BAQUIANA – Año XX / Nº 109 – 110 / Enero – Junio 2019 (Cuento II)

MOSQUITOS

por

 

Nieves Pascual Soler


Cada primer día de junio, durante una semana, la ciudad queda infestada de una plaga de mosquitos que apenas deja ver el cielo. Con zafio zumbido los zainos zancudos zangolotean las alas por encima de las cabezas de sus habitantes, vigilando los movimientos de adultos, niños y animales para en picado zambullirse en el aire y penetrar cuellos, patas, brazos y demás.

     El equipo de mosquitólogos expertos en control de epidemias que se desplaza todos los años al zafareche de La Zubia, donde nace la tragedia, asegura que se trata de unos culícidos hembra que han crecido de tamaño, desarrollando sus órganos bucales y oculares por causas que aún investigan pero que, sin duda, se deben al cambio climático.

     El Sr. alcalde sale zamborotudo por la televisión local exhortando a los ciudadanos a que permanezcan en sus hogares si la necesidad no obliga a salir. Solicita que, en interés de la ciudadanía, se deshagan de las basuras justo antes de que los camiones recolectores circulen a media noche. El líder exige prudencia con el uso del zotal, cuyas existencias se repondrán con la celeridad que se estime necesaria y, por fin, hace un llamado a la buena ciudadanía. La cancioncilla “Seamos buenos ciudadanos” zanja su discurso.

     Tomás apaga el televisor y mientras zanganea por la cocina le da un sorbo a la lata de cerveza que tiene en la mano.

—¡Manda…narices! —dice —. Todos los años igual. Y los del Ayuntamiento no mueven un dedo. Solo saben pedir. Bien que pagamos impuestos, pero ¿qué están haciendo esos impresentables con el dinero? ¿Por qué no lo invierten en fumigarlo todo? ¡Panda de zamacucos!

     ¡Zas! Se da un palmotazo intentando aplastar al mosquito que le acaba de picar en el labio de arriba pero el insecto se zafa en vuelo indemne.

—Según la portera, ayer mismo empezaron a pasar las hojas de firmas para pedir que se pongan medios —dice su mujer Begoña, que está cortando unas zanahorias para la ensalada.

—Como si esas zarandajas sirvieran para algo —dice él, sentándose en el taburete de la cocina y dejando la lata en el mostrador —. ¿No creerás que el zascandil del alcalde les hace algún caso? Ese solo le hace caso a ese zorrón…

—¡Tomás, los niños!

—…de secretaria que tiene. ¡Venga, ya, hombre, que tienes mujer y cuatro hijos!

     ¡Zas! ¡Zas! Otros dos mosquitos se abalanzan sobre el mismo labio.

—¡Malditos cabrones!

—¡Tomás, los niños! ¡Niños, despejad la mesa, que vamos a cenar!

     Martita, que tiene siete años y es zurda y zaceosa, colorea con entusiasmo un cuaderno de dibujos. Andrés, que acaba de cumplir dieciséis y es zanquilargo, está viendo algo en el iPad con los cascos puestos. Se quita un auricular cuando Martita le da un codazo.

—¿Qué estáz viendo?

—No te importa, niñata.

—¡Mami, Andréz no eztá ziendo un buen ziudadano! ¡Está otra vez con los videojuegoz! exclama Martita mientras recibe un fuerte picotazo en su naricita.

—Ya sabes que no puedes jugar más de una hora al día —le dice la madre al hijo.

—¡Que te zurzan, niñata! —le susurra el hermano a la hermana.

—¡Zonzo! —le grita ella sacándole la lengua.

—Es un video tutorial para un proyecto de zoología —dice Andrés mientras cuatro mosquitos le muerden con el aguijón también en la nariz.

—Termina de verlo después de cenar, quítate la zamarra y llévate esa porquería de ahí a tu habitación.

     Begoña se refiere al botecito de cristal sobre la mesa donde Andrés ha capturado unos mosquitos que zarandean el aire buscando una salida oculta como zahorís.

     Andrés vuelve a ponerse el auricular, recoge sus cosas y marcha zorronglón a su cuarto. Martita guarda los colores y le va a la zaga.

     Entonces Tomás suelta una carcajada.

—Me estoy acordando de este zutano del banco que el año pasado se levantó con los párpados pegados y el ojo derecho cubierto de sangre, hinchado como un puño. Ya sabes, el aficionado al tele-manta que vino a trabajar con un parche. Y luego el otro zarramplín fue y le dijo que era de ver tanta pornografía.

—Sí… ya —dice Begoña sonriendo mientras aliña la ensalada —¡Pobre zopenco! ¿A quién se le ocurre comprar productos piratas? Pero al menos no molesta a los vecinos, como ese zumbado del cuarto que últimamente pone la zarzuela a todo volumen.

—¿El maestro de historia?

—No sé dónde le dieron el título con las pintas zarrapastrosas que lleva.

—Ese zote también se llevó lo suyo de picotazos el año pasado.

—Bien se merecía la zurra —dice Begoña, colocando la ensalada sobre la mesa.

     Tomás se levanta a sacar cuatro vasos de zumo del armarito alto de la cocina. Mientras lo hace mira por la ventana. La luz de las farolas alumbra la vía pública, totalmente desierta excepto por el chucho flaco de la portera que viene, cabizbajo, cojo por un accidente de tráfico y sin zálamo, de darse su paseo nocturno para zullarse. Nada más poner el can la pezuña en la calzada y pese a la falta de una pierna, echa a correr como una chita y no para hasta que desaparece en el zaguán del edificio.

     Tomás cierra el armarito.

—¡Vaya un temerario! Si no se lo zampan los mosquitos lo atropellará otro coche. ¿Qué le cuesta a esa mujer enseñarle a cruzar por los pasos de cebra? Y si no tiene tiempo, pues que lo lleve a la escuela.

—¿Escuela?

—De adiestramiento, mujer.

     Begoña no sabe de qué habla Tomás, pero la palabra “escuela” le azuza la memoria:

—En el cole, sobre la donación de sangre del niño la semana que viene. No creo que sea buena idea. Esta todavía creciendo.

     ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Se pega en la frente zaleando a tres mosquitos zampoñeros. Luego se pasa el dedo índice por los bultos que le brotan al instante y crecen altos cuán zigurats.

— ¡¡¡Pizza!!! —grita Martita, que al oír el timbre de la puerta se levanta como un resorte de la alfombra en la habitación de su hermano y corre al pasillo, dándose una cachetadita en el muslo.

—¡Ahí quieta! —le intercepta la madre, saliendo de la cocina y atrapándola por la cintura  —¿No te he dicho mil veces que no tienes que abrirle a nadie?

     A Martita le entra la zozobra y Begoña la toma en brazos. Con la niña a cuestas, mira por la mirilla y abre la puerta.

     La cara del zagal de las pizzas es del mismo rojo intenso que su uniforme y está hinchada como la de un ahorcado.

—¡Por Dios bendito, hijo! ¿Qué te han hecho?

—Nunca… me… pican…pero… justo… este… año… que… conseguí… este… curre… —dice zazoso, mascando las palabras.

—A ver, no es que repartas la comida más saludable del mundo y desde luego no es un platillo local, pero esto… —dice poniendo a Martita en el suelo y cogiendo las dos cajas. Al dejarle una buena propina cobra un picotazo en la muñeca que no puede contraatacar.

     La familia termina de poner la mesa y se sienta a cenar. Los mosquitos siguen zaraguteando. Por más espray que rocían y velas que encienden apenas pueden probar bocado.

     Al final, se dan por vencidos.

     Andrés regresa a su habitación a trabajar en su proyecto zootécnico. Begoña acuesta a Martita después de zafarla otra vez con repelente. Tomás se sienta en el sofá del salón y zapea entre canales buscando una película. Luego Begoña se acurruca con él zalamera.

     Es al tirar los restos orgánicos e inorgánicos de la cena a un mismo cubo de basura que Tomás siente un dolor nuevo en la mano que le quema todo el cuerpo. Consigue cerrar la bolsa y en pijama y batín sale a la calle hacia el contenedor. La media noche ha pasado de largo. Anda de prisa, girando la cabeza hacia los lados. Cuando pisa la palanca, en el momento de abrirse la tapa, una zalagarda de insectos da contra él, causando una desazón tal que esa noche sueña que los mosquitos se le meten dentro del cuerpo y le succionan el cerebro como máquinas de vaciado.

     Cada séptimo día de junio el Sr. alcalde sale por la televisión anunciando desde su despacho que una vez más el Ayuntamiento ha extinguido la plaga, en virtud de las providencias que se tomaron. La cancioncilla “Seamos buenos ciudadanos” ya no suena.

     Cuando las cámaras se marchan se reúne con el jefe del equipo de expertos.

—Confío en que esta vez sea para todo el año —dice el Sr. alcalde.

—Ya sabe que en teoría la inoculación altera los comportamientos durante un año, pero la efectividad de la respuesta depende de la tolerancia del sujeto a las condiciones ambientales y esas escapan a nuestro control. No obstante, como en otras ocasiones, si hubiera problemas usted nos llama y activamos un pequeño comando. Lo importante, permítame insistir, es asegurarse de que no haya humedad en el sótano.

—Ya doy yo las órdenes pertinentes al conserjero.

—Bien, Sr. alcalde, pues si no manda nada más, hasta el año que viene —dice el experto estrechándole la mano.

     El Sr. alcalde se sienta en su sillón como un zar y enciende un puro mientras se dispone a llamar a la secretaria cuando un pequeño ejército de drones mosquiteros entran rezongones por la ventana.

—¡Manda narices que no estén todos en el sótano!

     Al unísono, sin que le dé tiempo a ahuyentarlos con un ¡za!, zampuzan en las blandas partes de su cuerpo sus agujas hipodérmicas, quitándole las ganas de zambra con la susodicha y de zascandileo con la ciudadanía.

     Mientras, en su habitación, Andrés sincroniza el iPad con el ordenador para avanzar y retroceder la imagen.

¡Zum! ¡Zum! ¡Zum!

_________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
NIEVES PASCUAL SOLER

Nació en Almería, España (1966). Narradora y ensayista. Catedrática acreditada de Filología Inglesa. Enseña online para la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Valencia. Ha publicado múltiples ensayos y libros de carácter académico. Autora de: A Critical Study of Female Culinary Detective Stories: Murder by Cookbook (2009), Hungering as Symbolic Language (2011) y Food and Masculinity in Contemporary Autobiographies (2018). Co-editora de: Rethinking Chicana/o Literature Through Food: Postnational Appetites (2013), Comidas bastardas. Gastronomía, Tradición e Identidad en América Latina (2013), Traces of Aging: Old Age and Memory in Contemporary Narrative (2016), Cartografía del limbo. Devenires literarios de La Habana a Buenos Aires (2017) y Pasión Caníbal (2018). Sus cuentos han aparecido en Brevilla, Primera Página y Asparkía. Desde 2016 reside en los Estados Unidos.

_________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________