BAQUIANA – Año XVI / Nº 95 – 96 / Mayo – Agosto 2015 (Teatro)

NO HAGAS MILAGROS POR MÍ

 

por

 

Lilianne Lugo

 


Personajes:

 

Ella

 

Él

 

1

 

Él revisa unos papeles encima de la mesa. Ella llega, se sienta al lado de él, agotada.

 

Él: Fuiste otra vez a la casa de tu madre.

Ella: Lo primero que hizo fue mirarme el vestido. Se quedó parada en la puerta, con la vista fija, como diciendo: siempre igual, anticuada y mal vestida. Y después fue que me dijo, ahí está Sadie, acaba de llegar de Italia. Sadie, mi amiguita de la infancia, la negrita de enfrente, la jinetera próspera. La abrazo, recordamos el pasado, me describe su vida, y yo en posición de no te pierdas una palabra, imagina los supermercados, los baños públicos, las calles, el metro, la cocina. Y me imagino retratándolo todo: Trieste, Berlín, Estocolmo.

Mami le mira la ropa, la cartera, los zapatos, y le celebra el pelo, que está mejor que el suyo, “se ve que los productos son buenos, ya puedes pasar por blanca”. Mi amiga se ríe, lo toma como una gracia, y quizás en el fondo piense que sí, que es un triunfo poder pasar por blanca, y me da roña tanta bobería, cuando hay cosas más importantes, como la supervivencia en el frío, el trabajo, los sindicatos, el seguro médico.

Quiero pasar mis vacaciones en Suecia. Mis vacaciones de verano. Mis vacaciones de invierno. En invierno vería la aurora boreal. Me arroparía y tendida en la nieve oiría los quejidos de los glaciares y los mugidos de las focas en pleno sueño. Te tiraría pelotas de nieve y nos tomaríamos una foto en pose de somos felices aquí, muéranse de envidia.

Para mi mamá Sadie es una triunfadora. Le brindó café en sus mejores tazas, el café Cubita que tiene guardado sabe dios dónde y que de tanto guardarlo ya no sabe a café, y miraba continuamente su cartera pensando que de ella saldría un perfume, un jabón, un billete de diez euros. Pero Sadie se fue, sin regalos, y yo la miro, ya no es la negrita que soñaba tener anillos en todos los dedos de sus manos. Ahora tiene anillos en todos los dedos de sus manos, y una casa, y un carro.

Me fui huyéndole a mi mamá, que me atosiga hablando de la tacañería de Sadie, y de la imagen de Sadie con sus zapatos finos. Yo quisiera ser una triunfadora sin tener que casarme con un calvo. Quiero comprarle a mi mamá un refrigerador de dos puertas y un play station a mi hermano. Y quiero hacer eso contigo. Sí, quiero vivir contigo, dormir juntos, comprarnos un ventilador, un apartamentico, una laptop.

 

Él acaricia su mano. Ella se levanta, y se mueve por el espacio.

 

Ella: Necesidades: diez mil dólares. Objetivos: conseguirlos, vivirlos, gozarlos. Medios: zero, rien, niente, y aquí agregaría en sueco ingenting/noll

El verano en Suecia, el que imagino, está lleno de parques con los bancos pintados de naranja y luces que se regulan por horarios y posiciones amorosas. En cada esquina un farol encendido, un auto esperando pasajeros, un restaurante con comida rara, un árbol lleno de frutas.  Manzanas.

Él: Te compraría chocolate con mi salario. Por las noches iríamos al teatro, o a una discoteca, y comeríamos carne todos los días. ¿Te imaginas? ¿Te imaginas un salario que alcance para todo eso?

 

Ella saca una manzana de su bolso.

 

Ella: La compré en Carlos III, el mercado más grande de La Habana. Me costó cincuenta centavos cuc, era mi último dinero y por eso vine a pie, maldiciendo como mi madre a Sadie y su tacañería. Mira qué clase de ampolla. Las manzanas son una de las comidas preferidas de Changó, Santa Bárbara bendita. Huélela. Ella también la huele. Se la vamos a poner en ofrenda, aquí en este rinconcito, para que nos ayude a conseguir lo que queremos. Toma. Le da la maraca.

 

Él toca la maraca. Se escucha un canto a Changó, o cualquier otra música, quizás algo sinfónico. Se ven (mediante proyecciones), o se escuchan, los deseos de ambos.

 

Ella: Que él me ame

Que tengamos salud

Que mi madre no se muera

Que mi padre no se muera

Que pueda conseguir una casa un futuro una vida.

Él: Que pueda pagar el alquiler de este mes el teléfono la electricidad

Que no me roben

Que dé la cuenta

Que no me detengan por indocumentado

Que ella me ame siempre.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

2  

XXXXXXXXXXXXXXX

Él: Hace tres años me gradué de Psicología. Desde entonces soy profesor en la universidad. A mis amigos les gusta decirme que vivo con ella solo por el placer de psicoanalizarla de vez en cuando.

Ella: Un caso clínico. Eso dicen sus amigos que soy. La blanquita brujera. La blanquita fuera de tono. La actriz bailarina de cabaret.

Él: Pero la psicología no sirve de mucho tratándose de ella. Me involucro demasiado. No puedo separarme de lo que la quiero, de lo que la odio, para ayudarla clínicamente.

Ella: La guitarra es su pasión, pero le da pena tocar en público. Se pone a temblar y se le va la voz, y se equivoca en los acordes, y me mira desesperado.

Él: A ella nada le da pena. Se para en el escenario y habla y besa y mueve su cuerpo sin problemas.

Ella: Él y sus amigos intelectuales sin un peso en el bolsillo. Llegan a arrasar con el refrigerador, a tomarse mi café, mi refresco, y a ponerme como un zapato porque no sé quién es Kundera.

Él: Milan Kundera.

Ella: Milán. Ciudad del norte de Italia.

Él: Me propusieron un negocio. Vender chocolates.

Ella:Prometo darte más pérdidas que ganancias.

Él: De verdad. Un socio los saca de la fábrica y yo los vendo.

Ella: Ese dinerito nos vendría super bien.

Él: Podría ayudarte con el alquiler, pero no me gusta ser el profe que vende bombones.

Ella: Mi madre lo mastica, pero no se lo traga. “Tanto tiempo comiendo mierda para venir a empatarte con un negro”, que es como decir, lo más bajo de los más bajo. Y yo le pregunto, pero tú quién eres, qué has hecho con tu vida para creerte superior, con qué grados mides tu infelicidad, tus complejos, tu amargura, para que tus arrugas de blanca vengan a juzgarme. Y ella me dice, “cuando tengas un hijo te vas a arrepentir. Tu hijo te va a preguntar: mami, por qué te casaste con un negro”. Y cuando me pregunte simplemente le diré: hijo, no te traje al mundo para que hicieras una pregunta como esa. Agradece tener un padre tan bueno y tan negro como ese, que tiene todas las bendiciones de la Virgen de la Caridad y de Jesucristo, y del reino de Benin, de Nigeria, y del mismo Nelson Mandela, y de Gandhi, y del Espíritu Santo, porque si crees que la piel es un destino mejor hubiera sido no traerte al mundo. Entonces mi madre se calla, y me mira como diciendo: cuánto sacrificio desperdiciado.

ÉL: La última vez que fui a la casa de su madre se sentó a mirarme sin hablar una palabra. El padre tratando de conversar, de ser amable, y ella tiesa como una momia. Dijo que no le quedaba café, y que había reunión del CDR para que nos fuéramos rápido.

Ella: Mami siempre cree que tiene la razón. Ahora le ha dado por hablarme de gente que ni conozco ni me interesa conocer. Blancos abogados, médicos, rubicundos informáticos. Me imagina haciendo un doctorado en la Sorbona, con un marido belga y millonario. Hoy estaba ayudándola a escoger el arroz y de pronto se apareció un tipo que conoció en su trabajo, un francesito con cara de susto al que le prometió no sé qué con tal de que yo lo viera. Papi hizo mutis por el foro, cogió el Granma y entró al baño.

Papi trabaja todos los días de esta vida, llueva, truene o relampaguee. Es un simple profesor de geografía que participa en los matutinos y las escuelas al campo y manda tareas sobre mapas que no existen, mapas de un mundo en el que ya vive solamente él. En el mapa de mi padre hay un país inmenso llamado URSS, señalado en naranja. Ese naranja absorbe la vista de los alumnos hasta que solitos descubren un país rosadito hacia la izquierda llamado Estados Unidos de América, donde vive un tío, un padre, un hermano en algún lugar llamado Kentucky. Mi papá vuelve a las cinco de la tarde, con las manos vacías y la garganta tomada, y mi mamá le dice “no hay arroz, trajeron el recibo de la luz, qué piensa tu hija para pelearse de ese negro”.

Y yo le digo al francesito, mira, este es mi prometido, y le enseño tu foto. Mami quisiera estrangularme pero disimula y le trae la bandejita con café y un pastelito socato al francés que dice merci, merci y no entiende absolutamente nada.

 

Él toca la guitarra. Ella reparte chocolates al público. Se come una barra chupándose los dedos. Él se detiene de pronto.

 

Él: Prometido. Pausa. ¿De verdad te casarías conmigo?

 

3

 

Ella en la cama, a su lado un libro.

 

Ella: A veces sueño con otros hombres. Imagino las vidas que pude tener. A veces lo imagino con otras mujeres. Imagino las vidas que pudo tener. Pero después nos abrazamos y me parece que estamos hechos el uno para el otro. Hasta que vuelvo a soñar. Y a sentirme culpable de solo pensar. No habría que pensar. Ser solo el monigote que cocina y ama y no piensa más que en la pureza.

 

Él llega. Se acuesta sin hablar con ella. Silencio.

 

Ella: Mira, nunca hubo nada entre nosotros, simplemente te estoy diciendo que a veces imagino que si él me hubiera dicho que yo le gustaba aquel día en la playa no te hubiera conocido.

Él: Yo no pienso en otras mujeres, ni lo que me dijeron, ni lo que no me dijeron. ¿Qué tú te crees que soy yo? ¿El cabrón al que puedes decirle simplemente me gusta otro tipo?

Ella: Por eso no le digo nada. Ni mis fantasías de reina, ni mis delirios a lo Clara Zetkin o Sor Juana Inés de la Cruz, ni los programas de TV donde me veo, ni las veces que quisiera tirar los platos sucios por la ventana.

Él: Ella mira por la ventanilla de la guagua, y la veo ilusionarse con las grandes persianas, la cocina inmensa, la bañadera llena de burbujas, la imagino con otro, otro que le de todo eso, otro amado por su madre, un habanero blanco, rubio y con carro, y me miro y me jode pensar así, desconfiar de su amor, desconfiar de la vida, que te hace pensar que puedes ser cambiado por un microwave y un aire acondicionado.

Ella: Tienes una cara…

Él: Tengo hambre.

Ella: Hay frijoles colorados, arroz blanco y salsita.

Él: Sírveme y después nos bañamos.

Ella: Decirte todo lo que pienso. Meterte dentro de mí y que lo sepas todo. Que no te engañen estos meses de felicidad. Y que tú hagas lo mismo.

Él: Vendí todos los chocolates que llevé. Mis alumnos les daban promoción, y me decían a dónde llevarlos. Me sentí tan… fuera de lugar. Me daba roña tener que hacer eso, y que además todo el mundo lo aceptara como la cosa más normal del mundo.

Ella: Una boda con fotos y luna de miel, aunque no sea en París. Y tú conmigo, siempre conmigo, en la parte de afuera del teatro, o en la platea, en primera fila, y que no me reproches si me desnudo, si me aplauden, si me saludan en la calle, si sueño con Hollywood o Bollywood o cualquier teatrico off off off off.

Él: Los chocolates no van a durar para siempre, y cuando estés casada mami y papi no te van a decir, ven, toma este bistecito para la comida. Y yo no te voy a aguantar que vengas tarde porque te quedaste hablando con Sadie o con Susi, o con un francesito invitado en tu casa, o por un invento de tu madre, o porque te gastaste el sueldo en un vestido caro.

Ella: Dice mi madre que los negros son todos unos machistas que humillan a las mujeres para tenerlas sometidas. Pero tú no humillas a nadie, aunque sí eres machista como todo el mundo, aunque no lo admitas. Por eso te pregunto ahora que estamos a tiempo. Cuando tengamos un hijo, ¿lavarás los pañales, te levantarás cuando llore, comprarás malangas y leche en polvo? ¿Pagarás el teléfono, la luz, el agua, irás a la bodega, a la Oficoda, al correo? ¿Cuando te diga tengo hambre, me prepararás un pan con tortilla y una limonada?

Él: ¿Vas a ser feliz con la pobreza que te ofrezco, con este alquiler, con este colchón lleno de baches? ¿Aceptas casarte en medio de una guerra declarada? ¿Y tener hijos que tu madre no quiere porque tendrán pasitas, y sangre negra?

 

Se miran fijamente por unos segundos. Ríen.

 

Ella: Acepto.

Él: Acepto.

4

 

Él: Ven. Vamos a repasar.

 

Bailan danzón, son o cualquier otro baile tradicional.

Ella: ¿Tú crees que valga la pena saber de todo un poco?

Él: Por supuesto.

Ella: Pero se me están olvidando las cosas, el nombre de los personajes de los libros, la estructura de los átomos, los chistes más cómicos, todo se me está olvidando porque no lo uso, no sé qué hacer con él, no soy una vedette, ¿entiendes? Nadie me acepta en un casting decente, me repito en la misma basura, meneo las nalgas en ese cabaretucho para pagar el alquiler, para botar el dinero en un espacio que nunca va a ser de nosotros, para que venga esa vieja y nos diga: “tienen que irse. Les doy hasta la semana que viene para que se muden.” Dónde está mi personaje excelso, mi personaje con nominación al tío Oscar, mi gira por Buenos Aires, Bogotá, Madrid, Estocolmo. Ya no quiero seguir bailando.

Él: Pero es que en un día no puedes conseguirlo todo. No tienes paciencia. Tienes que tener paciencia.

Ella: Paciencia para envejecer y sentir que cada día valgo menos, que mi pelo se cae del estrés y no consigo nada, soy nada, escribo mi nombre para que yo misma no lo olvide.

 

Él le da vueltas y vueltas y vueltas. De pronto la detiene.

 

Él: Cálmate. Deja de pensar y hablar y volverte loca con tus propias palabras.

 

Ella se cae, mareada.

Él se tira junto a ella.

Se ríen de nada, como dos bobos. 

Transición de ella.

 

Ella: No tengo dónde poner mis libros. Voy a tener que quemarlos, y pasar por las librerías y olvidar que existen. No quiero, no quiero más libros. Pausa. Quiero  un librero inmenso, que cubra todas las paredes, y un buró así de largo donde escribir todo el día.

Él: Mañana voy a buscar otro alquiler. ¿Todavía tienes el teléfono de la vieja de Centro Habana?

Ella: ¿La bruja? Con sus muñecos y su casa oscura. No. Ya no lo tengo.

Él: Piensa bien. Nos hace falta cualquier lugar.

Ella: Sadie proclama su última fashion, me la restriega en la cara, finjo que no me importa, que para ser una intelectual no hace falta vestirse decorosamente y bastan unos trapillos de la second hand para dar la talla. Me veo, la veo, ella pone su equipo a todo volumen, sus negras triunfadoras, la Beyonce, Mariah Carey, Alicia Keys, y yo me quedo embobecida mirando su vestido estampado y sus nalgas gigantescas.

Él: ¿Y no será que te molesta que la negra Sadie sea la triunfadora y tú no? ¿Que la negra Sadie tenga dinero y ropa linda y tú no? ¿Que la negra Sadie conozca Europa y tú no? Eso pienso pero no se lo digo. Le molesta y bien, porque en el fondo el racismo también está en ella aunque no lo admita.

Ella: A veces pienso que para trascender hay que venderse como mercancía, y trabajar en los programas banales de las televisoras hispanas. Haciendo como presentadora de televisión. ¿Sabía usted que la hija del presidente se casó con una mujer? El último escándalo de Alejandra Guzmán: las nalgas falsas le jodieron la salud.

A veces me gustaría tener un buen par de nalgas. Unas nalgas de negra, así, paradas, carnosas, apetecibles, y unas tetas inmensas, listas para amamantar toda el hambre de África.

Voy a escribir mi propio gran personaje. Y no voy a bailar más en ese cabaretucho.

Y te daré los orgasmos más lindos del mundo.

Él: La abrazo y me digo: ahora sí se volvió completamente loca. Pero entonces en sentido inverso se comienzan a cumplir sus decisiones, y me regala uno, dos, diez orgasmos, y no va más al cabaret, y comienza a escribir. Y yo me rompo la cabeza pensando en el alquiler, siempre el dichoso alquiler, y la discusión de bodega, y lo que hace falta, lo que hace falta, y cómo le digo, ese dinero nos hace falta, si ella está tan feliz con su decisión y parece haberse olvidado de los libros que habrá que botar y la mudanza y el otro mes incierto.

XXXXXXXXXXXXX

5

   

Ella: Escribir la novela de mí misma, el poema de mí misma, la obra maestra que me lance al Premio Planeta, al Pullitzer, al San Juan de los Palostes, al Nobel de mi casa, mi espacio, esos pocos metros cuadrados de mi esperanza.

Una novela absolutamente política.

O absolutamente despolitizada.

Una obra militante, con banderitas y pullovers rojos, y una foto del Che en medio de la espalda, y una protesta en contra de los trabajadores desempleados, los grupos racistas, el hambre en África, la discriminación de toda índole, la abulia de mi vecino que pisotea sus sobras de arroz contra mi ventana.

Una obra despolitizada por el amor a Cristo, por los niños que van a la escuela, por el viejo tema de la pegadera de tarros y los amores perdidos, una obra a favor de todo, a favor de mí misma, una obra para ser una favorecida total. Pero no puedo. Invoco a Santa Clara aclaradora para que me aclare la mente.

Al fogón se le volvió a chivar la resistencia, yo con la cara toda sudada y grasienta, y ahora el cobrador de la luz con sus amenazas.

Se me ocurre una idea. Una prórroga. Pedirle una prórroga a la vida.

Una obra en la que el personaje le pida a Dios hibernar y nacer en un mundo mejor, una fantasía al estilo más barato de Hollywood, o una prórroga espacial, nacer en otro mundo, otro país, una prórroga económica, por favor, venga mañana, mi esposo no está.

Me pregunto si cuando él llegue, si cuando vuelva mañana el cobrador, de qué sirve una prórroga si el sustento no existe, si no podré pedirle nada, no podré decirle cómprame un ventilador, arregla el fogón, paga la luz, solo hay pan para comer, cómo se lo digo si él lo sabe y no puede hacer nada. Pienso otra vez en Santa Clara. Una nueva señal, le pido, mientras se hace de noche. Cada vez más oscuro, cada vez más oscuro. Al lado mi vecino enciende su televisor, su plancha, su fogón. Y yo me quedo en la oscuridad esperándolo.

Él entra, siento la puerta. Quiero decirle: cortaron la luz. Otra vez el cobrador vino. Pero cuando lo abrazo empieza a llorar, sin decirme nada. Y yo tampoco.

XXXXXXXXX 

6  

XXXXXXXXXXXXX

Ella: Déjame hacerte un tilo, seguro te cae bien. Pausa. Tienes los ojos rojos y secos. Te voy a echar unas goticas para que se te hidraten un poquito.

Él: Ahora no quiero nada.

Ella: Qué desconsideración. Esa música a todo volumen.

Él: Lucía tan viejo. Como si las arrugas le hubieran salido de pronto. ¿Puedes creerlo? La gente se pasaba la vida diciéndole que él no se ponía viejo, que los negros no envejecían, que la vejez era para los blancos, y a mí me parecía que era cierto, que nunca se iba a morir porque nunca se pondría viejo.

Ella: Siempre tan emperifollado. Con sus camisas súper planchadas, limpias, con el pelo rebajado, siempre rebajado. ¿Lo tenía muy malo?

 

Él la mira. No dice nada. Se queda pensando.

Él: No me acuerdo. No me acuerdo cómo era su pelo. Tienes razón, nunca vi si se ensortijaba como granitos de frijol, o si era duro. Tantos años y nunca conocí el pelo de mi padre.

Ella: Bueno, no debe haber sido tan malo, porque el de tu mamá sí es malo y el tuyo no, así que quizás era suave, ensortijado pero no tanto.

Él: ¿Te asusta peinar pasas?

Ella: No. Me asusta no tener alguien que me ayude y de pronto no saber. Me asusta halarles el pelo y que me digan que no me importa porque el mío es distinto. Me asusta no saber.

Él: Ya aprenderás.

Ella: Todavía hay tiempo, ¿no? Y espacio.

 

Silencio.

 

Ella: Digo, porque como la casa de tu papá se queda vacía, pensé… no tener que pagar el alquiler…

Él: Tenía los dedos largos. Los de los pies y los de las manos. Todos sus dedos largos y finos. Como los de un pianista.

Ella: Habría que arreglarla un poco, cambiarle las persianas…

Él: Y las uñas cortadas, parejitas, limpias. No parecía un trabajador. Mira mis manos. El profesional parecía él. Me daba vergüenza estar sentado ahí, en la funeraria, y que la gente viera sus manos sobre el pecho y luego las mías, como una mala y sucia copia.

EllA: Poner azulejos nuevos en la meseta. Y un lavadero.

Él: Y esa horrible sensación de estar desperdiciando mi vida. De estar botándola a la basura. Me daban ganas de fumar, de estar borracho para no pensar en nada, de que me diera un paro cardiaco ahí mismo para no ver a mi mamá indiferente, como si con ella no fuera, como si fuera un extraño y no mi padre el que estaban enterrando. Como si mi vida fuera un pelo que tupe el tragante de la ducha, hasta que el plomero viene y lo bota.

Ella: Lo bueno de ser único hijo es que sabes que todo será para ti.

 

Él la mira. Como si acabara de aterrizar de un largo viaje.

 

Él: ¿La viste? ¿Viste a mi madre?

Ella: Tampoco puedes culparla. Tu padre no fue tan bueno.

Él: Parecía contenta. Ni siquiera le importaba mi tristeza. Pausa. ¿Tú crees que yo soy un parásito? ¿Crees que papá pensaba en mí de esa forma? Siempre quiso que me fuera de este país, que pidiera una beca, que dejara todo atrás, y nunca lo hice, me aferré a la idea de no ser un camarero, un limpiapisos, de no ser un emigrante, y me quedé vendiendo bombones a escondidas. Si yo fuera mi padre me escupiría en la cara.

Ella: Él nunca habría hecho algo así. Estás exagerando porque estás deprimido, pero tú verás que cuando nos mudemos y podamos ahorrar un poco todo va a cambiar.

Él: ¿Mudarnos?

Ella: A casa de tu papá.

Él: No.

Ella: ¿Cómo que no?

Él: Nada de eso es mío. Ni lo quiero.

Ella: Pero si tú eres único hijo.

Él: Pareces mi madre hablando así.

Ella: Pero es la verdad.

Él: ¿Y qué coño sabes tú de la verdad, niñita mimada, que vives en las nubes escribiendo tus porquerías intelectuales, qué sabes tú de mi padre para soñar con su casa?

Ella: Se queda en silencio, sin hablarme. Lo veo atarugado en su dolor pero no se me ocurre abrazarlo, ni calmarlo, ni pedirle disculpas. Creo que tengo la razón. Necesito tener la razón. Y la imagen de una casa vacía llena mis pulmones, mi vida, una casa vacía. Solo veo la casa vacía. No soy capaz de ver la casa de su padre muerto.

En el hospital, de noche, mientras cuidaba a su padre recién salido del paro, pensaba que después de eso nos mudaríamos con él, para cuidarlo, que tendríamos un cuarto para nosotros, y que el viejo en agradecimiento nos la dejaría al morir. Claro que no pensé en esta muerte. Ahora. Tan repentina. Ni que él no la quisiera. Una casa vacía.

XXXXXXX

 XXXXXXXXXXX

Ella: Me gustaría saber cuándo comencé a pensar solo en mí. Cuando estaba en la secundaria mi profesor guía hizo una encuesta en la que cada uno de nosotros debía poner los diez deseos que más quería en la vida. Ni siquiera recuerdo exactamente qué puse, pero sé que entre ellos estaba la paz mundial, la extinción del hambre y las enfermedades, la salud de mi familia, y luego yo, solo al final yo. Y ahora me encuentro que le rezo a Dios, el día que me acuerdo de ese ser llamado Dios, y le pido que me cuide, y que me de, y que me salve, y solo después pienso en los otros, los más cercanos, y ya nunca pido la salud de los enfermos incurables y el fin de las guerras y el amor universal. Pero no sé en qué momento sucedió eso, en qué momento dejé de tener a Dios en mi corazón, en qué momento dejé de pensar que el mundo era parte de mí o de que yo podía salvar al mundo con mis deseos, con mi buena voluntad. Es como si el mundo te doliera menos.

Pienso en mi hambre, que al final no es tanta, en un mejor techo, en cosas y cosas, y solo mi dolor es real, como si el dolor ajeno fuera solo la televisión, el teatro, y me emociono y lloro con mi personaje un llanto falso, un llanto stanislavskiano, donde recuerdo a mi perro muerto y lloro, no el llanto de mi personaje, sino unas lágrimas de tres por kilo, y todavía me quejo de que el camerino esté roto, y de que la paga no sea suficiente, y de que quiero un personaje mejor.

De pequeña creía que podía ser misionera, o embajadora por la paz, o médico sin fronteras. Hoy me cuesta dar limosna, me cuesta creer en cualquier cosa, me cuesta levantarme y dar los buenos días. ¿Y a quién puedo echarle la culpa?

Quiero pedirte disculpas por mi egoísmo, por exigirte más y más todos los días, por soñar con la casa de tu padre, por creer que cualquier motivo es suficiente para pensar en suicidarme, por imaginarte muerto y yo llorando, metida en ese dolor inventado para no ver la realidad, para no ver que me ahogo en mí misma y no encuentro cómo salir. Cómo decirle a alguien, eres superficial, piensas solo en la ropa, el celular, los carros y las discotecas, si me encuentro envidiando un par de zapatos, un paquete de café, un ventilador, una noche de diversión y borrachera.

Quiero decirte que terminé la novela. La obra de mi vida. Quiero decirte que sueño que viajo. Que ya no pienso solo en Suecia sino en cualquier lugar. Que me da lo mismo ser actriz que barrendera, y que me enlisté en un grupo de ayuda a refugiados en África.

XXXXXXXXX

8

XXXXXXXXXXXX

ÉL: Que no entiendo. Que no la entiendo. Que me va a volver loco. Que a veces quisiera tirarla de un cuarto piso y me horrorizo de mis instintos asesinos y animales. Que quisiera violarla raptarla amarrarla y que fuera solo mía. Que soñé sus sueños, que le di todo, excepto una casa. Que le di todo, excepto un ventilador, que la amé con la fuerza de todos mis bombones, que la odié con la fuerza de toda su familia caucásica y mentalmente prehistórica. Que me gustaría decirle voy contigo. O quédate. Todo va a ser mejor. Vas a encontrar el equilibrio, el justo medio, el sentido. Decirle todo eso.

Decirle que caminé por la calle Obispo, hacia abajo y luego hacia arriba, y me imaginé muerto, mirando a todo el mundo sin ser visto, que la imaginé con otro y me sentí cabrón, impotente, absurdo.

Decirle que no puedo enrolarme con ella en una aventura como esa, porque hace mucho decidí que nunca saldría de este país, que esa es mi cruz y voy a arrastrarla, porque siento que aquí tengo que hacer algo, aunque no sé exactamente qué. Decirle que tengo un paciente que repite mi nombre cuando se siente solo y que no entiendo qué puede tener de mágico mi nombre para alguien, si para ella no significa nada, si se va y no importa, si su altruismo es tan lejano que solo será efectivo en África mientras yo me desvivo corriendo por ella, luchando por ella, aguantándola a ella.

Decirle que si se va será como una muerta a la que no se le prenden velas.

Decirle que no me importan sus boberías y su novela donde me pone de protagonista para matarme al final como ejemplo de no sé qué mierda porque todo es tan enrevesado que no se entiende nada.

Decirle que esos días en el hospital cuidando a mi padre, con ella al lado, limpiándole la mierda, cargando el agua, aguantando las pesadeces de las enfermeras, la comida pésima, el baño sucio, todo sucio, mi único asidero en la tristeza fue ver el amor con que lo cuidó, sin protestar, sin quejarse, y yo con ganas de gritar, ¿es que un hombre como mi padre no merece mejor atención?

Decirle que a pesar de todo eso no entiendo. No entiendo que tenga que irse si yo la necesito aquí, si hay tantas cosas que cambiar aquí. Qué tipo de humanismo es el tuyo. No creo en ese humanismo, en esa terquedad, en ese sueño.

Decirle que le hice la última canción. Mi última canción para ella. Su última canción.

 

La canta. 

XXXXXXXXXXXXXXXXX

9

XXXXXXXXXXX

Carta número 1.

Estoy aquí.

Carta número 2.

África queda en tu piel y tu pelo y tu sudor de negro en el pubis.

Carta número 3.

Descubrí un bombón y un tubo de pasta dentro de un maletín que usamos en las vacaciones y pensé que las mayores sorpresas vienen cuando menos las necesitas.

Carta número 4.

Tu padre no te quiso dejar la casa por hijo de puta y no me importa que pienses lo contrario, y aunque no te lo diga nunca más así es como pienso y nadie me va a hacer pensar lo contrario.

Carta número 5.

Quemé la novela. Era una mierda de todas formas. Y así vuelvo a ser yo. Una actriz con ínfulas demasiado altas. Una actriz, en definitiva.

Carta número 6.

Vuelvo a trabajar en el cabaret. Necesitamos dinero.

Carta número 7.

Quiero tener un hijo tuyo. Un mulatico o mulatica, pasudos, malcriados, como vengan, y le prohibiré a mi madre envenenarles la mente, y los amaré aunque hagan preguntas extrañas.

Ella: Regué estas cartas por toda la casa. Te esperé maquillada y perfumada, como para una fiesta. Me culpé por haber discutido después que me llegó la salida para África. Después que me dijiste que no entendías nada, que todo te parecía una locura, una pesadilla. Quizás tienes razón, yo pienso bien, pero demasiado tarde.

Mientras te esperaba soñé con una muchacha jovencita, lindísima, amante de un viejo que la lleva a hermosos lugares, y vi esa muchacha ahogándose en una laguna no muy profunda, yo estaba sentada en el portal, mirándola pasear en su bote, y le gritaba que caminara, que avanzara para llegar a la orilla, pero ella se aferraba a rescatar su bote hundido, no me oía. Me sentí abrumada. Tan abrumada. Quiero pensar que los sueños no son premoniciones. Quiero pensar que no me estoy ahogando.

Y luego me desperté, te imaginé corriendo y detrás de ti una pandilla apedreándote. Imaginé mi vida sin ti y me vi desamparada, mi madre restregando el supuesto error de estar contigo, la tuya colgándome el teléfono, nuestros amigos dándome la espalda. Mis libros quemados para soportar el frío de no tenerte en diciembre, y no poder esperar el año nuevo con ron y refresco. Ese Cubalibre que le hace soñar a uno. Y lloré, lloré mi impotencia, mi posibilidad de perderte, la distancia entre los dos.

Le hice una promesa a Changó, le pedí que si te salvaba, si nos salvaba, sería misionera aquí, en mi propio país. Predicadora en los solares y las escuelas y las tiendas. Eso es lo que voy a hacer. Campañas en contra de la discriminación, incluso la más solapada, la que no se puede ver, la no reconocida oficialmente, campañas  y actividades en contra de la violencia. Un programa de especialistas para erradicar la violencia. Le pedí que si nos daba lo esencial para vivir sería capaz de resignarme a lo mal hecho, a ambicionar poco, casi nada, a no pretender más que un poco de comida y paz en las noches.

 

Él entra.

 

Él: Pareces una loca. Tu voz se oye desde que uno entra al edificio.

 

Ella lo abraza. Llora.

 

Él: Cálmate.

Ella: Estás vivo. Vivito y coleando. ¿Te asaltaron? ¿Te golpearon?

Él: Estoy bien. Ahora estoy bien.

Ella: ¿Dónde estabas?

Él: Me puse a caminar sin rumbo. Me encontré a un amigo de mi padre y hablamos toda la noche, sentados en la acera, como dos borrachos sin un trago de ron. Me dijo que cuando me vio venir por el medio de la calle vio la muerte en mi cara, y yo me asusté tanto que me dio por reírme. Reírme y cantar para espantar la muerte. Sentimos gritos y perseguidoras a lo lejos, pero nos cogió el amanecer como tú dices, vivitos y coleando.

Mira, me regaló esta medalla. Un resguardo. Eso dijo que era.

Ella: De Santa Bárbara.

Él: De Changó.

Ella: Póntela.

Él: Aquí en la billetera está bien.

Ella: No quiero irme. No quiero dejarte solo. No quiero irme sin ti. Discúlpame.

Él: Ya lo sabía. Todo lo supe anoche.

 

Ella lo abraza. Se quedan así, en silencio.  

 

Él: Voy a trabajar en el psiquiátrico. Creo que esa es mi verdadera vocación.Ya no más clases, universidad, ni bombones.

Ella: ¿Y si hacemos teatro?

Él: Ahora qué te traes entre manos.

Ella: Un proyecto para los dos. Teatro terapéutico.

Él: Para salvar al mundo.

 

Ella se queda seria, mirándolo.

Él busca la guitarra.

Le canta alguna cancioncilla, ella se ríe.

Se apaga la luz. 

 

FIN

____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

LILIANNE LUGO

Nació en Santa Clara, Cuba (1987). Dramaturga. Licenciada en Dramaturgia por el Instituto Superior de Arte (ISA) en 2010, y profesora de dicha institución hasta el 2014, así como editora de la revista Tablas. Su obra Museo obtuvo el Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera” en 2010. Ha participado en residencias y festivales de teatro en Suecia, Alemania, Argentina, Colombia y República Dominicana. Este texto tuvo una lectura dramatizada en Estocolmo, Suecia, en 2012, durante la XII Conferencia Internacional de Mujeres Dramaturgas (Women Playwright InternationalWPI). En el año 2014 participó en el XXIX Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami, ciudad donde reside en la actualidad.

____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________