BAQUIANA – Año XVIII / Nº 101 – 102 / Enero – Junio 2017 (Opinión I)

LA VOZ AUTOBIOGRÁFICA EN LOS BUSCADORES DE ORO, DE AUGUSTO MONTERROSO

por

Graciela Bucci

 

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     Decidí abordar el libro de Augusto Monterroso tomando como eje neural la temática de la Identidad y el Espacio Biográfico. Siempre me asombró la tangencialidad con la cual trataba en su narrativa el tema identitario. Lo soslayaba, hábilmente, con el discurso irónico, el fino sarcasmo, las fábulas que poblaban algunas de sus páginas de la mano del mono, la mosca, la vaca, el famoso dinosaurio, protagonista de su no menos famoso cuento: “cuando me desperté, el dinosaurio todavía estaba allí” esa figura universal y reveladora que podría tener tantos significados como interpretaciones personales, haciendo referencia a todo lo añejo, abrumador, irritante, que aún persiste en la historia de la humanidad.

     Monterroso es considerado uno de los mayores exponentes de la narrativa latinoamericana, dueño de un discurso que no necesita de afectación para conmover, de una solidez innegable,  de una enorme capacidad para fabular, de una mirada lúcida y profunda sobre la vida en general,  hombre cuya humildad fue  reconocida por sus pares.

 

La ironía como recurso en Los buscadores de oro

     Monterroso recurre al empleo de la ironía no como figura del lenguaje sino como estrategia de intertextualidad.

     En su autobiografía, el uso del discurso irónico sorprende al lector desprevenido; si bien la escritura tiene un nivel accesible, no tiene lugar en el texto la lectura ingenua frente a los intertextos-Monterroso, pues se requiere la disposición del lector para ir más allá del sentido literal del discurso. Es este un punto de coincidencia con Borges,  a quien admiraba: la ironía utilizada como mecanismo del intelecto, una confrontación entre los sentidos implícito y explícito; la esencia del procedimiento irónico.

     Es este un  recurso muy típico de la narrativa monterroseana, pero como diría  Pierre Fontanier en “Las figuras del discurso”, la ironía como figura de expresión que opera sobre el mecanismo opositivo. Me refiero a decir algo que el propio intertexto contradice. Su ironía deja vislumbrar un más allá, que puede ser alcanzado en el distanciamiento de la inmediatez de esa realidad que respalda el humor. Para poder reír del mundo se necesita distanciarse de él, la risa no significa que todo está muy bien y que éste es un mundo ideal; según Baudelaire: lo cómico acentúa nuestra separación, también nuestra afinidad: somos, a un tiempo, diferentes e idénticos de aquello que provoca nuestra risa. Monterroso utiliza fórmulas de extrañamiento, revela el absurdo, siempre está el revés de la trama o la posible contralectura.

     Cultivó muchos de los géneros literarios: el cuento breve, el microcuento, las fábulas,  los ensayos,  sólidamente  breves como los  que componen ” La vaca”, los aforismos  que  integran La letra E (1986) texto en el que se desdobla en personaje literario; la novela collage como él mismo definiera a “Lo demás es silencio” (dividida en cuatro partes disímiles).

     Adentrarme en la lectura y  análisis de su autobiografía: “Los buscadores de oro”-1993-, significó, en cierta medida, un desafío; Monterroso no dejaría de emplear en ella sus recursos; no me sería fácil hallar al escritor que habitaba entre los artificios del texto; la imaginaba transgresora. Así fue.

     Dice Leonor Arfuch en su libro “El espacio biográfico. Dilemas de la  subjetividad contemporánea”, si la autobiografía propone un espacio figurativo, este espacio se construye, más allá de la diversidad estilística, en la oscilación entre mímesis y memoria, entre una lógica de los hechos y el flujo de la recordación (reconocidamente parcial y tergiversada).

     Monterroso rescata en la autobiografía el tiempo pasado, se recrea a sí mismo, en una suerte de texto circular ya que gusta de hacer literaria la vida y toma de la vida y de la literatura el material para el texto literario; tal vez se pueda condensar esto en una frase que figura en su autobiografía: en oportunidad de ser invitado para leer en la Universidad de Siena, se refiere a momentos  de su vida para que el auditorio lo conozca mejor; pero decide abandonar las explicaciones; dice en el texto: a medida que trataba de dar de mí una idea más o menos aceptable, la sospecha de que yo mismo tampoco sabía muy bien quién era, comenzó a incubarse en mi interior. Y así, con el temor de enmarañarme en mis propias dudas, pasé a la lectura de mis textos.

     Paul Ricouer resalta la centralidad del relato en la constitución del personaje que somos. Cito: (…) la persona entendida como personaje de relato no es una identidad distinta de sus experiencias…El relato construye la identidad del personaje que podemos llamar su identidad narrativa al construir la de la historia narrada (…). El autor  indaga acerca del sentido de las cosas, pretende lograr, desde la palabra escrita, cierta perpetuidad que evite la nebulosa devenida en  perjuicio de la memoria; él mismo reconoce su ineptitud para el recuerdo fiel; dice en Los buscadores de oro: nunca he tenido buena memoria para los sucesos externos de cualquier índole… a lo largo de mi vida he vivido las cosas como si lo que me sucede le estuviera sucediendo a otro que soy y no soy yo. Miro a este otro vivirlas en el instante en que se producen y lo veo posponer casi inconscientemente su posible emoción. Nuevamente, se manifiesta acá la distancia entre el hombre y su acontecer: (…) como si las cosas buenas no pudieran ser para mí ni para ese otro yo al que miro actuar, y que con seguridad tampoco las merece.

     Es prudente en el decir, elegante, sin afectación. Leemos en  el retrato que hace del  profesor de música que su padre había contratado para él y su hermano:

    El pobre maestro Ardila, con sus zapatos polvorientos, su traje negro en el intenso calor, su peinado de raya en medio y su sonrisa resignada, se encaminaba tres veces semanales al fracaso en su empeño de hacernos avanzar en el aprendizaje del método Eslava, y más todavía en su intento de hacernos arrancar, con un mínimo de limpieza, las primeras notas de nuestros flamantes instrumentos.

    Fracasó, es cierto, pero no por incompetencia.

 

La ensoñación y el exilio

     Quedan claramente identificadas dos metáforas citadas en el libro: la del ensueño y la del exilio eterno.

     El autor hace referencia a un sueño que tuvo estando bajo los efectos de la fiebre; allí se reconoce como uno de los tres niños buscadores de oro-tal vez presentimiento de sus múltiples viajes, voluntarios o no- refiere las exploraciones, las aventuras de  ese niño que vive junto a un río portador de grandes riquezas, transcribo: veo de nuevo su mansa corriente -tan ajena sí a sus terribles crecidas en época de lluvias- y en la orilla a tres niños buscadores de oro. Uno de ellos soy yo, el menor; los otros me guían (…). Esa metáfora de la  ensoñación nos lleva al concepto de la  idealización de la infancia; junto a ella, surge otra de tono más dramático: la del “exilio perpetuo” que será, sin duda, guía ética, pero Monterroso no se deja llevar por la angustia, desmitifica su condición de exiliado como mejor sabe hacerlo: a través de la ironía, que es en su obra una astuta forma de intertexto; diría Wayne Booth en su “Retórica de la ironía” que la misma propone una  “suerte de complot autor-lector”. Dice Augusto Monterroso refiriéndose al tema de  no poder echar raíces debido a su exilio: no las echaré por no ser planta, y adjudica a su vida cuasi nómade la ventaja de que para un escritor lo esencial  es ser ciudadano del planeta tierra; y, como para reafirmar cita en su libro a los antiguos: “Ubi bene, ibi patria (ahí donde estés bien, ahí es tu patria)”; otra manera de desdramatizar el desarraigo a través del texto irónico.

     Cito la frase final de su tercer capítulo:  El pequeño mundo que uno encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca; solo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde tiene que irse, físicamente o con la imaginación. Muchos han creído percibir en el texto  una alegoría del destierro; vuelve al país que no ha visto durante tantos  años, y  revive la difícil tarea de regresar a casa. Recordemos que vivió en el exilio durante 54 años.

     Su vida estuvo signada por los avatares políticos que lo obligaron a huir con su familia desde Honduras -donde nació-  hacia Guatemala, país que él reconoce como propio, nuevamente huyendo encuentra asilo en México, país que lo adopta y en el que pasa la mayor parte de su vida hasta su muerte ocurrida en el año 2003. Esos vaivenes le ocasionan una sensación de desarraigo y no pertenencia. Se pregunta el autor: ¿Somos, como dice Pitágoras, extranjeros de este mundo?, más adelante afirma: vivo con la incertidumbre de mi derecho a pisar ni siquiera los treinta y cinco centímetros cuadrados de planeta en que me paro cada mañana. Conmueve el comentario que hace acerca de su reacción al salir del Consulado de Guatemala en México con un nuevo pasaporte; cito: En la primera esquina me detengo. Lo veo y lo acaricio una y otra vez… la fotografía, la marca estriada de mi pulgar derecho, me confieren una identidad y la hipotética posibilidad de cruzar cualquier frontera en los próximos cinco años. Cinco años más de YO y, supersticiosamente, casi una garantía de cinco años más de vida.

 

La identidad en Los buscadores de oro

     La  autobiografía era una de las pocas cuentas pendientes que aún tenía con  los géneros literarios, es, tal vez, su obra más arriesgada, la cual, confieso, que por momentos me llevó al desconcierto; buscaba en ella un pertinaz sentido del humor, o denuncias alarmantes, o la confesión de algo inaudito. Nada de esto surgió de la lectura del texto.

     Una y otra vez recurre al centro impreciso de una identidad sumergida en el inconsciente; hecho que constituye la piedra fundamental de la escritura autobiográfica que, como tal, está sujeta a ciertos artificios.

     En este libro, sorprenderá el punto de partida: toma  un hecho del presente, mientras realiza un  viaje con Bárbara Jacobs -su esposa- para luego dejarse caer en la lúdica de su escritura y trasladarse a  Honduras de 1921, año en que nació.

     Entre sus recuerdos más firmes se destaca la afición por la lectura, la literatura en general, los clásicos universales en particular. Es válido recordar que creció en una familia de  profunda movilización intelectual y política, eso alimentó sus intereses literarios, forjó una identidad que estaría marcada en forma indeleble en su escritura; su propia vida la transformaría en  hecho literario. Dice refiriéndose a su destino literario: Los caminos que conducen a la literatura pueden ser cortos y directos o largos y tortuosos. El deseo de seguir en ellos sin que necesariamente lo lleven a ningún sitio seguro, es lo que convertirá al niño en escritor.

     El autor recuerda, mediante simbolismos o metáforas ficcionales. Hay un acontecer de la vida plasmado en la obra como lo revela en el capítulo X refiriéndose a sus noches de insomnio en las que tiene una visión recurrente; dice ver a un niño con un gran libro sobre sus piernas, en él, una lámina en la que un hombre joven tiene una espada que atraviesa su pecho, en el suelo, la sangre, a un lado, una mujer cubriéndose el rostro con las manos. El libro: Don Quijote de la Mancha. Dice  Monterroso: se está decidiendo el camino en realidad largo y tortuoso pero no necesariamente dramático, por el que el niño arribará, arribó ya sin que él mismo lo sospeche, a dos cosas que serán fundamentales en su vida: la literatura y la toma de partido del débil frente al poderoso. Nuevamente, la ética presente en su  texto.

 

El salto metafórico

     Hace un uso presumiblemente inocente  de metáforas, que marcarían la inscripción de su deseo por desentrañar lo conocido a través de la búsqueda de lo desconocido; esa es la base psicológica del proceso metafórico en relación con la escritura autobiográfica, quizá por eso es este género pasible de análisis para-textuales.

     Hay una  indagación a través de la cual surge la magia del lenguaje. Los trozos del pasado asoman al presente dando lugar al retorno o a la irrupción, o bien se permite destruir la dimensión espacio-temporal, porque las reminiscencias se disipan o se trasladan.

     El autor puede simular, transformarse, situar el texto en un territorio impreciso, engañar al lector,  mostrar con su estilo miniaturista, dar una apariencia fresca y espontánea; consigue así, que aun lo dificultoso, se lea con facilidad como si vida y literatura, fueran simples.

     Conjetura, construye imágenes, entrelaza y realiza el salto metafórico que une el presente con el pasado. Usa,  en definitiva, todos los mecanismos de versatilidad que consiente el género, se leen hechos que pertenecen a la cotidianeidad, otros suenan a una velada apología, y a relato dudosamente fidedigno; él mismo instala la duda cuando dice: puede ser cierto, de acuerdo con otro de mis recuerdos de infancia. Su veracidad estará dada solo por la significación para textual de su nombre: autobiografía.

     El lector co-participa, se moviliza, reinterpreta, practica el ejercicio inocente del proceso hermenéutico.

     La autobiografía como todo acto de escritura, dice la mexicana Margo Glantz- es un acto de destrucción-, todo escritor se destruye a sí mismo, se desgarra en el acto mismo de la escritura autobiográfica; pactada o no. Para Philippe Lejeune, académico francés que dedicó gran parte de su obra al estudio de la literatura autobiográfica, se trata de un género contractual surgido de un pacto autobiográfico  acordado entre el autor y el lector.

     Augusto Monterroso no realiza tal pacto autobiográfico con el lector, a pesar de la primera persona o el monólogo interno que utiliza en “Los buscadores de oro”, en su texto expone hechos cotidianos, aparentemente triviales, muestra una vez más, una escritura sencilla, que asombra por la capacidad de síntesis, por la naturalidad del estilo, libre de artificios; él mismo fue gran admirador de la brevedad y la claridad del estilo borgeano.

     Ya había dicho el escritor guatemalteco en una ocasión: “Vivir es común, y corriente, y monótono. Todos pensamos y sentimos lo mismo. Solo la forma de contarlo nos diferencia.

     Esto se pone de manifiesto en el libro. La prosa es sobria, sin  adjetivos que lleven al asombro, no hay evocaciones inquietantes; se percibe una vida construida con templanza y voluntad.

     En su autobiografía se ocupa de su infancia, de cómo apareció en ella su placer por las letras, lo hace también en “La letra E”, un autorretrato  que se  conforma mientras está escribiendo en cuadernos, trozos de papel, programas de teatro, cuentas de hoteles. El resultado de estos fragmentos que están haciendo literatura, es un libro que ilustra casi como una enciclopedia, un verdadero manual de vida y literatura.

     Para Augusto Monterroso, las palabras son símbolos mágicos; todo conduce a la literatura en esta autobiografía; en un pasaje hace un juego sugerido a través de  los sonidos de las vocales, refiriéndose al soneto Voyelles (Vocales) de Rimbaud, en ese caso, se transforma en artesano del signo lingüístico,  también se permite   fantasear con las formaciones de las nubes. (…) aún muy niño me embebía observando sus formas mudables y la manera misteriosa en que de pronto ya no estaban allí, o el cambio continuo del follaje de los árboles.

     En Los buscadores de oro pone a pleno el ejercicio memorioso, reflexiona, indaga, bucea en sus primeros años; relata con sobriedad, no apunta a la exaltación emotiva, ni a los preciosismos, refiere con la mesura reflexiva que lleva a la verdadera emoción, tal vez sin proponérselo.

     Hay en el texto un desdoblamiento ficción-realidad que conviven en armonía, un meta mensaje pincelado que incita al análisis.

     Advierte, en una suerte de alegato paradojal, no tener interés por la genealogía, cito:(…) mi interés por la genealogía es nulo. Por línea inglesa directa todos descendemos de Darwin;  sin embargo, apela a la recuperación detallada de sus ancestros: abuelos, padres, hermanos,  tíos,  maestros, la evocación de personajes que frecuentaban la casa paterna: toreros,  magos, pintores, quienes,  sin saberlo, marcarían el sendero del niño hacia la creación literaria. Nuevamente, la paradoja.

     El libro termina cuando cumple los 15 años; y lo hace mediante una marcada prosa poética; cito: unos negros zopilotes vuelan por entre las ramas inmaculadas y tranquilas de Tegucigalpa, plasma así, en imágenes,  la tristeza con la que se despide de su infancia, pues es la infancia la que rigió esta peculiar autobiografía que altera la norma y la disciplina propias del género.

     La frase final da cuenta de esa  nostalgia: Era 1936, terminaba la infancia y había llegado la hora de marcharse y no volver jamás.

     Nuevamente, Augusto Monterroso, el gran retador; el apasionado, en esta ocasión reconstruyendo la identidad con la palabra narrativa, desafiando, una vez más  al lector, con esta autobiografía transgresora.

 

Bibliografía:

Abelleyra, Angélica; “La de Monterroso, extraña literatura que se lee rápido”. http://www.jornada.unam.mx, 1996.

Arfuch, Leonor; “El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea”. Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.

Belli, Carlos; “La ironía desmitificadora”. Ensayo. Universidad de San Martín de Porres, 2006.

Booth, Wayne; “Retórica de la ironía”. Taurus, Madrid, 1986.

Borges, Jorge Luis; Otras inquisiciones. Alianza Editorial, Madrid, 1999.

Fernández Cozman, Camilo; La retórica de la metáfora, Lima 2008. Web: http://cuerpodelametafora.blogspot.com/2008/04/la-retrica-de-pierre-fontanier.

Glantz, Margo; “Monterroso y el pacto autobiográfico”. Biblioteca virtual Cervantes. Página WEB.

Lejeune, Philippe; “El pacto autobiográfico”.  Anthropos, Suplemente 29, Barcelona, diciembre 1991.

López Marroquín, Rubén; “Augusto Monterroso, vivir y luchar por las causas humanas”. Guatemala, 2003.

Monterroso, Augusto; “La letra E”. Editorial Aguilar, 1998.

Monterroso, Augusto; “La vaca”. Editorial Alfaguara, 1999.

Monterroso, Augusto; “Literatura y vida”. Editorial Punto de Lectura

Monterroso, Augusto; “Los buscadores de oro”. Editorial Alfaguara, 1993.

Ricoeur, Paul; “Sí mismo como otro”, Siglo XXI, Madrid, 1996.

Vidargas, Francisco, “Reportaje para La Jornada”, Guatemala,  http://www.jornada.unam.mx, 1997.

Villoro, Juan; “Monterroso: el jardín razonado”. http://www.barcelonareview.com, 1998. www.cervantesvirtual.com

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GRACIELA BUCCI

Nació en Buenos Aires, Argentina (1945). Poeta, narradora y docente. Ha publicado algunas de sus obras en periódicos y revistas literarias de Argentina, Uruguay, Venezuela, Chile y España. Ha coordinado durante varios años talleres de creatividad literaria. Actúa como jurado en varios concursos literarios nacionales e internacionales. Participa activamente en congresos literarios nacionales e internacionales. Entre sus publicaciones se encuentran, los poemarios: Un orden diferente, ganador de la Primera Mención de Honor en el Concurso de Autores Contemporáneos organizado por el Departamento Judicial de Lomas de Zamora con el auspicio de la Dirección de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, y Las fronteras posibles, galardonado con la Faja de Honor de la SADE, en el género de Poesía. En narrativa: Detrás de las palabras…el eco, galardonado con la Faja de Honor de la SADE, en el género de Cuento. Forma parte de once antologías de Argentina y España, entre las que cabe destacar: la Antología de Cuentistas Argentinos “Cuenta Conmigo” y de la Antología de Poetas y Narradores de Iberoamérica. Fue invitada a participar con poesía en la antología bilingüe (español-alemán) editada en Viena a raíz del Festival Internacional Anual de Fundaciones, dentro del marco “Europeo, EJID 2008”. Ha recibido numerosos premios en el ámbito nacional e internacional. Algunas de sus obras han sido traducidas al catalán, al portugués y al alemán. Forma parte de la Comisión Directiva de la Asociación Americana de Poesía, es socia del Instituto Latinoamericano y Cultural Hispánico (ILCH) con sede en California, EE.UU. y es miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

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