BAQUIANA – Año XVI / Nº 95 – 96 / Mayo – Agosto 2015 (Opinión II)

LA POESÍA, UN ESTADO DE GRACIA AL QUE ASPIRA LA PALABRA ORDINARIA

 

por

Óscar Wong

 


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      “No sentí resbalar, mudos, los años”, dijo el viejo Quevedo. Y dijo bien. Y, en verdad, estos primeros ocho lustros de actividad literaria, estos “primeros” 40 años se precipitan como una nube de langostas que devastan mi equilibrio. Y como aquel antiguo Faraón, me siento imposibilitado ante las hordas de instantes y vacíos que alteran la realidad, mi realidad. Cuarenta años de enfrentarme a la indiferencia y al ninguneo; a la maledicencia y a los leucocitos literarios. A cada golpe bajo entrego nuevas obras; aunque algunas voces, trastocando el adagio afirmen: “Quien siembra vientos cosecha levedades”.

     Cuarenta años de buscar aprehender e intentar entender esa cosa alada y sagrada –como apuntaba Platón– que no admite definiciones. Por supuesto que en esta esfera lírica el sentimiento es básico, no la razón. Más que ejercicio escritural, la voz más entera del hombre se abre a nuevos ámbitos, invocando y convocando la inseparable magnitud del individuo. Así, el poeta es aquel que camina vendado a la orilla del abismo, como precisa Octavio Paz en Las peras del olmo. Lenguaje, imaginación y técnica, generan sus virtudes estilísticas, creando una función convincente y, sobre todo, perturbadora. Sólo a partir de un agudo conocimiento del mundo, el lenguaje funciona a la perfección.

     “La realidad es más fuerte que la ira”, escribí en su momento. ¿Entonces, qué hacer ante la violencia y la impunidad, ante la protesta y el vandalismo? En apariencia, el caos busca aposentarse en este territorio llamado México, seguramente por falta de reflexión y diálogo. Algo ocurre, desde luego, en nuestro país, cuando a la mínima expresión crítica, al menor análisis, se responde con insultos y con lugares comunes en las redes sociales –demostrativos del miedo reiterado que tienen muchas personas por falta de pensamiento, e incluso los infaltables “abajofirmantes” quienes se autoerigen en los detentadores del conocimiento y de la verdad.

     En el vivir juntos persiste una responsabilidad intelectual, sentencia Patrick Bouchereon en una entrevista. “Nos odiamos cuando no sabemos cómo discutir. Nos matamos cuando dejamos de hablar”, arguye este autor francés. “El debate intelectual se vuelve peligroso cuando sale de sus límites, cuando ya no sabe dialogar”. Entonces, ¿qué debe hacer el poeta ante los procesos sociales? Ninguna obra responde a las circunstancias sociopolíticas. Expresión, sensibilidad y conocimiento crítico frente a la fragilidad mediática de la realidad. Y escribir. Ejercer el oficio. Y hacerlo bien, sería la respuesta. Sin olvidar que es importante “ser al mismo tiempo socialmente responsables y creativamente libres”. En tanto ser humano el poeta se rige por la historia. No puede eludir su tiempo; aunque el poema puede trascender el tiempo de creación.

     “La poesía en sí misma es respuesta anclada en el sentir humano, y por tanto, sin adoptar una postura ideológica, la poesía puede responder –desde su propio ethos– a las dolorosas circunstancias por las que atraviesa la identidad de toda una cultura. ¿Pero qué puede decir el poeta si sus armas son el lenguaje” –se interroga Diego José en un ensayo publicado en un suplemento cultural. En su momento, expone, ya Elliot reflexionó sobre “La función social de la poesía”, donde formula que el deber del poeta es para con su pueblo “sólo indirectamente”, puesto que “su deber directo es para con su lengua: consiste primero en preservarla, y segundo en entenderla y mejorarla”.

     “El poema –asume Paz en El arco y la lira– no escapa a la historia, incluso cuando la niega o la ignora. Sus experiencias más secretas o personales se transforman en palabras sociales, históricas. Al mismo tiempo, y con esas mismas palabras, el poeta dice otra cosa: revela al hombre”.

     La reflexión paciana va más allá de su naturaleza histórica, pues si bien el poema constituye un producto social, la poesía ofrenda ese instante creativo y convierte ese transcurrir histórico en arquetipo. “El poeta consagra siempre una experiencia histórica, que puede ser personal, social o ambas cosas a un tiempo. Pero al hablarnos de todos esos sucesos, sentimientos, experiencias y personas, el poeta nos habla de otra cosa: de lo que está haciendo, de lo que se está siendo frente a nosotros y en nosotros. Nos habla del poema mismo, del acto de crear y nombrar. Y más: nos lleva a repetir, a recrear su poema, a nombrar aquello que nombra; y al hacerlo, nos revela lo que somos”, afirma nuestro único Premio Nobel de Literatura.

     El lenguaje es el arma del poeta. Y más en tiempos de caos. Usarlo, y bien, frente a quienes desde los partidos políticos, desde sus falsos caudillismos mesiánicos usan –y muy mal, por cierto– la palabra ordinaria. Incluso algunos narradores quienes afirman que el país se desmorona, yerran en su apreciación. Es prudente, desde luego, dialogar. Y accionar. Pero esa es la tarea del político: reflexionar para actuar. A nosotros –seres sensibles– nos corresponde cuestionar con habilidad, insistir en que se cumplan las leyes. Y proponer el cambio de otras. Si queremos un gobierno acorde a nuestras responsabilidades, a nuestras necesidades, entonces nosotros debemos cambiar como sociedad. Capacitarnos y reflexionar. Entonces estaremos en condiciones de exigir.

     La interrogante vuelve: ¿en verdad el poema nos recrea y revela? Sin duda alguna la poesía constituye un modo diferente del conocimiento: revela algo que está en la realidad; pero que no es evidente, sobre todo para la razón y, por lo mismo, no puede ser explicado con el lenguaje de la demostración. Después de todo –también de cierto lo sabemos–, su propósito no es probar una verdad, sino revelarla en su profunda, infinita e irreductible ambigüedad, en virtud de la simultaneidad de planos de significados. En 40 años de picarle los ojos a la realidad, lo descubro con certeza: la poesía expresa el conocimiento sensible. Y nos humaniza. Finalmente, constituye “un estado de gracia al que aspira la palabra ordinaria”, como insiste Seamus Heaney.

Homage to Octavio Paz, 2106, Tuesday 11-16-2010

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Palabras del poeta sinomexicano Óscar Wong en el homenaje llevado a cabo por varias asociaciones culturales para festejar sus 40 años de quehacer literario en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, el domingo 15 de marzo de 2015, en Ciudad México.

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ÓSCAR WONG

Nació en Tonalá, Chiapas, México (1948). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Pertenece al PEN-Club de México e imparte cursos  talleres de creación literaria en la actualidad. Estudio Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue subsecretario de Cultura y Recreación del gobierno de Chiapas (1982-84) y director de Publicaciones (2010), así como becario del INBA-FONAPAS en crítica literaria durante 1978 y 1979, periodo en el que escribió Hacia lo eterno mínimo. Otra lectura de Muerte sin fin (Secretaría de Cultura de Puebla, 1995) y del Centro mexicano de Escritores de ensayo (1985-1986), donde realizó Jaime Sabines. Entre lo tierno y lo trágico (Editorial Praxis, México, 2007). Es miembro activo de la comunidad intelectual de Chiapas. También es promotor y editor de antologías, tales como: Chiapas. Nueva fiesta de pájaros (Editorial Praxis, 1998), en donde se rescata la tradición de un siglo de su entidad natal a través de las voces de 17 poetas nacidos en ese estado sureño, y Chiapas. Dimensión social de la narrativa (Editorial Edaméx, 1999), proyecto que incluye a narradores chiapanecos. Ha obtenido diversos galardones, entre los que destacan: el Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” (1988), por su libro Enardecida luz (UNAM, 1992); el primer lugar en el Certamen Literario “Rosario Castellanos” 1989,  en cuento,  con el volumen  La edad de las mariposas  (Talleres Gráficos de la Nación, 1990); el primer lugar del certamen poético en los XXVI Juegos Florales “Anita Pompa de Trujillo” en Hermosillo, Sonora (1998); y en julio de 2000 ganó los XXXIX Juegos Florales Nacionales de Ciudad del Carmen, Campeche, con el libro Razones de voz (Colección Práctica Mortal, 2002) y el Premio Nacional de Ensayo “Magdalena Mondragón” 2006, en Torreón, Coahuila. Ha publicado los poemarios: Espejo a la deriva (1996), Cantares del Escriba (1999), Fulgor de la desdicha (2002) y En el corazón de la memoria (2012), entre otros. En la categoría de ensayo se destaca su libro: La Pugna Sagrada (1997). Su libro El secreto del verso (Editorial Chicome, 2013) es un manual que se utiliza para la enseñanza y aprendizaje en los talleres de creación poética. Sus poemas, ensayos, narrativas y artículos aparecen en diferentes publicaciones de México, al igual que en América Latina, Estados Unidos y Europa.

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