BAQUIANA – Año XVI / Nº 93 – 94 / Enero – Abril 2015 (Opinión II)

GABRIELA MISTRAL Y DULCE MARÍA LOYNAZ: UNA RELACIÓN COMPLEJA

 

por

Raúl Mesa García

 


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“Decir amistad es decir entendimiento cabal,

confianza rápida y larga memoria; es decir, fidelidad”

                                                       Gabriela Mistral (1889-1957)

 

“Amicum perdere est damnorum máximum”

 

     Es el propósito fundamental de las siguientes consideraciones extraer posibles lecciones en el orden axiológico y ético en lo referente a la amistad como valor humano fundamental. No se trata, por supuesto, de dividir a los lectores en dos bandos: loynacianos y mistralistas o mistralianos. Nada más lejos del espíritu del texto que ahora someto a pública consideración. No se trata, insisto, de establecer un contrapunteo entre ambas eminentes mujeres de Hispanoamérica y mucho menos de juzgarlas o de tomar partido hacia una u otra en lo referente a la compleja relación interpersonal que sostuvieron y, particularmente, en lo relativo a la crisis de esta, que desembocó en irreversible ruptura. ¿Cuál es el  límite entre amistad y enemistad, entre afinidad plena y total aversión? ¿Se ajusta la relación entre las dos grandes mujeres de nuestro continente a la definición estándar de la amistad ofrecida por el diccionario de la Real Academia: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”? O con la sabia admonición hecha mucho antes por Miguel de Cervantes (1547-1616), quien sentenció: “Amistades que son ciertas nadie las puede turbar” [1]. De manera similar, un magno representante de la civilización oriental, sumamente admirado tanto por Gabriela como por Dulce María, Rabindranath Tagore (1861-1941) advierte: “La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido” [2]. Sin embargo, ¿hasta dónde llega el poder de la amistad entre las personas? Fue nada menos que Aristóteles (384-322 a.C.) quien advirtió ser “amigo de Platón, pero más amigo de la verdad” (“Amicus Plato, sed magis amica veritas”). Se podría pensar, un tanto a priori, que por ser ambas mujeres latinoamericanas, contemporáneas y hasta cierto punto coetáneas, deberían tener muchísimo en común y, por ende, esto supuestamente garantizaría el mantenimiento inconmovible de una firme amistad, algo que teóricamente no sería nada difícil. Sin embargo, en la práctica se comprobó que no fue así. ¿Cuál era la causa, si es que puede hablarse de causas en este caso, de las profundas desavenencias, no precisamente de índole anecdótica [3] como alguien ha sugerido, que surgieron en el trato cercano y en cierto modo íntimo de estas dos egregias figuras femeninas de este lado del planeta?

     En ocasiones se ha querido cimentar en lo puramente anecdótico el germen de la ruptura. En efecto, existen elementos suficientes para sostener que entre ellas se produjeron sucesivos malentendidos, problemas de comunicación y hasta, si se quiere, incompatibilidad de caracteres. Ahora bien, tales detalles, plasmados en incidentes mencionados por comentaristas de  sus respectivas vidas y obras, e incluso a veces por ellas mismas, no bastan para explicar lo acaecido en aquel año del centenario de José Martí (1853-1895) en la residencia del Vedado de la poetisa cubana, actualmente convertida en “Centro Cultural Dulce María Loynaz” (inaugurado en 2005 gracias a la colaboración de la Junta de Andalucia).

     Un intento cauteloso de interpretación de lo ocurrido fue esbozado, de manera preliminar por quien esto escribe, en el artículo “Gabriela y Dulce María: entre la esfinge y el agua” (2000) [4], donde afirmaba: “Quizás se debiera parar aquí en honor a estas dos colosas del arte literario. En el tipo de estudio que aquí se aborda es difícil eludir la pedantería. Sus limitaciones son obvias. La propia Gabriela expresó a su coterráneo, biógrafo y amigo el escritor y profesor chileno Arturo Torres Rioseco (1897-1971) [5]: No hagas nunca crítica de la poesía…La erudición es para gente ociosa y arrogante. Tú sabes que nadie entiende a nadie y, por tanto, nadie debe tratar de explicar a nadie”.

 

Un proyecto hermenéutico legítimo

 

     Pero que no podamos “explicar” de manera más o menos positivista, cientificista o puramente objetiva lo acontecido en el devenir vital de estas dos señeras figuras de las letras, especialmente en lo que se refiere a los nexos interpersonales de una con la otra, no significa que debamos renunciar al legítimo proyecto hermenéutico de esclarecimiento, hasta donde sea factible, del porqué (o más bien de los posibles porqués) de lo tristemente ocurrido en aquel año 1953, después de haber surgido y evolucionado en sentido ascendente lo que, hasta aquel momento a todas luces se presentaba, al menos en su imagen pública, como una preciosa e inquebrantable amistad.

 

Una dedicatoria reveladora

 

     En un ejemplar que conservo de las “Poesías Completas” de Gabriela Mistral (1958) [6], publicado póstumamente, me llamó vivamente la atención una sencilla dedicatoria manuscrita y autógrafa que  precede a la página donde comienza el texto ensayístico de la cubana que, calificado por ella misma como “recuerdo lírico”, bajo el título de “Gabriela y Lucila”, había sido escrito y leído públicamente un año antes, por encargo de las damas del “Lyceum Lawn Tennis” de La Habana, otrora ubicado en Calzada esquina a Ocho en la barriada del Vedado. En el autógrafo que aquí comento, una mujer de cincuenta y ocho años, en plenitud de sus facultades intelectuales, se dirige a quien tal vez era una dilecta amiga: “A Silvia, este recuerdo de los días que viví junto a la gran poetisa: quizás nada mejor podría ofrecerle. Cordialmente, Dulce María, La Habana, enero 7-61”. De lo expresado con pulso firme en estas cinco líneas, manuscritas, se desprende:

  1. Que ella estaba muy orgullosa, a pesar de todos los pesares, de haber tenido en su casa a la célebre chilena.
  2. Se verifica igualmente que los días compartidos con Gabriela fueron vivenciados por ella como una  experiencia en cierto modo inolvidable y, sin lugar a dudas, algo muy importante en su existencia personal.
  3. Al confesar a su amiga que “quizás nada mejor podría ofrecerle” pone de relieve que la amistad con la poetisa sudamericana, aunque concluida en términos poco gratos, revistió- en su plano más íntimo- una significación considerable.

 

Una hipótesis desechada

 

“Get your facts first, and then you can

distort them as much as you please”

Mark Twain (1835-1910)

 

     Sobre la base de todo lo anterior, pudiera generarse la hipótesis de que para Gabriela, mujer de mundo, cosmopolita, laureada con el máximo galardón universal de las letras, diplomática y educadora de alcance planetario, el haber sido “invitada a marcharse” de la casa de Dulce María pareciera quizás no haber tenido probablemente mayor trascendencia y haber quedado tal vez simplemente como un incidente, desagradable sin duda, pero que supuestamente no causaría verdadera mella en su espíritu de mujer curtida por toda una vida de agravios, desdenes y envidias, incluso (y sobre todo) en su propia tierra natal.

 

En el espíritu de Rashomon [7]: la versión de la invitada

“Amicitiae sempiternae, inimicitiae implacabiles”

 

     Sin embargo, existen algunas evidencias testimoniales de todo lo contrario. En una carta dirigida a la escritora ecuatoriana Adelaida C. Velasco Galdós (1894-1967), quien mantuvo “una entrañable amistad con Gabriela Mistral, cuya candidatura al premio Nobel promovió desde 1938…” [8] la insigne chilena se queja de lo que ella interpretaba como un serio agravio que le había sido infligido, en los siguientes términos: “Fui a Cuba con la idea de ahorrarme todo el invierno, ya que me resucita el reuma. Fui también por un caluroso y reiterado convite de una colega en letras, Dulce María Loynaz, y viví en su casa una experiencia que nunca había probado en este mundo. Me acompañaba una profesora de la Universidad de Washington, persona fina y fácil [9]. Antes de acabar la semana la dueña de casa nos echó sin decirnos palabra de explicación.

     Parece que el convite fue primero para pedirme un voto por Concha Espina, la española [10]. Ella quiere obtener el Premio Sueco anual. Es una señora cuya época ya pasó: escribe por mano de su hijo quien me lo ha contado. En todo caso yo nunca fui lectora-admiradora de Concha”.

     “La segunda razón del convite era esta: un prólogo para un libro de ella  misma. La tercera era darme una tierra donde yo fijase mi residencia hasta el final de mi vida” [11]. Y al referirse al primero de dichos puntos, sostenía: “Primero, yo no soy  un crítico y menos aún para una señora que es… Académica de la Lengua Española”…Y agregaba, en torno a lo demás, tal como ella lo veía: Segundo, yo soy un Cónsul de Chile que no puede fijarse porque me mandan a donde quieren cada dos o tres años.Tercero, mi protectora es casada con un hombre muy grosero. Cuarto, son franquistas de vocación y yo detesto las dictaduras” [12].

     Y concluye acerca del tema: “Bueno, un buen día, el octavo día, sin darme razón alguna, tal vez por un consejo de cualquier franquista nos echó a mi colega y a mi sin explicación alguna… (Yo suelo decir que nuestra pobre raza está llena de mujeres y hasta de hombres histéricos) [13]. En consecuencia, relata con un dejo de amargura y con extensión de su molestia a todo el ámbito insular: “Dejé Cuba, aunque tenía dineros para quedar en cualquier hotel. La dejé por escapar de otras histéricas y otros histéricos ídem…” [14].

     Que el suceso del cual nos ofrece la anterior versión la marcó profundamente en el peor sentido imaginable lo reafirma escasamente tres meses después en una misiva a uno de sus grandes amigos de siempre, el insigne escritor y diplomático mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), documento epistolar en el que ratifica todo lo expresado a la ecuatoriana y aporta otros detalles y algunas valoraciones acerca de lo acaecido. Le justifica su silencio de meses y seguidamente se explaya del siguiente modo: “Yo he estado en Cuba, mi Alfonso y cuando salgo no escribo cartas porque, como soy muy lenta, tardo en ver la ciudad y el campo de cada lugar. Voy a contarle —seguramente cansándole— mi odisea de esos pocos días habaneros. No salgo aún de mi asombro de lo ocurrido. Tal vez Usted me alumbre con el dato que necesito para entender” [15]. Es ostensible que Gabriela recurría a quien consideraba dotado de un gran intelecto para que le ayudase a interpretar, con mirada más serena, algo que aún la mantenía desconcertada e incluso atónita. Seguidamente amplía la versión de la carta a Velasco Galdós, ya citada previamente, de la siguiente manera: “Yo conocía a la invitante, Dulce María Loynaz, por un viaje pasado a Cuba [16]. Ella supo, no por mí, que el invierno americano, como el europeo, me hace mucho daño porque me dobla el reuma” [17].

     No obstante, es válido atestiguar que sí se conocían, principalmente por la vía epistolar. Además de las distintas cartas cruzadas antes de su primer encuentro personal en Italia, en las cuales aparece plasmado un testimonio irrefutable de admiración mutua, recientemente (2009) ha salido a la luz pública el “Epistolario Americano” de Gabriela, constituido por alrededor de 15 000 cartas que se hallaban en los cajones celosamente guardados por la newyorquina Doris Dana (1920-2006) y entregados por Doris Richards Atkinson (1922-2010) al gobierno chileno, heteróclito conjunto en el que apareció una misiva dirigida a Dulce María, donde Gabriela, a principios de la década del 50 manifiesta preocupación por el retorno al poder de alguien a quien consideraba su enemigo, el presidente Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960). Sospechosa de que pudiera repetirse la situación de 1927 cuando dicho personaje la suspendió en sus funciones diplomáticas durante seis años, escribe textualmente a la cubana: “Me suprimió la jubilación misma dejándome en la situación de comer de la paga, escasa e irregular, de mis articulejos” [18].

     En su previamente comentada comunicación al intelectual mexicano, Gabriela insiste más adelante en su análisis de lo acontecido entre ambas: “Si yo la hubiese sabido multimillonaria, tal vez no voy: pero yo sigo creyendo en la buena fe del criollo” [19] y prefería ir allá “a oír español” a irme a Nueva Orleans, a donde he escapado otras veces” [20]. Después de explicar las motivaciones esenciales, climáticas, higiénicas e idiomáticas que la indujeron a aceptar la invitación, ofrece mayores detalles e interpretaciones, más categóricas aún, de lo sucedido, siempre desde su punto de vista. De este modo, relata: “El comienzo fue muy normal, pero yo —que soy una distraída fenomenal— no me di cuenta de la frecuencia con que esta señora me hablaba de Suecia. Y se trataba de eso, solamente de eso, en el convite. Un buen día aquello estalló y la…Dulce me echó de la casa por haber recibido a una señora feminista [21] que en mi viaje anterior fue mi guía y me mostró la ciudad y el campo que es lo que más busco. Yo observaba que mi amiga no me noticiaba de aquella persona. Soy tan boba como un niño bobo en lo de “coge” datos de los amores o los odios de nuestra criollada, ambas cosas siempre extremosas” [22]. Y con un visible toque irónico agrega: “Mi gran señora y dueña no me llevó nunca al mar y yo no sé salir sola- otro signo de infancia. Por causa de mi amiga ella no se atrevía a visitarme. Como yo le debía aquella gracia anterior le di cita en el lugar de mis cariños —casi amores— en la playa.  Dulce averiguó mi ruta y al regreso —y tan contenta que yo volvía de mis horas marinas!— ella y su marido, en un estado como beodo de furor, me echó a mí y a mi compañera, una profesora de la Universidad Católica de Washington, muy persona, más “beata” que Dulce y aun muy correcta. La pareja parecía borracha de ira; siempre, echo de menos, mi Alfonso, un poquito de franciscanismo, en las criaturas. Sé que eso ablanda la cólera, además de dar o prestar otras cosas” [23].

     Más adelante, Gabriela confiesa a Reyes que, probablemente, hubiera sido una reacción muy lógica y racional por parte de ella haberse ido a un hotel para disfrutar del relativamente cálido clima cubano y así evadir el crudo invierno newyorkino, pero no le fue posible actuar con tanta frialdad puramente cerebral porque, como ella misma expresara, textualmente, “este asunto me trabajó tanto que decidí volver a mi Nueva York helado, donde todavía no me descubren ciertos criollos y criollas” [24].

 

En el mismo espíritu rashomoniano: versión de la anfitriona

 

“It is with our judgments as with our watches:

no two go just alike, yet each believes his own”

Alexander Pope (1688-1744)

 

     Dulce María, por su parte, nos ofrece una versión de lo sucedido que no es exactamente la misma y, por cierto, es la suya la que mayor divulgación ha tenido, al menos en Cuba. Se refiere en más de una ocasión a lo que ella y su esposo entendían como “impertinencias auténticas” de la excelsa chilena, detalles de conducta que hallaron su climax, intolerable desde su manera de ver las cosas, cuando Gabriela prefirió marchar a la playa en compañía de la periodista Mariblanca Sabás Alomá (1901-1983) en vez de asistir a un almuerzo de etiqueta que la poetisa cubana y su esposo, el cronista social canario Pablo Álvarez de Cañas (Santa Cruz de Tenerife, 1893 — La Habana¸ 1974), habían organizado en la mansión del matrimonio, en la calle 19 esquina a E en el Vedado. En una carta a su amigo y albacea literario, el pinareño Aldo Martínez Malo (1932-2001), después de quejarse de varias actitudes de Gabriela que le habían chocado, reconoce: “ Yo hubiera podido soportar muchas genialidades de este estilo, pero que nos pusiera en ridículo, a mi marido y a mí, era algo que ya se pasaba de la raya…Cuando Gabriela llegó esa noche , halló una nota en su cuarto donde se decía que puesto que en mi casa no parecía sentirse a gusto…era preferible que yo sacrificase el mío de tenerla allí” [25]. Sin embargo, el hecho de haber dejado la anfitriona cubana a su ilustre invitada de Sudamérica una iracunda nota que, por estar escrita en términos mas o menos corteses no carecía de fuerza conminatoria, parece haber impreso en lo más hondo de su ser más íntimo una huella indeleble, un verdadero trauma, si se me permite invocar este concepto psicoanalítico. Este criterio, que me aventuro a sostener aquí, se halla muy sólidamente fundado en una lectura cuidadosa, tanto de lo explícitamente formulado como de lo que se puede captar entre líneas, en el ya mencionado “recuerdo lírico”, magistral pieza de prosa ensayística que como anteriormente dije, fue leída con suma emoción frente a las damas del Lyceum (calle Calzada esquina a 8 en el Vedado) a raíz del deceso de Gabriela, e incluido un año más tarde en la primera edición española de las “Poesías Completas” de la chilena, a manera de etopeya con fuertes tintes afectivos.

     Para conferir debido fundamento a lo que acabo de aseverar, quisiera detenerme en algunos puntos relacionados con el análisis retrospectivo que de la personalidad de su invitada, sintéticamente calificada en el texto como una “esfinge andina”, hace su anfitriona. Primeramente, en ella se entremezclan, al rememorar los momentos compartidos en aquellos días , dos emociones igualmente fuertes, marcadas por la gratitud y al mismo tiempo por el miedo , este último uno de los “cuatro gigantes del alma”, según el calificativo del psicólogo y psiquiatra español, aunque nacido en Santiago de Cuba, Emilio Mira y López (1890-1964).

     Es ostensible que la cubana admiraba profundamente a la chilena, lo cual se revela en las siguientes palabras: “Recuerdo ahora aquel modo que tenía de sonreír imprevistamente y que yo no he hallado en ninguna otra persona. He dicho imprevistamente y así era en efecto, porque cuando alguien va a sonreír, se le adivina” [26]. Y esclarece aún más su aserto: “A Gabriela no. Su sonrisa era un don inesperado en ella, habitualmente grave, ensimismada, casi hierática” [27].

 

Prueba de fuego de una amistad esencialmente epistolar

 

“Por raro que sea el amor es menos raro que la verdadera amistad”

Francois, duque de Le Rochefoucauld  (1613-1680)

 

« Friendship is almost always the union of a part

of one mind with a part of another : people are friends in spots »

George Santayana (1863-1952) [28]

 

     Una salvedad necesaria es que toda esta evocación de su invitada estaba derivada exclusivamente de los únicos tres encuentros interpersonales directos que entre ellas parecen haber existido en un lapso de más de treinta años, los cuales fueron, específicamente, el primero en Rapallo, Italia muy cerca de Portofino [29], en julio de 1951, cuando —al decir de Dulce María— “la campiña toscana olía a enebro, a flores silvestres, a eras recién trilladas; abiertas estaban todas las ventanas y de cada una de ellas surtía una canción” [30], el segundo entre enero y febrero de 1953 y el último, presumiblemente, según he podido inferir, después de agosto de ese mismo año.

     Una carta al novelista peruano Ciro Alegría (1909-1967), que data presuntamente de enero de 1953 y se corresponde seguramente con los preparativos de un inminente viaje a Cuba, es muy breve y por eso me permito citarla textualmente: “Muy querido Ciro Mil gracias por su recuerdo. Yo espero llegar el 16 a la casa de Dulce María Loynaz. Me gustará mucho que la conozca y la quiera y admire tanto como yo.  Seré muy feliz de que hablemos largo. Usted me hará la gracia de guiarme un poco. Yo tengo medio borrada la ciudad. Esta vez deseo también ver el campo ¿Lo ha andado Usted un poco? Su fiel lectora y amiga, Gabriela” [31]. Se comprende perfectamente que, dada su vida de trotamundos en las últimas dos décadas, ya la imagen de La Habana, ciudad a la que no había vuelto desde 1938, comprensiblemente le podía resultar un tanto borrosa.

     Existe un registro bastante detallado en la prensa cubana de los pormenores de su visita a principios del año del centenario martiano. En un despacho de la agencia AP se consigna que el 21 de enero Gabriela partió de Nueva York en tren hacia Miami, donde permanecería hasta la noche del viernes, cuando embarcó en el vapor “Florida” hacia La Habana, donde se le esperaba el sábado 24 [32]. En el mismo periódico, en su edición dominical del día 25, se daba cuenta en primera plana de su llegada a la capital cubana. El periodista Ernesto Fernández Arrondo (1897-1956) relata la excursión de la autora de “Ronda Cubana” al Valle de Viñales en compañía del poeta origenista Gastón Baquero (1914-1997) (llamado realmente José Gaston Eduardo Baquero Diaz) y de la célebre declamadora Carmina Benguría [33]. El jueves 5 de febrero se precisa en el Diario de la Marina que la poetisa partiría ese mismo día de regreso hacia La Florida.

     Resulta muy curioso que en las distintas estancias de Gabriela a Cuba, anteriores a 1953, nunca llegó a producirse un encuentro “tete a tete” entre ambas y, recíprocamente, cuando la autora de “Jardín”  estuvo en la patria de Gabriela en 1946, la renombrada coquimbana se encontraba en Estados Unidos de  Norteamérica, donde entonces fungía como cónsul de su país en Los Ángeles y Santa Bárbara (California). Como se puede apreciar, no faltaron los desencuentros entre ambas escritoras. Con relación a esta visita a la patria de Bernardo O ´Higgins (1778-1842), Dulce María confesó: “Fue muy breve la estancia, pero Chile…se quedó en mi” [34].

     De tal modo, queda confirmado de manera fehaciente que el segundo encuentro directo entre las dos excelsas mujeres de Hispanoamérica solo se produjo entre enero y febrero de 1953, cuando en tan significativa fecha de la historia de Cuba, la chilena acudió a la isla, invitada con motivo de los actos en homenaje al apóstol de la independencia nacional. Es precisamente entonces cuando ambas, hermanadas en la poesía, concurren al Ateneo de La Habana, acto muy destacado en la prensa de la época. Sin embargo, una cuidadosa revisión de la correspondencia de Gabriela, desde Estados Unidos de Norteamérica, entre 1953 y 1954, inclina a una mayor precisión en cuanto a la cantidad de sus viajes a  Cuba, punto acerca del cual se detecta cierta discordancia entre las distintas fuentes disponibles. La documentación epistolar revisada sugiere con visos de realidad que es probablemente en ocasión de una segunda visita a Cuba en ese mismo año cuando, alojada en la residencia de 19 y E,  tienen lugar todas las experiencias, lo mismo gratas que ingratas que, con aparente predominio de estas últimas, tanto desde la perspectiva de la anfitriona como de su ilustre invitada, condujeron a la ruptura (o rompimiento como dice Dulce María en su citada carta a Martínez Malo) de lo que en el plano exclusivo de estafeta, e incluso en el de la fugaz coexistencia espacio-temporal en la península itálica y hasta quizás durante los actos por el centenario del natalicio de José Martí, parecía vislumbrarse como un paradigmático nexo amistoso entre damas de primera línea de la creación lírica y del pensamiento iberoamericano.

     Se puede aseverar con algún grado de certeza que hubo motivaciones declaradas de Gabriela para concurrir a Cuba en el otoño de 1953. En agosto de ese mismo ano, en otra carta dirigida a Adelaida Velasco, ella indica confidencialmente a quien era con toda seguridad una de sus mejores amigas y, además, la que originalmente, desde 1938, como ya se consignó antes, había tenido la feliz iniciativa de proponer al presidente de Chile Pedro Aguirre Cerda (1879-1941), su nominación para el premio Nobel de Literatura, lo siguiente: “Cuba, para donde salgo mañana…Saldré pasado mañana hacia Cuba. Ese país está más inficcionado [35] de comunismo que los otros y yo espero vivir en el campo, solo él me da inspiración. ¿No querrías tu venir a Cuba? …espero hallar una casita sobre el mar…Te pido el plazo de un mes para recorrer esta isla que quiero, que me gusta pero que es demasiado cálida no para ti, para mí. Me gustó mucho Canadá. Si veo a Cuba difícil (por su politiquería) me iría a Canadá, país muy civilizado y señoril sin orgullo…En el caso de que Cuba esté difícil y Canadá muy frío, pediría la isla Bermuda, de clima excelente, dicen. Pero es inglesa y yo no sé inglés y no quiero cansar mi pobre cabeza con una lengua más” [36].

     Por otro lado, la presencia de la inspirada chilena en la residencia de Dulce María en dos ocasiones diferentes es sugerida en boca de la autora de “Un Verano en Tenerife” cuando expresa al comunicador social cubano Vicente González Castro (1948-2009): “Ella se hospedó dos veces en esta casa” [37].

 

El peligro de las interpretaciones descontextualizadas

 

“Cualquiera cosa que usted no pueda entender no la podrá poseer”

Johann Wolfgang Von Goethe (1749-1832)

 

     Las investigaciones realizadas por quien esto redacta, en lo referente a la crisis del vínculo amistoso  ocurrido durante la convivencia directa de ambas mujeres revelan que no todos los relatos disponibles poseen un enfoque suficientemente contextualizado, algo que pudiera no contribuir a una mejor clarificación de los sucesos que se analizan. No obstante, algunas personas de mucha credibilidad han realizado serios aportes al respecto. Tal es el caso, por ejemplo, de la etnóloga y escritora cubana Lydia Cabrera Marcaida (1899-1991), una excelente amiga de la autora de “Tala”, quien testimonia que “…cuando Gabriela visitaba La Habana estaba siempre ocupada (…) había tenido algunos disgustos (…) los disgustos mayores los pasó en 1953 cuando asistió al centenario de Martí y tuvieron que ver con el clima político del país” [38]. Esto concuerda perfectamente con sus ya mencionadas expresiones de molestia por lo que ella calificaba como “politiquería” en el país antillano, en cualquiera de las dos principales acepciones que podamos dar a este término: tanto “política de baja estofa” como “excesiva afición a la política” [39].

     Otro elemento contextual que no es posible dejar de considerar, esta vez en un plano más personal, se desprende de una valoración de lo acontecido en aquellos días, que realiza la escritora y académica de la lengua española Carmen Conde (1907-1996), una buena amiga de la cubana y al mismo tiempo de la chilena, acerca de la cual testifica: “Muy enferma acude, sin embargo, al Congreso de escritores martianos en Cuba (en donde reside en casa de Dulce María Loynaz, como antes lo hiciera Juan Ramón Jiménez)…La enfermedad sería sin duda responsable de la extraña conducta que a veces dolía tanto a Dulce María Loynaz” [40]. Como aval de este atendible criterio cabe recurrir, entre otros muchos elementos de juicio a una carta de la propia Gabriela a su ya citada amiga íntima Adelaida Velasco, fechada el 8 de agosto de 1953 donde reconoce: “Yo tengo una salud bastante pobre, pero no estoy en cama. Cuida de mí una personita excelente cuyo nombre y señas te doy porque puedes necesitarla: Doris Dana” [41]. También en la previamente comentada misiva a esta misma persona de su confianza, donde se queja de su desafortunada experiencia en Cuba (12 de abril de 1954) le cuenta que ha tenido dos ataques cardiacos con pérdida total del conocimiento y que el médico en California le ha advertido que un tercer ataque resultaría fatal. Ciertamente, la salud de la ilustre chilena se hallaba profundamente quebrantada. Cuando le  insistían en su país para que concurriera a éste después de años de ausencia, se excusaba: “…olvidan que soy una enferma y que el corazón dañado en las arterias coronarias me cancela, de hecho, los viajes locos de antes” [42].Y puntualizaba: “Mi colapso de Yucatán duró tres horas. Todos me dieron por muerta”.

     Una acuciosa investigación efectuada en la prensa de la época que, afortunadamente, se conserva en la Biblioteca Nacional de Cuba me ha permitido conocer que, según la información aparecida en el Diario de la Marina (27 de enero, 1953) se consigna que Gabriela realizó una visita al Ministro de Estado, en la cual “impedida de subir las escaleras del ministerio la atendieron en la planta baja” [43] el titular del ramo y el director de relaciones culturales de dicho organismo. Como se puede entender sin mucha dificultad, no eran pocos los motivos de malestar y preocupación que estresaban a Gabriela en aquel año del centenario martiano. ¿Tuvo que ver su ausencia al referido ágape en casa de Dulce María con estas dificultades objetivas que afrontaba? En mi opinión, no resulta carente de sentido pensar que probablemente sí.

     Al tomar en cuenta todos estos factores de carácter sociopolítico e histórico, así como concernientes a la historia de vida personal de la eximia chilena, he sugerido en un trabajo anterior que “…la incomparecencia de Gabriela al homenaje que en su honor habían organizado los esposos Álvarez de Cañas-Loynaz y  al cual estaban invitadas varias prominentes personalidades de la sociedad habanera, incluido el embajador de Chile en Cuba, lastimó profundamente a la poetisa, en cuya escala de valores todos los tipos de convencionalismos sociales eran sumamente importantes” [44].

     Lo que sí resulta incuestionable en mi criterio es el profundo desasosiego que todo aquel asunto de la ruptura con la Nobel chilena produjo en la cubana. Acerca de la terminación de cualquier vínculo afectivo entre ambas no puede quedar la más mínima duda. Fue la misma Dulce María quien lo corroboró al relatar en una entrevista: “El incidente dio lugar a que ella mandara a quitar de un libro, que ya estaba impreso, la dedicatoria que me había hecho [45], lo que representó un duro trabajo para los impresores”. Y recuerda, no sin pena: “Así acabó esa amistad. Fue entonces que mandó a borrar la dedicatoria de su libro” [46]. Muchos años después de haber hecho, no sin un hálito de amargura, ese reconocimiento, en la ya citada misiva dirigida , a quien se convertiría en su fiel amigo, confesor laico y albacea, publicada en el libro “Cartas que no se extraviaron”, presentado, pocos meses después de su muerte, en diciembre de 1997 en el “3er encuentro iberoamericano” sobre su vida y su obra, su fuerte conciencia moral la llevaba a lamentar: “Después he meditado mucho en su conducta y en la mía, sobre todo en la mía…la nota dejada en su cuarto es la que me mantiene todavía pesarosa. Procedí, no lo niego, en un momento de violencia provocado por ella pero de violencia al fin, y en esos momentos no se suele ser justo” [47].

     Es necesario tomar en cuenta que las palabras anteriores corresponden a una mujer de bastante avanzada edad que, en la soledad de su voluntaria reclusión, elabora un recuento de lo vivido. Muy diferente, mucho menos autocrítico, es el enfoque de su ya citada conferencia-ensayo “Gabriela y Lucila”, que emerge a la luz pública cuando aún el deceso de la chilena era muy reciente; en dicho texto, cargado —como ya se ha subrayado— de una fortísima carga emotiva más que de fríos razonamientos, se esquiva cuidadosamente el tratamiento directo del escabroso tema y lo que se intenta realizar, a mi juicio, es una especie de catarsis, envuelta en una exquisita prosa poética cuando con el empleo de un recurso literario que es a la vez figura retórica, se dirige a su desaparecida ex amiga en términos al mismo tiempo laudatorios y auto consoladores: “ Ahora, Gabriela, aunque ya no estamos en el jardín de casa, necesito decirte algo: no creas que voy a referirme a nuestro último malentendido, que me doliera tanto como a ti. Eso no cuenta ahora y, además, lo tengo olvidado, tú lo sabes” [48].

     Contrariamente a lo que algunos pudieran suponer, embargo, es necesario reconocer que, sobre la base de lo escrito más de dos décadas después en la ya referida carta a Martínez Malo se comprueba que para ella, en lo más recóndito de su ser, poético y humano, lo sucedido entre ambas sí contaba, aún muchos años más tarde y tampoco, ciertamente, lo había podido extirpar de su memoria.

     Todo esto viene a corroborar la fuerte conciencia moral que caracterizaba a la cubana. Si nos atenemos a la sagaz distinción del filosofo y sociólogo germano Max Weber (1864-1920) entre la ética de convicción y la ética de responsabilidad, se pudiera aseverar que en ella tiende a operar, en la situación analizada, principalmente esta última porque, parafraseando al sociólogo alemán, si las consecuencias de una acción son malas, quien está movido por una ética de convicción no se siente responsable de los resultados de su conducta y este, evidentemente no es el caso de Dulce María.

     Como se puede apreciar, el tema de la ruptura de la amistad entre las dos relevantes poetisas iberoamericanas se presta muy bien para la utilización del método hermenéutico y puede servir de base para reflexiones aún más profundas sobre la ética de la justicia, en este caso no referida a las instituciones o a la sociedad humana en su conjunto, sino más bien a ésta como valor moral y virtud personal. De tal modo, pueden surgir múltiples interrogantes. Las siguientes son solo una muestra: ¿cuáles fueron los valores que en este caso rigieron la conducta de las dos escritoras? ¿Se produjo realmente una situación injusta? En caso afirmativo, ¿quién fue víctima de la injusticia?¿Es posible hablar de personas justas o más bien de acciones justas e injustas?¿Es el comportamiento justo siempre más racional que el injusto?¿Influyeron en este caso las ideas y los valores de tipo religioso de ambas en sus respectivas conductas?¿Hasta qué punto se puede lograr una interpretación satisfactoria de lo sucedido sobre la base de valoraciones sociopolíticas?¿Intentaba tratar Dulce María a Gabriela en este caso como un medio y no como un fin, o viceversa? Sería oportuno quizás recordar unas palabras del filósofo Paul Ricoeur (1913-2005) y relacionarlas con la crisis de la amistad entre las dos sobresalientes personalidades de Hispanoamérica. Este expresaba, si mal no recuerdo sus palabras, que el problema moral surge cada vez que alguien ejerce un poder sobre el  otro (o la otra) al actuar porque, según él, la posibilidad de tratar al prójimo como un medio y no como un fin —algo que por cierto Immanuel Kant (1724-1804) reprobaba con energía—, está inscrita en la estructura misma del obrar humano.

     Otra interrogación surge también:¿hasta qué punto existe el derecho a imponer determinadas convenciones sociales a una persona cuando éstas nacen de una situación política injusta y chocan, de alguna manera, con sus principios más íntimos y auténticos? Otro filósofo de la época contemporánea,  Karl Otto Apel (n. 1922) argumentaba  en alguna ocasión que en el mundo actual sobran convenciones y faltan convicciones por lo que recomendaba evaluar las convenciones en términos de responsabilidad. De ahí su proposición de una ética post-convencional, basada en el ejercicio de una racionalidad comunicativa, sugerencias que hace en su obra “La transformación de la Filosofía”. El contrapunteo entre convenciones y convicciones pudiera quizás ser un buen elemento de partida para un profundo y a la vez fructífero debate ético acerca de la amistad y la justicia con relación a los nexos interpersonales que aquí se analizan. Curiosamente, es alguien aparentemente tan lejano a la filosofía (en el sentido académico del término) ecomo el escritor cubano José Lezama Lima (1910-1976) quien nos advierte: “Nada más opuesto a una convención que una convicción” [49]. No estaría de más, en mi criterio, como punto de partida de cualquier tipo de reflexión concerniente a las relaciones humanas, remitirse a los planteamientos de Kant en lo referente a las reglas para la conservación de la amistad, sabiamente propuestas por él.

     Más de una década después del envío de la apesadumbrada epístola que antes se mencionó a su amigo vueltabajero, Dulce María pronuncia en ocasión del centenario del natalicio de la eximia chilena (1989), una conferencia en forma de panegírico en la sala “Rubén Martínez Villena” (1899-1934) de la UNEAC, año en que dicha institución cubana la designara como Miembro Emérito. Tuve la oportunidad de escucharla aquel día y dos años después me recibió por primera vez, cuando aún no le había sido conferido el premio Cervantes, previa cita telefónica, en una tarde torrencialmente lluviosa de julio de 1990, ineficaz sin embargo para hacerme desistir del empeño de verla. Acerca de aquel encuentro muy especial en mi recuerdo, escribí casi inmediatamente un testimonio, que durante mucho tiempo ha permanecido inédito, de la enriquecedora conversación sostenida con ella durante alrededor de hora y media en la sala de su residencia de 19 y E en el Vedado; sin embargo, aunque entonces salieron a colación numerosos temas de interés literario y humano, curiosamente el nombre de Gabriela no afloró en ningún momento por parte mía ni tampoco por la de ella.

 

¿Qué podemos aprender de todo esto?

 

“La única manera de poseer un amigo es serlo”

Ralph Waldo Emerson (1803-1882)

La amistad es, sin duda, lo que torna la vida un poco más soportable

Paul Ricoeur (1913-2005)

 

     Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿En qué medida era evitable la ruptura de lo que podía haber trascendido como una maravillosa y ejemplar relación? ¿Fueron ellas víctimas de un fatum irreversible? Es difícil asegurarlo. Más bien, parece plausible inclinarse a reconocer que nos hallamos frente a una relación compleja en la que dos recios caracteres femeninos, en mujeres de historias vitales cuasi-paralelas en el tiempo, no estrictamente coetáneas en el sentido más absoluto del concepto, pero sí contemporáneas, dotadas de concepciones valorativas y éticas coincidentes en ciertos puntos fundamentales, pero discrepantes en otros no menos importantes, condujeron a un desenlace que nadie hubiera deseado; ni ellas ni los múltiples admiradores que, en comprensible recato, se han propuesto, de manera reiterada, exaltar las indudables convergencias, confluencias vitales producidas en un clima de azar concurrente, como tal vez diría el poeta Lezama y, en consecuencia con esta postura, legítima por otra parte, evitar la mención , el comentario de los detalles humanamente menos edificantes o la profundización en las implicaciones filosóficas de lo acaecido.

     Una posible conclusión que esbocé varios años atrás y todavía sustentable hoy, quizás con mayor razón aun que entonces, puesto que lo axiológico y lo ético persisten como centro de preocupación fundamental en la mente de personas responsables, tanto en Cuba como en Iberoamérica y en el resto del mundo es que la consideración especial y lo más profunda que sea posible de la peculiar amistad, lamentablemente tronchada, que estas dos excepcionales mujeres mantuvieron durante varias décadas, la mayor parte del tiempo en el plano epistolar, su génesis, desenvolvimiento, crisis y, finalmente, ruptura, “…pudiera resultar de cierta significación desde el punto de vista educativo y se presta para un profundo debate en el aula de ética o de filosofía y también merecería, por su carácter extremadamente polémico, abordajes ulteriores mediante la pesquisa de fuentes documentales y testimoniales de mayor amplitud. Resulta válido suponer que el esfuerzo hermenéutico desplegado en la consideración de los vínculos interpersonales de la chilena y la cubana desde una perspectiva filosófica constituye una fuente de fructíferas reflexiones para la educación en valores de las nuevas generaciones y tal vez hasta contribuir, modestamente, al necesario esfuerzo para conjurar la crisis de valores, de indudable incidencia en una escala global y no exclusivamente nacional” [50].

     A pesar de lo acaecido entre ambas, la embajada de Chile en Cuba le otorga a Dulce María Loynaz, en 1996, el año previo a su deceso, la “medalla Gabriela Mistral” y así queda sellado de algún modo el acuerdo tácito de la comunidad intelectual e iberoamericana de hermanarlas post mortem, no obstante las serias discrepancias personales que indudablemente tuvieron, con lo cual se enfatiza el indiscutible valor universal de sus respectivas producciones poéticas, objeto tanto una como la otra de permanente admiración por parte de miríadas de personas de todas las edades, especialmente en el conjunto continuamente creciente de hispanohablantes en nuestro planeta.

 

Referencias y notas:

 

[1] Vega, Vicente. Diccionario ilustrado de frases célebres y citas literarias. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.A., 1952, p.       29.

[2] http://www.proverbia.net/citastema.asp?tematica

[3] Roque, Amelia. Gabriela Mistral y Cuba. Con espumas de señales. Cuba: Editorial Oriente, 2007, p.106.

[4] Mesa García, Raúl. Gabriela y Dulce María: entre la esfinge y el agua. Revista “El Centavo”, Morelia, Michoacán,      México, Año XLVI, No. 242, febrero, 2000, ISSN 0186-7490, p.8.

[5] Torres Riosec, Augusto (1897-1971) Ensayista, crítico y profesor universitario chileno. Amigo de Gabriela.

[6] Mistral, Gabriela. Poesías Completas. Madrid: Aguilar, 1958

[7] Rashomon: título de una novela (1915) del escritor japonés Ryunosuke Akutawa (1892-1927)  en la que se confrontan varias versiones de un mismo suceso y que sirvió de base al cineasta Akira Kurosawa (1910-1998) para crear el filme homónimo en 1950.

[8] Alarcón Costa, César Augusto. Diccionario Biográfico Ecuatoriano. Quito, Ecuador: Fundación Ecuatoriana de Desarrollo, FED, 2000, p.1196.

[9] Se refiere a  la escritora y profesora estadounidense Doris Dana (1920-2007), una de las personas que más de cerca conoció a Gabriela, quien compartió con ella los últimos once años de su vida en la casa del 15 Spruce Street, Roslyn Harbor, Long Island, New York.

[10] Concha  Espina (1877-1955). Novelista, dramaturga y poetisa española, nacida en Santander (Cantabria). Fue muy amiga de Dulce María. 

[11] Mistral, Gabriela. Carta a Adelaida Velasco, 12 de abril de 1954. Antología Mayor. Cartas. Santiago de Chile: Talleres de Salesianos, 1992, p. 562.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

[15] Mistral, Gabriela. Carta a Alfonso Reyes, julio de 1954. Antología Mayor, op.cit., p.p.566-569.

[16] En realidad se conocían desde mucho antes, sobre todo por vía epistolar y de modo personal desde tres años antes cuando coincidieron muy brevemente en Italia, encuentro que fue documentado en la revista Carteles por el renombrado periodista Osvaldo Valdés de la Paz, testigo presencial del encuentro.

[17] Mistral, Gabriela. Carta a Alfonso Reyes, Antología Mayor, op.cit.

[18] La Tercera. Edición impresa, 4 de marzo de 2012. Tomado de:

        http://diario.latercera.com/2012/03/04/01/contenido/cultura-entretencion/30-102682.

[19] Mistral, Gabriela. Carta a Alfonso Reyes, op.cit.

[20] Ibíd, p. 567.

[21] Mariblanca Sabás Alomá (1901-1983). Periodista cubana, autora de poesías vanguardistas.

[22] Mistral, Gabriela. Carta a Alfonso Reyes, Ibíd, p.568.

[23] Ibíd.

[24] Ibíd.

[25] Loynaz, Dulce María. Cartas que no se extraviaron. Valladolid, España: Fundación Jorge Guillén, 2007. Carta a Martínez     Malo, 1 de agosto de 1976.

[26] Loynaz, Dulce María. Gabriela y Lucila. En: Mistral, Gabriela, Poesías Completas, op. cit., p. CXXI.

[27] Ibíd., p. CXXV.

[28] Máximas. DCLXXIII. En Diccionario Ilustrado de Frases…op.cit., p.29.

[29] Valdés de la Paz, O. Gabriela, Dulce María Loynaz, las dos grandes poetisas se encuentran en Italia. Carteles (La Habana), 32 (38): pp.78-80, 23 de septiembre, 1951.

[30] Loynaz, D.M. Recuerdo lírico. En: Mistral, Gabriela. Poesías Completas, op.cit, p. CXXV.

[31] Mistral, Gabriela. Antología Mayor, op. cit. Carta a Ciro Alegría, p.557.

[32] Gabriela Mistral en viaje a Cuba. Diario Información (La Habana). Jueves 22 de enero de 1953.

[33] Carmina Benguría. Declamadora cubana que emigró a Estados Unidos de Norteamérica y con 94 años aún vive en este país.

[34] Castellanos, Orlando. Palabras grabadas. La Habana: Ediciones Unión, 1996, pp-34-35.

[35] Obsérvese la peculiar grafía que Gabriela da al participio pasivo del verbo inficionar.

[36] Mistral, Gabriela. Antología Mayor, op.cit. Carta a Adelaida Velasco, 8 de agosto de 1953, pp.557-560.

[37] González Castro, Vicente. La hija del general: un encuentro con Dulce María Loynaz. La Habana: Editorial del Ministerio de Educación Superior, 1991, p.41.

[38] Jiménez, Onilda. Dos cartas inéditas de Gabriela Mistral a Lydia Cabrera. Revista Iberoamericana (Pittsburgh), No.141, octubre-diciembre, 1987, pp. 1001-1011.

[39] Alonso, Martín. Diccionario del Español Moderno, Madrid, 1975, p.813.

[40] Conde, Carmen. Gabriela Mistral. Ediciones y publicaciones españolas. Madrid, 1970, p.35.

[41] Mistral, Gabriela. Antología Mayor. Op.cit. Carta a Adelaida Velasco, 8 de agosto de 1953.

[42] Mistral, Gabriela. Recados. Contando a Chile. Selección, prólogo y notas de Alfonso M. Escudero. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1957, p. 267.

[43] Una visita de Gabriela Mistral al Ministro de Estado. Cuba: Diario de la Marina, martes 27 de enero, 1953, p.24.

[44] Mesa García, Raúl. Aspectos valorativos y éticos en la vida y la obra de Dulce María Loynaz y Gabriela Mistral. Tesis de doctorado en ciencias filosóficas. Universidad de La Habana, Cuba, 2007, p. 105.

[45] Se refiere a “Lagar”.

[46] Castellanos, Orlando, op.cit., pp- 34-35.

[47] Loynaz, Dulce María. Cartas que no se extraviaron, op.cit., Carta a Martínez Malo, 1 de agosto de 1976, p.111.

[48] Loynaz, Dulce María. Gabriela y Lucila. En: Mistral, Mistral, Gabriela. Cartas. Op. cit., p.559.

[49] Lezama Lima, José. Sobre Paul Valéry. En: Confluencias. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1988, p. 28.

[50] Mesa García, Raúl. Aspectos valorativos…op.cit., p.116.

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RAÚL MESA GARCÍA

Nació en Cárdenas, Matanzas, Cuba (1943). Poeta, ensayista y profesor universitario. Estudió una licenciatura en Ciencias Naturales en la Universidad de La Habana, al igual que los idiomas inglés y francés. Con posterioridad, realizó estudios de postgrado, obteniendo un doctorado en Ciencias Filosóficas. Su carrera docente comenzó en 1961 como profesor de biología en las escuelas secundaria de Cuba. Luego pasó a formar parte del claustro de profesores de la Universidad de La Habana por más de treinta años, incluyendo cursos especiales de postgrado para médicos y otros profesionales. Ha sido profesor invitado en diversas universidades de los Estados Unidos como la Universidad Texas Tech in Lubbock y la Universidad de Alabama, entre otras. Aparte de todas sus publicaciones científicas, escribe poesía y ensayos relacionados con el mundo de la poética.

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