo la escena de un crimen. ¿Y si a nosotros nos acusan de asesinato?

CHICO: No ocurrirá, MA. Porque lo que aconteció en esta habitación no fue  un crimen. Fue algo más que eso.

PA: ¿Qué fue entonces?

CHICO: Algo que las palabras no pueden expresar. Tan espantoso que las bocas enmudecerían de solo pensarlo.

PA: ¿Cómo lo sabes?

CHICO: En esta oreja me lo dijo el hermano del muerto.

MA: ¿Quién?

CHICO: Mi jefe. EL DUEÑO DEL HOTEL. Fue  el primero que encontró al infeliz que se negaba a abrir, antes de forzar esa puerta. Un sacerdote, que vino con el forense y la policía, reculó y se negó a santiguar el ataúd del muerto. En el cementerio, los  sepultureros arrojaron sus palas y huyeron al ver, detrás del cristal, la expresión última de su cara. Era el único hermano que tenía y no podía dejar de enterrarlo a la sombra de ese árbol amarillo  que está allá afuera. Desde entonces, sus ramas se llenan de pájaros negros. El pobre vivía en esta habitación y, a media noche, se levantaba  de la cama y como el alma en pena que camina al filo de una navaja, abría la ventana de par en par. Entonces, con sus ojos extraviados, comenzaba a cantar el aria de LA ÓPERA DEL SUICIDA. Una ópera que él mismo había compuesto. (Canta el aria de la ópera. EL AHORCADO también comienza a cantar el aria, en una especie de contrapunteo.) El loco despertaba a todos los huéspedes del hotel y estos salían de sus habitaciones con un barullo a protestar a la recepción: ¡Queremos dormir!, ¡queremos dormir!… EL DUEÑO DEL HOTEL, con las manos en los oídos, los calmaba exonerándolos del pago de la habitación. Entonces, los huéspedes volvían a sus camas a tratar de conciliar el sueño con aquella ópera que se oía  tronar desde la habitación  que hoy ocupamos.

MA: Qué historia…

CHICO: El desgraciado estudiaba canto lírico por correspondencia… En realidad, nunca recibió un diploma que lo acreditara como cantante de ópera.  El diploma llegó después de su muerte. Su hermano lo colocó allí en la pared con una corona de rosas rojas que después se marchitaron. Fue el último tributo a una vida que no lo quiso.

MA: Qué triste…

CHICO: A decir verdad, se comenta que el cantante de ópera era un solitario que se ahorcó con el largo cabello de una mujer que nunca  le correspondió…

PA: ¡Dios!  No me imagino colgando del cabello de una mujer.

MA: Ahora  comprendo porqué a algunas mujeres no les gusta ir a la peluquería a cortase el cabello.

 (PA y MA se acercan a una pared en la que cuelga el supuesto diploma. Lo miran con interés e intriga. En realidad, es un enorme cartel de publicidad de una época remota. Con la imagen de una boca abierta que muestra el foso oscuro y profundo de  la garganta.)

PA: Una boca que grita…

CHICO: El grito es el emblema de la academia de ópera donde estudiaba Willy.

MA: ¿Se llamaba Willy?

CHICO: Sí.

MA: Pobrecito.

CHICO: No se acerquen mucho al hueco negro de la garganta.

PA: ¿Por qué?

CHICO: Puede tragarlos. Uno de los policías que vino a investigar la vez pasada  desapareció por allí sin dejar rastro.

(De la garganta se escucha un aliento grave, como un fuerte remolino que sale de su interior y succiona lo que halla a su paso. Los objetos de la habitación comienzan a temblar. Algunos caen y son arrastrados. PA y MA se toman de las manos tratando de  resistirse a ser tragados por la garganta. Se estiran como muñecos de goma. CHICO intenta socorrerlos y, con fuerza,  sujeta  a ambos por la cintura, pero la garganta  lo despoja de su capucha y se la traga. CHICO tapa su rostro con las manos antes de ser reconocido. De inmediato, cesa el turbulento aliento caníbal de la garganta. Los tres se quedan mirando el cartel de publicidad con estupor e incredulidad.)

PA: ¡Díos mío, qué peligro es estar cerca de la ópera!

MA: Casi muero del susto…

CHICO: ¡Qué lástima! Me había acostumbrado a estar sin rostro.

 (Lentamente, CHICO aparta las manos de su cara. Al momento se oscurece  el rostro de EL AHORCADO y desaparece su cabeza. CHICO ahora tiene el rostro del muerto que cuelga.)

PA: ¿CHICO, y si la policía  nos encuentra?

CHICO: No los van a encontrar. Yo me deshice de cualquier rastro antes de llegar acá con ustedes.

PA: Mataste a LA MADRE SUPERIORA.

CHICO: No, sólo la noqueé. Además nadie me reconoció. ¿Quién podía reconocer a un encapuchado? Es muy difícil que  unos ancianos  con demencia senil puedan darle una pista  a la policía. Además, estos tendrían miedo de prolongar la investigación hasta acá. No quieren que a ningún otro le vuelva a pasar lo que ocurrió con su compañero. EL VIGILANTE de la garita se quedó dormido con aquel café que le obsequié cargado de barbitúricos. Despertará dentro de tres días, si es que despierta… ¿no lo mataste?

PA: No, sólo le arrebaté el arma.

CHICO: ¡Que raro! Yo oí un disparo, mientras te esperábamos dentro de la camioneta.

PA: No… No… Pero yo sí vi que  tirada en el piso estaba LA MADRE SUPERIORA, sangrando a borbotones por la cabeza. No debiste haber llevado ese martillo. Con una pistola de juguete hubiera sido más que suficiente para despojarla de su vestimenta.

MA: Pobrecita, le encantaba rezar. Seguro que si se salva de ese golpe en la cabeza, comenzará  a rezar  El Padre Nuestro al revés.

CHICO: Ah, ahora me reprochan que los  haya secuestrado del destino que les esperaba. Si no hubiese sido por mí, todavía estarían confinados en ese ancianato donde el tiempo envejecía más rápido que ustedes. ¿Podrías dejar de apuntarme?

PA: Perdón. No soy yo. Es la escopeta. Tiene esa costumbre…

MA: Sangro… (Se toca la frente por donde ha comenzado a sangrar.) mucho…

CHICO: Es una ilusión, MA. No tienes porqué sangrar de verdad. Solo estás disfrazada de LA MADRE SUPERIORA. (La despoja de la cofia de monja que lleva en la cabeza.) Ahora volverás a ser tú…

MA: Miren… (Intrigada, deteniéndose en la figura de EL AHORCADO que se balancea con el crujir de la viga del techo…) ¿ustedes ven lo que yo estoy mirando…?

CHICO: ¿Qué cosa?

MA: Un hombre cuelga del techo.

PA: El espíritu del suicida. O es una sombra que te confunde… y se proyecta en alguna parte de tu mente.

CHICO: Aquí no hay ningún muerto. Solo ronda su ausencia. Se los he dicho. MA, tómate la pastilla… creo que has comenzado a ver alucinaciones.  (Se oye un timbre.) Me llaman de la recepción… debo volver a mi trabajo. Me llevaré el reloj, para que la idea del tiempo no los atormente. (Descuelga un inmenso reloj de pared.) Hasta luego…

PA: Espera, ¿en qué número de habitación estamos?

CHICO: ¿Por qué lo preguntas?

PA: Por si  necesitamos llamarte para que nos socorras.

CHICO: Esta habitación no tiene número.

PA: ¿No existe?

CHICO: Exactamente.

PA: Y, entonces, ¿qué hace ese teléfono ahí? (Señala un viejo teléfono ubicado sobre la mesita de un rincón.)

CHICO: De adorno. Es simplemente un adorno. No se puede llamar ni recibir llamadas. El último que lo usó ya no reside en este mundo. Adiós. (Sale abandonando la habitación y de inmediato se oye repicar al teléfono.)

(PA queda petrificado. El teléfono vuelve a sonar. MA anima a PA a tomarlo. PA se acerca al teléfono y levanta el auricular.  Se ilumina de nuevo el rostro de EL AHORCADO.)

PA: (No sabe cómo reaccionar. Tartamudea con el teléfono en la mano.) Aló… ¿ quién es?

EL AHORCADO: La voz del ahorcado…

PA: ¿El muerto?

EL AHORCADO: Sí.

PA: ¿Willy?

EL AHORCADO: Sí.

(PA suelta el teléfono y lo apunta de inmediato con la escopeta.)

EL TELÉFONO: ¿A quién piensa matar?

LA ESCOPETA: (Separándose de las manos de PA.) A nadie…yo solo soy una escopeta descargada. No tengo balas ni siquiera para suicidarme.

 

 

Escena II

 

(En la recepción del hotel. CHICO y el dueño conversan. CHICO está ubicado en su puesto de trabajo sentado en un banco alto. Tras de sí, cuelgan las llaves  de las habitaciones.)

EL DUEÑO DEL HOTEL: (Sentado en un viejo sofá. Revisa un documento.) ¿Estás seguro de que esta póliza de seguro es del par de viejos?

CHICO: Sí, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Y tú eres el heredero?

CHICO: Sí, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿El único?

CHICO: Sí, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Algún familiar que les sobreviva… un hijo?

CHICO: No, señor. El único que existía no volverá a cantar ópera.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Ah. Pierde cuidado. Desde su muerte nadie ha vuelto a  alojarse en este hotel. El desgraciado me destruyó el negocio. ¿No pudiste matarlo antes o en otra parte?

CHICO: En realidad, me enternecía oírlo cantar. Quizá por eso no me apuré. Me enseñó a cantar. Ensayaba con él. Podríamos cambiarle el nombre.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿A quién?

CHICO: Al hotel.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Imposible. La leyenda nos perseguiría… es como la mala suerte.

CHICO: Justamente. La aprovecharemos… Afuera podríamos poner un aviso luminoso que diga… LA BALADA DEL AHORCADO… o LA ÓPERA DEL SUICIDA.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡No, no! Cómo se te ocurre. Eso es tétrico.  Nadie se detendría a alojarse en un hotel que tenga ese nombre… lo más, a echar gasolina en la bomba, y eso si el miedo los deja… Saldrían espantados dentro de sus automóviles.

(Repentinamente, se oye cantar el aria de LA ÓPERA DEL SUICIDA. EL DUEÑO DEL HOTEL y CHICO se miran demudados.)

CHICO: (Llevándose la mano a la garganta.) Estoy… creo que estoy…está cantando.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Regresó el coño e’madre!

CHICO: Imposible.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Cómo que imposible?… ¡Está cantando!

CHICO: Podemos estar alucinando, señor. Hay alucinaciones auditivas. Lo mismo les ocurre a los viejos.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Pero nosotros no somos viejos!

CHICO: EL AHORCADO se ha convertido en nuestra obsesión.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Estás seguro de que lo mataste?

CHICO: Absolutamente. Yo mismo lo ahorqué con estas manos y lo colgué del techo de la habitación que no existe. Usted mismo lo enterró a la sombra de ese árbol amarillo poblado de pájaros negros.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Eso fue lo que declaré a la policía. No era mi hermano.

CHICO: Pero yo tampoco soy el hijo de esos ancianos. Eso fue lo que les hice creer y lo que les dije para que firmaran pronto la póliza del seguro….

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Y entonces, quién canta?

CHICO: Yo, señor. Perdóneme, pero desde que asesiné a ese cantante de ópera, un deseo ciego de cantar  me persigue.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Ah. Ahora te la das de jodedor…

CHICO: No, es cierto. Se lo juro por mi madre, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Te has encariñado con los viejos, no?

CHICO: La costumbre de cuidarlos y atenderlos, señor. Pero no se preocupe, del amor al odio sólo hay un paso. Juro que los mataré más pronto que al hijo. Nada me distraerá. Nada me detendrá. Ellos no tienen ninguna virtud ni capacidad para sobrevivir. La vejez es fea…

(Comienza a cantar de nuevo el aria de LA ÓPERA DEL SUICIDA.)

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Dios! No lo puedo creer… ¡Es increíble!…. ¡Cantas más bello  que el  ahorcado!

CHICO: ¿Usted cree, señor?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Absolutamente. Pavarotti se quedaría pendejo.

CHICO: No se burle.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Te estoy diciendo la verdad. Si no lo creyera, no te lo diría.

CHICO: Gracias, Señor… Se lo agradezco… Me esmero… Eso sí, trato de hacerlo lo mejor posible. Practico en el sótano del hotel todos los días. Las ratas son mis espectadores…

EL DUEÑO DEL HOTEL: Hasta has comenzado a parecerte al ahorcado. Tienes el mismo porte. Un poco más flaco, pero la cara es idéntica.

CHICO: No me había fijado, señor. Hace tiempo que no me miro en los  espejos.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Quieres mirarte?

CHICO: ¡No!, me aterra la idea de saber quien soy yo.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Te imaginas?… Si remodelamos el hotel,  tendríamos una clientela exquisita que solo vendrá a alojarse al hotel a ver el repertorio de la temporadas de ópera. Tú serías la estrella. ¿Qué te parece?

CHICO: Es una idea fabulosa, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Bueno, a ponerla en marcha. Necesitamos el capital.

CHICO: ¿Cómo quiere que me deshaga de ellos?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Con un susto.

CHICO: Pero éstos no parecen asustarse con nada.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Habrá una formula. Invéntala.

CHICO: Sí, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Una vez que cobremos la póliza del seguro empezaremos a remodelar el hotel con arquitectos, ingenieros y albañiles.

CHICO: ¿Con mi herencia?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Somos socios. ¿O no?

CHICO: Sí, señor. Perdone, lo había olvidado.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Fifty, fifty.

 

 

Escena III

 

(MA  está  parada ante  una mesa, sobre la que se halla la maleta abierta. Saca ropa de su interior  que ordena cuidadosamente dentro de un escaparate inmerso en la penumbra. PA está sentado en una silla. Con un pedazo de pan en la mano, hace  bolitas que lanza dentro de  la garganta de la boca abierta del cartel. La boca parece  abrirse y cerrarse cada vez que traga una  de las bolitas. PA ríe como un niño travieso las veces que logra introducir  algunas de las bolitas dentro de la garganta. De repente, EL AHORCADO levanta una mano e intenta zafarse la cuerda del cuello. No puede. Su mirada extraviada se fija en la presencia de MA, que se moviliza de la mesa al escaparate con pasos cortos, lentos y eternos.)

EL AHORCADO: MA…

MA: Sí… (Deteniéndose.) ¿Quién me llama?

EL AHORCADO: Mamá… soy yo.

MA: ¿Quién es?

EL AHORCADO: Tu hijo…

MA: ¿Mi hijo?

EL AHORCADO: Sí….

MA: PA… ¿nosotros alguna vez tuvimos un hijo?

PA: Que yo recuerde, no. A menos que halla uno por allí de contrabando. Je. Je…

MA: Te lo pregunto porque una voz me acaba de llamar “mamá”.

EL AHORCADO: Willy…

MA: Willy…

PA: Ese nombre me es familiar. A ver, ¿dónde lo oí mencionar? (Camina por la habitación tratando de recordar.)Willy… Willy…

MA: Aquí… Fue aquí donde lo oíste. Hace un momento. (Señalando.) ¡Es EL AHORCADO!

EL AHORCADO: ¿Podrían  bajarme de aquí, por favor?

PA: Pues sí, claro. No faltaba más. Debe ser incómodo estar colgado del cabello de una mala mujer.

EL AHORCADO: Eso es una patraña. En realidad estoy colgado de una cuerda con la que amarraban al burro que pastaba allá afuera, a la sombra del árbol amarillo cargado de pájaros negros… (La silla se arrastra por sí misma hasta debajo de los pies de EL AHORCADO. Este se apoya sobre ella y, con las  dos manos, desata la cuerda que con un lazo lo sujeta al cuello. Sin embargo, se la volverá a poner y andará con ella como un miembro más de su cuerpo.) Que silla tan generosa…. No hay nada mejor que una silla con vida propia. Gracias, es usted muy amable.

MA: Pobrecito…. Se te ve pálido y desnutrido,  ¿has sufrido mucho?

EL AHORCADO: Demasiado…  me faltaba el aire… no podía tragar ni mi propia saliva.

PA: Estar muerto y no poder comer debe de ser terrible.

EL AHORCADO: Así es. En la muerte nadie lo alimenta a uno.

MA: Espera. Porque antes de venir para acá preparé unos emparedados de atún, ¿te gusta el atún?

EL AHORCADO: Prefiero el bacalao.

MA: Qué casualidad. También traje un emparedado de bacalao. El mismo que te gustaba cuando eras un niño. (Se dispone a sacar los emparedados del interior de la maleta.) PA saca el mantel y sirve la mesa.

PA: Eso le toca hacerlo a las mujeres.

MA: No te pongas con esas tonterías, machista redomado. Tenemos que darle la bienvenida a nuestro hijo.

PA: ¿A nuestro hijo?

MA: Pues claro, tuvimos un hijo. Ahora he empezado a recordar…. Perdona hijo, pero la vejez nos hace olvidar lo que una vez tuvimos.

PA: (Reconociéndolo y abrazándolo.) ¡Hijo! ¡Qué alegría… tanto tiempo, imagino que  ahora eres una estrella de fútbol!

EL AHORCADO: No, papá. Me dediqué a la ópera…

PA: No seguiste mi consejo.

EL AHORCADO: Seguí mi corazón. Por eso me fui del hogar aquella vez cuando no estuviste de acuerdo con mi decisión y me pegaste. Sin embargo, llegué a ser el cantante  de ópera que soñé. Lo triste es que ahora no tengo espectadores que puedan oírme. De un tiempo para acá, nadie me oye…

PA: ¿Por qué?

EL AHORCADO: Porque esa es otra de las desgracias de estar muerto. Nadie  es capaz de oír a un muerto cantar.

MA: Canta para nosotros, hijo mío. Tus padres te oirán y se sentirán orgullosos de ti. Imagínate que estás en el teatro de la ópera de Milán. Nosotros estamos en la primera fila de las butacas, ansiosos de que comiences a cantar.

PA: Sí, hijo. ¡Cántanos un vallenato o una ranchera!

MA: ¡No, por favor, PA! No seas vulgar. Nuestro hijo se dedicó al canto lírico. A algo tan sublime que el mundo de los vivos no puede apreciar. Se fue de la casa por eso. Ahora regresó hecho una estrella y nosotros ya estamos en la mejor capacidad de oírlo.

PA: Perdona, hijo. Pero es que soy fanático de Los Corraleros del Majagual y de Los Tigres del Norte.

EL AHORCADO: No te preocupes, papá. Comprendo tus gustos mundanos. Pero podría cantarte una versión que hice de LA PUERTA NEGRA cuando estuve en México.

PA: ¡Ay, hijo!…. ¡Eso sería lo máximo!

EL AHORCADO: Ese era el regalo que te traía de tan lejos. No te pongas celosa, mamá. Porque a ti habrá de gustarte también. Óyela…

(Willy comienza a cantar la versión en ópera de LA PUERTA NEGRA de Los Tigres del Norte. PA, entusiasmado, baila con MA con un frenesí inusual. Al terminar de cantar, los ancianos aplauden a su hijo. Este hace lo mismo para con ellos.)

MA: Gracias, hijo. Nos has brindado un momento de felicidad que nunca tuvimos en el ancianato.

EL AHORCADO: ¡Qué lástima!, porque mi intención, después de llegar  de una gira por el extranjero, era dedicarme por entero a cuidarlos y cantarles esa última ópera que compuse. Porque también soy compositor. Pero la mala suerte me detuvo en este hotel donde me arrebataron la vida.

PA: Entonces,  ¿no te suicidaste?

EL AHORCADO: ¿Cómo habría de hacerlo, si había conocido el éxito? (Señalando el cartel.) La boca que grita en ese cartel apenas es un pedazo de la fama que tuve.

MA: Santo Dios, te arrebataron la vida sin pedirte permiso. Ya decía yo que aquí se había cometido un crimen.

PA: Espera. Tú estuviste con nosotros en el ancianato.

EL AHORCADO: Jamás.

MA: Nos cuidaste…. Te ocupaste de nuestras necesidades. Nos llevabas al baño, nos dabas de comer  Por un tiempo dormiste en el piso para velar por nuestro sueño.

EL AHORCADO: Nunca.

PA: Nos dabas las medicinas… y cuando desvariábamos nos pegabas con la correa.

MA: Pero no sentíamos dolor porque, en ese momento, nuestra conciencia estaba de vacaciones.

EL AHORCADO: Imposible. Un hijo es incapaz de pegarles a sus padres.

PA: Entonces, ¿Quién nos trajo hasta acá?

EL AHORCADO: Un farsante que no soy yo.

MA: CHICO, se hacía llamar CHICO.  No sé por qué usaba ese sobrenombre si tú te llamas Willy.

PA: Tú  le decías CHICO hasta los cinco años.

MA: Es verdad.

PA: Menos mal que hemos comenzado a armar los recuerdos. Debemos escapar de aquí. Lo poco que nos queda de vida corre peligro. Escapemos…

MA: ¿Hacia adónde?

PA: Hacia ninguna parte.

EL AHORCADO: Yo ya no puedo escapar. Estoy muerto.

PA: Hijo…. Acércate.  (EL AHORCADO se acerca.)  Sé que no es el momento. No quiero ser indelicado. Pero… una pregunta me acosa

EL AHORCADO: ¿Cuál, papá?

PA: ¿Por qué de la bragueta de tu pantalón ha comenzado a salir esa enorme erección?

EL AHORCADO: (Tapándose la entrepierna.) ¡Qué pena, papá!… No lo puedo evitar. Qué feo. Es la vergüenza mayor que padecemos los ahorcados.

PA: Sí, es vergonzoso. Las únicas que deberían ahorcarse son las mujeres para no pasar por esa humillación.

MA: No tienes por qué apenarte hijo. (A PA.) Envidia debería darte…. Viejo baboso. Hijo, si te contara la mala vida que me dio tu padre, mientras estuvo todos estos años en el ancianato conmigo. A medianoche se levantaba y perseguía  a aquellas viejas desnudas  que sonámbulas deambulaban por los pasillos…  como si con eso que le cuelga entre las piernas iba a logar lo que muy bien habrías podido tú.

PA: No es cierto, hijo. Salía de la habitación porque no soportaba sus ronquidos. Tu madre ronca peor que una lavadora que lava en la madrugada.

EL AHORCADO: No peleen, por favor. Es inútil pelear cuando no hay nada que hacer en un mundo que no existe…

 

 

Escena IV

 

(Es de noche. En la orilla de una larga carretera se hallan EL DUEÑO DEL HOTEL y CHICO. El primero lleva una linterna, el segundo, unos binoculares.  El resplandor de  las llamas de un incendio relumbra sobre sus figuras. Al fondo,  el árbol amarillo poblado de pájaros negros se balancea. El cielo está teñido en sangre.)

CHICO: (Mirando a lo lejos con los binoculares.) Está ardiendo. Un demonio hambriento lo consume todo.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Me excita el fuego! (Frotándose las manos. Con los ojos encendidos.) Es como hacer el amor en medio del crepitar de las llamas.

CHICO: Mientras el placer no se queme… que la carne  lo disfrute.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Opción que no tenían los judíos en los hornos crematorios. Con razón, algunos hacían el amor desaforadamente antes de ser quemados.

CHICO: ¿Cómo sabe eso, señor?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Mi padre era uno de los encargados de introducirlos en los hornos. Antes los bañaba y los rapaba hasta dejarlos como una bola de billar. (Desabotona su camisa y se descubre el pecho.) ¿Ves este colmillo de oro que cuelga de mi cuello?

CHICO: Sí, ¿de quién era?

EL DUEÑO DEL HOTEL: De una de las víctimas. Mi padre se lo arrancó con un alicate.

CHICO: ¿Su padre también era judío?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Sí, los judíos también se ocuparon del exterminio.

CHICO: Como usted.

EL DUEÑO DEL HOTEL: (Sonríe.) Pues sí. La historia se repite. No nos vayamos hasta que el hotel se halla convertido en  cenizas. “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

CHICO: Sí, señor. Pero temo que el resplandor  se vea a lo lejos y algún vecino llame a los bomberos o a la policía.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Ningún vecino los llamará. Todos los que vivían por aquí se fueron porque pensaron que, en aquel entonces, lo que yo iba a construir era un hotel de putas. Un vulgar matadero. No olvides que protestaron su construcción ante la municipalidad. Aquí vivía una comunidad de puritanos y evangélicos. Los mismos que construyeron  el ancianato en El Valle de la Muerte.

CHICO: Menos mal que usted  tuvo influencias y el gobernador lo autorizó. Pero, ¿por qué  después la Iglesia cristiana terminó apoderándose y administrando el ancianato?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Tener poder es divino. Y la Iglesia Católica no escapa a ello. Si no, pregúntale al Obispo. Ahora entiendo más que nunca a Dios. Que todo lo da y todo lo quita. (Ríe a carcajadas.) ¡Ja, ja, ja!

CHICO: (Mirando por los binoculares.) La bomba de la gasolina puede estallar en cualquier momento, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Que estalle. Eso es lo que yo quiero.

CHICO: Alguien se ha detenido en la bomba, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: A ver. (Le quita los binoculares y mira.) Lo conozco. Ese es el camión de un estúpido borracho que se quedó sin gasolina.

CHICO: (Vuelve a tomar los binoculares.) Ahora dos personas se bajan del camión, cubiertas con mantas. Se dirigen a la entrada del hotel. Hay que avisarles. Pueden morir en la explosión. ¡La bomba va a estallar!

EL DUEÑO DEL HOTEL: Que mueran también. Cuando todos los testigos desaparezcan,  no habrá juicio, ni juez, ni sentencia.

CHICO: Es extraño que alguien quiera alojarse en un hotel en llamas.

EL DUEÑO DEL HOTEL: La estupidez es humana. Mi padre siempre me lo decía.

CHICO: El humo negro lo envuelve todo. El cielo se oscurece y desaparece. Ya no hay estrellas ni luna que se asome. La noche se hace más honda. (Se oye una explosión.) ¡Santo Díos, el mundo retumba! A esta hora  la pareja de ancianos debe haber muerto devorada por las llamas.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Igual el fantasma de EL AHORCADO.

CHICO: (Aprensivo.) ¿Usted cree, señor?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Sin duda. No volverá a perseguirnos, a acosarnos. El primer crimen siempre atormenta. Es como la culpa que te delata. No te das cuenta de que lo de los viejos fue más fácil.

CHICO: Sí, con ellos no tengo ningún remordimiento ni pena. Pero cuando pienso en el fantasma de EL AHORCADO, me dan ganas de llorar y quisiera ser él… cantaba tan bonito.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Desempólvate de tu sentimentalismo, porque ahora construiremos un hotel nuevo. Con la nostalgia no se llega lejos.  El pasado no da dividendos. El progreso no tiene escrúpulos.

CHICO: (Enjugándose las lágrimas.) Ya he pensado en el repertorio. Todas las noches habrá un menú nutrido para los huéspedes. Mientras  coman me oirán cantar…

EL DUEÑO DEL HOTEL: Así me gusta. Menos mal que desechamos la idea de la renovación del viejo hotel. No tenía sentido salvar lo que ya se había deteriorado. Era como una poceta vieja y descompuesta que nadie usa.

CHICO: Pero nos quedó  su leyenda…

EL DUEÑO DEL HOTEL: Lo único que sobrevivió…

CHICO: LA ÓPERA DEL SUICIDA.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Ya veo el aviso luminoso elevarse sobre las alturas…

CHICO: El hotel será como la montaña que le faltaba a este desierto.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Así es.

CHICO: Señor…

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Qué pasa?

CHICO: Alguien viene por el medio de la carretera.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Quién será?

CHICO: No sé. No se distingue. Está muy oscuro ahora.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Espera. Alumbraré con mi linterna. (Alumbra con un círculo de luz hacia la larga carretera.) Yo no veo nada. Soy corto de vista. ¿Qué ves tú?

CHICO: (Tomando la linterna y alumbrando.) No veo nada tampoco.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Pero dijiste que algo se acercaba.

CHICO: Sí, pero a lo mejor se escondió entre el humo y las sombras.

EL DUEÑO DEL HOTEL: No me asustes. ¿Era una persona?, ¿un ánima en pena?

CHICO: No lo pude distinguir bien.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Dígame si los ancianos sobrevivieron. Recuerdo que mi padre  me contó que un hombre logró sobrevivir  a las altas temperaturas de un horno crematorio. Los científicos del Tercer Reich no se explicaron  tan curioso fenómeno. Después lo usaron para que testimoniara los estertores últimos de la agonía en la incineración de los cuerpos.

CHICO: ¡Qué estúpidos fuimos!… El fuego nunca los alcanzó, porque la habitación no existe.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Santo Dios!

CHICO: ¿Qué pasa?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Algo se ha posado en mi hombro.

CHICO: Es un pájaro negro… (Toma el pájaro negro que se ha posado en el hombro de EL DUEÑO DEL HOTEL. Lo examina y extiende sus alas. La cabeza del pájaro cuelga hacia un lado.) No puede volar, señor.  El aire se ha vuelto tan pesado con el humo y las cenizas que el pájaro no puede volar, pero tampoco podría ver hacia qué destino se dirige…

(Progresivamente la carretera comienza a llenarse de pájaros negros que deambulan por doquier. EL DUEÑO DEL HOTEL y CHICO se miran asombrados e impávidos ante la multitud de pájaros negros que los rodean.)

 

 

Escena V

 

(EL AHORCADO, PA y MA están sentados en el piso de la habitación del hotel, en torno al árbol amarillo cargado de pájaros negros. Los tres comen los emparedados como si estuvieran disfrutando de un picnic en el campo.)

EL AHORCADO: (Inspirado.) No hay nada mejor que comer al aire libre con la familia. Sobre todo, en el lugar donde me hallo enterrado. A la sombra de este árbol amarillo, con el canto de estos pájaros negros que rinden tributo a mi memoria. (Dirigiéndose a MA y PA.) En los grandes restaurantes de Viena siempre los extrañaba.

MA: Qué triste. Estábamos tan engañados con ese farsante de CHICO que pensábamos que, cuando comíamos, lo hacíamos junto  a ti.

PA: Me da rabia de sólo pensarlo. ¡Quiero matar a CHICO ahora mismo! (Inesperadamente apunta a EL AHORCADO con la escopeta.)

EL AHORCADO: (Apartando a un lado el cañón de la escopeta.) Por favor, PA. No me apuntes con esa escopeta.

PA: Perdona, hijo. No soy yo. Es ella. Pero está descargada. La última bala que tenía creo que la alojó en el estómago de un hombre…

EL AHORCADO: Lo importante es que ahora estamos juntos. En familia. Aunque esta cuerda me cuelgue del cuello como un malo e infausto recuerdo…

MA: (Pasa su mano por la cuerda. La acaricia. ) No sé por qué se parece al cabello largo de una mujer.

EL AHORCADO: Una vez conocí una mujer muy bella. Con una larga cabellera dorada. Era tan larga que podía envolver mi desnudez.

MA: ¿Y te enamoraste?

EL AHORCADO: Enloquecidamente, ¡la adoré!

MA: ¿Pensaste en lanzarte al agua?… ¿eh?, picarón…

EL AHORCADO: Estuve a punto.

MA: Nos hubiera encantado estar en tu matrimonio.

EL AHORCADO: Yo mismo hubiera cantado el ave María de Giuseppe Verdi.

(EL AHORCADO se levanta y comienza a cantar el Ave María. Al terminar, MA y PA lo aplauden fervorosamente gritando: “¡Bravo!”, “¡bravo”. EL AHORCADO saca un pañuelo blanco y se inclina con una venia de agradecimiento.)

PA: (Se le acerca y le pregunta en voz baja.) Dime, hijo, ¿y cómo fue tu primera noche en la cama con ella?

MA: ¿Cómo se te ocurre preguntar eso?

EL AHORCADO: No pudo haber noche de bodas.

MA: ¿Por qué, hijo mío?

EL AHORCADO: Porque era el vivo retrato tuyo, mamá.

PA: ¡Ay, hijo, de lo que te perdiste!

EL AHORCADO: ¡Imposible! Hubiese sido como si me acostara con mi madre (Introduce una mano en el bolsillo de su flux y saca una fotografía.) Esta es su foto.

MA: (Tomándola.) Idéntica. Soy yo.

PA: ¿Y qué hacías tú con nuestro hijo en Viena?

MA: Impertinente.

PA: (Mirando la fotografía.) Tenía caderas, ¿no?

EL AHORCADO: Sí, unas bellas curvas.

PA: ¿Cómo se llamaba?

EL AHORCADO: Rapunzel…

PA: Rapunzel… qué casualidad, tuve una amante con ese nombre. Pero tu mamá la desfiguró con una navaja cuando nos descubrió. Desde entonces, la pobre se precipitó en la desgracia. Ningún hombre volvió a fijarse en ella. Entonces, no le quedó otro camino que meterse a puta. En el burdel donde trabajaba la llamaban  La Mapamundi.

(De pronto, un pájaro cae en el piso. MA se acerca, se arrodilla y se le queda mirando.)

MA: Hola, pajarito… ¿eres feliz? (Después de una pausa.) Creo que está muerto.

EL AHORCADO: ¿No siente un olor a quemado?

PA: Sí….

MA: Está entrando humo negro por la ventana…

(Comienzan a oírse golpes desesperados a la puerta.)

EL AHORCADO: ¿Quién es?… ¿quién llama a la puerta?

UNA VOZ: ¡Soy yo, LA MADRE SUPERIORA! ¡Abran!

OTRA VOZ: ¡Abran, el hotel se está quemando y tienen que escapar! ¡Hemos venido a salvarlos!

MA: (Cae de rodillas.) ¡Madre Superiora, Dios la tenga en su santa gloria!

LA VOZ: ¡En la gloria no, en la tierra!

OTRA VOZ: ¡Así que abran la puerta, vamos!, ¡aún estamos a tiempo!, ¡he retrasado las agujas del reloj!

PA: (Cae de rodillas.) ¡Oh, perdóneme señor vigilante! La escopeta se disparó sin yo darme cuenta….  ¿le dolió el balazo?, ¿está vivo aún?

OTRA VOZ: ¡Eso no importa ahora!, ¡ábrannos la puerta!

EL AHORCADO: ¡Voy!, ¡yo abriré! (Abre la puerta. De inmediato entran a la habitación LA MADRE SUPERIORA y EL VIGILANTE.)

LA MADRE SUPERIORA: (Con una venda en la cabeza.) Vamos, recojan sus cosas….  Vuelvan a guardar todo en la maleta. Debemos desalojar pronto el hotel.

EL VIGILANTE: ¡Déme esa escopeta! (Desarma a PA.) Usted es muy viejo para usar armas de fuego…

MA: Yo se lo dije… hace rato quería salir de cacería a matar pájaros negros.

EL VIGILANTE: (Apuntando a EL AHORCADO.) ¡Y usted, levante las manos! (EL AHORCADO levanta las manos.)

EL AHORCADO: Pero, ¿por qué?, ¿qué he hecho yo?

MA: ¡No! ¡El no es el que usted piensa!

EL VIGILANTE: ¿Quién es, entonces?

PA: El que es, pero que no es, ¿cómo me explico?

EL AHORCADO: Yo no soy CHICO… yo soy Willy.

EL VIGILANTE: ¿Willy qué? …  William Shakespeare?

EL  AHORCADO: El cantante de ópera.

EL VIGILANTE: Eso es lo que te espera… cantar en la policía. ¡Vamos, está detenido!

MA: Es mi  verdadero hijo, señor vigilante. El otro es un farsante que, de tanto admirarlo, se transformó en él.  Entonces, la pobreza de ser un don nadie lo indujo a delinquir. Se hizo pasar por nuestro hijo en el ancianato… quería heredar nuestra fortuna.

EL AHORCADO: La otra parte de la historia aconteció en esta habitación… Me mataron.  Esta cuerda que me cuelga del cuello es testigo de excepción de lo que me hicieron la noche que ensayaba  por primera vez LA ÓPERA DEL SUICIDA. ¿Quieren oírla?

LA MADRE SUPERIORA: ¿Dará tiempo?

EL VIGILANTE: Sólo un instante.

MA: Les va a gustar. Mi hijo canta como los ángeles. Lástima que esté muerto.

LA MADRE SUPERIORA: Todos estamos muertos. (Señalando a MA y a PA.) Inclusive, ustedes también.

PA: No puede ser…

EL VIGILANTE: ¿Cree que el balazo que me metió en el estómago me iba a dejar vivo?

LA MADRE SUPERIORA: Igual, el martillazo que me descargó CHICO en la cabeza me aplastó los sesos. Ahora ni siquiera puedo rezar en el más allá…

MA: Es una verdadera lástima. Entonces, ¿nosotros también estamos muertos?

EL VIGILANTE: Pues, claro, CHICO los mató antes de traerlos a la habitación de este hotel.

PA: Con razón tengo la sensación de un tiempo para acá de que no existo.

LA MADRE SUPERIORA: Pero no se aflijan, nosotros le haremos compañía. Si les contara cómo fue vuestro funeral. En el ancianato se les hizo un velorio que fue una preciosura. Los metimos en el ataúd, vestidos de blanco y con un maquillaje que les devolvió la juventud. A ella, le pusimos una rosa en el pelo, y a él, un clavel en el pecho. Ahora  todos los viejos están apurados por morirse pronto… ¡ja,ja,ja!

EL AHORCADO: Entonces… ¿canto o no?

EL VIGILANTE: Pues sí…. cante… pero que no se le vayan los gallos.

LA MADRE SUPERIORA: No te burles de un artista. (A EL AHORCADO.) Compréndalo… (En voz baja.) La chusma no sabe valorar el arte.

(EL AHORCADO canta LA ÓPERA DEL SUICIDA. Los  pájaros negros comienzan a caer del árbol amarillo, muertos.)

 

 

Escena VI

  

(La oficina principal de SEGUROS LA SEGURIDAD. Sobre la mesa amplia del escritorio de vidrio pulimentado,  se encuentra una cabeza decapitada. Detrás de la mesa, un torso sin cabeza. La cabeza hablará y gesticulará al compás de los movimientos del torso de un hombre vestido con corbata y flux elegante.)

EL HOMBRE SIN CABEZA: Son las normas del seguro, no podemos pagar una póliza inexistente.

CHICO: Pero esta póliza tiene el membrete de la empresa. Allí está su firma y la de mis padres…

EL HOMBRE SIN CABEZA: Los farsantes acechan, mucho más los falsificadores.

CHICO: ¿Qué me quiere decir?

EL HOMBRE SIN CABEZA: Lo que exactamente te han dicho mis palabras.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Estoy arruinado. Me hice ilusiones con el cobro de la póliza…

EL HOMBRE SIN CABEZA: La seguridad es lo más importante. De ahí el nombre de nuestra empresa: SEGUROS LA SEGURIDAD.

CHICO: Yo no lo engañé, señor. Fue la mala suerte. O los fantasmas del camino.

EL HOMBRE SIN CABEZA: A ver, ¿por qué está arruinado?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Lo único que tenía lo perdí.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Hábleme claro.

CHICO: Perdió su único bien y capital.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Precise.

EL DUEÑO DEL HOTEL: (Abatido.) Mi hotel. Perdí mi hotel.

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿Cómo?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Entre las llamas de un fuego devastador.

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿El inmueble no estaba asegurado?

EL DUEÑO DEL HOTEL: No.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Malo, malo. Es decir, usted no es un hombre previsivo.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Quedé al descubierto. Nunca lo fui.

CHICO: Me siento culpable, señor.

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿Qué parentesco tiene el CHICO con usted?

CHICO: ¿Cómo usted sabe mi nombre?

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿Nombre? Que yo sepa, no he pronunciado ningún nombre.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Lo llaman CHICO, por eso el sobresalto.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Más que eso. Reaccionó como si alguien lo estuviera acusando de algo. No sé, pero los corredores de seguro tenemos olfato.

CHICO: ¿Usted cree que yo soy culpable?

EL HOMBRE SIN CABEZA: No fui yo quien lo dijo, fue usted. Pero su verdadero nombre es Willy… ¿no?, aquí en la póliza lo afirma usted con su firma.

CHICO: Sí, señor.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Trabajaba en la recepción del hotel…por eso está abatido. La pérdida del hotel le duele tanto como a mí. Teníamos planes…

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿Y sus padres dónde vivían?

CHICO: En El Valle de la Muerte… en un ancianato que está cerca de allí. En realidad es un paraíso, en medio de la nada. Lo administran unas monjas que trabajaron con la Madre Teresa de Calcuta.

EL HOMBRE SIN CABEZA: La prensa de hoy dice que dos ancianos murieron envenenados en el ancianato…

CHICO: Sí, eso es lo que dicen.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Pero pareciera que le afecta más la pérdida del hotel.

CHICO: Ambas son dos pérdidas irreparables…

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿Tanto quería a sus padres?

CHICO: Por supuesto, señor.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Para cobrar una póliza, el seguro debe abrir una investigación de las causas del deceso del titular… antes el beneficiario no podría cobrar la suma asegurada, ¿lo sabía?

CHICO: No, no lo sabía.

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¡Dios! Pero, ¿estoy ante quiénes?, ¿unos cándidos? Lo que quiero decirle, es que si la póliza hubiera sido legal, hoy usted no estuviera cobrando. Es más, la policía lo busca a usted porque desapareció, inexplicablemente, después de la muerte de sus padres…

CHICO: Ese no era yo… quiero decir, era otro el que cuidaba a mis padres. Yo pagaba sus servicios con lo que ganaba en el hotel…

EL HOMBRE SIN CABEZA: Pero la fotografía que aparece en la prensa y en los noticieros de televisión es la suya…

CHICO: Puede ser un farsante que usurpó mi identidad…

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿Gemelos?, ¿cirugía plástica?

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Pare!, ¡pare, por favor! Nosotros nos vamos y aquí no ha pasado nada. Clausurado.

EL HOMBRE SIN CABEZA: No, no. Aquí ha pasado mucho. Esta mañana ha sido fructífera como ninguna. Sólo me falta llamar a las autoridades para que lidie con dos sospechosos de lo oscuro y lo misterioso.

CHICO: ¿Qué quiere de nosotros?, ¿qué busca?

EL HOMBRE SIN CABEZA: De usted, nada. (Señalando a EL DUEÑO DEL HOTEL.) Pero de usted, lo quiero todo.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿De mí? ¿Todo? No entiendo.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Su hotel estaba en medio del desierto, ¿cierto?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Así es.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Y el terreno donde estaba el  hotel era de su propiedad.

EL DUEÑO DEL HOTEL: Así es.

EL HOMBRE SIN CABEZA: El hotel se quemó, pero el terreno no, ¿cierto?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Sí.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Dígame, ¿cuánto pagó usted por el terreno dónde construyó el hotel?

EL DUEÑO DEL HOTEL: Una tontería. No me acuerdo… No tengo a mano el documento de propiedad. Creo que se quemó también. No me dio tiempo de salvar la caja fuerte.

EL HOMBRE SIN CABEZA: (Con la mano palmea  varios documentos que tiene sobre la mesa.) ¡Aquí está! En los archivos de la municipalidad hallé el original del documento de propiedad del terreno. Ciertamente, la cifra es irrisoria.

EL DUEÑO DEL HOTEL: No sé qué pretende.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Tengo entendido que cerca del hotel se halla todavía un árbol amarillo cargado de pájaros negros…

CHICO: Fue lo único que  se salvó en el desierto. El fuego no lo alcanzó.

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¡Cállese! (Lo señala con el dedo de la mano.) No estoy hablando con usted…

CHICO: Sí, señor, perdone.

EL HOMBRE SIN CABEZA: No todos esos pájaros eran negros. Se fueron poniendo negros con el tiempo… Resulta que un polvillo que venía de El Valle de la Muerte, en remolinos de arena a punto de convertirse en tornados, coloreaba de negro cualquier cosa que hallara a su paso. Ni las aves escaparon de la pátina de su poder silente. Entonces, ese polvillo negro se fue acumulando paulatinamente en las plumas de los pájaros, con un aceite viscoso y denso, tan penetrante que al menor tacto impregnaba lo que tocara. Fuese blando o duro. Por eso es que después no se podía distinguir una paloma blanca de un azulejo. Todos los pájaros se volvieron negros en el desierto. De allí, que usted siempre viera desde alguna ventana del hotel, el árbol amarillo cargado de pájaros negros. Inmóviles, como petrificados, porque  sus patas también se pegaban a la ramas y ya no pudieron levantarlas más. No tenían otra opción que alimentarse del fruto que producía el árbol. Pero un día, los pájaros comenzaron a quedar ciegos, acezantes y hambrientos. No les quedó otra posibilidad que tragar  el polvillo negro y aceitoso que les fue taponeando las gargantas. Luego, comenzaron a caerse de las ramas del árbol, porque estaban muertos y no lo sabían.

CHICO: Es increíble lo que puede hacer la naturaleza. Pero, ¿por qué el árbol amarillo nunca se volvió negro y sí las paredes del hotel?

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¡Cállate! (La mano lo vuelve a señalar con el dedo.), ¡la naturaleza te ordena que te calles… ¡nunca dudes de su poder!

CHICO: Sí, señor.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Pues bien, socio mío… (Dirigiéndose ahora a EL DUEÑO DEL HOTEL.)… El polvillo negro no era otra cosa  que la extraña y descabellada señal de que en el desierto había petróleo. (La cabeza ríe a carcajadas. El torso se agita.) ¡Ja,ja,ja!. Y dónde estaba antes su hotel, por un hecho causal o azaroso, es el sitio ideal donde  habremos de comenzar las perforaciones de la primera torre… ¿de acuerdo?

EL DUEÑO DEL HOTEL: (Sorprendido. Comienza a saltar de alegría) ¡Hurra, somos ricos, somos ricos! (Se abraza  a CHICO celebrando.) ¡Ahora seré un magnate del petróleo, un Saudí!

CHICO: Sí, señor, ahora seremos gente del petróleo… Nos envidiarán hasta los ricos.

EL HOMBRE SIN CABEZA: No, no. Me han mal entendido. Aquí  sólo hay dos socios. El dueño del terreno y el presidente de la empresa explotadora de petróleo. ¡Yo!

CHICO: Entonces, ¿yo no tengo velas en este entierro?

EL HOMBRE SIN CABEZA: Ni velas ni cabos. Porque tú ya estás enterrado. (Dirigiéndose a EL DUEÑO DEL HOTEL.) Bueno socio, firme estos documentos. El original y las tres copias. (EL DUEÑO DEL HOTEL  firma  ansioso  y sin detenerse a leerlos con la pluma que le extienden.) Documentos en los que usted se asocia conmigo para iniciar en el desierto, la explotación petrolera. Ahora el terreno anteriormente suyo,  pasará a propiedad de los dos.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Y las ganancias por venta de barril de petróleo?

EL HOMBRE SIN CABEZA: Fifty, fifty.

EL DUEÑO DEL HOTEL: (Mira un instante a CHICO con pesar.) No te preocupes, CHICO, ¡te recompensaré por lo grande!…. (Se quita la cadena que cuelga de su cuello.) Esto es un adelanto… Te regalo mi diente de oro.

CHICO: Gracias, señor. Por darme el legado de su padre.

EL HOMBRE SIN CABEZA: Váyanse despidiendo…

EL DUEÑO DEL HOTEL: Pero, ¿por qué no? Yo hago con mi dinero lo que me venga en gana. ¡Y sépalo, ya me está hartando! ¿Usted acaso  es policía o agente de seguro?

EL HOMBRE SIN CABEZA: Ambas cosas. Por eso pude investigar y descubrir cómo  usted se hizo de ese terreno que era propiedad pública….para construir el hotel. Por eso  nunca se atrevió a asegurarlo.

EL DUEÑO DEL HOTEL: El gobernador me autorizó.

EL HOMBRE SIN CABEZA: La ley es la ley y el delito no prescribe. Tengo en mis manos al gobernador y ahora lo tengo a usted.

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Dios mío,  estoy perdido!

EL HOMBRE SIN CABEZA: (Señalando violentamente a CHICO.) ¡Mátelo ¡

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¿Cómo?

EL HOMBRE SIN CABEZA: ¿No me oye? ¡Deshágase de su viejo socio!…

EL DUEÑO DEL HOTEL: Pero es mi amigo…

EL HOMBRE SIN CABEZA: En los negocios no hay amigos. (La mano sujeta los cabellos de la cabeza decapitada y la  jamaquea con furia.) ¡Mátelo! (Abre una gaveta y saca una pistola que coloca sobre la mesa) ¡Tome el arma y dispárele a la cabeza!

CHICO: (Estalla en llanto.) Pero, ¿por qué? ¿Qué le he hecho yo para que me odie tanto?

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Dios, en que aprieto me ha puesto usted!

EL HOMBRE SIN CABEZA: Dispárele o lo  llevo a los tribunales….! Vamos, quiero ver volar su cerebro!

EL DUEÑO DEL HOTEL: ¡Ahhh! Estoy en medio del horror…  Estoy bebiendo mi mismo veneno… estoy ardiendo en mi propio fuego.

CHICO: Hágalo, señor. Usted lo sabe… qué importa… cierre los ojos… yo ya no existo.

(EL DUEÑO DEL HOTEL toma el revólver. Este le tiembla entre las manos. Se le cae, lo vuelve a recoger. Se oscurece el lugar de la oficina. De repente, CHICO arranca a cantar  LA ÓPERA DEL SUICIDA. En las sombras, EL AHORCADO aparece colgado de nuevo y lo acompaña en su aria. Mientras canta, CHICO se bate de un lado a otro, con toda una gestual melodramática.)

FIN

 

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EDILIO PEÑA

Nació en Puerto La Cruz, Venezuela (1951). Es dramaturgo, novelista, ensayista, guionista cinematográfico, profesor universitario y analista literario. En el campo teatral se ha desempeñado fundamentalmente como dramaturgo, aunque también ha cultivado el ensayo dramatúrgico, la dirección y la propia actuación. Ejerció como profesor de Técnica Literaria del Drama de la Unidad de Teatro del Centro Universitario de Arte, CUDA, Facultad de Arquitectura y Arte de la Universidad de los Andes, y de Guiones Cinematográficos, en la Escuela de Medios de Cine y Televisión de la Facultad de Humanidades de la misma universidad. Muchas de sus obras teatrales han sido traducidas al francés, inglés y portugués, con representaciones continuas en varios países del continente americano y europeo. En la categoría de ensayos ha publicado: Apuntes sobre el texto teatral. Obras de teatro breve (Comisión de Educación y Cultura, Consucre, 1978). Es autor del texto académico sobre la escritura teatral: TRAMA: Proceso y construcción de la obra teatral (Mérida, Venezuela: Universidad de los Andes. Dirección de Cultura y Extensión, 2010). Ha publicado las novelas: El huésped indeseable (Monte Ávila Editores, 1998); El acecho de Dios (Editorial Alfa, 2007); La cruz más lejana del puerto (Monte Ávila Editores, 2008); y El prisionero de la luz (Editorial Planeta, 2000), entre otras. Ha escrito y llevado a escena las siguientes obras teatrales: Resistencia, o Un extraño sueño de Pablo Rojas (1973); El círculo (1974); Los pájaros se van con la muerte (1975); Los olvidados (1976); Los hermanos (1980); María Antonieta en el rococó (1984); Regalo de Van Gogh (1985); Los amantes de Sara (1987); Lady Ana (1988); Ese espacio peligroso (1989); El Chingo (1993); El intruso (1994); Lluvia ácida sobre el Mar Caribe (1995); La noche del pavo real (1996); La noche de la bestia (2002); El mago del patíbulo (2006); La ópera del suicida (2011); Trompa de elefante (2011); y Hambre en el trópico (2018). Ha escrito los siguientes guiones cinematográficos: La boda (1981) y Los platos del diablo (1992, adaptación de la novela del mismo título de Eduardo Liendo). Además, ha adaptado varias de sus obras para el cine. También ha sido co-guionista de múltiples películas. La revista Tramoya, que dirigía el dramaturgo Emilio Carballido, publicó su obra Los pájaros se van con la muerte, gozando de gran éxito en México, y el cineasta venezolano, Thaelman Urguelles, la llevó a la pantalla grande, logrando una difusión más amplia. Muchas de sus obras, al igual que su narrativa, han sido motivo de elaboración de ensayos y tesis de grado en varias universidades, desde la Universidad Central de Venezuela hasta la Universidad de París (Le Sorbonne) en Francia. Ha recibido numerosos premios, nacionales e internacionales, por sus novelas, obras teatrales y guiones cinematográficos, tales como: Premio Tirso de Molina (España, 1976); Premio Nacional de Guiones Cinematográficos “Miguel Otero Silva” (Venezuela, 1990); Premio Nacional de Dramaturgia, Casa de la Cultura de Maracay (Venezuela, 1991); Premio Nacional de Novela “Plácido José Chacón” (Venezuela, 1999); y la Orden Andrés Bello, máximo reconocimiento nacional venezolano por su extensa obra literaria y teatral.

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