BAQUIANA – Año XVIII / Nº 103 – 104 / Julio – Diciembre 2017 (Reseña III)

LOS RECUERDOS TUNEROS DE LINA L. COFRESÍ 

 

 por

 

Waldo González López


RECUERDOS 194 X 300

Ediciones Baquiana
Miami, Florida
Estados Unidos
2012
ISBN: 978-193664712-5
pp. 84


     La nostalgia invade la memoria cuando, pasado «el tiempo, todo el tiempo» —tal diría, con su hálito imperecedero, el gran poeta cubano Eliseo Diego en uno de sus clásicos poemas— los idus de un siempre entonces regresan en furiosas oleadas, inundando los cauces de la existencia, sobre todo si han trascurrido en otras geografías.

     Tal acontece en el poemario Recuerdos, de la profesora tunera Lina L. Cofresí, publicado en 2012 por Ediciones Baquiana, en su Colección Caminos de la Poesía, que por su calidad y por ser coterráneo suyo que conoce el tema abordado, me place comentar, aunque no conozco a la autora. Ante todo, subrayo la singularidad de estos textos, en los que Lina entrega cápsulas poéticas a la manera del haiku, con las que convence al lector sensible e inteligente por su probidad literaria, excluyendo el hoy común y cansino discurso prosaísta, prosístico y, en consecuencia, excesivamente prosaico en la poesía, cuya vaguedad y huero retoricismo no suelen dar en la diana del buen verso y, en cambio, solo fatigan a ese lector al que arriba señalo, para el que ahora escribo estas líneas.

     Dedicado a su vieja amiga Rosetta y dividido en cinco secciones («Casa», «Gente», «Patio», «Árboles» y «Viajes»), el volumen se desplaza por su casa natal en la oriental ciudad cubana Victoria de Las Tunas, décadas atrás, y ahora reconstruida/rememorada desde su exilio en Norteamérica, donde ha pasado la mayor parte de su existencia, como evidencian las cinco fotos extraídas de su álbum familiar que, veladas por «el sepia de la nostalgia», evocan su distante niñez junto a sus padres y, en la cubierta, otra foto en colores de una ceiba, el mítico árbol del sincretismo cubano, que igualmente acompaña la cuidada edición.

     Una nota aclaratoria de Lina precisa aún más la razón de su opera prima:

Este poemario nació poco a poco mientras trabajaba en un artículo sobre la ceiba. Pequeños relámpagos de las casas de mis años jóvenes, plantas, personas, detalles y acontecimientos escondidos en mi memoria se empujaban unos a otros para salir a la luz. Así yo, que siempre evité la poesía, me rindo a sus clamores y los dejo libres en el universo.

     Escribe la autora: «[…] siempre evité la poesía», porque su humildad le exige explicar al lector por qué la publicación de su primer cuaderno solo en la madurez, tras en su juventud graduarse en prestigiosas universidades norteamericanas (en dos de las cuales dedicara su tesis de maestría a «El teatro existencialista de Alfonso Sastre» y su tesis doctoral a «El arte del cuento en El Conde Lucanor»), como asimismo durante décadas dedicarse a la enseñanza en varios de esos altos centros docentes. Mas, en su breve pero intenso volumen, Lina muestra fehacientemente la calidad de su quehacer lírico en este tardío, pero decisivo bautizo poético, tal demostrará este crítico a lo largo de estas líneas.

     Justamente la primera sección «Casa», abre con el poema homónimo que, apenas en seis versos, con la síntesis de la genuina poesía, recrea pasajes y paisajes de su distante y distinto entorno, como sus memorias de la infancia, en los que prima su hoy perdido, pero no olvidado hogar que ella rescata con extrema calidad y belleza:

 

Casa vieja

De ladrillos blandos

Seca solo en invierno

Casa vieja, casa mía

Húmeda, rota

Abandonada, sola

 

     En el siguiente, evoca «La casa de los abuelos» (que le sirve de título y de primer verso) para evocar ese espacio que muchos, como quien escribe, recuerdan indeleblemente, tras tantas décadas de vida:

 

La casa de los abuelos

Está cerca de los trenes

Calle que abre al camino

Bosquecillo de almendros

Jacarandas y jazmines

Carretera con abrigos

Hacia el tren y lo desconocido.

 

     Otro texto aún más breve, «El zaguán», revela en la autora dos rasgos que la acompañan en su iniciática aventura poética: síntesis y economía de medios, virtudes de la que muchos carecen, y por ello atribulan a sus harto extensos y nada intensos textos, como a sus ¿posibles? lectores, con sus discursos seudo poéticos y obviamente prosísticos, por olvidar la necesaria poiesis. Leámoslo:

 

El zaguán entre las casas

Era estrecho y frío

La reja abierta de la abuela

Respiraba el aire del río.

 

     El regusto por las cosas antiguas que revelan su amor por lo tradicional, virtud donada en la infancia por sus padres y abuelos, se observa en textos como «Cocina nueva», donde tras mostrar en los tres primeros versos las posibles ganancias del novedoso artefacto, en los dos finales revela su pobreza:

 

Cocina blanca, nueva

Estufa eléctrica

Sin hollín, sin ruido

Una como todas

Sin historia, sin destino

 

     En «Cereus», vivisecciona con alusiones y elusiones esta planta rara en algunos países, subrayando el rasgo arcano y secreto que valida sus versos, por concederle su mayor virtud que le otorga poesía:

 

En noches de verano

El cacto trepador

Florece en la cerca

Flor blanca, luz de luna

Hondo perfume de misterio

 

     Llega la segunda sección y, con ella, las personas que rodearon su querida infancia, cuya pobreza reconocía la sensible niña-poeta: «Nena», la mucama o muchacha que hace las tareas de la casa («[…] llega a las siete / Sacude, barre, trapea/ Canta, ríe, conversa / Corre a otras tareas»); «Lucila», que llegaba los lunes «A lavar la ropa en el patio / Candela para hervir lo blanco / Batea de palo vieja / El cerezo como techo / Sudor de esfuerzo continuo / Almuerzo en la pérgola fresca / Regreso a su casa oscura»; «La cocinera» que «No salía de la cocina / Revolvía los cocidos / Vigilaba las calderas / [y] Al comer de sus platillos / La llamaban milagrera», y «Tía Luisa» [quien] «Era hermana del abuelo / Alta, delgada, serena / Entraba por el zaguán / Cargada de regalos / Recortes de plantas nuevas / Cartuchos de caramelos».

     Mas, no podían faltar en el querido elenco de su inolvidada infancia, las educadoras: «Maestras», ya que «Nos forman las maestras, / Abuela, Carballo, / LaMotte, Penín. / Unas dulces, / Otras fuertes / Mensajeras del vivir»; las primeras amigas: «Isabel» [a quien] «Porque era tan negra / la llamaban Totí / Sabia y cierta a la vez / Compañera de mi niñez»; los recuerdos escolares «En el colegio»: «Los viernes en el colegio / Hacíamos gimnasia / Encima de la cisterna / Saltábamos en gracia», y los animalitos domésticos, tales «María» y «Los gatos de la abuela».

     Otra grata sección del volumen son las evocaciones, siempre agradecidas por quienes disfrutamos durante la infancia del necesario «Patio», donde gustamos las deliciosas frutas, antes comunes en la Isla: «Naranja», «Mango» («De Asia vengo / Dulce, amarillo, / maduro / Mango bello, /oscuro»), los «Cocoteros», cuyos líneas de versos-preguntas finales valen por todo el poema: «Al nacer un nuevo nieto / Abuelo siembra un coco / El patio se llena despacio. / Los árboles crecen poco a poco / ¿Qué ha pasado a los cocos? / ¿Cuando mueren los nietos / También mueren los cocos?», «Tamarindo» («Árbol de tamarindo / Copa de encaje / Dormitorio de gallinas / Nave de mis sueños» y «El anoncillo».

     Pero Lina no olvida en su recorrido lírico por las costumbres de la cocina cubana las incambiables viandas de la infancia: «Plátanos», «Ñame», «Yuca», como tampoco el tan disfrutado por abuelos y padres «Tabaco» («Flor cubana / Aroma intenso / Humo blanco / Sabor seco»).

     En «Árboles», la siguiente sección, el lector corrobora el amor y el disfrute de la autora por un arbusto esencial de la naturaleza cubana: la ya vista «Ceiba», a la que aquí dedica siete textos y, entre ellos, escojo el número cinco, muy logrado por sintético y definitorio, además, por estar escrito con versos pareados:

 

La ceiba se levanta

Erguida en la plaza

Amparando la gente

Desafiando la muerte

 

     Ya en la última parte: «Viajes», Lina logra una de las mejores secciones del poemario, en la que pasa revista a momentos-recuerdos imperecederos durante los decisivos y formadores años de la niñez.

     De tal suerte, leemos y disfrutamos con la autora textos como «¡A la playa!», donde evoca los inolvidados días de jubileo entre las olas, por ella disfrutados en el poblado también tunero de Manatí, corroborando la felicidad causada en los niños durante los preparativos para ir bien temprano con la familia a un día de veraneo:

 

¡Tempranito!

Casa, caminata, tren

Manatí, bicicletas, primas

Prisas, aceras, muelle

Lancha, olas, arena

Isleta, merienda, ¡playa!

 

     Mas, regresan los días de aprendizaje con «Al colegio», revelador de la alegría en los pequeños que disfrutan el cambio de ambiente hogareño al nuevo espacio donde aprenderán y compartirán con otros niños en la escuela. Un rasgo que le otorga el necesario ritmo y musicalidad al texto es el verso que casi se reitera en la segunda y la sexta líneas:

 

Mañanas y tardes

Caminábamos con abuela

Maestras y alumnas

A la tarea del día

Lluvia, calor, frío,

Caminábamos con la abuela

 

     Lina continúa su recorrido-despedida de la Isla, con «Paseos del parque», donde enumera aquellas ya perdidas rondas-vueltas que hacían en los pueblos de provincias los adolescentes de ambos sexos, primeros atisbos del despertar amoroso:

 

Lleno el redondo parque

Los domingos en el pueblo

Los padres vigilantes

Sentados en los bancos

Chicas caminan a un lado

Chicos vienen del otro

Tejiendo con los ojos

El futuro de los esposos

 

     En medio de la tranquila vida provinciana, le llegaría a los padres el aviso de salida del país, con las inéditas sensaciones que tal anuncio implicaran en todos los niños cubanos que debieron partir de improviso a una tierra desconocida, con otro idioma y distintas costumbres, paisajes, ambientes… En fin, leamos «Aeropuerto»:

 

Sentadas en el aeropuerto

Rodeadas de otros tantos

Esperando el otro día

Sin lágrimas y sin cantos

 

     Y llegamos al último poema: «Salida», con el que Lina Leonor Cofresí da fin con pleno acierto a su promisoria entrada a los caminos de la poesía, demostrando su sensibilidad y talento, e invitándonos a la pronta lectura de un próximo poemario:

 

Después de toda la noche

Sentadas en el aeropuerto

Subimos a la «Cubana»

Volamos hacia lo incierto.

 

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WALDO GONZÁLEZ LÓPEZ

Nació en Las Tunas, Cuba (1946). Es poeta, ensayista, periodista cultural, crítico literario y teatral. Graduado en la Escuela Nacional de Teatro (ENAT) y Licenciado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de  La Habana, Cuba. Colabora activamente con la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Es autor de 20 poemarios, 6 libros de ensayo y crítica literaria, así como de varias antologías de poesía y teatro. En Cuba, por su continua labor poética, crítica y de periodismo cultural durante varias décadas, mereció numerosas distinciones, entre las que cabe destacar: el «Reconocimiento como Escritor y Crítico Literario», otorgado por  la Presidencia del Instituto Cubano del Libro, y la «Distinción por la Cultura Nacional». Desde su llegada a los Estados Unidos, en julio de 2011, ha realizado una intensa labor como participante en eventos internacionales de teatro, jurado de eventos teatrales y literarios, crítico teatral y literario y asesor de grupos escénicos. En el año 2012 fue merecedor del 3er lugar en el X Concurso de Poesía “Lincoln-Martí” en Miami, Florida, EE.UU. Colabora con diversas publicaciones, tales como el Boletín de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (Nueva York), así como en las revistas digitales Encuentro de la Cultura Cubana (España), Otro Lunes (Alemania), Palabra Abierta (California), Baquiana, Teatro en Miami  y El Correo de Cuba (Florida).

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