BAQUIANA – Año XVI / Nº 95 – 96 / Mayo – Agosto 2015 (Poesía IV)

FOTO SECCIÓN POETICA

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ARTURO TEXCAHUA

Nació en Mexicali, Baja California, México (1963). Poeta, editor y gestor cultural. Es profesor de educación primaria por la Benemérita Escuela Normal Urbana Federal Fronteriza (Mexicali), así como licenciado y maestro (con mención honorífica en ambos casos) en letras por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente está estudiando su doctorado en Humanidades en la Universidad Autónoma del Estado de México. Sus líneas de investigación están relacionadas con el canon literario, periodismo cultural, editoriales y literatura mexicana e hispanoamericana. Es director de Trajín (grupo literario y cultural) desde su fundación en 2009. El espíritu de esta agrupación tiene como lema “Promover y difundir la literatura desde Xochimilco”. Ha editado 39 números de la revista mensual Trajín literario (2009-2012) y 25 libros de creación literaria, literatura testimonial y ensayo. Asimismo es webmaster y colaborador del blog y página web (con su columna “Crónicas literarias”) de este grupo (www.trajineros.blogspot.mx y www.trajin.com. mx). Desde Trajín ha desarrollado un intenso trabajo de fomento de la lectura y de la creación literaria organizando presentaciones, concursos, maratones, tertulias y otras actividades en torno a la literatura, dentro y fuera de la ciudad de México, donde reside desde 1982. Es compilador de los libros de historias de vida relacionados con Xochimilco: Amores viejos, relatos de Xochimilco (2010, segunda edición 2011, tercera edición 2013); Calle por calle, historias de viajes diarios (2011, segunda edición 2013); Crónica de una celebración (2013); y Hubo una vez una revolución en Xochimilco (2012), los tres primeros editados con apoyo de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal después de haber ganado en concurso abierto dicha distinción por su destacada labor literaria en la zona sur de la ciudad. Ha publicado en Cronopio, Revista de la Universidad, Morbo, La experiencia literaria, Siempre, Punto de Partida, Hojas de Utopía (donde también fue el redactor), Los Universitarios (donde fue colaborador regular entre 1992 y 1996) y Unomásuno. Es autor de los libros de cuentos El relato posible (2013) y Ceñir la palabra (2014). Algunos de sus textos de creación están publicados en las compilaciones Textos de lo guarresco y lo arrabalesco (2010), Los amorvozos (2012) y De eso llamado lujuria (2014). También publicó un ensayo en el libro Convergencias y divergencias. Notas en torno a la investigación literaria (2013). Entre los reconocimientos que ha recibido están el tercer lugar en el Concurso de Cuento Breve de Navidad organizado por Ficticia en 2009 y el tercer lugar en el Concurso de Crónicas sobre la influenza, organizado por el GDF, también en 2009. Asimismo, ha participado en coloquios y encuentros de literatura, y ha impartido talleres, cursos y conferencias sobre literatura en diversas instituciones públicas y privadas.

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OBSESIÓN 1

 

La voz sigue hablando entre los símbolos de la escena.

Un regreso persiste en su capricho, –lo veo–

excava donde solo hay cenizas y la esperanza agita el viento.

No ha desaparecido su silueta estampada.

Lo sé, siguen persiguiéndome un roedor de plata y la aguja de una cólera inútil.

Allí donde hemos estado llegan los clamores de mis fatigas,

comen hasta saciarse de sus llantos las mismas nostalgias.

Dulces bálsamos mitigan los sufrimientos de quien no es mortal,

robusta y corpulenta una joven arrogancia escala por mis sienes,

aún tengo en la piel sus maravillas,

brillan entre mis pasos,

se alzan encima de la coraza de plomo,

ruedan por los desiertos de espinos como cabelleras gemebundas,

son,

están,

me dañan,

se contraen redondas en su morada.

 

 

OBSESIÓN 2

 

Morir es una suerte de memoria,

es un olvido que en las noches se acuesta lleno de agotamiento,

es penumbra que desnuda el rayo acomodado en el lado más impenetrable de una piedra.

 

Morir me tienta en las noches pegadas a los veneros del silencio

me clava una daga justo aquí, donde el paraíso trasiega una danza ridícula

y el aire arrastra la terquedad de mis súplicas.

 

Mi propia muerte es una comedia inconclusa.

 

 

RESCOLDOS DEL VACÍO

 

Un aborto, diariamente un aborto,

cada vez que levantes los sueños,

hasta que la esperanza se acostumbre y rompa su anatomía

mientras manos incansables mueven al mundo con la precisión de un cronómetro.

Los lineamientos se acomodan cerca de los andenes del Metro,

cocinan en un caldero el borde

del ruidoso esplendor de la mañana y de la tarde,

el aspecto transparente y artificial de la noche,

cuando se busca el ritmo de los rostros

y los pasos habituales que hacen del andar un reglamento sin luz.

¿Cómo huelen las prisas?, ¿cómo se hace uno de la cara, de los ojos,

del modo de ver, de la forma de andar,

de llevar bolsas, mochilas y portafolios?

Las prisas son cosa de cárceles.

Con la palidez en las mejillas y el insomnio en los ojos

todos están absortos en derredor de una idea:

más por menos,

más, más y más.

Gestos transeúntes que nadie conoce

caminan por las calles como eternos forasteros,

mimetizan la indiferencia escondiéndose entre las amenazas de los automóviles salidos de todas partes.

La vasta superficie de la no existencia lustra ligeramente

los requiebres de una curva depresiva a la par que su lado oscuro refulge,

son un llamado bajo la luz de otra pesadilla.

Las voces se arrastran,

las miradas guardan silencio,

los pasos gritan incoherencias

como reos que tejen en los muros y taladran las sombras

con repetidas obscenidades.

Las horas hallan las tinieblas,

se oyen viejos relatos del mundo,

mientras la fragua de palabras incinera todas las ideas

y un nuevo arriero conduce los miedos por vericuetos de monedas

devotas del placer.

Lo rumoran, te gritan, lo maldicen,

aún hay asombros

cuando se observa el crepúsculo.

Nada arredra el fervor de alcanzar la cima

ese sitio donde hay confesiones explícitas y los velos

como declaraciones bajo tortura

desgarran el vacío y no se intimidan

al tener un perfil desprovisto de represiones.

A veces pasa, sin saber cómo,

no hay abortos y el bullicio rasga el unánime clamor del mass media:

son días como domingos.

 

 

UN HOMBRE GRIS

 

Soy un hombre gris y moderno,

mis pies empujo a la calle para que los maltrate el transporte público,

le doy a mis oídos su ración abundante de gritos y decibeles.

En la esquina, en el metro, en el camión urbano,

los olores, millones, diversos, ofenden a mi nariz con pasión de venganza.

La penitencia es un pago fijo de horas

en las que guardo silencio y simplemente cierro los ojos,

para dormir mientras el mundo se acaba

y los políticos me doran la píldora sin esperanza.

 

Tengo gris el rostro, el atuendo y la mirada.

Computando las obsesiones irrumpo los significados de evidentes preguntas.

Hoy creo que el día no será como otros, de trabajo y ganancias paradigmáticas.

Desperté con una nueva historia adornando mi máscara,

sin pavores en la conciencia,

sin blanco, sin negro,

aferrado a ese punto intermedio entre el principio y el final.

 

 

PASIÓN 

 

Al grito de las lenguas llega el deseo de dos opuestos tendidos en la oscuridad como un pecado oculto que prorrumpe alaridos

en una dimensión llena de placeres,

cuesta arriba, cuesta abajo, en volteretas que el juego confunde con el dolor,

sin distinguir la silueta de la verdadera noche lúbrica,

hechos a esos quehaceres primitivos

en un desvarío que camina resignadamente,

confuso para esconder, oprimido para quejarse,

por un sendero tapiado de gemidos que aún así

insisten a tientas con el ritmo que hace y deshace la caricia,

construyen la experiencia del placer con un impulso sostenido que encuentra tiempo de mutar,

que busca los rincones del sudor

y gimiente se arrastra por el miedo

atrapado en un trance que se regocija con euforia absoluta.

 

Amor o lujuria distorsionada,

prolongación retardada de los diálogos íntimos

que no encuentran nunca la palabra precisa, el gesto proxémico

que revele la esencia de esa cercanía.

 

Muchas veces han pensado en una tarde que les conceda venirse

al filo de la imposición simple de la norma,

pero no hay otro espacio físico ni acción humana

fuera de aquella cita donde los abrazos anudan las noches,

y se halla tiempo y sitio para la malicia en exceso,

y se imponen los extremos, y se ahondan las sospechas,

y se cavilan las presunciones.

No hay terreno propicio para crecer cualquier encuentro fugaz,

la monotonía insiste en despertarse igual en las mañanas,

desayunar el mismo cereal

y salir,

con los bolsillos en las manos,

a doblegar las calles con dureza simulada.

 

 

EN EL AUTO

 

En un paraíso de humo vuelas sin despegar del piso,

entre el viento, la lluvia y la canícula, la jornada racional y el tiempo libre,

atrapas mentes,

infundes confianza en el grupo,

en la misma orgía que amasa millones de proyectos

con tus ejes cuadrúpedos,

tus mensajes de luces y cláxones,

tus rugidos de válvulas aceitadas que hablan,

con sus dispositivos electrónicos y su computadora interna,

un lenguaje chino desechable.

 

Es una reunión concertada de portentos tecnológicos

que ruedan y se dirigen al mismo punto de encuentro,

todos los días es un cita cálida de poder y dióxido de carbono,

una fiesta de gritos y lenguajes reprimidos como el espacio sin velocidad,

pretexto para socializar el poder y el dinero ,

práctica comodidad sobre ruedas,

lenguaje para la deidad original,

lamentable adicción a la gasolina,

principio marcado por señales y significados que actúan sobre la escena

dispuestos con un orden y un reglamento,

acudiendo con un cuerpo que permanece atrapado al compromiso,

con riesgo de tomar la encantadora y tangible voluta, esa parte de sí desconocida,

que ahí produce la misma soledad,

descubre otros lazos para dar vida,

detrás de otros o de los otros que van detrás

como el actor requiere un público para hacer del espectáculo

esa latencia de lo posible,

contraída por oficiantes hombres y mujeres que no mandan, obedecen

no disponen, son dispuestos.

el cauce tiene una hora precisa, a la que van todos sin pretextos

para gozar a veces, para confrontarse otras veces,

atropellándose, o atropellando y asesinando

a cientos, a miles, a millones de hombres ya muertos.

 

Ese frenesí de nuevos invitados se multiplica

cada mañana por la incertidumbre que impone la desproporción,

la desgarrada y espontánea inutilidad de esa convivencia espontánea.

 

Los neumáticos ruedan con aplomo,

igual que las bielas de las revoluciones anarquistas que anidas

con cuidado

en las elucubraciones que los optimistas hallan en tus plazas individuales.

 

Entre ellos yo, igual, sometido, aplastado me reúno, convivo,

hago y recibo rumores que detengo, estorbo,

en una confrontación que se construye en un espacio que nunca es mío,

pero que me codea fugazmente en la convención

como pacto entendido por encima de las expectativas,

con relativo y diferente grado de maldad que a mi pesar coexisten

en la uniformidad de cada segundo que disuelve el estoy, el vine, el fui,

entre colores plateados, rojos, negros, mates y metálicos,

y hace de sus habitáculos lugares para tocar,

complacer, decir algo profundo, escuchar,

maquillarse, hablar con otros en otros espacios y sitios

con una lógica que concluye al sexo como un suceso inexorable,

hecho del rodamiento destino, del andar carrera,

por esos límites ausentes de moral y restricciones

sin un orden establecido,

con fechas y términos, sanciones y multas,

y anuncios metálicos y luces indicadoras de direcciones hacia un lado o hacia el otro,

para donde ir, por donde moverse,

luces que además marcan y señalan,

ordenan seguir o detenerse:

espera, abre los ojos, ten precaución, te advierto, fíjate,

di lo que yo digo,

juega a punzar los mismos muros de indolencia

que no dicen su verdad de frente y se ocultan entre camellones,

entre flores, basura y árboles como si fueran

vallas, adornos de concreto y de biología plástica,

artificios de encantamiento que huyen de la generosidad de los magueyes,

hermosa impostura de las lámparas modernas

que armonizan con los mensajes que rodean tus vialidades

diciendo cómo y qué y dónde esta la cómoda felicidad

de mujeres y hombres sensuales de fotografía,

construidos con letras enormes que se leen desde muy lejos,

promoviendo la simple fantasía de la alegría de colores,

plana, figurada igual que un comercial de televisión.

 

Pero hoy tengo el capricho de ponerme de moños,

y como tú no andar más ni correr aventuras

sentir el último aliento, imaginarlo,

y no moverme ni decir el motivo,

sólo detenerme herido por la repetición,

en una protesta de la fatiga kilométrica quejarme

encerrado en el garaje o en el taller.

Hoy no quiero discutir quién ha pasado primero,

quién puede correr en menos tiempo los cien metros

con enormes bocados de combustible,

presumir volúmenes ligeros,

pavonear la constitución robusta,

o la minúscula proporción.

 

Hoy soy un invitado fuera de ese mundo,

un pasajeros con su propio universo

que no escucha las sirenas seducido

entre vibradores y reductores de velocidad, entre semáforos y altos,

con el canto que instruye cómo llegar al mismo sitio todos los días.

 

No quiero estar satisfecho de no terminar nunca

donde todos comienzan,

leal a las indicaciones.

Hoy odio esa fiesta,

el convivio abierto que nos pide diariamente,

que sigamos como en cámara lenta,

el movimiento pasajero,

la marcha de los que andan,

el rencor que pone otra simiente en el horizonte de estos cauces y hace

de estos arroyos transitables bulevares y súper vías,

eso que me ahoga en cada recorrido.