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MANUEL GAYOL MECÍAS
Nació en Las Tunas, Cuba (1945). Poeta, narrador, ensayista y periodista cubano. Ganó el Premio Nacional de Cuento de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en 1992. Fue investigador en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas. En el año 2004, con su relato “El otro sueño de Sísifo”, obtuvo el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano de Nueva York. Fue miembro del consejo de redacción de la revista Vivarium y miembro del Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, ambos en Cuba. Trabajó como editor por más de 17 años en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California. Miembro fundador del Club del Pensamiento Crítico de California. Ha publicado, entre otros libros, Retablo de la fábula (poesía), Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (compilación crítica), Retorno de la duda (poesía), El jaguar es un sueño de ámbar (cuentos), La noche del Gran Godo (cuentos), Ojos de Godo rojo (novela), Viaje inverso hacia el reino de Imago (ensayos), Marja y el ojo del Hacedor (novela), Coincidencias de un editor (o el exorcismo de Joel Merlín) (novela), Los artificios del fuego (prosa y relatos), La penumbra de Dios (ensayos) y Las vibraciones de la Luz (ensayos de ficción). Dirige la revista digital Palabra Abierta y su editorial homónima.
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EL CONDENADO FELIZ
Soy un condenado feliz, en la apariencia inerte del
foso, pero feliz, como un rompiente de mí mismo
sonrío para mis adentros.
Quizás pienso en el sacrilegio de mi silencio o en
la estatua que brilla en la noche y se opaca con el
sol. No hay astros sino agujeros en el cielo como
los poros blancos de una negra malla que me cubre.
Estoy en el centro de la clave, ahora, lanzado al
vacío, pero feliz. Sí, sonrío como una piedra
antigua, aunque aún la muralla está cegada por las
terribles lágrimas de los escribas, que lloran de
miedo por su suerte.
Esa es mi agonía: perdonar mi condena para amarlos.
MI MEMORIA
Tengo el apetito eterno de vivir
pero me han condenado…
Lentamente
me exigen el olvido.
LAS BESTIAS Y LAS HIERBAS
Siempre Rimbaud aparece
por algún resquicio. No hay suerte
de heredar lo puro. Eso de que
“los galos fueron los desolladores de bestias
los quemadores de hierbas más ineptos de su tiempo”.
Y ahora sólo nos quedan
las bestias y las hierbas.
Entonces…
¿quiénes son los galos?,
me pregunto.
EL PESO MUSTIO
Ah, la justicia… ¿Cómo queda la justicia entre
los sueños?… La ley se pierde en la lejanía, y
es una balanza que casi siempre está inclinada
hacia el espacio que no perdona. Me llevan al
extremo más ligero y mi peso es ínfimo… Al menos
si escucharan mis palabras; pero sigo inédito y
el otro tiembla. El silencio pesa como toneladas
de algodón. En mis sueños no hay países más leves
que mi mente, y floto lento
sobre el peso mustio de mi isla.
EL SUEÑO DE DIOS
Sueños del tiempo son también los otros
J. L. Borges: “A quien está leyéndome”
Las estrellas son como agujeros
divinos agujeros
por donde entra tenuemente
la grandiosa claridad de Dios.
Aquí abajo
cubiertos por la bóveda
estamos aterrados
empequeñecidos por la incertidumbre
… Ah, pero alguien dice:
Somos el sueño de Dios…
Y yo le creo.
EL DIOS EN QUIEN YO CREO
Hay un dios en quien yo creo
que vive en mis ancestros
y en el tiempo hacia adelante
que viene límpido
sereno
seguro de sí mismo
me toca en el hombro
y sonríe.
Y yo mudo, consternado…
Luego le pregunto:
¿Eres tú, Señor?…
¿Eres tú, quien me sonríe?…
Dios, entonces, detiene el tiempo
en su presente
se viste con mi cuerpo
se calza con mis pies
y se va conmigo meditando
entre las calles.
A CUESTAS CON LA VOZ
Somos el otro, dijo Octavio
y estamos en medio del susto.
Camino sediento
y bebo de los ojos
y mi sed no tiene límites.
Ando a cuestas con la voz del otro
cargando el peso intenso de mi isla.
LA LLUVIA ES EL SUDOR DEL MIEDO
¿Por qué el sueño anuncia que mi pesadilla está en camino?
La lluvia cae sobre el vacío, que es mi cuerpo en reposo
absurdo estado de paciencia, sin aire en derredor. La noche
es un hueco de silencio, caído el cuerpo haciendo órbitas.
Temo prostituirme en la quietud. Nada raro tiene este sentido
en el que me miro dentro y solo veo el negro laberinto de
otra noche… Soy un aparato de cuatro aspas giradoras, y
mi centro se retuerce sobre la inercia de un punto… El sueño
anuncia que mi pesadilla está llegando. Estoy en la víspera
del pavor. Ahora sé que la lluvia es el sudor del miedo. Tengo
miedo… mucho miedo a la pesadilla que vive detrás de mis ojos
… Despierto, y me encuentro solo… Cierro y abro los párpados
y me veo en la Plaza, entre miles de seres que no se miran…
Ahí están ellos, como yo, y yo me siento solo en la ciudad.