________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
ALICIA ALBORNOZ
Nació en Quito, Ecuador. Poeta, ensayista y narradora. Estudió en Estados Unidos, Uruguay, Ecuador, Chile y México. Cursó Letras Españolas e Inglesas en la UNAM y la Maestría en Humanidades en la Universidad Anáhuac. Es Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Ecuador y Miembro de Número de la Academia de Historia Eclesiástica del Ecuador. Ha ejercido cátedras de Literatura y Estudios Latinoamericanos en universidades de México y Ecuador, y cursos sobre el México prehispánico en el Museo de Antropología e Historia en la ciudad de México. Es autora del libro La memoria del olvido, publicado por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo en 1994 sobre el lenguaje glífico pictórico de los murales de la iglesia de San Miguel Arcángel en Ixmiquilpan, Hidalgo. También escribió La voz del paisaje, obra de prosa poética y con fotografías del Estado de Hidalgo, publicado por el gobierno de esa entidad en 1993 y que tiene dos ediciones. Participó en el libro de cuentos Veneno que fascina, Editorial Morgana. Su poema “La caída de Tenochtitlan” fue incluido en la revista La Porte des Poetes, París, 2007, en el número dedicado a México. Fue ganadora del Premio Nacional de Cuento “Tinta Nueva” (México, 2007). Su poesía “La memoria del agua” se publicó en una revista literaria de Rumania, en traducción al rumano de la poeta Liliana Popescu, en el 2008. Sus libros de poesía más recientes, Mañana repondré mis alas y Líquido vuelo, fueron publicados por Ediciones Eón en 2009. En la actualidad reside en México.
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
IMAGEN DEL INSTANTE
El oficio de existir me aturde
Incertidumbre de llegar a conocer
Soledad de la palabra
Silencio que labra y la distancia del instante atrapa
El silencio me brinda la confidencia con mi yo
sola certeza
como quien me prestara una lámpara
para forjar el paso
Hilvanados instantes en desorden
la vida
Me veo en el espejo de los años
con un cuerpo ligado a la tierra
y un espíritu de fuego
pabilo apenas
encendido instante de la flama
Sed de vida
Avidez del abierto espacio
Voluntad que en el gesto se revela
Imagen del instante
esfuerzo por retener el aire que respiro
Instante que fenece
cuando apenas la palabra inicia
Quebrado espejo la conciencia
Cadena de instantes enlazados
intimidad del instante
que en el piélago de la forma reposa
o se abate en dirección del Cosmos
Las formas y los instantes se entremezclan y se funden
Como un péndulo
el tiempo se abate entre figuras
badajo en la campana vieja
Instante que a la luz se exhibe
vértigo en relámpago voraz
donde el hombre y el momento se contienen
Gota de rocío
sólo el instante perdura en la memoria
EN LA BALANZA DEL SENTIDO
Apenas perceptible
el rastro de las horas
el sonido de la huella
La distancia deja un aroma incierto en el estío
como la sombra de un árbol
de tibias hojas con sabor a clorofila
Como el destello minúsculo
de verdes parpadeos al sol
Apenas perceptible
el encanto juega en los ramales
–sigiloso se desliza de una silueta verde a otra–
Se orilla
Se detiene
Apenas es un punto
que su destello clama
Sólo el reflejo
y el trazo de la vida en el espacio
en la vista se detiene – titilante
La sensación vuelta momento
no se mide
con la medida de los hombres
sino aquí adentro
en la balanza del sentido mismo
Como una red que la huella atrapa
el punto del espacio revela el tiempo
de una caida de luz
PERFUME FÉRTIL
Como odre de vino
que en el campo
se derrama
a veces la vida
se nos va
Perfume fértil
en la arena del desierto
como la tarde
se evapora
SABOR DE LA MEMORIA
A enternecidas manos y a húmeda tierra
me sabe tu memoria
También a rosales encendidos
y a hojas que verdean
Ante un botón que se abre con timidez
en el rayo tibio de la tarde
la emoción radiante vibra
Como quien toca las raíces
en el recato de la verde planta
el recuerdo trepa en la ventana
como hiedra
Con su pálido color la madreselva
reverbera en la distancia
El aliento de la tierra vaporosa
y los eucaliptos a la brisa
se agitan
en vaivén callado
suavemente
UN VERDE CÉSPED
Como los recuerdos que se encienden
tiemblan, cimbran, titilan
los hilos de luz
Emanación que a distancia huele
tiempo atrapado
en un rosal marchito
A lo lejos
unos ojos infinitos cuestionan los porqués
y las manos de un frágil cuerpo
reclaman la caricia
Y la mirada indaga
como un verde césped
luminoso de rocío
las estrellas
Musgo tendido
en el olvido
la sombra de un árbol
la recubre
ÍNTIMOS ESTÍOS
A la hacienda de Tambillo, morada veraniega
“Las casas perdidas para siempre viven en nosotros”
Gastón Bachelard
Con aromas vegetales llega la nostalgia
La tierra humedecida por la lluvia
yace acunada en mi niñez
Allí
como un árbol frondoso
ante mí se reveló el mundo
Cómo quisiera refugiarme
en los cuartos
donde secretean las memorias
y aún perviven mis amados seres
Sus voces pueblan mis anhelos
y me arrancan líquidos secretos
En la memoria el tiempo tentalea
Con un viejo latido
renacen mis querencias
Y vuelvo a arraigar en el terruño
Me embriaga suavemente el jardín
y ya no existen ni el tedio ni las horas
Resuena el gorjeo de canarios
y el roce del alpiste en la bandeja
Casona de los muros lechareados
en la intimidad profunda de los años
contigo dialogo
Ante ti el arcón de mis sentires abro
y nuestros cimientos se amalgaman
Para retenerte en lo vasto
no quisiera ni nombrarte
ni enumerar lugares
para que no te esfumes de mi mundo
Para estrecharte haré crecer mis brazos
Entreabro la puerta de íntimos parajes
Vuelvo a sentirte en mí
El aroma a madreselva en mi ventana
se estremece
En mi ser la casa se despliega
Sus ritmos tañen mis sentidos
En sus tablones aún vibra el Universo
Ayer me regalaste el mundo
Para recuperarte
sacudiré el polvo de tus armarios
limpiaré tus ventanas
que entré en ti la luz
Regaré de tus balcones los geranios
El sol de la montaña
calentará tus pasillos nuevamente
Recorriendo tus espacios
pondré todo en orden:
en los cajones
la blancura de las sábanas bordadas
En el aire los aromas
En la estufa los sabores
En la mesa de madera oscura
con su madrigal de margaritas
el mantel
Lavaré la cristalería de los mayores
y otra vez brillarán los festejos
Llenaré tu soledad de voces
Trenzaré mis días con tus corredores lánguidos
y juntas volveremos a emprender la travesía