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RAFAEL ENRIQUE HERNÁNDEZ
Nació en La Habana, Cuba (1968). Poeta. Ha recibido los premios: Primer lugar del Premio de Poesía Pinos Nuevos 2000, con el libro El Precario Equilibrio (Letras Cubanas, 2001); Premio Nosside Caribe 2001; y Mención del Premio de La Gaceta 2004. Ha publicado su poesía en las revistas cubanas: Caimán Barbudo, Vivarium, Unión, Alma Mater, Upsalón, La Gaceta, La Siempreviva, Vitral, Extramuros, La Letra del Escriba y La Revista del Vigía. En el extranjero: Anales de Literatura Hispanoamericana, Encuentro de la Cultura Cubana y Diario de Cuba (España) y Labrapalabra y Conexos (Estados Unidos). Sus poemas aparecen en las antologías Los Parques (Cienfuegos: Reina del Mar, 2001), Lezama Lima, ese misterio que nos acompaña (La Habana: Colección Sur, 2011); y Poderosos pianos amarillos (Holguín: Editorial La Luz, 2014).
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DESPEDIRSE
I
La oscuridad del hombre
decidido a morir.
Solo ante todos,
junto a sus libros.
Sin amigos que interfieran.
Destrozado,
pero lúcido.
Quiere verla llegar
como a una amante.
II
La voz que enamoraba
se está yendo.
Definitiva.
Trasmutada en susurro.
El hombre cansado
no quiere recordarla.
El silencio
sobre un poema
por escribir.
III
No puede escuchar.
Sus manos
no trazan palabras.
Sombras sobre los ojos.
Este hombre está
sentado en su cuarto,
arropado por la muerte.
Reclama piedad.
IV
Un café,
comida por calentar.
Sueño.
Mucho sueño.
Nada que merezca
ser recordado.
Así pasan los días.
No hay prisa.
La vida es esto
y ahora.
FOTO FAMILIAR
Frente a la casa de tablas,
sobre una puerta
que alguien desmontó
para la ocasión.
Avergonzados
y silenciosos.
Mirando al fotógrafo:
Jacinto,
María,
Ofelia,
Amparo,
Emerio,
Ezel,
Fefa.
Jacinto
con una pajilla
y las manos
cruzadas al frente,
(tiene puesto el traje de los domingos).
María
recostada
para sobrellevar el peso
de una hija en brazos
y otro en la barriga.
Las hembras mayores
con sus muñecas.
El pequeño sentado.
En el extremo derecho
Ezel
con bombachos,
gorra, botas
y manos en los bolsillos.
PARQUE ECOLÓGICO
Los visitantes ocasionales
se abandonan
a las comidas grasientas.
Después de las seis,
las ratas
vuelven por el sobrante.
A medio día,
a media noche,
desmontamos quesos,
-cientos de libras-,
quesos que han hecho
un viaje desde la ubre
a la ciudad.
Somos traficantes.
Nos miran
con suspicacia,
después compran.
Nos contabilizan
en libras.
Siguen nuestro rastro.
Una peste
que nunca nos abandona.
La novedad
de ser rico.
Esa idea
que nos ocupa
en estos días.
Piedras jaimanitas,
azulejos,
corazones flechados
en las cabeceras
de nuestras camas.
Rejas,
cerrojos,
llaves,
llaveados.
Reunir
para el verano
en un hotel,
una playa,
una plantación.
Bajo el golpe
discreto
del látigo
que estimula.
Yo que huyo de los perros
por miedo
a sus mordidas,
clavo mis dientes
en el pellejo
de mis verdugos;
asustando
a la jauría.