BAQUIANA – Año XVIII / Nº 101 – 102 / Enero – Junio 2017 (Poesía II)

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LILIANET I. BRINTRUP HERTLING

Nació en Llanquihue, Chile (1948). Poeta, narradora, articulista, ensayista e investigadora literaria, así como profesora de Lengua Española y Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Humboldt en California. Obtuvo su Doctorado en la Universidad de Michigan en Ann Arbor, con una especialización sobre Literatura de Viajes del Siglo XIX. Su escritura se centra en poesía y en investigación literaria de viajes de importantes viajeros como Benjamín Vicuña Mackenna, Vicente Pérez Rosales, María Graham, Gustavo Verniory, Rodolfo Amando Philippi Krumwiede, Paul Treutler e Ignacio Domeyko entre otros, de los cuales ha escrito más de 40 artículos, publicados en distintas revistas especializadas. Es autora de dos libros sobre viajes y viajeros. Es autora de Crónicas de sus propios viajes a México, al Tíbet y Estados Unidos, y de reseñas de textos literarios. Es autora de cinco poemarios: En tierra Firme, Amor y Caos, El Libro Natural, Quiebres en California, y uno inédito: Chile, en particular. Ha sido presidenta y organizadora de seis Congresos Internacionales de Poesía en España, Chile, Hungría, Canadá, Norte de México y en Ciudad de México. Ha sido presidenta y organizadora de siete Congresos Internacionales e Interdisciplinarios en honor al viajero de las Américas Alexander von Humboldt (en Alemania, Chile, China, EE.UU., Marruecos y México). Reside en los Estados Unidos desde 1981. Actualmente se encuentra investigando sobre la inmigración alemana en Chile en el Siglo XIX.

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HABRÁSE VISTO

 

Ahora que los choclos aún son choclos y el cochayuyo permanece a la cabeza del espíritu de una nación, las sanguijuelas y la tierra que nos habrán de devorar se volverán un sólo cuerpo amorfo y se creerá que se ha penetrado algo inconcluso como la bandera tricolor a media asta que mantiene su blanco de las montañas, su azul del cielo y su  rojo de la sangre araucana.

Por ahora el huemul desatiende su tranco para hablarnos al oído y el cóndor rapazuelo abanica la materia gris de nuestro cerebro apuesto y apolillado. Habráse visto.

 

 

EXTRANJERO

 

Era bella la mañana para este extranjero visitante en Chile no sólo porque las alcachofas y los rábanos emergían de entre las hojas famosas por natura, tan verdes, tan redondas, sino porque un poco más allá el trigo y el silencio estaban susurrándole al viento los planes de su brillo y su número.

Nadie, sino tú extranjero del alma, habría escogido esa tarde de gesto robusto sin haberla visto antes. De una sola pedrada te hiciste chileno en medio de la espesa y gran quebrada de la humanidad.

  

 

DE LAS PAPAS INFIELES DE CHILE

 

Y entonces Chile entero entrevió por las cortinas de las ventanas de sus  casas y apartamentos, que aquellos jardines y huertos antes apenas vistos se convertían en huertos magníficos.

El 29 de noviembre de 1578 un hombre llamado Francis Drake, caminó por las melgas de papas, tocó sus hojas, olió sus pequeñas flores, apisonó la tierra, volvió a oler y volvió a desenterrar las papas primerizas ya carcomidas por algún insecto rival para no morirse de hambre.

Todo olía a papa cruda y cocida. El chuño llenaba los cilos, de los animales salía leche de papas y las mujeres hacían queso y pan de papas; los colchones se fabricaron ese verano con las cáscaras de las papas y de la noche a la mañana el pueblo entero bebía licor y vino de papas. Francis Drake apuró su ruta hacia el mar de papas y zarpó. Puras papas.

 

 

OCURRENCIAS

 

Ver quilas penetrando la carne del cuerpo de Chile. Hacer el corte preciso. El suplicio viniendo de nuevo. Disección. La gracia mayor fue no citar a nadie, sino hacer vacilar los fundamentos históricos de esta tierra deseadamente incógnita. Dónde están las entrelíneas de las líneas férreas se pregunta alguien echando una ojeada al maravilloso salto de los siglos. Seguir con la división de regiones y provincias, pero sin pensar en cuáles son nuestros dominios para continuar renegando el camino literario de Chile.

No se crea que todo es repetición en esta tierra.

Se desglosa la respuesta de esquina en esquina.

 

Me empaqueta, por favor, el gusto del pueblo de Chile, es lo único que puedo decir y lo único que me puedo llevar.

Los que hicieron algo como robar por primera vez y

arruinar la vida naciente y bullente de las rocas y de los árboles tampoco vieron el origen de lo peligrosamente escondido.

Ocurrencias de lo difícil, lo imposible, como el hartazgo de esa loca geografía, sus anchas playas, rocas y minas de árboles, bosques de ámbar que susurran en chileno que no era todo penetrante ni arrogantemente fiero.

 

 

SANTIAGO

 

Repaso mentalmente los nombres de Chile convertido en Santiago mientras mi lengua se frota contra el pebre ardiente, luz de la mesa y de mis codos.

Santiago, abismo de síntesis y articulación del maqui, agotamiento de la combinatoria, crueldad de los árboles, chamulleo de las abejas y por fin, la capital: esa chilenidad citada en ritmo, en verso, en estrofas.

Me adentro a la gran ciudad del gran Santiago y ahí están, casi como siempre: el narrador de la Casa de la Moneda, el lector del boliche de la esquina, el narratario del mercado ambulante, el metatexto de los gritos de varias generaciones, el infratexto del lustrabotas. Y al dar la vuelta en la esquina, está lo que se toma en serio: la cosa seria, el no a la burla, aunque por ahí va por si acaso, la bromita.

La imprudencia empieza a colgar de esos áboles, el hastío no se congela, el basural se lanza a nadar en las aguas del único río que la cruza. Nadie quiere entender que vivimos en esta faja de tierra rocosa y ridículamente seca y húmeda. El historiador ha ignorado este dato rocoso, duro, seco y empapado.

La esperanza es volver a España a esa Edad que pasó por las Américas, se me dice. Pero en Chile no hay recuento ni recolección de lo que nos ha venido de afuera. Los cercos se levantaron para aquéllos que les gustaba redondear las cosas, de buscarle el núcleo a la cuestión, de cacharle el mote, de verle el ojo a la papa. Nadie ha entendido que no hay nada que no diga nada en esta ciudad en donde el sueño ya no puede ser leve en medio de defectuosas demandas, robos y asaltos y en donde aún pueden esperarse hechos perversos al pie de la letra.

Pero aún hay alternativas pálidas si se encara a su urbana modernidad espetándole sin bromitas, sin tallas sin  tallitas, que no, que no y que no, y que esta bóveda rectangular semi alargada que es este territorio soñado del Nuevo Extremo que aun pudiera estar lleno de calcos para copiar páginas y páginas de decadencia chilensis, posee un músculo feroz que con su fuerza expele aire limpio y sangre roja para todos.

 

 

POR DÓNDE, CHILE, POR DÓNDE

 

De repente la existencia pudiera ser

caminar por huellas y senderos de otros.

De otros que manejan un Jaguar y a veces Armamento.

¡Ataja ese animal Juancho!

De otros que no manejan nada y que comen poco.

De pie viéndonos al lado de ese mar que tranquilo te baña, la ola de Chile lanza la pregunta: ¿Por dónde Chile, por dónde?

Vete por donde algo nace Chile, muere Chile, pero aparece como una larga boa de piel que nos abrigue en tus inviernos gélidos.

Por ahí entonces Chile, no por la sombrita, no por el ladito, no como que no quiere la cosa, sino a pleno sol, a plena lluvia, a plena nieve, a plena sangre, a todo pulmón, a todo vapor, a todo amor, ve bien Chile por dónde.

 

                                                     

ALGÚN DOLORCILLO DE SEPTIEMBRE

 

El agua y su falta, piensan ella y él. ¿Y la cazuela?

¿Quién se hará cargo de la cazuela?

Se recuerda el viento enamorado que revuela faldas.

El desapego de todo. La inquietud para con alguien.

Quiero verte. Siempre quiero verte.

Cuartos de piedra sin ventanas, sin lluvia.

El arco del frío penetrando tus huesos.

De habérnosla con el frío-frío que nos recorre.

Territorio deshabitado no nos queda.

No ceso, no, de rogar hasta que Dios te guarde por siempre jamás,

porque yo te di motivos para que no me leyeras.

Escúchame en el frío de tu corazón frente a la Casa de la Moneda junto a don Pedro y hablemos de lo que será o no esta patria del que más puede.

Hablemos todos a la vez de quién puede más, de quién puede menos con las ilusiones que nos da un corazón de tierra bien puesto un 18 o 19 de septiembre.

La inmoralidad es así. Pero un corazón abierto como piure entregado, no.

Es el aviso de la minucia. El recuento del detalle. El ánimo en sonrisa.

El no querer dejarte para siempre escucharte gritando ¡Viva la patria y la libertad! ¡Que viva el 18 e’setiembre y resto son puras guevás!

Claro que no,  iba a ser su respuesta en caso de haber almorzado una cazuela. Hay que ver. Inventas la flor que adorna el florero de tu mesa. Guardas los objetos que debías compartir. Desafías al siglo con el oro. Ya sé que quieres el sol para ti, la cazuela para ti, el corazón de la tierra para ti y la canción que don Pedro aún canta para ti.  ¡Rija rendija!

El duelo fue en el suelo arenoso y desierto del valle central de Chile, cuando todos llegaron ciegos con las manos extendidas tentaleando entre piedras y el fuego del sol. Pies y sombras arrastrándose por arenas negras. Y en el aire bajo el sol ardiente, el tono agudo y sostenido de una garganta perfora el cobre con un Viva Chile!  Se gritaba en chileno, en la lengua de los piñones, los pájaros y las empanadas, pero dejando fuera la lengua del huemul y de la razón.

 

 

A LA SOMBRA DE LAS PAPAS 

 

Un largo discurso político bloquea la salida de las papas, de las espinacas y la de los repollos. Al alzar la vista, las estrellas apenas iluminan nuestros ojos. La tierra limpia sus fisuras, y a la hora del crepúsculo cicatriza sus llagas y ya no hay más regiones ni provincias, sino un sólo largo pedazo de papa-tierra alzando una sola gran bandera incolora pero reluciente como la cáscara de una sola gran papa.

Amanece un huerto de tres colores y de formas alargadas como el discurso del rojo de la sangre araucana, el blanco de la nieve de las montañas, y el azul del cielo y del silencio a la sombra de las papas de Chile.

Y si bajamos más al sur entrando ya a la Patagonia, las papas florecen por sobre nuestros pies de lunes a jueves, pero caen como granizos almidonados los viernes, sábados y domingos, mientras por esos días masticamos chicle de papa y bebemos licor de papa; pero, eso no es todo: los siete días se alargan hacia el centro de la tierra y así algo más adentrados hacia el sur brutal, tomamos un cucurucho de helado de papa. ¡Es el vidrio! ¡Es el vidrio crujiente entre nuestros dientes! gritamos mientras se desbloquea en la blanca sesión del Congreso, la salida libre de las papas fieles a Chile.